Todos estamos invitados a mirar la figura de Santa María Goretti.

DESDE EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LAS GRACIAS
Y DE SANTA MARÍA GORETTI

San Juan Pablo II

Queridísimos hermanos y hermanas:

En un período todavía de relativo descanso y de vacaciones, nos encontramos aquí esta tarde en torno al altar del Señor, para celebrar juntos la Eucaristía, meditando sobre el fenómeno del turismo, tan importante hoy en nuestra vida humana y cristiana.

Muy gustosamente he acogido la invitación de venir a estar con vosotros para veros, escucharos, traeros mi saludo cordial y manifestaros mi afecto, orar con vosotros y reflexionar sobre las verdades supremas, que deben ser siempre luz e ideal de nuestra vida.

En esta plaza de Nettuno, ante la iglesia donde descansan los restos mortales de la joven mártir Santa María Goretti, de cara al mar, símbolo de las cambiantes y a veces tumultuosas vicisitudes humanas, escuchemos las enseñanzas de la Palabra de Dios que brotan de las lecturas de la liturgia.

1. La “Palabra de Dios” ante todo expone la identidad y el comportamiento del cristiano.

¿Quién es el cristiano? ¿Cómo debe comportarse el cristiano? ¿Cuáles son sus ideales y preocupaciones?

Son preguntas de siempre, pero se hacen mucho más actuales en nuestra sociedad de consumo y permisiva, en la que sobre todo el cristiano puede tener la tentación de ceder a la mentalidad común, poniendo en segundo plano su excelente y heroica vocación de mensajero y testigo de la Buena Nueva.

— El Apóstol Santiago en su carta especifica claramente la identidad del cristiano: “Todo buen don y toda dádiva viene de arriba, desciende del Padre de las luces, en el cual no se da mudanza ni sombra de alteración. De su propia voluntad nos engendró por la palabra de la verdad, para que seamos como primicias de sus criaturas” (Sant 1, 17-18)

El cristiano, es, pues, una criatura especialísima de Dios, porque, mediante la gracia, participa de la misma vida trinitaria; el cristiano es un don del Altísimo al mundo: desciende de lo alto, del Padre de las luces.

¡No podía describirse mejor la maravillosa dignidad del cristiano e incluso su responsabilidad!

— Por esto, el cristiano debe comprometer a fondo su voluntad y vivir su vocación con coherencia. Dice también Santiago: “Recibid con mansedumbre la palabra injerta en vosotros, capaz de salvar vuestras almas. Ponedla en práctica y no os contentéis sólo con oírla, que os engañaría” (Sant 1, 21-22).

Son afirmaciones muy serias y severas: el cristiano no debe traicionar, no debe ilusionarse con palabras vanas, no debe defraudar. Su misión es sumamente delicada, porque debe ser levadura en la sociedad, luz del mundo, sal de la tierra.

— El cristiano se convence cada día más de la dificultad enorme de su compromiso: debe ir contra corriente, debe dar testimonio de verdades absolutas pero no visibles, debe perder su vida terrena para ganar la eternidad, debe hacerse responsable incluso del prójimo para iluminarlo, edificarlo, salvarlo. Pero sabe que no está solo. Lo que decía Moisés al pueblo israelita, es inmensamente más verdadero para el pueblo cristiano: “¿Cuál es en verdad la gran nación que tenga dioses tan cercanos a ella como Yavé, nuestro Dios, siempre que le invocamos?” (Dt 4, 7). El cristiano sabe que Jesucristo, el Verbo de Dios, no sólo se ha encarnado para revelar la verdad salvífica y para redimir a la humanidad, sino que se ha quedado con nosotros en esta tierra, renovando místicamente el sacrificio de la cruz, mediante la Eucaristía y convirtiéndose en manjar espiritual del alma y compañero en el camino de la vida.

He aquí lo que es el cristiano: una primicia de las criaturas de Dios, que debe mantener pura y sin mancha su fe y su vida.

2. La “Palabra de Dios”, en consecuencia, ilumina también el fenómeno del turismo.

En efecto, la revelación de Cristo, que ha venido a salvar a todo el hombre y a todos los hombres, ilumina e interpreta todas las realidades humanas. También la realidad del turismo se debe contemplar a la luz de Cristo.

— Indudablemente el turismo es ahora ya un fenómeno de la época y de masas: se ha convertido en mentalidad y costumbre, porque es un fenómeno “cultural” causado por el aumento de los conocimientos, del tiempo libre y de la posibilidad de movimientos; y un fenómeno “psicológico”, fácilmente comprensible, dadas las estructuras de la sociedad moderna: industrialización, urbanización, despersonalización, por las que cada individuo siente la necesidad de distensión, de distracción, de cambio, especialmente en contacto con la naturaleza; y es también un fenómeno “económico”, fuente de bienestar.

— Pero el turismo, como todas las realidades humanas, es también un fenómeno ambiguo, es decir, útil y positivo si está dirigido y controlado por la razón y por algún ideal; negativo si decae a simple fenómeno de consumo, de frenesí, a actitudes alienantes y amorales, con dolorosas consecuencias para el individuo y para la sociedad.

— Y por esto es necesaria también una educación, individual y colectiva, al turismo, para que se mantenga siempre al nivel de un valor positivo de formación de la persona humana, esto es, de justa y merecida distensión, de elevación del espíritu, de comunión con el prójimo y con Dios. Por esto es necesaria una profunda y convencida educación humanista para la acogida, el respeto del prójimo, para la gentileza, la comprensión recíproca, para la bondad; es necesaria también una educación ecológica, para respetar el ambiente y la naturaleza, para el sano y sobrio goce de las bellezas naturales, que tanto descanso y exaltación dan al alma sedienta de armonía v serenidad; y es necesaria sobre todo una educación religiosa para que el turismo no turbe jamás las conciencias y no rebaje nunca al espíritu, sino al contrario, lo eleve, lo purifique, lo levante al diálogo con el Absoluto y a la contemplación del misterio inmenso que nos envuelve y atrae.

Esta es, a la luz de Cristo, la concepción del turismo, fenómeno irreversible e instrumento de concordia y amistad.

3. Finalmente, en este lugar concreto, todos estamos invitados a mirar la figura de Santa María Goretti.

No lejos de aquí, el 6 de julio de 1902, se efectuó la tragedia de su asesinato y, al mismo tiempo, la gloria de su santificación mediante el martirio por la defensa de su pureza. Nos encontramos junto a la iglesia dedicada a ella, donde descansan sus restos mortales, y debemos detenernos un momento en meditación silenciosa.

María Goretti, adolescente de apenas 12 años, se mantuvo pura en este mundo, como escribe Santiago, aun a costa de la misma vida; prefirió morir antes que ofender a Dios.

“¡No! —dijo a su desenfrenado asesino—. ¡Es pecado! ¡Dios no quiere! ¡Tú vas al infierno!”.

Desgraciadamente, su fe no valió para detener al tentador, que, luego, gracias a su perdón y a su intercesión, se arrepintió y se convirtió. Ella cayó mártir por su pureza.

“Fortaleza de la virgen —dijo Pío XII—, fortaleza de la mártir; que la juventud colocó en una luz más viva y radiante. Fortaleza que es a un tiempo tutela y fruto de la virginidad” (Discorsi e Radiomessaggi, IX, pág. 46).

María Goretti, luminosa en su belleza espiritual y en su ya lograda felicidad eterna, nos invita precisamente a tener fe firme y segura en la “Palabra de Dios”, furente única de verdad, y a ser fuertes contra las tentaciones insinuantes y sutiles del mundo. Una cultura intencionadamente antimetafísica produce lógicamente una sociedad agnóstica y neo-pagana, a pesar de los esfuerzos encomiables  de personas honestas y preocupadas por el destino de la humanidad. El cristiano se encuentra hoy en una lucha continua, también él se convierte en “signo de contradicción” por las opciones que debe realizar.

Os exhorto, especialmente a vosotras, jovencitas: ¡mirad a María Goretti! ¡No os dejéis seducir por la atmósfera halagüeña que crea la sociedad permisiva, afirmando que todo es lícito! ¡Seguid a María Goretti! ¡Amad, vivid, defended con alegría y valor vuestra pureza! ¡No tengáis miedo de llevar vuestra limpidez en la sociedad moderna, como una antorcha de luz y de ideal!

Os diré con Pío XII: “¡Arriba los corazones! Sobre los cenagales malsanos y sobre el fango del mundo se extiende un cielo inmenso de belleza. Es el cielo que fascinó a la pequeña María; el cielo al que ella quiso subir por el único camino que lleva a él: la religión, el amor a Cristo, la observancia heroica de sus mandamientos. ¡Salve, oh delicada y amable Santa! ¡Mártir de la tierra y ángel en el cielo! ¡Desde tu gloria vuelve tu mirada a este pueblo que te ama, te venera, te glorifica, te exalta!” (Discorsi e Radiomessaggi, Vol. XII, págs. 122-123).

Nettuno, Sábado 1 de septiembre de 1979