Madre dulce y tierna

María es la madre dulce y tierna que lleva en sus brazos a sus hijo: es Madre dulce y tierna.

P. Gustavo Pascual

 

Este título es un atractivo hacia la Madre de Dios, título que inspira confianza absoluta.

La dulcedumbre se opone al amargor y la ternura a la brusquedad. Son virtudes de todos los hombres pero que especialmente sobresalen en las mujeres y sobre todo en la mujer que es madre.

Son virtudes que se practican entre los hombres, pero especialmente entre la madre y el hijo.

María es dulce y tierna para con nosotros sus hijos, para que con confianza nos acerquemos a ella, para que pongamos en su conocimiento nuestras necesidades. Ella, sin embargo, conoce nuestras necesidades porque está en el Cielo y ve en Dios todas las cosas. Ella se adelanta a socorrer a sus hijos confiados y les da lo que necesitan antes que se lo pidan como hizo en la tierra, especialmente en Caná; allí su caridad se adelantó a la necesidad de los novios y pidió para ellos a su Hijo un milagro, que hizo por el poder de su súplica, adelantar la hora de Jesús.

María es la madre dulce y tierna que lleva en sus brazos a sus hijos confiados y los mece con cariño y suavidad. Nos hace descansar cuando estamos fatigados, nos calma y nos da la paz cuando estamos enfadados o iracundos, hace graciosos y limpios nuestros pensamientos e imágenes cuando la tormenta de la concupiscencia toca nuestra alma, suaviza nuestra fatiga porque nos mece en su seno, consuela nuestras arideces porque nos llena de caricias y besos… como un niño en brazos de su madre, así espere el alma confiada en esta madre dulce y tierna.

¿Y cuándo nos portamos mal es recia y dura? No; nos corrige, eso sí, pero con suavidad; y nos busca porque ella también es pastora, nos busca como a la oveja descarriada y le avisa al Buen Pastor para que nos vaya a recoger. María nos corrige con dulzura para que nos acerquemos cada día más a su Hijo Jesús. Deja muchas veces que nos vayamos de su lado, aunque sabe que nos perjudicamos, para respetar nuestra libertad. Deja que le recriminemos tontamente que ya somos hijos grandes y que no necesitamos que nos lleve en sus brazos para respetar nuestro querer y para que experimentemos lo que no debiéramos: la dureza y la reciedumbre de la vida sin Cristo y sin ella, la miseria de la vida solitaria, de los que se quedan solos sin Cristo y sin María, sin el hermano y sin la madre; de los que experimentan la dureza del mundo sin Dios.

¿Quién te arropará en las noches crudas de invierno sino esta Madre dulce y tierna? ¿Quién te dará de comer comida blanda sino esta Madre amorosa? ¿Quién te cantará canciones de cuna para que te duermas en paz sino esta Madre buena? ¿Quién te llevará de la mano para que tu pie no tropiece sino María? ¿Quién te llevará por un camino fácil, seguro, perfecto y corto hacia el Cielo sino esta Madre dulce y tierna?

¡Cuántas veces estamos fríos en nuestra devoción!; a veces, por culpa nuestra, por ser negligentes en los ejercicios espirituales, por no prepararnos a ellos, por no darles la importancia que merecen, por pereza. También podemos estar faltos de devoción porque Dios nos prueba y nos deja en un estado de frialdad. El primer estado es culpable, el segundo es permisión divina, y no hay en él culpa alguna. Sin embargo, sea cual fuere la causa de nuestra frialdad María puede devolvernos, si es la voluntad de Jesús, el calor de la devoción, el amor fogoso por las cosas de Dios. Ella es la Madre dulce y tierna que nos ayudará con su intercesión y su gracia para que salgamos del estado de tibieza o para que tengamos paciencia en la prueba haciéndola corta y suave, y devolviendo a nuestra alma la devoción perdida.

Cuando lamentablemente nos estemos alimentando mal, cuando estemos comiendo comida dura que lastima nuestros dientes o cuando estemos alimentándonos con las bellotas de los puercos pidamos a María que venga en nuestra ayuda. Ella nos traerá el alimento que necesitamos, la comida adecuada a nuestras fuerzas y a nuestro estado espiritual. Por ella nos vendrá, si se lo pedimos, el alimento que deseamos sin saber, el alimento que nos fortalece en el camino y el que tiene todas las delicias. Ella nos traerá a Jesús sacramentado que es el alimento cumbre de nuestra vida interior.

¡Qué bien estamos aquí!, le dijo Pedro a Jesús en el monte de la transfiguración, y lo dijo porque su alma estaba en paz y llena de gozo. Qué bien se vive y se descansa con el alma en paz. La paz es como un arrullo a nuestra alma inquieta que la tranquiliza y la hace reposar; María nos traerá esta paz para que vivamos una vida serena, para que nuestras noches sean calmas como un cielo estrellado. Ella alejará de nosotros, por su paz, la turbulencia de las pasiones que nos inquietan en algunos momentos de nuestra vida. Con María viviremos en paz y gozo. Su voz melodiosa callará a los enemigos de nuestra alma y callará las vocingleras pasiones que conturban el alma.

Con María caminaremos seguros, sin tropiezos. Aunque somos grandes nos cuesta caminar sin riesgos. A veces nos caemos, otras tropezamos, otras nos desviamos de la senda que tenemos que seguir, confundidos por tantos carteles que nos invitan a apartarnos del sendero seguro. María nos quiere llevar con seguridad por el camino recto pero quiere que nos hagamos como niños, no nos quiere autosuficientes, quiere que nos abandonemos en ella y ella nos llevará seguros sin tropiezos, sin desvíos, sin caídas, sin peligros, al destino seguro del Cielo.

Ella es camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios en la cual consiste la perfección cristiana[1].

[1] Cf. San Luis María G. de Montfort, O.C., Tratado de la verdadera devoción nº 152-168, BAC Madrid 1954, 522-528. En adelante V.D.