Solemnidad de la Ascensión del Señor

“Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas”

Homilía

Para la Iglesia entera y también para la humanidad es motivo de profunda alegría la celebración del misterio de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, que fue exaltado y glorificado solemnemente por Dios. A Cristo que vuelve al Padre aplica hoy la liturgia las palabras jubilosas que dedica el Salmista al Eterno:

“Dios asciende entre aclamaciones,/ El Señor al son de trompetas./ Pueblos todos, batid palmas,/ aclamad a Dios con gritos de júbilo./ Porque Dios es el rey del mundo,/ Dios reina sobre las naciones,/ Dios se sienta en su trono sagrado” (Sal 46(47),6-9).

La Ascensión de Cristo constituye una de las etapas fundamentales de la “historia de la salvación”, es decir, del plan misericordioso y salvífico de Dios para la humanidad. Santo Tomás de Aquino[1], subraya maravillosamente, que la Ascensión es causa de nuestra salvación bajo dos aspectos:

De parte nuestra, porque la mente se centra en Cristo a través de la fe, esperanza y caridad; y de parte de Cristo, en cuanto al subir nos prepara el camino para ascender nosotros también al cielo; porque siendo Él nuestra Cabeza, es necesario que los miembros le sigan allí donde Él les ha precedido. “La Ascensión de Cristo al cielo es directamente causa de nuestra ascensión, pues Cristo es nuestra Cabeza y a ésta cabeza deben unirse los miembros” (S. Th. III, 57, 6, ad 2).

Dice san Lucas que en su ascensión, Cristo, “levantando sus brazos” al modo de los sacerdotes en el templo, “los bendecía[2], y los discípulos “se postraron” ante Él: Este era el acto de reconocimiento ante la majestad de Cristo, que así subía a los cielos.

Postrarse ante Cristo fue la misma actitud que tuvo Pedro en  la pesca milagrosa (Luc_5:8ss), Pedro, admirado, “se postró” a los pies de Jesús, diciéndole que se apartase de él porque era pecador, ahora era la misma  reacción espontánea de los discípulos ante Cristo subiendo a los cielos n. y así completó su “retorno al Padre” que había iniciado ya con la resurrección de entre los muertos.

Pese a que es un hecho histórico, la ascensión de Jesucristo sigue siendo un misterio para nosotros pues no podemos llegar a comprender todo su significado, pero sí lo suficiente como para enamorarnos de este misterio que forma parte de nuestra redención.

Doble aspecto: preanunciado-realizado.

 Misterio pre-anunciado. Jesús al encontrar la Magdalena después de su resurrección, le dice: no me toques, que todavía no he subido al Padre, pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestros Dios (Jn 20,17). Jesús también lo había pre-anunciado a sus discípulos en la última Cena: sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre… sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía (Jn 13,1-3), Jesús tenía su mente puesta en la pasión, pero también anuncia: me voy a Aquel que me ha enviado (Jn 16,5); me voy al Padre, y ya no me veréis (Jn 16,10).

De esto se sigue una estrecha relación entre:

  1. a) Ascensión- encarnación. La ascensión es la etapa final de la peregrinación terrena de Cristo, que se hizo hombre por nuestra salvación. Porque la ascensión está estrechamente conectada con la encarnación, con el “descenso del cielo”.

Sólo el que bajó del cielo, puede abrir al hombre el acceso al cielo. La ascensión es el momento conclusivo de la encarnación.

Y de aquí se sigue inevitablemente su estrecha relación con nuestra salvación: porque la ascensión se convierte en el preludio necesario para pentecostés, para la venida del Espíritu Santo a nuestras almas.

En segundo lugar, la Ascensión, es un misterio realizado.

Lucas concluye su Evangelio: los sacó hasta cerca de Betania y, alzando las manos, los bendijo. Y sucedió que mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo (Lc 24,50-51).

La bendición de Cristo indica el sentido salvífico de su partida.

          Finalmente: Valor teológico de la ascensión

Como todo misterio de la vida de Cristo, también su Ascensión a los cielos tiene una importancia fundamental para nuestra salvación:

Importancia para…

1º) Para aumento de nuestra fe: porque la fe es de las cosas que son se ven (y nosotros creemos en ella por la fe)

2º) Para aumento de nuestra esperanza: que es elevada porque llegó al cielo una naturaleza humana como la nuestra; y se abre así la posibilidad de llegar nosotros gloriosos también a los cielos.

3º) Para aumento de nuestra caridad: enciende nuestra caridad hacia los bienes celestiales.

También se aumenta nuestra reverencia hacia Él:

  • Cristo, como nuestra Cabeza, sube para abrirnos el camino;
  • Y como Sacerdote para interceder por nosotros,
  • además envía desde el Padre los dones divinos a los hombres

Todo adiós deja tras de sí un dolor. Aunque Jesús había partido como persona viviente, ¿cómo es posible que su despedida definitiva no les causara tristeza? No obstante, se lee que volvieron a Jerusalén llenos de alegría y alababan a Dios. ¿Cómo podemos entender nosotros todo esto?

En todo caso, lo que se puede deducir de ello es que los discípulos no se sienten abandonados; no creen que Jesús se haya como disipado en un cielo inaccesible y lejano. Evidentemente, están seguros de una presencia nueva de Jesús. Están seguros de que el Resucitado (como Él mismo había dicho, según Mateo), está presente entre ellos, precisamente ahora, de una manera nueva y poderosa. Ellos saben que «la derecha de Dios», donde Él está ahora «enaltecido», implica un nuevo modo de su presencia, que ya no se puede perder; el modo en que únicamente Dios puede sernos cercano.

La alegría de los discípulos después de la «ascensión» corrige nuestra imagen de este acontecimiento. La «ascensión» no es un marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera.

Volvamos al texto de Lucas. Se nos dice que Jesús llevó a los suyos cerca de Betania. «Levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia el cielo» (24,50s). Jesús se va bendiciendo, y permanece en la bendición. Sus manos quedan extendidas sobre este mundo. Las manos de Cristo que bendicen son como un techo que nos protege.

Dice Benedicto XVI: son al mismo tiempo un gesto de apertura que desgarra el mundo para que el cielo penetre en él y llegue a ser en él una presencia. En el gesto de las manos que bendicen se expresa la relación duradera de Jesús con sus discípulos, con el mundo. En el marcharse, Él viene para elevarnos por encima de nosotros mismos y abrir el mundo a Dios. Por eso los discípulos pudieron alegrarse cuando volvieron de Betania a casa. Por la fe sabemos que Jesús, bendiciendo, tiene sus manos extendidas sobre nosotros. Ésta es la razón permanente de la alegría cristiana.

En esta solemnidad de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, vayamos a nuestras casas reflexionando en este gran misterio, como decía san Gregorio Magno celebrándola:

Debemos seguir a Jesús de todo corazón allí donde sabemos por fe que subió con su cuerpo. Rehuyamos los deseos de tierra, no nos contentemos con ninguno de los vínculos de aquí abajo, nosotros que tenemos un Padre en los cielos…

dejémonos atraer por el amor en pos de Él, pues estamos bien seguros de que Aquel que nos ha infundido este deseo, Jesucristo, no defraudará nuestra esperanza[3]

Que María santísima nos conceda esta gracia.

Monasterio de la Sagrada Familia.

[1] En sus meditaciones sobre los “misterios de la vida de Cristo”

[2] Cf. Lev 29,22

[3] In Evang, Homilia XXIX, 11; PL 76,1219

“SI ME AMÁIS, GUARDARÉIS MIS MANDAMIENTOS”

Homilía del Domingo 6º de Pascua, Ciclo A
Queridos hermanos:
El Evangelio de este Domingo nos presenta una afirmación breve y sencilla salida de los purísimos labios de nuestro Señor Jesucristo, la cual, sin embargo, es una de aquellas hermosas y abundantes verdades sumamente profundas, siempre iluminadoras, que a veces se encuentran como escondidas en unas pocas palabras: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”.
Comencemos hablando acerca del acto del amor, que es en primer lugar “el amar”, anterior al ser amados y más importante aun porque es lo esencial. Santo Tomás de Aquino enseña que “a la caridad atañe más amar que ser amado, porque a cualquiera le concierne más lo que le corresponde de suyo y sustancialmente que lo que le compete por otro. Esto lo confirman dos hechos significativos. Primero, al amigo se le alaba más por amar que por ser amado; más aún, se les reprocha si son amados y no aman. Segundo, las madres, “que son las que más aman”, estiman más amar que ser amadas.”; es decir, que el amor verdadero no se detiene, ni se achica, ni retrocede por más que no sea correspondido, porque su acto propio es amar, como bien claro nos lo ha dejado el santo y como vemos de la manera más sublime e irrefutable en el sacrificio de nuestro Señor en la cruz, en la cual pese a sus terribles tormentos y a la no correspondencia de los hombres a su amor, Él siguió adelante hasta el final, porque jamás dejó de amar. A partir de aquí debemos pasar a considerar cómo es nuestro amor a Jesucristo, o sea, cómo es nuestra correspondencia a un amor que -como hemos dicho anteriormente-, jamás retrocede ni retrocederá por más que nosotros le demos la espalda mediante el pecado; y entonces debemos ponernos de cara a este buen Dios que vino a redimirnos simplemente por amor y que exige sólo amor: no vino en razón de la justicia porque no nos debía nada, no vino por una exigencia de su naturaleza porque ésta es perfecta, sino que simplemente “nos amó primero” y desde siempre; y esta vez nos viene a iluminar de una manera especial, diciéndonos claramente qué es lo que debemos examinar en nuestra vidas para poder conocer y reconocer nuestro amor respecto a Él: si lo amamos -pero de verdad-, guardaremos sus mandamientos.
Llegados a este punto debemos recordar que, si bien los mandamientos parecen resaltar más bien el aspecto negativo (“no hacer tal o cual cosa”), así como el imperativo (“amarás al Señor tu Dios…”), sin embargo, estos mandamientos no son como los de los hombres, porque son mandamientos dictados por el mismo amor de Dios para, justamente, liberarnos de las cadenas que nos atan a este mundo y que nos ponen en peligro de no poderlas cortar jamás en la eternidad si las abrazamos “gustosos” eligiendo el pecado que se encuentra al otro extremo. Es así que los mandamientos de Dios, es como que perdieran de alguna manera ese aspecto impositivo cuando amamos, para ponernos en el alma aquel aspecto liberador, santificador y unitivo en nuestra relación con Dios; porque amándolo de verdad aprendemos a amar también aquello que Él ama, y a detestar lo que Él detesta: el pecado y su más terrible consecuencia, es decir, aquella triste posibilidad de perderlo para siempre y privarnos sin remedio del amor que, pese nuestras heridas e infidelidades, siempre nos ofrece y nos está esperando. ¿Qué considerar en este momento, mis queridos hermanos?; que si al examinarnos vemos que nuestro amor aun no es suficiente, en vez de perder el tiempo en vanas quejas y lamentaciones, nos dediquemos a enderezar nuestras sendas y caminar hacia el amor de Dios, correspondiendo en todo y corrigiendo poco a poco lo que sea necesario: porque así como a la bondad divina le corresponde siempre difundirse y jamás retroceder, así también a nosotros nos corresponde no volver atrás en el camino de la santificación; removiendo escombros, cicatrizando heridas, pidiendo perdón y levantándonos cuantas veces sea necesario, demostrándole de esta manera a Dios que desde nuestra pequeñez lo amamos a Él y a sus mandamientos, y a todo aquello que su divina voluntad desee para nuestra salvación.
Cumplir los mandamientos de Dios, no significa simplemente “estar al día” con lo escrito en las tablas dadas a Moisés, sino también buscar tener una vida espiritual realmente profunda, en comunión con Dios, en intimidad con Dios, en amor de Dios; de tal manera que vayamos poco a poco comprendiendo “qué más” nos quiere decir que hagamos, para lo cual también nos envía al Espíritu de la Verdad, es decir, al Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad que se encargará de susurrar a los oídos de nuestras almas los designios de santidad que Dios nos tiene preparados y que podremos descubrir para seguir, en la medida en que aprendamos a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas nuestras fuerzas.
Termino con un texto que nos muestra una de las grandes consecuencias de este amar a Dios con total sinceridad, que es el sufrir por amor de los santos, quienes finalmente llegaron a tales cumbres de perfección, con gran trabajo, esfuerzo y paciencia de su parte, que llegaron a sufrir tan sólo el no amar más a Dios como Él se merece, dolor sobrenatural que ni quita la paz ni el entusiasmo por corresponder cada vez más y mejor a Dios, sino todo lo contrario.
Escribía Luis Fernando Arnáiz de una de las últimas visitas que le hizo a su hermano, san Rafael Arnáiz en el monasterio: “Lo que más me impresionó aquella tarde, fue cuando empezó a explayarse, llorando, del terrible sufrimiento que tenía. No era el sufrimiento que le producían las cosas terrenales de la vida austera que había abrazado, ni el sufrimiento que le pudieran producir aquellas criaturas de Dios con quienes convivía, de las cuales se valió Dios para santificarle. En realidad el gran sufrimiento de Rafael era el ver, con aquella fe grande e intensa que él tenía, cómo Dios le amaba con su infinito amor, y sentirse tan sujeto a las miserias y cuidados de su cuerpo mortal, no pudiendo corresponder como él quería, a aquel amor de Dios que él sentía, pues se veía francamente impotente, siendo su gran deseo que su corazón se diese más a su ser querido, y que su alma volase de una vez a su encuentro, pues le era difícil vivir en aquella situación y en aquel fuego que le abrasaba…”
Que María santísima nos alcance la gracia de demostrarle nuestro amor a Dios mediante el fiel cumplimiento de sus mandamientos y la amorosa docilidad al Espíritu Santo.
P. Jason, IVE.

Nuestra Señora de Fátima

Homilía de san Juan Pablo II

BEATIFICACIÓN DE LOS VENERABLES
JACINTA Y FRANCISCO, PASTORCILLOS DE FÁTIMA

 

Yo te bendigo, Padre, (…) porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11, 25). Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del Padre celestial; sabe que nadie puede ir a él si el Padre no lo atrae (cf. Jn 6, 44), por eso alaba este designio y lo acepta filialmente: “Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11, 26). Has querido abrir el Reino a los pequeños.

Por designio divino, “una mujer vestida del sol” (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.

Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: “Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo”. Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: “Yo estaré contigo” (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en “zarza ardiente” del Altísimo.

Lo que más impresionaba y absorbía al beato Francisco era Dios en esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él Dios se dio a conocer “muy triste”, como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: “Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él”. Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de “consolar y dar alegría a Jesús”.

En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños.

Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía animada por los mismos sentimientos.

“Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón” (Ap 12, 3). Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.

¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.

El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del “dragón”, que, con su “cola”, arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.

Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, “a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser “el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8, 29).

Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que “no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido”. Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas”.

La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: “Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí”. Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: “Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores”. Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.

Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.

“Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños”. La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión.

Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.

Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos e hijas de Brasil.

Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus hijos elevados al honor de los altares.

Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y… los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores.

Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la “escuela” de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que “se avanza más en poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí mismos” (san Luis María Grignion de Montfort, Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad. Una mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado: “Fue Nuestra Señora”, le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco tiempo las cumbres de la perfección.

“Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños”.

Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta.

Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.

Las imperfecciones

Combatir el pecado para ser buenos; combatir además las imperfecciones para ser santos

Dice Royo Marín: Aunque es cuestión vivamente discutida entre los teólogos, creemos que la imperfección, aun la voluntaria, es distinta del pecado venial. Un acto en sí bueno no deja de estar en la línea del bien, aunque hubiera podido ser mejor. El pecado venial, en cambio, está en la línea del mal, por mínimo que sea. Hay un verdadero abismo entre ambas líneas.

Sin embargo, en la práctica, la imperfección plenamente voluntaria trae consecuencias muy funestas en la vida espiritual y es de suyo suficiente para impedir el vuelo de un alma hacia la santidad.

El alma, para elevarse a Dios, debe liberarse, desapegarse de todos los apetitos voluntarios, ya sean de pecado mortal, pecado venial, o incluso las mismas imperfecciones porque para que el alma se una a Dios debe hacerlo según su voluntad “transformada a la voluntad de Dios (Dice San Juan de la Cruz) de manera que llegue a no tener en sí misma nada contrario a la voluntad de Dios.”

Esta es la razón fundamental de la necesidad de trabajar en nuestra vida espiritual incluso en las imperfecciones voluntarias, por más que no llegasen a constituir pecado pues, de hecho, son opuestas a la voluntad de Dios con la que debemos conformarnos para alcanzar eficazmente la santidad.

Esto mismo explica con mayor claridad San Juan de la Cruz en la subida al monte Carmelo:

Pues si esta alma quisiere alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios. Luego claro está que para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y voluntad ha de carecer primero de todo apetito de voluntad por mínima que sea. Esto es que advertidamente y conocidamente no consienta con la voluntad en la imperfección y venga a tener poder y libertad para poderlo hacer en advirtiendo.

 Por lo tanto, siempre se habla de actos voluntarios pues las imperfecciones por fragilidad e inadvertencia, debido a nuestra condición son imposibles de evitar del todo, como dice la Escritura: El justo caerá siete veces en el día y se levantará (Prov 24,16). Justamente, en aquel levantarse continuamente estará nuestra santificación.

Escribía san Francisco de Sales en una carta: “Debéis renovar los propósitos de enmienda que hasta ahora habéis hecho, y aunque veáis que, a pesar de esas resoluciones, continuáis enredada en vuestras imperfecciones, no debéis desistir de buscar la enmienda, apoyándoos en la asistencia de Dios. Toda vuestra vida seréis imperfecta y tendréis mucho que corregir; por eso tenéis que aprender a no cansaros en este ejercicio”.

El santo Cura de Ars propone a la virtud de la humildad como nuestra gran bienhechora para descubrir y poder así combatir nuestras imperfecciones: “La humildad es una antorcha que presenta a la luz del día nuestras imperfecciones; no consiste, pues, en palabras ni en obras, sino en el conocimiento de sí mismo, gracias al cual descubrimos en nuestro ser un cúmulo de defectos que el orgullo nos ocultaba hasta el presente”

De aquí aquella conocida inadmisión de san Ignacio de Loyola de dejar el examen de conciencia, que le exigía incluso a sus religiosos enfermos, porque el conocimiento personal es el trampolín hacia un trabajo espiritual serio y generoso, que no se conforma simplemente con vivir sin pecar y combatiendo el pecado, sino también las malas inclinaciones y estando atento a las maneras de darle a Dios una gloria siempre mayor según las crecientes buenas disposiciones del alma.

Una síntesis perfecta nos la escribe el P. Luis de la Puente en estas breves palabras: “Yo he caído en muchas imperfecciones, pero jamás he hecho las paces con ellas”.

Que María santísima nos alcance la gracia de trabajar hasta en las cosas más pequeñas para nuestra santificación, de tal manera que podamos llegar por medio de ellas, poco a poco, a hacer las cosas grandes a las cuales Dios nos tiene destinados.

Monasterio de la Sagrada Familia.

PEDIDO DE AYUDA

“Dos proyectos para la casa de santa Ana”
Queridos amigos:
Como bien lo saben, especialmente aquellos que nos acompañan en este apostolado por medio de Facebook hace varios años, siempre sus oraciones han sido para nosotros la ayuda más importante, ha sido gracias a la Sagrada Familia y vuestras plegarias que después de estos 17 años en Séforis, gracias a Dios poco a poco el monasterio ha sido mejorando, pese a la simplicidad que siempre esperamos poder conservar. En esta oportunidad queremos hacerles un pedido especial extra a aquellos que puedan colaborar con lo que sea, económicamente hablando, pues cada aporte es valioso para nosotros, es por eso que para beneficiar este santo lugar que gracias a Dios se ha ido haciendo más conocido como lugar de peregrinación, es que hemos realizado dos proyectos que esperamos sean de gran beneficio para los peregrinos que cada día nos visitan. Ya conocerán nuestro estilo de vida sencillo que no nos permite conseguir esto sin ayuda, siendo la principal -reiteramos-, vuestras piadosas oraciones.
Cuenta para ayudar: paypal.me/casadesantaana
Primer proyecto: IMAGEN DE SANTA ANA
Colocación definitiva de la hermosa imagen de santa Ana regalada por la parroquia dedicada a nuestra querida santa en Arizona, la cual mediante el P. Sergio Fita, párroco en aquel entonces, realizó la generosa recaudación para la hermosa imagen hecha de mármol de Carrara, Italia, de dos metros de altura y una belleza que realmente conmueve; y no sólo eso, sino que además se encargaron hasta del traslado hasta acá: ¡eternas gracias! El inconveniente hasta ahora había sido la dificultad de conseguir una empresa para la colocación definitiva debido tanto al difícil terreno del monasterio cuanto al costo de la misma. Por gracia de Dios, un cristiano de Nazaret nos ha ofrecido realizar la colocación sin pedirnos más que lo necesario para los materiales (base de la imagen) y pagar la maquinaria necesaria (una diferencia increíble contra la primera empresa a la cual consultamos). Una vez dada la confirmación, en tan solo dos semanas estaría nuestra querida santa Ana con la santísima Virgen niña en su lugar definitivo, para la devota veneración de todos aquellos que vengan a visitar el lugar, ¡santificado por la Sagrada Familia hasta los abuelos!
El costo de este proyecto es de 14.930 NIS (4.078,52 dólares actualmente)
Segundo proyecto: TECHO PARA LOS PEREGRINOS
Como sabrán aquellos que hayan venido a visitarnos, el monasterio es sumamente simple en su aspecto externo: la imponente ruina de la basílica con su pequeña capilla para unas 15 personas, el parque de los olivos y el jardín de la Virgen y las dos habitaciones y comedor de los monjes, nada más. Es por eso que al salir el sol (que acá es muy fuerte y con altas temperaturas), desgraciadamente no podemos ofrecer a los peregrinos más sombra que la de algún que otro pequeño árbol, lo cual desde hace años hemos querido solucionar pero nos ha resultado imposible. Es por eso que recurrimos también a vuestra ayuda para financiar este segundo proyecto, el cual consiste en un gran techo de madera de 6 x 6 metros, muy firme debido a la fuerza del viento al medio día aquí, especialmente en verano, y como resguardo para aquellos que vienen a rezar, el cual estaría ubicado junto al llamado mirador, que es la parte baja del muro del monasterio que mira hacia los sembrados de abajo del monasterio, una linda vista realmente.
El costo de este proyecto es de 36.410 NIS (9.941,68 dóllares actualmente)
Al ser cantidades tan grandes, obviamente comenzaremos por la colocación de la imagen y posteriormente pasaremos al techo para los peregrinos, buscando por nuestra parte la manera de seguir juntando lo necesario hasta poder tener todo. Si llegamos a conseguir todo les haremos saber en seguida para que no sigan donando, no queremos abusar de vuestra generosidad, en cuanto tengamos para los proyectos les avisaremos.
Desde ya muchas gracias a todos, queridos amigos, les recordamos que vuestras oraciones son el aporte más valioso para nosotros, ya que gracias a ellas este sencillo monasterio poco a poco se ha ido convirtiendo en un lugar más de peregrinación y apostolado que solamente Dios sabe a cuántas personas verdaderamente ha podido ayudar un poco, se los decimos a la luz de los mensajes que nos llegan por interno agradeciendo en más de una ocasión alguna palabra, alguna homilía, alguna frase de algún santo que sólo por gracia de Dios han leído en un momento importante y de lo cual Dios se ha valido para tocar algún corazón o simplemente instruir respecto a nuestra fe.
Desde ya agradecidos con todos ustedes y con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,
Séforis, Tierra Santa.

REQUEST FOR HELP

“Two projects for St. Anne’s House”.

Dear friends:

As you well know, especially those of you who accompany us in this apostolate through Facebook for several years, your prayers for us have been always the most important type of help, it has been thanks to the Holy Family and your prayers that after these 17 years in Sepphoris, thanks to God little by little, the monastery has improved, along with the simplicity that we always hope to be able to preserve. In this opportunity we want to make an extra special request to those who can collaborate with anything, economically speaking, because every contribution is of great value to us.

That is why to benefit this holy place, that thanks to God has become more known as a place of pilgrimage, we have made two projects that we hope will be of great benefit those same pilgrims who visit us every day.

You may already know that our simple lifestyle does not allow us to achieve the completion of the projects without help, (the main one -we repeat-, are your pious prayers.)

Account to help: paypal.me/casadesantaana

First project: IMAGE OF SANTA ANA

Definitive placement of the beautiful image of St. Anne given by the parish, dedicated to our beloved saint in Arizona, which through Fr. Sergio Fita, pastor at that time, made the generous collection for the beautiful image made of marble from Carrara, Italy. Two meters high and a beauty that really touches the heart; and not only that, but they even took care of the transfer to here: eternal thanks! The drawback so far has been the difficulty to find a company for the definitive placement of the image; due to both the difficult terrain of the monastery and the cost of the placement itself. By the grace of God, a Christian man from Nazareth offered to do the installation without asking for more than what was necessary for the materials (the base of the image) and to pay for the necessary machinery (an incredible difference compared to the first company we consulted with). Once the confirmation is given, in only two weeks our beloved Saint Anne with the Blessed Virgin child will be in its definitive place, for the devout veneration of all those who come to visit the place, sanctified by the Holy Family even the grandparents!

The cost of this project is NIS 14,930 (4,078.52 dollars at present).

Second project: ROOF FOR PILGRIMS

As those who have come to visit us know, the monastery is extremely simple in its external appearance: the imposing ruin of the basilica with its small chapel for about 15 people, the olive trees garden and the garden of the Virgin and the two rooms and dining room of the monks, nothing more. That is why when the sun rises (which here is very strong and with high temperatures), unfortunately we cannot offer the pilgrims any shade other than that of some small tree, which we have been trying to solve for years but it has been impossible. That is why we are also asking for your help to finance this second project, which consists of a large wooden roof of 6 x 6 meters, very firm due to the strength of the wind at midday here, especially in summer, and as a shelter for those who come to pray, which would be located next to the so-called mirador, which is the lower part of the wall of the monastery that looks towards the fields below the monastery, a really nice view.

The cost of this project is NIS 36,410 (9,941.68 dollars at present).

Being such a large amount, we will obviously start with the placement of the image and then move on to the roof for the pilgrims, looking for our part to continue to collect what is needed until we have everything. If we manage to get everything we will let you know immediately so that you do not continue to donate, we do not want to abuse your generosity, as soon as the monetary goal has been reached we will notify all of you.

Thank you very much to all of you, dear friends, we remind you that your prayers are the most valuable contribution for us, because thanks to them this simple monastery little by little has become a place of pilgrimage and apostolate that only God knows how many people it has been able to help a little, We say this in the light of the messages that reach us internally thanking us on more than one occasion for some word, some homily, some phrase of a saint that someone, only by the grace of God, has read at an important moment and
Which God has used to touch a heart or simply to instruct in regards to our faith.

We are grateful to all of you and with our blessing, in Christ and Mary:

Monks of the Monastery of the Holy Family,
Sepphoris, Holy Land.

 

 

 

 

 

Confidente de nuestras ofrendas

 

P. Gustavo Pascual, IVE.

El conocimiento secreto que María tiene de nuestras ofrendas es el conocimiento que nosotros le manifestamos generalmente cuando vamos a visitarla en algún santuario o al ver su imagen. Conocimiento que ella tiene porque ve el fondo de nuestro corazón y sabe que todo lo que hacemos, por ser sus hijos, se lo entregamos a ella como ofrenda de amor.

Para hablar de este conocimiento recordaré aquel pasaje del Evangelio de la viuda pobre[1] que hizo su pequeña ofrenda, pequeña materialmente, y que llamó la atención de Jesús que conoce el fondo de los corazones y las acciones de los hombres de todos los tiempos.

Jesús dijo a sus apóstoles en aquella ocasión que la viuda, que apenas echó dos moneditas, había hecho la ofrenda más grande de todos porque dio todo, dio lo único que le quedaba para vivir. La ofrenda de la viuda es un culto a la divina providencia y una entrega sin reservas, en definitiva, en manos de Dios que es el Señor de todas las cosas.

Así como agradó aquella ofrenda al Señor así agradan las ofrendas similares a Nuestra Señora. Ella no mira tanto la ofrenda exterior cuanto la interior, ese desprendimiento del corazón de todas las cosas, no sólo de las materiales sino, en especial, de las espirituales y de nosotros mismos. Ella quiere que nos ofrendemos completamente a ella porque quiere hacer en nosotros y por nosotros obras grandes.

La Virgen María recibe muchas ofrendas, ofrendas de todo tipo, pero quiere que sus hijos no se queden sólo en el ofrecimiento exterior, quiere que sus hijos vayan ofreciendo su vida, que quieran cambiarla por una vida más auténtica, que se acerquen a ella, que vivan como ella. ¿Para qué le sirven tantos vestidos, joyas y cosas materiales si ella está en el Cielo junto a Dios y no tiene necesidad de nada porque es plenamente feliz? Ella quiere almas, almas que quieran ser como su Hijo, almas que se vacíen de sí mismas y se le entreguen para que las moldee a imagen de Jesús.

Así como las ofrendas son diversas, así lo que piden sus hijos a esta agraciada Madre es variado y ella socorre sus necesidades con amor extraordinario, pero quienes le pidan cosas grandes y en especial su conversión, vivir una vida pura, una vida “cristificada”, lo alcanzarán de ella.

Ofrendar lo que nos sobra, lo que podemos dar sin mucha incomodidad está bien, ofrecerle cosas que nos cuestas y que implican sacrificios está mejor y esos sacrificios tienen grados: de los materiales a los físicos y a los espirituales y éstos últimos tienen mayor valor. Pero ofrendarse todo, bienes y persona es óptimo, como lo hizo la viuda del Evangelio. Animémonos a cuanto podamos pero debemos saber que podemos ofrendarnos como esclavos de amor y esta es la mayor devoción que le podemos tener.

La verdadera devoción consiste en darse todo entero, como esclavo de amor, a María. Todo se resume en obrar siempre: por María, con María, en María y para María a fin de obrar más perfectamente por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo y para Jesucristo[2].

“Con esta devoción se inmola el alma a Jesús por María, con un sacrificio, que ni en orden religiosa alguna se exige, de todo cuanto el alma más aprecia; y del derecho que cada cual tiene de disponer a su arbitrio del valor de todas sus oraciones y satisfacciones: de suerte que todo se deja a disposición de la Virgen Santísima que, a voluntad suya, lo aplicará para mayor gloria de Dios que sólo Ella perfectamente conoce.

A disposición suya se deja todo el valor satisfactorio e impetratorio de las buenas obras […] también nuestros méritos los ponemos con esta devoción en manos de la Virgen Santísima; pero es para que nos los guarde, aumente y embellezca […]

¡Feliz y mil veces feliz el alma generosa que, esclava del amor, se consagra enteramente a Jesús por María, después de haber sacudido en el bautismo la esclavitud tiránica del demonio![3]

Una de las ofrendas más agradables a la Madre de Dios son nuestras ofrendas en favor del prójimo. Oraciones, sacrificios, renuncias en favor de nuestros hermanos.

El amor al prójimo es la característica principal del hijo de María y del hermano de Jesús. “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros”[4] y “en esto conocerán todos que sois discípulos míos”[5]. El amor al prójimo es la plenitud de la ley y por él demostramos el amor que tenemos a Dios.

Dice San Juan Crisóstomo: “El cristiano fervoroso ha de preocuparse del bien de los demás. Y en esto no nos vale la excusa de la pobreza, ya que entonces nos acusaría el ejemplo de la viuda que echó las dos moneditas en el templo. Pedro afirmó no tengo plata ni oro. Asimismo Pablo era tan pobre, que muchas veces pasó hambre por carecer del alimento necesario. Tampoco sirve pretextar un nacimiento humilde, ya que éstos eran de origen humilde. Como tampoco nos excusa la ignorancia, pues ellos eran hombres sin letras. Ni la enfermedad, pues Timoteo con frecuencia padecía enfermedades. Todos podemos ayudar a nuestro prójimo, si cada cual cumple con lo suyo”[6].

Nuestras ofrendas al prójimo muestran nuestras ofrendas a Dios y nuestra entrega a Dios, porque mostramos nuestro amor a Dios a quien no vemos amando al prójimo a quien vemos como lo hizo el Buen Samaritano[7], que vio al prójimo en necesidad y se compadeció de él dándole de lo que tenía para curarlo, es decir, usando de misericordia para con él.

Ofrendemos a María la ayuda a nuestro prójimo necesitado, en humilde sacrificio por todo lo que Ella nos da. Que se pueda decir de nosotros: “En cuanto al amor mutuo, no necesitáis que os escriba, ya que vosotros habéis sido instruidos por Dios para amaros mutuamente. Y lo practicáis bien con los hermanos de toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que continuéis practicándolo más y más”[8].

 

[1] Cf. Mc 12, 41-44

[2] V.D. nº 257-265…, 578-84

[3] San Luis María Grignion de Montfort, Obras de San Luis María G. de Montfort, El Secreto de María nº 29-34, BAC Madrid 1954, 279-281

[4] Jn 13, 34

[5] Jn 13, 35

[6] San Juan Crisóstomo, Homilía 20, 4: PG 60, 162-164. Cit. en la Liturgia de las Horas (IV), segunda lectura del común de santos varones.

[7] Lc 10, 30s

[8] 1 Ts 4, 9-10