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El Pan celestial y la bebida de salvación

De las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén

Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo.» y tomando el cáliz, después de pronunciar la acción de Gracias, dijo: «Tomad y bebed, ésta es mi sangre.» Por tanto, si él mismo afirmó del pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó: Ésta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?

Por esto hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el cuerpo y sangre de Cristo. Se te da el cuerpo del Señor bajo el signo de pan, y su sangre bajo el signo de vino; de modo que al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo te haces concorpóreo y consanguíneo suyo. Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre. Así, como dice san Pedro, nos hacemos participantes de la naturaleza divina.

En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Pero, como ellos entendieron estas palabras en un sentido material, se hicieron atrás escandalizados, pensando que los exhortaba a comer su carne.

En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero, como eran algo exclusivo del antiguo Testamento, ahora ya no existen. Pero en el nuevo Testamento hay un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan es apropiado al cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la naturaleza del alma.

Por lo cual, el pan y el vino eucarísticos no han de ser considerados como meros y comunes elementos materiales, ya que son el cuerpo y la sangre de Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos sugieren lo primero, hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos enseña la fe.

Adoctrinados e imbuidos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo; respecto a lo cual hallamos la antigua afirmación del salmo: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro. Da, pues, fuerzas a tu corazón, comiendo aquel pan espiritual y da brillo así al rostro de tu alma.

Ojalá que con el rostro descubierto y con la conciencia limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

(Catequesis 22 [Mistagógica 4], 1. 3-6. 9: PG 33, 1098-1106)

LOS DOS PARTIDOS [CARTA A LOS AMIGOS DE LA CRUZ]

Recordad, queridos Confrades, que nuestro buen Jesús nos mira en este instante y dice a cada uno de vosotros en particular: “He aquí que casi todos me han abandonado en el camino real de la Cruz.

San Luis María Grignion de Montfort

2° – Los Dos Partidos

  1. A) El partido de Jesús y el del mundo

[7] He aquí, queridos Confrades, dos partidos que se enfrentan todos los días: el de Jesucristo y el del mundo. El de nuestro amable Salvador está a la derecha, en una pendiente ascendente, en un camino estrecho que se ha vuelto aún más angosto debido a la corrupción del mundo. El buen Maestro va al frente, con los pies descalzos, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo todo ensangrentado y cargando una pesada Cruz. Solo unas pocas personas, y de las más valientes, lo siguen, porque su voz tan delicada no se escucha en medio del tumulto del mundo; o bien, no se tiene el valor de seguirlo en su pobreza, sus dolores, sus humillaciones y sus otras cruces, que necesariamente hay que llevar, a su servicio, todos los días de la vida.​

[8] A la izquierda está el partido del mundo, o del demonio, que es el más numeroso, el más significativo y el más brillante, al menos en apariencia. Todos los individuos más destacados corren hacia él; se apresuran, a pesar de que los caminos son amplios, más amplios que nunca debido a las multitudes que por ellos pasan como torrentes, y están sembrados de flores, bordeados de placeres y diversiones, cubiertos de oro y plata.​

  1. B) Espíritu totalmente opuesto de los dos partidos

[9] A la derecha, el pequeño rebaño que sigue a Jesucristo solo habla de lágrimas, penitencias, oraciones y desprecio del mundo; se oyen continuamente estas palabras, entrecortadas de sollozos: “Suframos, lloremos, ayunemos, oremos, ocultémonos, humillémonos, empobrezcámonos, mortifiquémonos; porque el que no tiene el espíritu de Jesucristo, que es un espíritu de cruz, no le pertenece; los que son de Jesucristo han mortificado la carne con sus concupiscencias; es necesario conformarse a la imagen de Jesucristo o condenarse. ¡Ánimo!”, exclaman ellos. “¡Ánimo! Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Aquel que está en nosotros es más fuerte que el que está en el mundo. El siervo no es mayor que su señor. Un momento de leve tribulación redunda en peso eterno de gloria. Hay menos elegidos de lo que se piensa. Solo los valientes y los violentos arrebatan el cielo por la fuerza; nadie será coronado allí si no ha combatido legítimamente, según el Evangelio, y no según la moda. ¡Combatamos, pues, vigorosamente, corramos rápidamente para alcanzar la meta, a fin de ganar la corona!” He aquí una parte de las palabras divinas con que los Amigos de la Cruz se animan mutuamente.​

[10] Los mundanos, al contrario, gritan todos los días, para animarse a perseverar en su malicia sin escrúpulos: “¡Vida, vida! ¡Paz, paz! ¡Alegría, alegría! ¡Comamos, bebamos, cantemos, bailemos, juguemos! Dios es bueno, Dios no nos hizo para que nos condenáramos; Dios no prohíbe que nos divirtamos; no nos condenaremos por eso. ¡Nada de escrúpulos! Non moriemini, etc…”​

  1. C) Amorosa llamada de Jesús

[11] Recordad, queridos Confrades, que nuestro buen Jesús nos mira en este instante y dice a cada uno de vosotros en particular: “He aquí que casi todos me han abandonado en el camino real de la Cruz. Los idólatras ciegos se burlan de mi cruz como de una locura, los judíos obstinados se escandalizan de ella, como si fuera objeto de horror, los herejes la han roto y derribado como cosa digna de desprecio. Pero, y esto solo puedo decirlo con lágrimas en los ojos y con el corazón traspasado de dolor, los hijos que crié en mi seno y que instruí en mi escuela, mis miembros, que animé con mi espíritu, me han abandonado y despreciado, convirtiéndose en enemigos de mi cruz. – Numquid et vos vultis abire? ¿Queréis, vosotros también, abandonarme, huyendo de mi Cruz, como los mundanos, que en esto son otros tantos anticristos: antichristi multi? ¿Queréis, en fin, conformaros al siglo presente, despreciar la pobreza de mi Cruz, para correr tras las riquezas? ¿Evitar el dolor de mi Cruz para buscar los placeres? ¿Odiar las humillaciones de mi Cruz, para ambicionar las honras? Tengo, en apariencia, muchos amigos que me hacen protestas de amor, y que, en el fondo, me odian, pues no aman mi Cruz; muchos amigos de mi mesa y poquísimos amigos de mi Cruz.​

[12] A esta amorosa llamada de Jesús, elevémonos por encima de nosotros mismos; no nos dejemos seducir por nuestros sentidos, como Eva; no miremos sino al autor y consumador de nuestra fe, Jesús crucificado; huyamos de la corrupción de la concupiscencia del mundo corrompido; amemos a Jesucristo de la mejor manera, es decir, a través de toda clase de cruces. Meditemos bien estas admirables palabras de nuestro amable Maestro, que encierran toda la perfección de la vida cristiana: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.

Fragmento del libro Carta a los amigos de la Cruz

SERMÓN SOBRE LOS DOLORES DE LA VIRGEN

¿Qué corazón podría permanecer insensible al ver a una Madre tan santa y tan llena de amor sufrir tanto? De hecho, ningún corazón podría comprender completamente el dolor de María al ver a su Hijo Jesús sufrir tanto por nosotros.

San Juan María Vianney

 

Mis hermanos:

Hoy meditamos sobre los dolores de Nuestra Señora. ¿Qué corazón podría permanecer insensible al ver a una Madre tan santa y tan llena de amor sufrir tanto? De hecho, ningún corazón podría comprender completamente el dolor de María al ver a su Hijo Jesús sufrir tanto por nosotros.

Nuestra Señora de los Dolores es ese modelo perfecto de paciencia y sumisión a la voluntad de Dios, incluso en medio de las mayores pruebas. Sus dolores fueron muchos, y, como nos recuerda la tradición de la Iglesia, estos dolores son siete:

La profecía de Simeón:
Cuando el anciano Simeón tomó al Niño Jesús en sus brazos en el Templo y le dijo a María: “Este niño está destinado a ser causa de caída y de resurgimiento para muchos en Israel, y será una señal de contradicción; y a ti, una espada te atravesará el alma”. ¡Oh, qué amargo fue este momento para Nuestra Señora! Ella ya veía, en espíritu, los tormentos de su Hijo, el desprecio que Él sufriría, y la agonía de su muerte en la cruz.

La huida a Egipto:
Poco después del nacimiento de Jesús, Herodes busca matar al Niño, y José recibe un aviso del ángel para huir. María debe escapar a un país extranjero, llevando a su Hijo en brazos. ¡Qué angustia para la Madre de Dios ver a su Hijo amenazado de muerte por un tirano cruel, y no tener un lugar seguro para Él!

La pérdida de Jesús en el Templo:
Imaginemos la aflicción de María cuando, al regresar de Jerusalén, se da cuenta de que su Hijo ha desaparecido. Durante tres días, ella y San José lo buscan, hasta que finalmente lo encuentran en el Templo. ¡Oh, qué dolor para el corazón de una madre, buscar a su Hijo amado sin saber dónde está!

El encuentro con Jesús en el camino del Calvario:
Este encuentro es quizá el más doloroso. María ve a su Hijo herido, sangrando y cargando una pesada cruz sobre sus hombros. Lo acompaña con el corazón destrozado. Cada paso de Jesús es como una espada que atraviesa el alma de María.

La crucifixión de Jesús:
¡Oh, mis hermanos, qué dolor indescriptible! María está allí, al pie de la cruz, presenciando la muerte de su Hijo. Jesús es clavado en la cruz, y María escucha el sonido de los martillos que perforan sus manos y pies. Escucha sus palabras de agonía, ve su cuerpo desfigurado, pero no puede hacer nada para aliviar su sufrimiento. Todo el dolor de Jesús es también el dolor de María.

El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz:
Cuando Jesús es retirado de la cruz, su cuerpo sin vida es colocado en los brazos de su Madre. Ella lo sostiene, lo contempla, y ve todas las llagas y heridas que Él sufrió por nuestra salvación. María sufre en silencio, aceptando este inmenso dolor con una sumisión perfecta a la voluntad de Dios.

La sepultura de Jesús:
Finalmente, el cuerpo de Jesús es colocado en el sepulcro. María debe despedirse de su Hijo. ¡Qué momento de desolación! Para una madre, no hay dolor más grande que ver a su hijo muerto ser enterrado. Y, sin embargo, María soporta todo esto con fe y confianza.

Mis hermanos, ¿qué nos enseñan los dolores de Nuestra Señora? Nos muestran el camino de la paciencia, de la sumisión y de la confianza en Dios, incluso en los momentos más difíciles. María no se rebela, no cuestiona los designios de Dios. Ella acepta todo con un amor profundo y una confianza inquebrantable en su Señor.

Debemos aprender de Nuestra Señora a aceptar las cruces que Dios permite en nuestras vidas. Muchas veces, en nuestros dolores y sufrimientos, podemos ser tentados a desesperarnos o a murmurar contra Dios. Pero María nos enseña que, con fe y amor, podemos transformar nuestros sufrimientos en un camino de santificación.

Acerquémonos a Nuestra Señora de los Dolores en nuestros momentos de aflicción. Ella, que soportó tanto sufrimiento por amor a nosotros, ciertamente intercederá por nosotros ante su Hijo. Que, al meditar sobre sus dolores, podamos encontrar en ella el consuelo y la fuerza para cargar nuestras propias cruces.

Que Nuestra Señora de los Dolores nos acompañe siempre y nos conduzca a su Hijo, Jesucristo. Amén.

 

EL VALOR DE LA SANGRE DE CRISTO

¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor.

San Juan Crisóstomo

¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que la profetizaron y recorramos las antiguas Escrituras.

Inmolad —dice Moisés— un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa”. «¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional, ¿puede salvar a los hombres dotados de razón?» «Sin duda —responde Moisés—: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor».

Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero huirá todavía más lejos.

¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio.

Del costado salió sangre y agua“. No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva.

Por esta misma razón, afirma san Pablo: “Somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos”, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que Dios hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salida de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras este dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.

Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer.

De las catequesis de San Juan Crisóstomo, obispo

(Catequesis 3, 13-19: SCh 50. 174-177)

AL LAVATORIO DEL FALSO APÓSTOL

Lope de Vega

Besando está Jesucristo

de un hombre infame los pies,

después de haberlos lavado

y regalado también.

 

Como eran los pies autores

de aquella traición cruel,

con la boca está probando

si los puede detener.

 

¡Oh besos tan mal pagados!

Mi vida, no le beséis,

pues sólo para que os prendan

os ha de besar después.

 

¡Oh estéril planta perdida,

que regada por el pie,

y dándole el sol de Cristo,

no tuvo calor de fe!

 

¿Los pies le laváis, Señor?

Pero si os van a vender,

¿cómo pueden quedar limpios,

aunque vos se los lavéis?

 

De aquello que vos laváis

decía un Profeta Rey,

que más que nieve sería,

y en estos pies no lo fue.

 

Mas no lo quedar el dueño

no estuvo en vos, sino en él,

que mal puede sin materia

imprimir la forma bien.

 

¡Oh soberana humildad!

¿Quién no se admira que esté

el infierno sobre el cielo,

que es más que el mundo al revés?

 

Nunca en la Iglesia de Cristo

los hombres pensaron ver

que esté el pecador sentado

y el Sacerdote a los pies.

 

Hoy parece un falso apóstol

más soberbio que Luzbel,

que el otro quiso igualarse,

y éste más alto se ve.

 

Amigo, entre sí le dice,

¿cómo me quieres poner

en manos de mi enemigo

por tan pequeño interés?

 

La forma tengo de siervo,

porque le dijo a Gabriel

mi Madre que ella lo era

y desde allí lo quedé.

 

Pero es el precio muy poco,

y partes en mí se ven

que al fin por treinta dineros

es lástima que las des.

 

Hijo soy de Dios eterno,

y tan bueno como él,

de su sentencia engendrado

y con su mismo poder.

 

Con las gracias que hay en mí,

mudos hablan, ciegos ven,

muertos viven, que tú sólo

no quieres vivir ni ver.

 

Mi hermosura aquí la miras,

mis años son treinta y tres,

que aún a dinero por año

no has querido que te den.

 

Aunque es mi madre tan pobre

que te diera, yo lo sé,

más que aquellos mercaderes

de la sangre de José.

 

¿Cómo diste tan barato

todo el trigo de Belén,

pan de la tierra y el cielo

se han de sustentar con él?

 

¿Qué Cordero aquestas Pascuas

para la Ley de Moisés,

no valdrá más que yo valgo,

siendo de gracia mi ley?

 

Dulce Jesús de mi vida,

más inocente que Abel,

no lavéis más estas plantas,

piedras son, que no son pies.

 

Quitad la boca, Señor,

de ese bárbaro infiel,

y esas manos amorosas

en nuestras almas poned.

 

Porque lavadas de vos

vayan con vos a comer

ese Cordero divino

a la gran Jerusalén.

 

LA PLENITUD DEL AMOR

Él era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su  carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad

San Agustín

 

El Señor, Hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: “Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros.

Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: “Sentado a la mesa de un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante”. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: “Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas”. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante.

Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.

Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. Él era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su  carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.

Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros.

De los tratados de San Agustín, obispo, sobre el Evangelio de San Juan.

(Tratado 84, 1-2: CCL. 36,536-538)

UNA SOLA MUERTE EN EL BAUTISMO

Y  así, para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo, no solo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, de humildad y de paciencia, sino también en su muerte

San Basilio Magno

 

Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar al hombre levantándolo de su caída y haciendo que pasara del estado de alejamiento, al que le había llevado su desobediencia, al estado de familiaridad con Dios. Este fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de sus ejemplos de vida evangélica, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo adoptivo.

Y  así, para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo, no solo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, de humildad y de paciencia, sino también en su muerte, como dice Pablo, el imitador de Cristo: “Muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos“.

Mas, ¿de qué manera podremos reproducir en nosotros su muerte? Sepultándonos con él por el bautismo. ¿En qué consiste este modo de sepultura, y de qué nos sirve el imitarla? En primer lugar, es necesario cortar con la vida anterior. Y esto nadie puede conseguirlo sin aquel nuevo nacimiento de que nos habla el Señor, ya que la regeneración, como su mismo nombre indica, es el comienzo de una vida nueva. Por esto, antes de comenzar esta vida nueva, es necesario poner fin a la anterior. En esto sucede lo mismo que con los que corren en el estadio: estos, al llegar al fin de la primera parte de la carrera, antes de girar en redondo, necesitan hacer una pequeña parada o pausa, para reemprender luego el camino de vuelta; así también, en este cambio de vida, era necesario interponer la muerte entre la primera vida y la posterior, muerte que pone fin a los actos precedentes y da comienzo a los subsiguientes.

¿Cómo podremos, pues, imitar a Cristo en su descenso a la región de los muertos? Imitando su sepultura mediante el bautismo. En efecto, los cuerpos de los que son bautizados quedan, en cierto modo, sepultados bajo las aguas. Por esto el bautismo significa, de un modo misterioso, el despojo de las obras de la carne, según aquellas palabras del Apóstol: “Fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por hombres, cuando os despojaron de los bajos instintos de la carne, por la circuncisión de Cristo. Por el bautismo fuisteis sepultados con Él“, ya que el bautismo en cierto modo purifica el alma de las manchas ocasionadas en ella por el influjo de esta vida en carne mortal, según está escrito: “Lávame: quedaré más blanco que la nieve“. Por esto reconocemos un solo bautismo salvador, ya que es una sola la muerte en favor del mundo y una sola la resurrección de entre los muertos, y de ambas es figura el bautismo.

 

Del libro de San Basilio Magno, obispo, sobre el Espíritu Santo

(Cap. 15,35: PG 32,127-130)

La Pasión del Señor [Parte II/II]

Sermón 128 de San Agustín

  1. Los soldados le despojaron de sus vestiduras después de haber constituido cuatro lotes que simbolizaron a sus sacramentos que iban a extenderse por las cuatro partes del orbe.
  2. El hecho de que, en vez de partirla, sortearan la única túnica, inconsútil, demuestra con suficiencia que los sacramentos visibles, aunque también ellos son vestimenta de Cristo, puede tenerlos quienquiera, independientemente de que sea bueno o malo; en cambio, la fe pura, que obra la perfección de la unidad mediante la caridad –caridad derramada desde lo alto en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado-, no pertenece a quienquiera, sino a quien le sea donada como en suerte por una misteriosa gracia de Dios. Por eso dijo Pedro a Simón, que estaba en posesión del bautismo, pero no de la fe: No tienes lote ni parte en esta fe.
  3. El que, habiendo reconocido a su madre desde la cruz (Jesucristo), la encomendara al cuidado de su discípulo amado es una manifestación adecuada de su afecto humano en el momento en que moría como hombre. Esta hora aún no había llegado cuando, a punto de convertir el agua en vino, en su condición de Dios dijo a su misma madre: ¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. No había recibido de María lo que tenía en cuanto Dios, como había recibido de ella lo que pendía de la cruz.
  4. Con las palabras tengo sed reclama la fe de los suyos. Pero como vino a su propia casa y los suyos no le recibieron, en lugar de la suavidad de la fe, le dieron el vinagre de la infidelidad, precisamente en una esponja. Hay motivos para compararlos con la esponja, pues no son macizos, sino que están hinchados; en vez de estar abiertos con libre acceso a la profesión de la fe, están llenos de escondrijos, de los tortuosos recodos de las insidias. Además, aquella bebida tenía también el hisopo, hierba humilde de la que se dice que, mediante su poderosísima raíz, se adhiere a las piedras. Había en aquel pueblo gente para la que se mantenía tal crimen a fin de que humillase su alma, arrepintiéndose y renegando de lo hecho. Bien los conocía quien recibía el hisopo junto con el vinagre. También por ellos oró, según testimonio de otro evangelista, cuando dijo desde la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.
  5. Con las palabras: Todo está consumado, e, inclinada la cabeza, entregó su espíritu, mostró que su muerte no era fruto de necesidad, sino de libertad, al esperar a morir cuando se había cumplido todo lo profetizado sobre él, puesto que también estaba escrito: Y en mi sed me dieron a beber vinagre. Todo lo hizo como quien tiene poder para entregar su vida, según él mismo había afirmado. Y entregó el Espíritu por humildad, esto es, con la cabeza inclinada, él que iba a recibirlo con la cabeza erguida, una vez resucitado. Que esta muerte e inclinación de cabeza era prueba de un gran poder ya lo había predicho el patriarca Jacob, al bendecir a Judá, con estas palabras: Te elevaste estando acostado; dormiste como un león. La elevación simboliza la cruz; el estar acostado, el reclinar la cabeza; la dormición, la muerte, y el león, el poder.
  6. El mismo evangelio indicó por qué a aquellos dos se les quebraron las piernas, y a él no, porque estaba muerto. En efecto, convenía manifestar también, mediante este hecho, que la pascua de los judíos se había instituido como profecía suya; estaba mandado que en ella no se rompiese ningún hueso del cordero.
  7. De su costado, traspasado por la lanza, brotó sangre y agua hasta llegar a la tierra. En ello, sin duda alguna, hay que ver los sacramentos, que constituyen la Iglesia, semejante a Eva, que fue formada del costado de Adán, figura del Adán futuro, mientras él dormía.
  8. José y Nicodemo le dieron sepultura. Según algunos que han averiguado la etimología del nombre, José significa «aumentado». En cuanto a Nicodemo, nombre griego, son muchos los que saben que está compuesto de los términos «victoria» y «pueblo», puesto que nikos significa victoria y demos pueblo. ¿Quién fue aumentado al morir sino quien dijo: Si el grano de trigo no muere, se queda él solo; si, en cambio, muere, ¿se multiplica?¿Y quién al morir venció al pueblo que lo perseguía sino quien, después de resucitar, será su juez?

 

La Pasión del Señor [Parte I/II]

Sermón 128 de San Agustín

  1. Con toda solemnidad se lee y se celebra la pasión de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, cuya sangre purgó nuestros delitos. El objetivo es que esta devota práctica anual renueve nuestra memoria y que, al acudir tanta gente, la proclamación de nuestra fe alcance mayor gloria. La solemnidad misma me exige que os dirija un sermón sobre la pasión del Señor, según él me lo conceda. En cuanto sufrió de parte de sus enemigos, nuestro Señor se dignó dejarnos un ejemplo de paciencia para nuestra salvación, útil para el decurso de esta vida, de manera que no rehusemos padecer lo mismo por la verdad del evangelio, si así él lo quisiere. Pero, como aun lo que sufrió en esta carne mortal lo sufrió libremente y no por necesidad, es justo creer que también quiso simbolizar algo en cada uno de los hechos que tuvieron lugar y quedaron escritos sobre su pasión.
  2. En primer lugar, en el hecho de que, después de ser entregado para la crucifixión, llevó él mismo la cruz, nos dejó una muestra de continencia y, al ir él delante, indicó qué ha de hacer quien quiera seguirle. Idéntica exhortación la hizo también verbalmente cuando dijo: Quien me ame, que tome su cruz y me siga. Llevar la propia cruz equivale, en cierto modo, a gobernar la propia mortalidad.
  3. El hecho de ser crucificado en el Calvario significó que en su pasión tuvo lugar el perdón de todos los pecados, de los que dice el salmo: Mis maldades se han multiplicado más que los cabellos de mi cabeza.
  4. Con él fueron crucificados, uno a cada lado, dos hombres. Con ello mostró que a unos los tendrá a su derecha y a otros a su izquierda. Estarán a su derecha aquellos de quienes se dice: Dichosos los que sufren persecución por causa de la justicia; a su izquierda, en cambio, aquellos de quienes se dice: Aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.
  5. El rótulo puesto sobre la cruz, en el que estaba escrito: Rey de los judíos, puso de manifiesto que ni siquiera procurándole la muerte pudieron conseguir los judíos que no fuera su rey quien con la más palmaria y sublime potestad dará a cada uno lo que merezcan sus obras. Por esta razón se canta en el salmo: Él me constituyó rey sobre Sion, su monte santo.
  6. El que el rótulo estuviese escrito en tres lenguas: hebreo, griego y latín, indicaba que iba a reinar no sólo sobre los judíos, sino también sobre los gentiles. Por eso, después de haber dicho en el mismo salmo: Él me constituyó rey sobre Sion, su monte santo, es decir, donde reinó la lengua hebrea, añade a continuación, como refiriéndose a la griega y a la latina: El Señor me dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy; pídemelo, y te daré los pueblos en herencia, y los confines de la tierra como tu posesión. No porque el griego y el latín sean las únicas lenguas habladas por los gentiles, sino porque son las que más destacan; la griega, por cultura literaria, y la latina, por el Imperio Romano. La mención de estas tres lenguas manifestaba que la totalidad de los gentiles se sometería a Cristo; no obstante ello, en el rótulo no se añadió: «Rey de los gentiles», sino que se escribió sólo: Rey de los judíos, para que la fórmula precisa revelase el origen de la raza cristiana. Como está escrito: La ley salió de Sion, y la palabra del Señor, de Jerusalén. ¿Quiénes son, en efecto, los que dicen en el salmo: Nos sometió a los pueblos y puso a los gentiles bajo nuestros pies, sino aquellos de quienes dice el Apóstol: Si los gentiles participaron de sus bienes espirituales, ¿deben servirles con sus bienes materiales?¿Acaso no vemos que los pueblos están sometidos a la excelentísima gracia anunciada por los apóstoles? ¿O debemos mirar a las ramas desgajada, las que hoy reciben el nombre de judíos? ¿No debemos oír más bien a aquel israelita, descendiente de Abrahán, convertido de Saúl (Saulo) en Pablo (Paulo) y, por tanto, de pequeño en grande, que amonesta y dice al acebuche injertado: «Date cuenta que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz quien te sostiene a ti»? Así, pues, el rey de los judíos es Cristo, bajo cuyo yugo ligero han sido enviados también a la salvación los gentiles. Que se les haya concedido a ellos es fruto de una mayor misericordia, como lo revela claramente el Apóstol mismo allí donde dice: Pues afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos en pro de la veracidad de Dios, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los padres, y que los gentiles glorifican a Dios por su misericordia. No tenía ninguna obligación de quitar el pan a los hijos para dárselo a los perros, si los perros, humillados para apañar las migas que caen de la mesa de sus amos y elevados y hechos hombres por la humildad misma, no hubieran merecido tener acceso a la mesa.
  7. Los príncipes de los judíos sugirieron a Pilato que en ningún modo escribiera que él era el rey de los judíos, sino que decía serlo; pero él respondió: Lo escrito, escrito está. Como los judíos simbolizaban las ramas desgajadas, así Pilato simbolizaba al acebuche injertado, puesto que era un gentil quien escribía la confesión de los gentiles, dejando convictos de su rechazo a los judíos, de quienes con razón dijo el Señor: Se os quitará a vosotros el reino y se le entregará a un pueblo que cumpla la justicia. Pero no por eso deja de ser rey de los judíos. Es la raíz la que sostiene el acebuche, no el acebuche a la raíz. Y, aunque la infidelidad haya desgajado aquellas ramas, no por ello repudió Dios a su pueblo, al que conoció de antemano. Pues también yo soy israelita -dice el Apóstol- . Aunque los hijos del reino que no quisieron que el Hijo de Dios fuera su rey vayan a parar a las tinieblas exteriores, vendrán muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa, no con Platón y Cicerón, sino con Abrahán, Isaac y Jacob, en el reino de Dios. Pilato, en efecto, escribió: Rey de los judíos, no «Rey de los griegos» o «Rey de los latinos», aunque iba a reinar sobre los gentiles. Y lo que mandó escribir quedó escrito, sin que la sugerencia de los incrédulos lograra cambiar lo que tanto tiempo antes estaba predicho en el salmo: No modifiques la inscripción del rótulo. Todos los pueblos creen en el rey de los judíos; él reina sobre todos los gentiles, pero es solamente rey de los judíos. Tanto vigor tuvo aquella raíz, que ella misma puede cambiar en olivo al acebuche injertado, mientras que el acebuche no puede eliminar el nombre del olivo.

La mujer adúltera y el corazón de Cristo

Homilía del Domingo

El Domingo anterior la liturgia nos ofreció el Evangelio donde nuestro Señor Jesucristo nos narraba la parábola del hijo pródigo, uno de los textos -como sabemos-, más hermosos acerca de la divina Misericordia; una de las explicaciones más tiernas acerca del obrar de Dios Padre al esperar, recibir y sanar y revestir al pecador que regresa arrepentido. Pero hoy nos toca pasar de la parábola a la realidad, no ya una manera de representar la misericordia de Dios sino de verla en acción por medio del Hijo, el enviado a rescatar lo que se había perdido, el Cordero de Dios que ha descendido del Cielo para salir en busca de los pecadores que necesitan ser sanados y redimidos.

Jesús está predicando cuando, de pronto, le traen a una mujer sorprendida en “flagrante delito de adulterio”. “Flagrante” significa, “que se está ejecutando actualmente; evidente, que no admite refutación”. Es decir, que esta mujer no tiene ni una sola posibilidad de poner excusas, como para aminorar de algún modo su pecado. Simplemente es culpable, evidentemente culpable, inexcusablemente culpable y hasta públicamente culpable… pensemos un poco en lo terrible del dolor del corazón de esta pecadora sorprendida en su pecado: Jesús está predicando ante una multitud, y a ella la ponen delante de Él, como en una vitrina donde todos pueden señalarla y acusarla. Pensemos, por ejemplo, en una persona que miente, y de pronto alguien demuestra frente a los demás su mentira dejándola llena de vergüenza, quitándole credibilidad, decepcionando a más de alguno; y ahora pensemos en esta mujer adúltera: el adulterio es más vergonzoso, es traición a la fidelidad prometida delante de Dios y de todos los testigos del compromiso público de permanecer fiel a una persona que se dice que se ama para toda la vida… el dolor del corazón de esta mujer humillada así, públicamente, debió haber sido realmente terrible. Pero allí donde los demás veían solamente a una culpable puesta en medio, en silencio, nuestro Señor veía un corazón arrepentido…, culpable de su pecado al momento de ser descubierta, sí, pero ahora sinceramente arrepentida; y como eso es lo que a Dios realmente le importa, Jesús se va a encargar personalmente de defenderla, y también delante de todos, para que ninguna piedra le hiciera daño y ninguno de los oyentes se marchara para su casa creyéndose inmaculado sino pecador también, y merecedor de misericordia también si se hubiera, sinceramente, arrepentido de sus faltas.

Consideremos algunos detalles

La mujer se queda allí, en silencio:

Ya con esto comienza a ser ejemplar para nosotros: porque no pone excusas. Una persona que en lugar de reconocer sus pecados y pedir perdón por ellos, en cambio, los justifica o minimiza, le va cerrando las puertas a la misericordia; porque la misericordia viene a sanar el pecado del arrepentido, pero del verdadero arrepentido, es decir, el corazón que se duele de verdad de haber ofendido a Dios y no se justifica, no se disfraza, no le echa la culpa al otro, sino que asume honestamente su responsabilidad y con verdadera compunción pone sus faltas en las manos bondadosas de Dios. La mujer arrepentida no se justifica, y no habla sino hasta que Jesús, puesto por su juez delante de la multitud, le pregunta luego dónde están sus acusadores… a Él sí le responde, con Él ha sido totalmente sincera; no le negó el haber pecado, y por este genuino arrepentimiento es que Jesús en persona la absuelve de sus pecados. La mujer fue puesta delante de los ojos de todos, pero la única mirada realmente importante era la de Jesús, cuyos ojos divinos supieron ver bien el interior compungido de esta alma que renacía mediante su perdón.

 

Los escribas y fariseos:

Los que llegaron bravos y arrogantes se tuvieron que marchar aplastados bajo el peso de su conciencia. Venían con rabia y con malicia, no queriendo hacer justicia sino buscando la manera de “atrapar” finalmente a Jesús para poder condenarlo; pero la Palabra de Dios encarnada les responde con su sabiduría impregnada de verdad y compasión, dejándonos una de las frases más recordadas a través de los siglos para nuestro consuelo y reproche de las conciencias que pretender anteponer la condena a la compasión: “quien de vosotros esté libre de pecado, que le tire la primera piedra”, ¡magnífica respuesta!; sin ira, sin pedantería, sin nada de la arrogancia que ornamentaba a los acusadores; Jesús les hace ver y reconocer su condición de pecadores, ante la cual no les queda más remedio que marcharse poco a poco, “comenzando por los viejos”, es decir, los que ya habían vivido lo suficiente como para reconocer en estas palabras de Jesucristo la verdad de su condición de pecadores, dejando el juicio en manos de este hombre-Dios que hablaba con profunda autoridad.

 

La ternura de Jesús:

Cuando todos se marcharon quedó Jesús solo con la mujer. Gracias a Él ella no fue apedreada, es decir, le salvó la vida, pero lo más importante de todo -absolutamente-, es el hecho de que le salvó el alma.

Nuestro Señor, cuando se trata de acercar a un pecador a la conversión, sabe bien cómo usar las palabras y cómo obrar; por eso con algunos fue más duro y usó palabras fuertes, expresiones que hasta el día de hoy podrían ser chocantes para algunos dependiendo del contexto; por eso a esta mujer que estaba expuesta ante todo el mundo como pecadora no le reprocha nada… y no es que haya negado o justificado su pecado, claro que no, un pecado para poder ser perdonado en primer lugar debe ser reconocido y detestado; Jesús no vino a negar los pecados sino a enseñarnos a detestarlos de corazón, después Él se encargará del resto…

¿Dónde están tus acusadores?, le pregunta a la mujer, regalándole un gesto lleno de compasión y de ternura: la multitud estuvo presente para su humillación, y ella la aceptó sin poner excusas; ahora Dios le regala este maravilloso momento a solas con su Salvador; el que no la condenó, el que la salvó de la rabia de sus verdugos, el que le enseñó que para todo aquel que se arrepienta de corazón de sus pecados habrá perdón y salvación. Solamente en este momento escuchamos las palabras de la mujer: “nadie Señor”; reconociendo la gracia recibida y al mismo tiempo a quien le concedió esa gracia, por eso lo llama “Señor”.

Finalmente, el pedido de Jesús: “vete y no peques más”. Jesús le pide lo que todo corazón realmente arrepentido comienza a anidar en sí, “el deseo de no pecar más”, la firme resolución de no querer pecar más, al margen de la debilidad personal que puede ser muy real, pero aquí lo que importa para la validez del arrepentimiento es el propósito actual de no querer pecar más, de tal manera que esta sinceridad es la que, de parte del alma, habilita para recibir el perdón de Dios que a cada segundo de nuestras vidas se nos está ofreciendo… es interesante el hecho de que después de curar al paralítico de la piscina Jesús le dijo las mismas palabras pero agregando una advertencia: “… no sea que te ocurra algo peor”; sin embargo, a la mujer arrepentida y perdonada no…, tal vez porque sabía que no era necesario: ella había aprendido la lección, y llena de gratitud había decidido en lo más profundo de su corazón, allí donde Jesús había llegado, que no quería volver a ofender a Dios.

Que la santísima Virgen María, refugio de los pecadores, interceda por los corazones de los pecadores para que acudan con confianza al perdón divino cada vez que sea necesario y, a partir de ahí, puedan comenzar una profunda y muy fecunda conversión.
P. Jason, IVE.