María es Madre intacta porque concibió a Cristo con concepción virginal
P. Gustavo Pascual, IVE.
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María”[1].
“La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”[2].
“Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo”[3].
Además, de la Sagrada Escritura, están los testimonios de los Padres:
Dice San Gregorio Niseno: “el verdadero legislador fabricó nuevamente de nuestra tierra las tablas de la naturaleza que la culpa había roto, creando, sin unión carnal, el cuerpo que toma su divinidad y que esculpe el dedo divino, a saber, el Espíritu Santo que viene sobre la Virgen”[4].
Y San Juan Crisóstomo: “No te fijes en el orden natural cuando se trata de cosas que traspasan y superan el orden de la naturaleza. Tú dices: ¿Cómo se hará esto, puesto que no conozco varón? Pues por lo mismo que no conoces varón sucederá esto, porque si hubieras conocido varón, no serías considerada digna de este misterio; no porque el matrimonio sea malo, sino porque la virginidad es más perfecta. Convenía, pues, que el Señor de todo participase con nosotros en el nacimiento y se distinguiese en él. Tuvo de común con nosotros el nacer del vientre de una mujer, y nos superó naciendo sin que aquella se uniese a un hombre”[5].
Por parte del magisterio hay muchas proclamaciones sobre María como Madre intacta.
Citaremos lo que dice el Papa San Siricio: “A la verdad, no podemos negar haber sido con justicia reprendido el que habla de los hijos de María y con razón ha sentido horror vuestra santidad de que del mismo vientre virginal del que nació según la carne, Cristo, pudiera haber salido otro parto. Porque no hubiera escogido el Señor Jesús nacer de una virgen, si hubiera juzgado que ésta había de ser tan incontinente que, con semilla de unión humana, había de manchar el seno donde se formó el cuerpo del Señor, palacio del Rey eterno”[6].
“A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de San Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: la fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, y paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69; entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe, que lo ve en ese ‘nexo que reúne entre sí los misterios’ (DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquia da ya testimonio de este vínculo: ‘El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios’ (Ef 19, 1; cf. 1 Co 2, 8)”[7].
“Recodando esa presencia de María, no puedo menos de mencionar la importante obra de San Ildefonso de Toledo sobre la virginidad perpetua de Santa María en la que expresa la fe de la Iglesia sobre este misterio. Con fórmula precisa indica: ‘Virgen antes de la venida del Hijo, Virgen después de la generación del Hijo, Virgen con el nacimiento del Hijo, Virgen después de nacido el Hijo’ (cap. 1: PL 96,60)”[8].
María es Madre intacta porque concibió a Cristo con concepción virginal, lo cual, es manifiesto por cuatro motivos:
Por la dignidad de su Padre celestial, que le envió al mundo. Así, pues, cómo el Verbo fue engendrado desde toda la eternidad por Dios Padre siendo su único Padre, era conveniente por la dignidad del Padre celestial que no tuviera otro padre en la tierra. Pero, además, porque si entre los hombres es contranatural tener dos padres cuanto más sucede esto con Cristo que es hombre Dios ya que si así fuera, parecería contrariarse el mismo Dios.
Por la propia dignidad del Hijo. Así como el pensamiento mental es concebido con perfección cuando procede de un corazón sin doblez, y lo contrario sucede cuando en el corazón hay corrupción, por ejemplo, cuando se miente. Era conveniente que el Verbo perfectísimo en naturaleza, tomara su carne de alguien que no poseyera ninguna corrupción.
Por la humanidad de Cristo que venía a quitar los pecados del mundo. Por tanto, convenía que su concepción nada tuviera que ver con la concupiscencia de la carne que proviene del pecado. Porque, aunque la unión carnal dentro del matrimonio es buena, siempre que se cumplan las debidas condiciones, el hombre se somete a la concupiscencia. Por eso San Pablo aconsejaba a los casados dejaran de cohabitar un tiempo para dedicarse a la oración no sea que cayeran en incontinencia por el peligro constante del desorden de la concupiscencia de la carne (Cf. 1 Co 7, 5).
Por el fin de la Encarnación de Cristo, ordenada a que los hombres renaciesen hijos de Dios. “no por voluntad de la carne, ni por voluntad del varón, sino de Dios” (Jn 1, 13), esto es, por la virtud del mismo Dios. Por esto era conveniente que Jesucristo ejemplar y modelo de todo cristiano apareciese con la concepción virginal y obra del Espíritu Santo[9].
Pero, además, María fue Madre intacta durante toda su vida y lo será por toda la eternidad. “A esto se objeta a veces que la Escritura menciona a hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José, ‘hermanos de Jesús’ (Mt 13, 55), son los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56), que se designa de manera significativa como ‘la otra María’ (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf. Gn 13, 8; 14, 16; 29, 15)”[10].
Por tanto, no era conveniente que la Santísima Virgen tuviese más hijos:
Porque sería ofensivo para Cristo, que, así como es unigénito del Padre en la eternidad también convenía que fuera unigénito de madre en el tiempo. Además, María fue predestinada desde toda la eternidad para ser Madre del Salvador, por eso Dios la colmó de gracias, por lo tanto, el haber tenido otros hijos estaría fuera de la misión encomendada a María y, en consecuencia, fuera de los planes de la divina Providencia.
Sería ofensivo al Espíritu Santo, que eligió por santuario virginal a María, entonces no convenía violar tan excelente santuario. El seno de María fue el Santo de los Santos en el que sólo podía entrar el sacerdote eterno Cristo Jesús.
Ofendería la virginidad y santidad de la Madre. Porque estaría muy mal si María no se hubiera contentado con tal Hijo (el Hijo de Dios hecho carne) y que quisiera tener otros y también porque habría perdido su virginidad que milagrosamente Dios le había conservada.
María había hecho voto de virginidad y se había consagrado totalmente a Dios. Dios le había concedido la extraordinaria gracia de ser Madre sin perder la virginidad. Suponer que María consintiera perder por la unión carnal todas aquellas gracias sería contrario a la razón.
Al mismo San José, pues sería temerario el atreverse a atentar contra la pureza de María sabiendo que había concebido del Espíritu Santo. Jamás, tal cosa en aquel varón justo que al ver a su esposa embarazada decidió abandonarla en secreto[11].
San Agustín proclama a María Madre intacta cuando comenta el pasaje de Ez 44, 2 y dice: “¿qué es la puerta cerrada en la casa del Señor, sino que María siempre será intacta?”. Por eso todo cristiano debe proclamar junto con la Iglesia, “Oh María después del parto has permanecido intacta”.
[1] Lc 1, 26-27
[2] Mt 1, 18
[3] Mt 1, 23
[4] Catena Áurea, Lucas (IV)…, a Lc 1, 34-35, 21.
[5] Ibíd. …, a Lc 1, 34-35, 21.
[6] Denzinger E., El Magisterio de la Iglesia, Herder Barcelona 1963, Dz 91, 34-5. En adelante Dz
[7] Cat. Igl. Cat. n° 498…, 117.
[8] Juan Pablo II en España, Paulinas Buenos Aires 1983, 201.
[9] Cf. III, 28, 1 y ad 3.
[10] Cat. Igl. Cat. n° 500…, 118
[11] Cf. III, 28, 3.