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Madre y Señora

Sobre la esclavitud mariana[1]

P. Gustavo Pascual, IVE.

            María es nuestra madre, pues, nos dio a luz al pie de la cruz[2].

¿Por qué la conveniencia de que sea nuestra señora? Son muchas las conveniencias de hacerse esclavo de amor de la Santísima Virgen.

 

  1. La esclavitud mariana nos consagra totalmente al servicio de Dios.
  2. Nos hace que imitemos el ejemplo de Jesucristo y practiquemos la humildad.
  3. Nos alcanza su protección maternal.

 

  1. Es un medio excelente para procurar la mayor gloria de Dios

 

Muchas veces no obramos por la gloria de Dios porque no sabemos por qué medios le damos mayor gloria o porque no la buscamos.

Nosotros al ceder el valor y mérito de nuestras buenas obras a esta gran Señora sabemos que ella las aplica a la mayor gloria de Dios.

 

  1. Conduce a la unión con el Señor

 

+ Camino fácil

– Camino abierto por Jesús.

– Camino por el que se avanza suave y tranquilamente.

– Camino que tiene la permanente compañía de María.

– Camino de cruces pero endulzado por nuestra madre.

 

+ Camino corto

– Porque en él nadie se extravía.

– Se avanza por él con rapidez, gusto y facilidad.

– Se adelanta más, en menos tiempo.

– Porque por la sumisión a María el alma pronto se enriquece.

– Hasta los jóvenes se hacen viejos en sabiduría celestial.

 

+ Camino perfecto

Porque María es la más perfecta y santa de las criaturas y Jesucristo ha venido a nosotros de la manera más perfecta y no tomó otro camino que María.

 

+ Camino seguro

– Porque esta devoción de esclavitud no es nueva. Muchos santos la han practicado desde antiguo y llegaron al cielo.

– Es medio seguro para ir a Jesucristo. Porque María tiene por oficio llevarnos a Jesús y éste a Dios Padre.

Pues quien desee tener el fruto perfecto Jesucristo debe tener el árbol que lo produce.

– Cuanto mas uno busque a María en oraciones, contemplaciones, acciones y padecimientos más perfectamente hallará a Jesús que esta siempre en María.

– Además donde esta María no esta el maligno.

– Para avanzar sin temor e ilusiones hay que seguir esta devoción de esclavitud de amor.

  1. Nos lleva a la plena libertad de los hijos de Dios

Libertad interior.

– Quita del alma todo escrúpulo y temor servil.

– Ensancha el corazón con santa confianza en Dios.

– Nos inspira amor filial y tierno.

 

  1. Procura grandes ventajas al prójimo

– Se le da el valor satisfactorio e impetratorio de nuestras obras y ella las aplica a quien quiere.

 

  1. Es un medio maravilloso de perseverancia

– Somos débiles en perseverar.

– Nos confiamos por esta devoción a su fidelidad.

 

“Cuando ella te sostiene, no caes; cuando ella te protege, no temes; cuando ella te guía, no te fatigas; cuando ella te es favorable, llegas hasta el puerto de salvación” (San Bernardo).

            “Si confío en ti, oh Madre de Dios, me salvare; protegido por ti, nada temeré; con tu auxilio combatiré a mis enemigos y los pondré en fuga porque ser devoto tuyo es un arma de salvación que Dios da a los que quiere salvar” (San Juan Damasceno).

 

  1. Hacer todo POR María

 

Obedecer en todo a María.

Regirse por su espíritu que es el Espíritu de Dios.

María jamás se condujo por su propio espíritu, siempre, por el espíritu de Dios, el cual fue Dueño y Señor de ella que tuvo su mismo espíritu.

María es grande por renunciar a su propio espíritu.

“El que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo”[3].

La humildad es base de la magnanimidad.

 

Tenemos que tener como ella:

+ Espíritu suave, manso y fuerte, es decir, santo abandono para grandes empresas, principalmente para llevar la cruz.

+ Espíritu celoso, con grandes deseos de glorificar a Dios y salvar las almas. Grandes deseos de ser santos.

+ Espíritu prudente, humilde y valeroso.

+ Espíritu puro, que viva la castidad a pleno en pensamientos, palabras y obras.

+ Espíritu fecundo, que arrastre al seguimiento y engendre hijos.

 

Para poseer éste espíritu hay que:

+ Renunciar al propio espíritu, luces y voluntad antes de hacer cualquier cosa.

+ Entregarse al espíritu de María para ser movidos y conducidos por ella.

Estar atentos… La voluntad de Dios se manifiesta a través de los mandamientos, del cumplimiento del deber de estado, de los superiores, etc.

Abandonarse sin preocupaciones, lo que no quiere decir inmovilidad y quietismo.

Dirigirle jaculatorias “renuncio a mí mismo por vos”, “me doy a vos, querida madre”.

 

  1. Hacer todo CON María

 

Mirar a María, conocerla y penetrar en los misterios de su vida.

Como lo hizo María o como lo haría María.

 

Meditar y examinar sus virtudes:

  • Su fe viva. Que nuestra fe sea inconmovible a pesar de la sensibilidad.
  • Su humildad profunda. Que nos lleve a ocultarnos.
  • Su pureza.

Que María sea nuestro molde.

 

III. Hacer todo EN María

 

+ Hay que entender y meditar lo siguiente: María es el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán.

  • En ella se albergó nueve meses Cristo.
  • En ella está el árbol de la vida. Allí encontramos a Cristo y también el cielo.
  • En ella está el árbol de la ciencia del bien y del mal. En ella encontramos la Sabiduría encarnada y la sabiduría para conducirnos en esta vida.

 

+ Para entrar en ella es necesaria la gracia del Espíritu Santo.

  • Debemos pedirla.
  • Debemos ser fieles para que el Señor se digne concedernos esa gracia.
  • Debemos, una vez conseguida, permanecer en ella con perseverancia.
  • Allí seremos alimentados de gracia y misericordia.
  • Seremos librados de temores y escrúpulos.
  • Estaremos a salvo de los enemigos del alma.

 

  1. Hacer todo PARA María

 

Todo hacerlo para ella como un siervo, como un esclavo.

Ella debe ser el fin próximo de nuestro obrar y así le agradaremos.

No permanecer ociosos. Para llegar a imitarla hay que tener un deseo eficaz.

Con su protección emprender grandes obras.

Defender sus privilegios.

Sostener su gloria.

Atraer a todos hacia ella.

Clamar y hablar contra los que abusan de su devoción.

Sólo debemos buscar como recompensa servir a esta gran Señora.

 

 

 

[1] Cf V.D. nº 135-182…, 513-41; 257-265…, 578-84.

[2] Cf. Jn 19, 27

[3] Mt 20, 27

Devoción a Nuestra Señora

San Alberto Hurtado

Es un elemento esencial en la vida cristiana. En los Ejercicios aparece continuamente: En todos los grandes coloquios: Infierno, Reino, Banderas, 3 grados de humildad; en las meditaciones de la Encarnación y del Nacimiento, en 2ª y 3ª semanas; en la oblación del Reino; mis votos religiosos en presencia de María.

El alma cristiana está llena de esta devoción. Los cruzados al caer: “Madre de Dios, ten misericordia de mí”, y los sarracenos los remataban: “Perro pagano, Dios no tiene Madre”. En países de misión, el Islam que avanza, se ve detenido por María. Esas religiosas indígenas, todas con títulos de María, Capillas, Rosario, Escapulario, Templos, Peregrinaciones, Grutas.

1. En qué se funda la devoción a María

Es una lástima que prediquen esta devoción poética: Palma de Cades, Rosa de Jericó, ponderando únicamente su hermosura. El verdadero fundamento no lo descubre el hombre raciocinando (pues no acepta la idea de privilegio), sino orando bajo la inspiración del Espíritu Santo. En nuestra oración hallamos tan natural el privilegio de María antes de todo mérito suyo. Se ve en la celebración del 8 de diciembre. El pueblo que ora lo intuye. En Lovaina en el 50º aniversario de la Inmaculada Concepción, había iluminación hasta de las casas más modestas. Un niño es interrogado: En la Fiesta de Nuestra Señora, ¿tú le tienes envidia? -Nadie tiene envidia de la Madre.

2. La gracia de María funcional:

La gracia de María es gracia funcional. Toda gracia es funcional, en provecho de todos los demás, justos y pecadores. No se trata de honores sino de funciones. La función de María es ser Madre de Dios, y su gracia es para nosotros lo que funda nuestra esperanza, ya que la preferida de Dios es mi Madre, ¡qué bien lo entendieron los cristianos de la Edad media, en esos himnos maravillosos!

Todo tu honor, lo alcanzaste para nosotros.

Tú tienes que sernos la puerta de la vida,

como Eva lo fue de la muerte.

La gracia funcional de María persiste: Cuando Dios ha elegido una persona para una función no cambia de parecer. San José, patrono de la Sagrada Familia; la Sagrada Familia creció y es la Iglesia, luego José, patrono de la Iglesia. María al cuidado doméstico de la Sagrada Familia… Ésta crece al cuidado doméstico de la Iglesia: “Así como cuando vivía Jesús iba usted, oh Madre, con el cántaro sobre la cabeza a sacar agua de la fuente, venga ahora a tomar agua de la gracia y tráigala, por favor, para nosotros que tanto la necesitamos”.

3. Modelo de cooperación

María como Madre no quiere condecoraciones ni honras, sino prestar servicios. Y Jesús no va a desoír sus súplicas, Él, que mandó obedecer padre y madre. Su primer inmenso servicio fue el “Hágase”… y el “He aquí la Esclava del Señor” (Lc 1,38). Todos los teólogos de acuerdo en admitir que no habríamos tenido Encarnación si María se hubiese resistido (¡cuántas encarnaciones de Dios en el alma de sus fieles fallan por nuestra culpa!). Dios hizo depender su obra del “Sí” de María. Sin hacer bulla prestó y sigue prestando servicios: esto llena el alma de una santa alegría y hace que los hijos que adoran al Hijo, no puedan separarlo de la Madre. Varonil, fuerte y tierna, esta devoción afirmémosla. ¡Será la defensa de nuestros mejores valores!

 

Madre de misericordia

P. Gustavo Pascual, IVE.

Esta advocación comienza con San Odón, abad de Cluny.

            María es madre de misericordia porque nos dio a Jesucristo y también por ser madre espiritual de los fieles. Ella presenta en el cielo las necesidades de sus hijos ante su Hijo como lo hizo en las bodas de Caná.

            María es la profetiza que ensalza la misericordia de Dios.

            María en el Magnificat alaba la misericordia de Dios:

            “Y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen”[1].

            “Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia”[2].

            Nosotros debemos proclamar la misericordia de Dios como lo hizo María pues tiene con cada cristiano una misericordia particular.

            María es la mujer que ha experimentado de modo especial la misericordia de Dios.

            “María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado —como nadie— la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina”[3].

  1. María participa en grado eminente la misericordia divina

           En el Evangelio se narra la compasión de Jesús por nosotros. En esa compasión está nuestra salvación y seguridad, y en ella debemos aprender a ser misericordiosos con los demás. A mayor misericordia con los demás, alcanzaremos con más prontitud el favor de Dios[4].

            De esta misericordia es ejemplo la Santísima Virgen; ella “es la que conoce mas a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es”[5].

            “La misericordia nace del corazón y se apiada de la miseria ajena de tal manera que le duele y entristece como si fuera propia, llevando a poner los remedios oportunos para intentar sanarla”[6].

            En Jesucristo está la expresión plena de la misericordia divina: se entregó en la cruz, en acto supremo de amor misericordioso y ahora la ejerce desde el Cielo y en el sagrario; “No es tal nuestro Pontífice, que sea incapaz de compadecerse de nuestras miserias […] Lleguémonos, pues, confiadamente, al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia”[7].

            En María la misericordia se une a la bondad de madre; el título de madre de la misericordia fue ganado por ella en su “fiat” en Nazaret y en su “fiat” en el Calvario. “Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz”[8].

  1. Salud de los enfermos; refugio de los pecadores

           El título de madre de misericordia se ha expresado tradicionalmente a través de las siguientes advocaciones: salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos.

            La Santísima Virgen obtiene la curación del cuerpo, sobre todo cuando está ordenada al bien del alma. Otras veces hace entender el dolor, el mal físico como instrumento de la providencia de Dios para nuestro bien.

            La Santísima Virgen nos remedia también las heridas del pecado original que han sido agravadas por nuestros pecados personales. Fortalece a los que vacilan, levanta a los caídos y ayuda a disipar las tinieblas de la ignorancia y del error.

            En María encontramos amparo seguro. Ella acoge a los pecadores y los mueve al arrepentimiento.

  1. Consuelo de los afligidos y auxilio de los cristianos

           Durante su vida fue consuelo de San José en Belén, y también en la huída a Egipto. Fue consuelo de las mujeres en Nazaret y consuelo de los apóstoles en la Pasión y en el Cenáculo.

            Y finalmente auxilio de los cristianos, porque favorece principalmente a quienes ama y nadie amó más a quienes formamos parte de la familia de su Hijo. En ella encontramos todas las gracias para vencer en las tentaciones, en el apostolado, en el trabajo.

            “En mí se encuentra toda gracia de doctrina y de verdad, toda esperanza de vida y de virtud”[9].

[1] Lc 1, 50

[2] Lc 1, 54

[3] Juan Pablo II, Carta Encíclica “Dives in misericordia” nº 9, Paulinas Buenos Aires 1980, 41-2.

[4] Cf. Mt 6, 14

[5] Juan Pablo II, “Dives in misericordia” nº 9…, 42

[6] Cf. San Agustín, la Ciudad de Dios, 9. Cit. Carvajal, Hablar con Dios, t. III, Palabra Barcelona 1993, 338.

[7] Hb 4, 15-16

[8] L.G. 62

[9] Si 24, 25

MADRE, ENSÉÑANOS…

María es nuestra maestra

P. Gustavo Pascual, IVE.

            María es maestra nuestra que nos enseña la contemplación de Jesús[1].

            En “Ecclesia de Eucharistia” el Papa Juan Pablo II señala la relación estrecha de María con la Eucaristía. Ella es maestra incomparable de amor a Jesús Eucaristía.

            El canon romano la venera: “veneramos la memoria ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor” y en las otras plegarias eucarísticas esa veneración se transforma en imploración: “así, con María, la Virgen Madre de Dios… merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas” (II), “Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad con María, la Virgen Madre de Dios” (III), “El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen” (IV). Y el prefacio cuarto de Adviento: “Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antigua adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz”.

            ¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie como ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos de estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas.

            Sacerdote… “ahí tienes a tu madre”[2] que ella sea tu maestra[3], cristiano fiel… “ahí tienes a tu madre” que ella sea tu maestra.

            En la encíclica sobre el Rosario el Papa presentaba a María como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, e incluía entre los misterios de luz la institución de la Eucaristía[4]. María puede guiarnos a la Eucaristía.

            María no aparece en el relato evangélico de la Ultima Cena, sí estaba con los Apóstoles en Pentecostés[5] y seguramente estaba en las celebraciones eucarísticas ya que los primeros cristianos eran asiduos “en la fracción del pan”[6].

            María es principalmente mujer eucarística con toda su vida.

            La Eucaristía es Misterio de la fe y, por tanto, ante ella es necesario un total abandono a la palabra de Dios, de lo cual es ejemplo María en la respuesta al Ángel: “hágase”[7].

            “Haced esto en recuerdo mío”[8]. Mandato del Señor que es eco de la enseñanza de María en Caná: “Haced lo que él os diga”[9]. María quiere que nos fiemos de la palabra de Jesús porque así como en las bodas convirtió el agua en vino pudo hacer del pan y el vino su cuerpo y su sangre.

            María practicó la fe eucarística antes de su institución, pues ofreció su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios, y la Eucaristía, memorial de la pasión, está en estrecha relación con la Encarnación. Nos alimentamos de la carne del Verbo Encarnado.

            María concibió en la anunciación al Hijo de Dios, incluso en la realidad física de su cuerpo y sangre, anticipando en cierta forma, lo que se realiza en el que recibe la Eucaristía.

            Hay una analogía profunda entre el “hágase” de María y el amén que cada fiel pronuncia al comulgar. A María se le pidió creer que a quien concibió por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios[10]. Al que comulga se le pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies sacramentales.

            María anticipa en la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. En la visitación se convierte, en cierto modo, en “tabernáculo” en donde Jesús se ofrece a la adoración de Isabel. El abrazo de María al Niño recién nacido ¿no es modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

            María, con toda su vida junto a Cristo y no solo en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la eucaristía. Desde la presentación donde Simeón manifiesta su vida sacrificial[11] hasta el “Stabat Mater” del Calvario.

            ¡Qué sentimientos brotarían del corazón de María al escuchar de los apóstoles “Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros”[12]!. Ese cuerpo bajo los signos sacramentales era el mismo cuerpo concebido en su seno. Recibir la Eucaristía sería para María una nueva Encarnación.

            “Haced esto en recuerdo mío”. En el “memorial” del Calvario también esta incluida la entrega de María como nuestra Madre.

            Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa acoger por madre a María. Significa el compromiso de conformarnos a Cristo aprendiendo de María y dejándonos acompañar por ella. María está presente en todas las celebraciones eucarísticas.

            En la Eucaristía, la Iglesia se une a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María.

            Recordemos su Magnificat…

            La Eucaristía como el Magnificat es alabanza y acción de gracias. María al cantar alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esta es la verdadera “actitud eucarística”.

            En el Magnificat María rememora las maravillas de Dios en la historia de la salvación principalmente la encarnación redentora. También en este canto está presente la tensión escatológica de la Eucaristía.

            Cada vez que Jesús se presenta bajo las especies eucarísticas suenan las palabras “exaltó a los humildes”[13]. María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se anticipan en la Eucaristía.

            El Magnificat expresa la espiritualidad de María, por tanto, debemos vivir el misterio eucarístico como un Magnificat sin fin[14].

[1] Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica “Novo millennio ineunte” nº 23-24; Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae nº 9-10, Instituto del Verbo Encarnado New York 2002, 9-10; Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistia” nº 53-58, Ediciones del Verbo Encarnado 2003, 47-50.

[2] Jn 19, 27

[3] Cf. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes para el jueves santo de 2005, nº 8. Roma 13/03/05, V Domingo de Cuaresma de 2005

[4] Cf. nº 21

[5] Cf. Hch 1, 14

[6] Act 2, 42

[7] Lc 1, 38

[8] Lc 22, 17

[9] Jn 2, 5

[10] Cf. Lc 1, 30.35

[11] Cf. Lc 2, 34.35

[12] Lc 22, 19

[13] Lc 1, 52

[14] Cf. Ecclesia de Eucharistia nº 53-58…, 47-50.

“La más pariente”

Pertenecen a la familia del Señor todos los que hacen la voluntad del Padre[2].

P. Gustavo Pascual, IVE.

 

            Todos los cristianos formamos parte de la familia de la Iglesia y tenemos un Padre común y todos somos hermanos. La comunión de la Iglesia se da por el cumplimiento de la voluntad del Padre.

            Jesús nos enseñó esta verdad en la oración dominical “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. La Iglesia triunfante está confirmada en la obediencia a la voluntad de Dios y la Iglesia militante cumple también esta voluntad como así también los que verdaderamente pertenecen a ella.

            En el cumplimiento de la voluntad de Dios está nuestra perfección. Los santos en el cielo gozan de Dios por haber cumplido la voluntad de Dios aquí en la tierra.

De este pasaje aprendemos a ver el parentesco en la tierra relacionado con el parentesco en el cielo[3].

            ¿Y dónde se manifiesta la voluntad de Dios? En el cumplimiento de los diez mandamientos y los preceptos de la Iglesia; en el cumplimiento de nuestro deber de estado; en la aceptación de las cruces, enfermedades y dolores que Dios nos envía y en la voluntad de Dios en cosas más particulares que discernimos a través de los Ejercicios Espirituales anuales o en hechos concretos que aparecen, ayudados por el Director Espiritual… Es decir en el cumplimiento total de la voluntad de Dios: la voluntad significada[4] y la voluntad de beneplácito[5].

            En concreto cada acto de obediencia que hacemos a nuestros mayores es un obsequio de nuestra voluntad y querer propios a la voluntad de Dios. De esto Jesús se congratula y también la corte celestial.

            Muchos de los parientes carnales de Jesús no obedecieron sus palabras así como tampoco lo hicieron muchos de su propia raza.

            Jesús funda un nuevo parentesco, primero pequeño, alrededor suyo que iba a ser el núcleo de la Iglesia, la gran familia de Dios. Ellos fueron la Virgen y los discípulos.

            Estamos llamados a dar testimonio de la fidelidad a la voluntad de Dios para esclarecer cuál es la verdadera pertenencia a la Iglesia porque muchos quieren pertenecer a la Iglesia pero según su propia voluntad y aunque no reclaman un título de pertenencia carnal como los judíos si reclaman un título de cristianos pero sin fundamento real. Fundamento que consiste en vivir fielmente a la voluntad del Padre[6].

            Los santos son modelo, la Virgen es modelo, pero el modelo supremo de fidelidad a la voluntad del Padre es Jesús en quién el Padre se complace.

            Lo primero que tenemos que aceptar de Dios es la vocación a la cual nos ha llamado. Si aceptamos sus llamados viviremos felices y haremos feliz el entorno en que vivamos. Aceptar la propia vocación nos lleva al agradecimiento que se manifiesta en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo. Alzaré el cáliz de salvación e invocaré al Señor.

            “Quién cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (v. 35).

            Para cumplir la voluntad de Dios es necesario antes purificar nuestra voluntad:

Desprendernos de todo lo creado

            No estar apegado a lo creado de modo que nos impida hacer la voluntad de Dios.

            Y esto:

            Porque Dios es el todo y las criaturas son efímeras.

            Porque dos contrarios no caben en un sujeto.

            Para poder unirse a Dios.

            “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”[7].

Adnegarnos completamente a nosotros mismos

            Ya que el egoísmo o amor desordenado a sí mismo es el origen de todos los pecados.

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”[8].

Cumplimiento de la voluntad de Dios

            Oír la palabra de Dios y practicarla.

¿Cómo se manifiesta la voluntad de Dios?

  • En los diez mandamientos.
  • En las indicaciones, consejos y mandamientos de la Iglesia.
  • En las obligaciones que lleva consigo la propia vocación y estado.
  • En aquellas cosas que Dios permite y que son siempre para nuestro bien: “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”[9]. Hay una providencia que se oculta detrás de cada acontecimiento.

EL CUMPLIMIENTO DE LA VOLUNTAD DE DIOS ES EL MÁS SEGURO GUÍA DEL CRISTIANO.

Distintas formas de cumplir la voluntad de Dios

            Con resignación que es un mero doblegarse como si no quedase otra posibilidad.

            Aceptándola es decir con una adhesión más profunda y meditada.

            Con conformidad queriendo lo que Dios quiere.

            Con pleno abandono que es una entrega completa confiando siempre y en todo en Dios.

            Con pleno abandono como Cristo. Si así lo hacemos conseguiremos fortaleza en las tentaciones y como fruto paz y alegría.

            Jesús al decir “¿Quién es mi madre y mis hermanos?” no está rechazando a su madre sino que la está ensalzando porque la Santísima Virgen es la perfecta discípula de Jesús. María hizo siempre y con total perfección la voluntad de Dios. Toda su vida es un perfecto “fiat” (“hágase”). En ella Dios encuentra sus complacencias porque como su Hijo hizo en todo su voluntad.

[1] Mc 3, 31-35

[2] Pseudo Clemente, Crisóstomo; cit. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento (2), Evangelio de San Marcos, Ciudad Nueva Madrid 2000, 102

[3] San Agustín, La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento (2), Evangelio de San Marcos…, 102B

[4] Todo lo que Dios nos manda en sus preceptos, lo que nos aconseja, lo que nos inspira.

[5] Todo lo que quiere y permite en nuestra vida. Lo que a cada instante nos va pidiendo y que no lo conocemos.

[6] Es decir la fidelidad a las promesas bautismales.

[7] Mt 10, 37

[8] Mt 16, 24-25

[9] Rm 8, 28

Una doble bendición

¡Feliz el vientre que te llevó!

P. Gustavo Pascual, IVE.

            Jesús estaba enseñando cuando una mujer de entre el gentío bendijo a su madre. Lo hizo al estilo oriental “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”.

            Esta bendición va dirigida a María. “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso”[2]. Dios ha hecho a María madre de Jesús, pero más aún, la ha hecho madre de Dios.

            María por su fidelidad a la vocación de Dios ha merecido ser su madre, título nobilísimo que la exalta sobre todo el linaje humano y sobre todas las madres.

            La mujer bendijo a la madre de Jesús sin sospechar que era la madre de Dios. Reconocía la grandeza de las palabras y de la vida de Jesús, pero lo creía sólo un hombre y bendijo con esa bendición peculiar a su madre ausente, o quizá presente allí entre la multitud. No dice nada el Evangelio.

            Lo más probable que María estuviese allí porque el suceso ocurre en Jerusalén, en la última subida de Jesús a la Ciudad Santa y María estuvo allí ya que acompañó a su Hijo en la pasión y hasta la cruz[3], quedándose allí hasta Pentecostés[4].

            Lo que es seguro que María acompañaba a Jesús en su ministerio por Galilea. La encontramos en Caná[5] y también cuando con otros parientes buscan a Jesús[6].

            Estuviese o no María, a ella iba dirigida esta bendición. Si estaba presente se regocijaría por su Hijo, ya que la gloria de los padres son los hijos buenos. Pero, en la réplica de Jesús podríamos notar, en un primer momento, un cierto menosprecio a su madre por su condición de madre, o quizá mejor, una postergación de su maternidad respecto de sus discípulos fieles.

            A decir verdad, la Virgen se regocijaría también por ser discípula de su Hijo. La primera discípula, la discípula más fiel, la que escuchaba la palabra y la cumplía con toda perfección.

            Además, sabía que lo que decía su Hijo era lo verdadero. Mayor valor es seguir los consejos, la enseñanza de Jesús, que toda otra obra por más grande que sea. Más santifica cumplir al pie de la letra la voluntad del Señor que cualquier título que se tenga por vocación y por gracia.

            Jesús no rechazó a su madre en la respuesta pero puso como mayor dicha y gozo el ser discípulo fiel suyo que el ser pariente carnal suyo aunque, en este caso, se trataba de un parentesco principal, la maternidad.

            María es más dichosa por su fe activa[7] que por ser madre de Jesús. Ya reconoció esto su prima: “dichosa la que ha creído”, porque por ser madre tuvo que dar su asentimiento de fe manifestado en su “hágase”, y recién entonces comenzó a ser madre de Jesús, madre de Dios.

            Sin la fidelidad de María al anuncio del ángel, es decir, su vocación divina, no hubiese sido la madre del Verbo Encarnado.

            Jesús quiere que seamos discípulos fieles. Que escuchemos su palabra y la cumplamos. Que nuestra fe este viva y responda incondicionalmente al querer divino.

Y al responder Jesús a la mujer aquella puso como modelo a su madre, la discípula más fiel. María es dichosa por ser madre de Dios pero más dichosa por ser discípula fiel, por ser “la esclava del Señor”.

Las miradas se volverían con complacencia a la madre de Jesús que allí estaba y verían en su rostro una sonrisa que expresaba el gozo inmenso de estar entre los oyentes de su Hijo escuchándolo y siguiéndolo.

[1] Lc 11, 27

[2] Lc 2, 48-49

[3] Jn 19, 25

[4] Hch 1, 14

[5] Jn 2, 1

[6] Mc 3, 31

[7] Ga 5, 6

SANTA MARÍA DEL TEMBLOR

(o Nuestra Señora del espasmo)[1]

Ningún profeta es bien recibido en su patria. Su incredulidad no les permite ver al Mesías sino solo al hijo de José  

   P. Gustavo Pascual, IVE.

    En María[2].

María sentada junto a Jesús le pregunta: ¿Por qué nuestros paisanos te querían despeñar en Gebel el-Qafsé? Los vi venir contigo desde la roca… quede pasmada por el espectáculo y comencé a temblar. De pronto los perdí de vista y te vi bajar de la cima tranquilamente y la masa humana detrás de ti con calma. ¿Qué pasó Hijo, cuéntame, qué pasó en la sinagoga?[3]

            Me levanté para hacer la lectura. Me entregaron el volumen del profeta Isaías y leí el pasaje que decía: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Enrollé el volumen y les dije: Esta escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy. Decían algunos ¿Acaso no es éste el hijo de José? Les dije: seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria. En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.

            Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio.

            Al oír estas palabras se llenaron de ira y me llevaron para despeñarme a Getel el-Qafsé[4]. Cuando estábamos allí pasé por en medio de ellos y me vine a casa.

            Cuando María quedó sola comenzó a reflexionar…

            Quieren milagros para creer, no les basta el testimonio de los de Cafarnaúm. Ningún profeta es bien recibido en su patria. Su incredulidad no les permite ver al Mesías sino solo al hijo de José[5].

            ¿Por qué ese orgullo nacionalista mal entendido? Somos el pueblo elegido pero debemos obrar según el querer de Dios. Jesús les descubrió su mala conciencia recordando a la viuda de Sarepta y a Naamán el sirio. Su ironía les quiso hacer comprender que Dios no hace acepción de personas y que los verdaderos israelitas son los que hacen su voluntad.

            Si bien mi Hijo hace milagros para que crean en El, hacer milagros aquí entre mis hermanos hubiese sido alimentar su falsa concepción mesiánica.

            ¡Grande es su envidia! Cuanto les cuesta alegrarse por el bien del prójimo. ¡Qué mayor alegría que tener al Mesías entre nosotros!

            Mi Hijo quiere salvarlos. Están admirados de sus palabras y en vez de creer en Él se escandalizan. Lo toman por un meschúgge[6]. Lo desprecian, lo insultan, se encolerizan con Él y lo quieren matar…

            María comenzó a temblar evocando aquella escena terrorífica y recordó las palabras de Simeón: “¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”[7] y sintió una espada traspasar su alma aunque sabía que su dolor recién comenzaba pero era un anticipo del temblor y pasmo del Calvario.

[1] Castellani hace referencia a una capilla de Nuestra Señora del Temblor en Nazaret cerca de donde pretendieron despeñar a Jesús pero no he encontrado la cita. Sólo he encontrado una referencia de una crónica de Monseñor Jacinto Verdaguer que dice: “Siguiendo la sierra, yendo a coronar la expedición, visitamos a Nuestra Señora del Temblor. Cuando los jueces iban a precipitar a Jesucristo, dicen que vino la Virgen llorando hasta allí siguiendo sus pisadas, y viendo que lo iban a lanzar, se vio poseída de un gran temblor”, https://mdc.ulpgc.es/utils/getfile/collection/aguayro/id/2643/filename/2644.pdf

[2] Debemos vivir en María y meditar sus misterios desde su propio interior. Tratando de entrar en este paraíso que fue la Madre de Jesús. Ver San Luis María Grignion de Montford, Tratado de la Verdadera Devoción nº 262-264

[3] Los textos del Talmud dicen expresamente que las mujeres podían ir a la sinagoga. Aunque para las mujeres no había ninguna obligación de rezar en la sinagoga. (María, mujer hebrea, Conferencia dada por el P. Frédéric Manns, para los religiosos del Instituto del Verbo Encarnado en el Seminario “María Madre del Verbo Encarnado” con ocasión de la VIIª Jornada Bíblica, San Rafael, Mendoza [2004])

[4] Cf. Lc 4, 16-30

[5] Cf. Lc 4, 22

[6] Loco

[7] Lc 2, 35

“NO TIENEN VINO” Jn 2, 3

María es la mediadora excelsa entre Jesús y nosotros.

P. Gustavo Pascual, IVE.

Ya en las bodas de Caná[1], por pedido de la Virgen Santa, Jesús adelantó su hora e hizo su primer milagro. A partir de entonces la Santísima Virgen sigue siempre intercediendo por nosotros ante su Hijo. Por eso los Santos Padres y los Papas la llaman “Omnipotencia Suplicante”[2] ya que es capaz de obtener de Dios todo lo que le pide en la oración. Los católicos nos dirigimos suplicantes a ella porque su oración es mejor escuchada por Jesús[3].

“No tienen vino”, palabra que María pronunció en unas bodas en Caná[4] y que motivó el comienzo de los milagros de Jesús.

            Caná es epifanía. Sigue a la epifanía de los gentiles y del bautismo de Jesús. Es epifanía del poder y de la divinidad de Jesús[5].

            Caná es símbolo. Símbolo de la gracia representada por el agua[6] y del amor representado por el vino.

            La falta de vino hizo que María por amor a los esposos pidiera el milagro y que Jesús por amor lo realizara.

            Y este vino excelente que el maestresala probó y que era mejor que el anterior[7] es el buen vino de la caridad faltante en el Antiguo Testamento[8].

            Símbolo de la Eucaristía ya que Jesús en este milagro adelanta “su hora” que es la hora de su Pascua[9] y también muestra su poder sobre los elementos de la naturaleza convirtiendo el agua en vino. La Eucaristía será el sacramento de su Pascua y será un milagro permanente donde Jesús está presente bajo las apariencias de vino.

            Símbolo de la dignidad del sacramento del matrimonio. Jesús y María santifican con su presencia aquellas bodas.

            María fue la primera en recibir la revelación de los principales misterios de nuestra fe, en Caná es la primera en conseguir y presenciar un signo de su Hijo.

            María conoce las necesidades de nuestra vida hasta las más triviales. Se dio cuenta de la necesidad de los novios y pidió el milagro.

            En unas bodas el vino ayuda a la alegría. María nos trae a Jesús y con Él todo lo que necesitamos para vivir con alegría. Ella es causa de nuestra alegría. María se congratula con nuestra alegría como lo hizo con los esposos en Caná.

            Y María en este detalle de tratar de subsanar la necesidad de los esposos nos da ejemplo de caridad perfecta. Ve la necesidad sin que se la digan y es porque el que ama sale al encuentro del amado para amarlo, se adelanta… María quiere remediar nuestras necesidades, hasta las más pequeñas. María ante Jesús expresa sencillamente la necesidad para que El la remedie. Caridad eficaz que pone los medios, pide a Jesús.

            María también nos da ejemplo de modestia y discreción en el modo de proceder “no tienen vino”. El que ama presenta la necesidad para que el amado haga lo que le plazca. Y así es mejor… porque Dios sabe lo que nos conviene, se compadece del necesitado que pide humildemente.

            María no retrocede en su empeño a pesar de las palabras “aparentemente duras” de Jesús[10]. “Que tengo yo contigo”, semitismo que según el contexto parece decir que no es el momento oportuno para obrar… “Mujer” que parece áspero comparado con Madre o María. Pero según las interpretaciones esta “Mujer” se refiere al libro del Génesis[11] y significaría la maternidad espiritual de María, nueva Eva. Aquí intercediendo por las necesidades de sus hijos. Al pie de la cruz[12] dándolos a luz.

            María con confianza ilimitada dice simplemente: “haced lo que El os diga”. María conoce el poder de su Hijo y tiene fe indudable en Él, confía en su liberalidad.

            María es la mediadora excelsa entre Jesús y nosotros.

            “Haced lo que Él os diga”; contiene un programa de vida para llegar a la santidad.

            María es modelo de fe para todos nosotros[13]. En Caná por su intercesión creció la fe de los discípulos[14].

[1] Jn 2, 1‑11

[2] Cf. Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima, BAC Madrid 1945, 771.

[3] Buela C., El Catecismo de los jóvenes…, 51-2

[4] Cf. Jn 2, 1-12

[5] Cf. v. 11

[6] Cf. Jn 19, 34

[7] Cf. v. 10

[8]  Cf. Mt 22, 37-40

[9] Cf. Jsalén. (edición 1998) a Jn 2,4.

[10] Cf. v. 4

[11] 3,15.20

[12] Cf. Jn 19, 26

[13] Cf. L.G. nº 63

[14] Cf. v. 11

Una Madre ejemplar

“María dio a luz a la persona de Jesús, que es divina, según su naturaleza humana. María dio a luz a Dios. María es Madre de Dios.”

P. Gustavo Pascual, IVE.

“Pero al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos”.

            Algunos, en vez de traducir “al llegar la plenitud de los tiempos”, traducen “cuando se cumplió el tiempo”. Pero, parece mejor la primera traducción. ¿Qué plenitud de los tiempos? ¿Qué tiempo? El tiempo mesiánico o escatológico que da cumplimiento a una larga espera de siglos, como algo que colma finalmente una medida[2].

            La carta a los Hebreos dice que en estos últimos tiempos nos ha hablado el Hijo por el que Dios hizo los mundos[3]. Este Hijo es el nacido de mujer del que habla Gálatas.

            Es el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento sobre la venida del Mesías. Cumplimiento de las setenta semanas de Daniel[4] y de la concepción y el parto de la virgen de Isaías[5].

            Parece mejor la traducción “plenitud de los tiempos” que “el tiempo”, pues, tiempo en este caso habría que subrayarlo y ponerlo con mayúsculas ya que se trata de la cumbre, el pico de ola, la plenitud propiamente del tiempo, el momento más elevado de la historia. Es un Instante, junto con el de la creación y con el del fin del mundo. Instante porque se une el cielo y la tierra. Lo divino y lo humano.

            La creación y el fin del mundo, podríamos decir, tienen más de Instante, en cuanto a lo que nosotros conocemos por instante, el lapso infinitesimal de tiempo, la medida cronológica mínima, ya que abarcan un punto en la línea de la historia. Aunque pudiera ser que el hágase de la creación durara un tiempo y el fin del mundo también. En cambio, la plenitud de los tiempos aunque la Escritura lo puntualiza en el Nacimiento de Jesús, podría puntualizarse antes, en la Encarnación. También podríamos extenderlo desde la Encarnación hasta la Ascensión del Señor. Todo el tiempo en que Dios habitó entre los hombres, en que el Emanuel vivió entre nosotros.

            Es la plenitud de los tiempos porque la historia mira a este punto, a este período, porque todo el tiempo mira a este tiempo. La consumación de la Encarnación y el Nacimiento se dan en la Pascua porque Jesús viene a salvar a los hombres y así el pasaje que estamos comentando dice “para (fin) rescatar a los que estaban bajo la ley para que llegáramos a ser hijos (ya no esclavos)”. El tiempo anterior a Cristo mira a Cristo y el posterior mira a Cristo. En su estancia entre los hombres se dio la plenitud del tiempo.

            Pero Cristo no vino en el tiempo como un meteoro que cae del cielo. Primero fue concebido como cada uno de nosotros en el seno de una mujer y por su consentimiento explícito, al menos así sucede cuando la mujer ama la vida que quiere comunicar, por el sí de María fue concebido Jesús en su seno por obra del Espíritu Santo. Así lo dice Mateo[6] haciéndose eco de la voz lejana de Isaías[7] y después de nueve meses lo dio a luz en Belén como lo dice San Pablo en el pasaje de Gálatas y especialmente Mateo[8] que narra explícitamente las circunstancias y el lugar donde lo dio a luz.

            Mateo encuadra el nacimiento en una orden de autoridad civil, es decir, Jesús nace bajo la ley civil romana y en Belén por causa de un censo. San Pablo dice que nace bajo la ley pero la ley religiosa y viene para rescatarnos de la ley que nos tenía esclavizados y darnos la gracia de ser hijos de Dios por el Espíritu.

            La mujer de Gálatas es la Madre de Dios. Es María, la que dio a luz a Jesús en Belén. El nacido de la mujer es el Hijo de Dios[9], el “Hijo del Altísimo”[10].

            En Jesús hay un doble nacimiento. Uno eterno, en el seno del Padre. El Padre engendró al Hijo desde toda la eternidad y el Hijo engendrado es en todo igual al Padre. Jesús, tiene un nacimiento temporal y este es propiamente nacimiento, como el nuestro, de mujer, aunque de madre virgen, según la naturaleza humana.

            María dio a luz a Jesús según su naturaleza humana pero no se da a luz una naturaleza sola sin la persona en la que subsiste. María dio a luz a la persona de Jesús, que es divina, según su naturaleza humana. María dio a luz a Dios. María es Madre de Dios. Así lo definió el Concilio de Éfeso en el año 431.

            Dios en la plenitud de los tiempos elige una mujer para ser la depositaria de las promesas mesiánicas, la hace protagonista de la obra más grande que se realizará en la historia humana.         Dios elige una mujer para elevarla a la dignidad más alta que puede alcanzar una persona dentro de nuestro linaje y le elige un oficio, el más apropiado, para elevarla.

            Dios elige a María y la elije para ser su madre. María es madre de Dios. La mujer ha sido elevada sobre el linaje humano y sobre las potestades angélicas.

            Con razón San Pablo dirá que la mujer se santifica por su maternidad, pues, Dios mismo ha elegido una mujer para ser su madre.

            El Hijo de Dios no quiso aparecer entre los hombres de forma extraordinaria sino que nació como todos nosotros de una madre.

            La maternidad divina de María marca un sendero de santidad para la mujer y nos invita a todos a acogernos a esta madre, que también es madre nuestra, y a alabarla por tan excelsa dignidad. A alabarla y a imitarla porque ella es la plenitud de gracia y de virtudes, modelo sublime de la raza humana.

            Del dogma de la maternidad divina brotan los demás dogmas marianos. Es el primer principio de la teología mariana. Es la fuente de múltiples manantiales. La virginidad perpetua, la Asunción, la Inmaculada Concepción, la Maternidad sobre los hombres, su reinado universal, no serían sin la maternidad divina.

            De la misma manera, aunque en otro plano, la principal y primera ocupación de la mujer es su maternidad y las demás ocupaciones son secundarias. No tendrá sentido que la mujer sea buena profesional si es mala madre. A Dios no le importa tanto lo que sea la mujer en cuanto a su profesión cuanto que cumpla su principal profesión de ser madre. Y si es buena madre y puede ejercer otra profesión será buena en lo demás.

            Dios da a cada uno las gracias para la misión a la cual lo llama. A María la colmó de todas las gracias necesarias para la misión a la cual la llamaba, ser su madre. María respondió sí al Señor en un completo abandono porque sabía la magnitud trascendente de la obra que el Señor le encomendaba.

            La vocación a la maternidad es una vocación sublime. María fue madre de Dios y la mujer es madre de un hombre. Pero ambas son maternidades. La maternidad tiene por función prolongar la especie humana continuando la obra de Dios de la creación porque a la mujer junto con el hombre se le dijo “creced y multiplicaos y llenad la tierra”. En esta tarea la mujer lleva la parte principal. Ella concibe, gesta y da a luz al nuevo hombre. Ella lo protege en su seno materno durante nueve meses para que vea la luz del sol.

Y también María hizo esto con Jesús… Lo concibió en Nazaret y lo cuidó por nueve meses hasta darlo a luz en Belén. María dio a luz a su Hijo y lo envolvió en pañales. Dio a luz al Verbo Encarnado, al Emmanuel que es Dios con nosotros. María es la Madre de Dios.

Nosotros, los cristianos, nos gloriamos de tener a Dios por Padre, a Jesús por hermano y a María, que es mujer de nuestra raza, por madre. Nos gloriamos de tenerla por madre porque es también la Madre de Dios. Y también al verla valoramos a nuestras madres que nos han dado a luz y nos han cuidado imitando a este perfecto modelo de madre.

Madre de Dios y madre nuestra María te pedimos por la vida. Para que la mujer quiera ser madre como tú y para que como tú cuide a su hijo hasta darlo a luz. Te agradecemos por el amor que nos han tenido nuestras madres y te pedimos por ellas.

 

[1] Ga 4, 4-7

[2] Cf. Mc 1, 15; Hch 1, 7 ss.; Ef 1, 9-10

[3] Hb 1, 2

[4] 9, 24 ss.

[5] 7, 14

[6] 1, 23

[7] 7, 14

[8] 2, 6-7

[9] Cf. Ga 4, 4; Lc 1, 35

[10] Lc 1, 32

¿DE NAZARET PUEDE HABER COSA BUENA?

Testigo de la grandeza y dignidad de María…

P. Gustavo Pascual, IVE.

Nazaret era una insignificante aldea de la provincia de Galilea a 140 Km. de Jerusalén.  En Nazaret hay cosa buena, vaya que si lo hay. En ella vivió la Madre de Dios y el Hijo de Dios hecho hombre, Jesús. Fue la aldea de la Sagrada Familia.

            Nazaret fue testigo de la grandeza y dignidad de María, una de sus hijas. Testigo también de la Encarnación del Verbo, de su infancia y juventud, de su predicación.

            El ángel fue enviado de parte de Dios a Nazaret[1] para llamar a una de sus vírgenes, a María desposada con José[2].

 La grandeza de María

                       El ángel la llama “llena de gracia”[3]. Este saludo lo usa el ángel como si fuera el nombre propio de María. Palabras que son el fundamento del dogma de la Inmaculada Concepción. María es un alma adornada de gracia y santidad.

            “El Señor está contigo”[4]. Gabriel expresa la grandeza de María pero a su vez su humildad. Certifica que lo que tiene María es donado por Dios. Dios le ha comunicado con abundancia sus dones y bienes. Es la más grande entre todos los santos.

            María se turba ante el anuncio pero su turbación no procede de desconfianza sino de respeto ante la divinidad. Pero no se turba de tal manera que no pueda discurrir “se preguntaba”[5].

            El ángel le anuncia que va a concebir y dar a luz un hijo[6] y ella pide que le aclare pues no conoce varón. El sentido de las palabras “no conozco varón”[7] se refiere al futuro, no conozco ni voy a conocer. La Virgen desde pequeña, según la tradición, se habría consagrado en virginidad a Dios.

            Pero ¿por qué se desposa? Para seguir las costumbres de su pueblo. San José habría aceptado secundarla en su promesa y ella se habría desposado con él.

            El ángel le aclara que su concepción va a ser por obra del Espíritu Santo[8].  El Espíritu Santo que permanece infecundo en el seno de la Trinidad se hace fecundo en el seno de María.

            Dios en su infinita Sabiduría pide a una mujer que represente a la humanidad con su aceptación libre y así como por una mujer entró el pecado por una mujer Dios haría la redención e iniciaría la nueva humanidad.

            “He aquí la esclava del Señor”[9]. Ni cooperadora, ni ministro sino esclava. “y el Verbo se hizo carne”[10]. Como lo hace notar San Mateo[11] se cumple la profecía de Isaías[12] “Dios con nosotros”.

            María que no ambicionaba ser la madre del Mesías fue enaltecida[13] y elegida con este don tan sublime.

            Ya se cumplen las profecías del Antiguo Testamento:

            La promesa hecha a Abraham “en tu posteridad serán bendecidas todas las naciones”[14]. A David “del fruto de tus entrañas pondré sobre tu trono”[15]. La profecía de Isaías 7, 14 y también la de Isaías 11, 1: “brotará una vara del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago”. Esa vara es María y el retoño Jesús.

            María es ejemplo de virtudes. Nos hace conocer su maravillosa humildad, su extraordinaria prudencia, su fe filial y su sumisión absoluta a la voluntad de Dios.

            María es bendita entre las mujeres[16]. Es la esperada de las naciones, la que aplastó, por su descendencia, la cabeza de la serpiente[17], el lucero de la mañana, la segunda Eva, la nueva Ester por su intercesión, la nueva Judith por su glorioso triunfo.

La dignidad de María

            María fue llamada a una altísima dignidad, la de ser Madre de Dios. Concibió por obra del Espíritu Santo[18], es bienaventurada por todas las generaciones[19].

            Y María reconoce la dignidad a la que ha sido llamada y por eso alaba a Dios y reconoce su Divina Providencia.

 + María alaba a Dios por la vocación que le ha dado[20]

                        Comienza engrandeciendo a Dios. Lo alaba, le engrandece, lo celebra, lo bendice.

            Se alegra, se goza en Dios su salvador.

            El Dios Salvador es el Dios que ella lleva en su seno y que se llamará Jesús. Ella se goza en su Hijo.

            María atribuye esta obra a la pura bondad de Dios que miró su humildad. Fue pura elección de Dios.

            La humildad de María se ve en el desconocimiento social, era una nazaretana más. Pero por la mirada divina “desde ahora” la van a llamar bienaventurada por todas las generaciones. Estas palabras son proféticas.

            La causa de llamarla bienaventurada es porque Dios hizo grandes cosas en ella. La maternidad mesiánica y divina.

            Lo hizo el “Poderoso”, haciendo referencia a la omnipotencia de Dios. “Su nombre es santo”, su Persona es santa.

            Todo su poder es ejercido por su misericordia y la mayor obra de su misericordia es la redención. Y esta obra de la redención es sobre los que temen a Dios con un temor reverencial.

+ Reconocimiento de la Providencia Divina[21]

Dios utiliza su poder para dispersar a los que “se engríen con los pensamientos de su corazón”. Enemigos son los “sabios” que se guían por la sabiduría del mundo. Les falta la sabiduría que viene de Dios[22].

            Frente a esta sabiduría, Dios realiza sus obras con la suya.

[1] Cf. Lc 1, 26

[2] v. 27

[3] v. 28

[4] Idem

[5] v. 29

[6] Cf. v. 30-33

[7] v. 34

[8] Cf. v. 35

[9] v. 38

[10] Jn 1, 14

[11] 1, 22-23

[12] 7, 14

[13] Cf. Pr 15, 33

[14] Gn 22, 18

[15] Sal 131, 11

[16] Cf. Lc 1, 42

[17] Cf. Gn 3, 15

[18] Cf. Lc 1, 35

[19] Cf. Lc 1, 48

[20] Cf. Lc 1, 46b-50

[21] Cf. Lc 1, 51-53

[22]  Cf. Pr 2, 1-9