El amor, fin del adorador I/II

Vivir para Jesús

Tomado de “Obras eucarísticas”

San Pedro Julian Eymard

 

Jesús sacramentado debe ser no sólo centro, sino también fin del cristiano. El que me comiere vivirá para mí, dijo el Salvador. Nada tan justo como combatir el soldado por la gloria de su rey, como trabajar el criado para provecho de su amo y el hijo por amor de sus padres.

¿Y qué es vivir para Jesús sacramentado sino vivir entero con la mira puesta en su amor y su mayor gloria, sino hacer de su adorable servicio fin de los dones, de la piedad, de las virtudes y del celo, sino convertirla en nobilísima pasión de toda la vida?

La Eucaristía, fin de los dones y de las gracias

Todos los dones de naturaleza y de gracia del adorador deben ser un obsequio de amor a Jesús en el santísimo Sacramento.

Para su divino Hijo, para adorarle, amarle y servirle nos los ha dado el Padre. Para celebrar el amor y cantar las alabanzas de Jesús eucarístico me ha dado el creador una lengua y una voz; me ha dado ojos para ver su adorable persona oculta en la Hostia y para contemplar sus virtudes eucarísticas, oídos para escuchar sus alabanzas, sentidos para servirle, entendimiento para adorarle, razón para conversar con su divina sabiduría, memoria para recordar sus verdades y su vida; imaginación para pintarme los rasgos de su humanidad santísima y un corazón tierno para amarle como a mi salvador, Dios y hombre juntamente.

Jesús en el santísimo Sacramento debe ser fin de todas mis facultades, del ejercicio de mis sentidos, en suma, de todo mi ser. Hay desorden en un ser cuando no tiende a su fin; es monstruoso el oponerse a su fin y necedad buscar otro. Como todos los rayos de luz proceden del sol y a él conducen, así todos los dones y todas las gracias de Dios deben conducirme a mi principio y a mi fin divino, que es Jesús y Jesús sacramentado.

San Agustín buscaba a Jesús en los libros: Jesum quaerens in libris; santo Tomás, en la ciencia; san Francisco, en las criaturas; pero el adorador, en el sagrario. El adorador debe referirlo todo a su gloria, y una ciencia, una cosa o una acción que no pueda referir al servicio y gloria de su soberano Señor debe serle indiferente. Y si se tratase de cosas contrarias y hostiles a la gloria de su divino Rey, entonces tendría que volver a comenzar el combate del cielo contra los ángeles malos.

Lo primero que debe decirse en todas las cosas es: ¿qué hay en esto para la gloria de la divina Eucaristía?

La Eucaristía, fin de la piedad cristiana

La devoción eucarística debe ser la devoción regia del cristiano. El servicio del rey pasa antes que el de los ministros. El sol eclipsa todas las estrellas y todo el cielo estrellado gira en torno del astro polar. Del mismo modo también hay que dar a la devoción eucarística el primer puesto entre los ejercicios de piedad. Todas las prácticas piadosas deben depender de ella y a ella referirse. Obrar de otro modo sería separar a Jesucristo de su corte, rendir culto absoluto a los santos separándolos de su Dios.

La sagrada comunión debe ser fin de la piedad.

La sagrada comunión es el acto supremo del amor de Jesucristo para con el hombre, es el último límite de la gracia, la extensión de la encarnación es Jesucristo uniendo con su vida a cada uno de los que comulgan.

Por eso la piedad cristiana no debe ser otra cosa que ejercicio preparatorio de la sagrada comunión o hacimiento de gracias por ella. Todo ejercicio que así no se refiera a la sagrada comunión anda fuera de su mejor fin. Por eso, si invoco a los santos es para que sean medianeros más poderosos ante el Rey; si me pongo de hinojos a los pies de María es con el fin de que me conduzca a su divino Hijo; si honro un misterio pasado cualquiera de la vida de Jesús es con el fin de ver en él cómo el amor prepara el estado sacramental. Toda piedad, para ser conforme a su gracia y a su fin, debe ser eucarística. Así como los arroyos y los ríos van a la mar, así también todo en la vida cristiana va a parar en el océano del adorable sacramento.

 

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