La corrección fraterna

Un acto de caridad

Si tu hermano llega a pecar,

vete y repréndele, a solas tú con él.

Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

Mt 18,15

 P. Jason Jorquera Meneses.

 

Cuando hablamos de corrección fraterna, estamos hablamos de una enseñanza-obligación puramente de caridad. Corregir al hermano que ha errado o incluso pecado, es parte de la “preocupación de la caridad” que a diferencia del egoísmo quiere el bien también para los demás, y esto nos ayuda a comprender que por qué hay personas que no corrigen cuando corresponde y de la manera que corresponde: porque no tienen verdadera -o al menos es muy poca- preocupación por el prójimo; y las consecuencias las podemos ver a diario especialmente en los hijos abandonados al capricho por la falta de verdadero interés en que sean virtuosos. Ahora bien, en la vida religiosa, la corrección caritativa ocupa un puesto fundamental en la ayuda mutua para adquirir las virtudes.

Nuestro Señor Jesucristo anuncia explícitamente el gran deseo de Dios en el Evangelio, es decir, aquella amorosa determinación que movió a la santísima Trinidad a venir en busca del hombre atrapado por el pecado ofreciéndole nuevamente la posibilidad del paraíso, cuando dijo: no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda ni uno solo de estos pequeños (Mt 18,14). Y a nosotros en cuanto sus discípulos, y en particular los consagrados, tenemos la obligación de amor de tomar parte en esta noble empresa, en este caso por medio de la corrección fraterna, que no busca otra cosa que sacar del error al que anda extraviado para que así pueda llegar al conocimiento de la verdad, porque la verdad es lo que hace libres, libres del pecado y capaces de caminar por los senderos de la luz de Dios; y nuestro Salvador nos lo presenta con total claridad: Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano (Mt 18, 15-17).

     Dice San Agustín: El Señor nos advierte que (…) debemos corregir con amor, no con deseo de hacer daño, sino con intención de [enmendar]; si no lo hacéis así, os hacéis peores que el que peca[1]. Porque el que peca deberá rendir cuantas a Dios de su pecado, pero el que se da cuenta de que un hermano está en el error y teniendo obligación de corregirlo prefiere callar, acarrea consigo la culpa de la falta de caridad con el prójimo buscando enseñarle la verdad y además la incertidumbre de que tal vez se hubiese retractado de su pecado si algún alma caritativa le hubiese corregido a tiempo y como corresponde.

Enseña el catecismo que “las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales”[2] y dice santo Tomás de Aquino que “las obras de misericordia son la prueba de la verdadera santidad[3]; y San Francisco de Asís escribía a sus religiosos: ayuden espiritualmente, como mejor puedan al que pecó, porque no son los sanos quienes necesitan de médico, sino los enfermos

¿Qué es la corrección fraterna?

Es la advertencia (con la palabra, con un gesto, etc.) hecha al prójimo culpable (especialmente si lo es por ignorancia o negligencia) por pura caridad, de hermano a hermano, para apartarle del pecado (o del error), sea sacándolo de él o evitando que lo cometa.

La corrección fraterna implica humildad para recibirla, y excluye la humillación por parte de quien la realiza. Es corrección caritativa, no condenatoria.

          Tanto por derecho natural como por derecho divino hay obligación grave de practicar la corrección fraterna.

          (a) Por derecho natural: porque si tenemos obligación de ayudar al prójimo en las necesidades corporales, con mayor motivo las tendremos en sus necesidades espirituales, ya que es la salvación del alma la que debemos procurar ante todo, y más importante aún que ayudar a aliviar el mal del cuerpo es contribuir a enderezar un alma que va por el camino torcido.

          (b) Por derecho divino: También la Sagrada Escritura nos menciona esta obligación. Ya el Antiguo Testamento encarece la obligación de corregir al prójimo que se aparta de la virtud: Corrige al amigo… Corrige al prójimo, antes de usar amenazas (Ecclo 19,13.17); El varón cuerdo y bien enseñado no murmura, cuando es corregido (Ecclo 10,28; cf. Prov 9,8). El mismo Jesucristo nos instruye acerca de la corrección fraterna: Si tu hermano ha pecado contra ti, ve y repréndelo a solas (Mt 18,15). Y san Pablo indica lo mismo: Reprende a los que pequen, en presencia de todos, a fin de que los demás sientan temor” (1Tim 5,20; cf. 2Tim 4,2).

Sujeto y condiciones de la corrección caritativa

Concretamente, se exige sólo a las personas que por su estado u oficio, están directamente encargadas de la formación de los demás: padres, educadores, maestros, autoridades. Para el resto de las personas, la obligación de ejercitar la corrección fraterna viene determinada por las siguientes condiciones:

1) Tener la seguridad moral de que el prójimo ha caído en un pecado, o bien que está en ocasión próxima de pecar.

2) Considerar que la corrección fraterna tiene una cierta posibilidad de ser eficaz; esta condición ha de entenderse en sentido amplio; o sea, que se dé aunque la eficacia no vaya a ser inmediata. Este requisito obliga, además, al que ha de hacer la corrección fraterna a poner los medios más adecuados para lograr la eficacia: p. ej., esperar el mejor momento para hacerla, prepararla con la oración y la mortificación, etc.

3) Que la corrección fraterna sea necesaria para que el prójimo se aparte del pecado, y que el pecador no pueda salir de su estado si alguien no le corrige.

4) Que la corrección fraterna sea moralmente posible, y no comporte una grave molestia para quien tiene que ejercitarla (S. Tomás, Sum. Th. 22 q33).

          La santidad no es egoísta, sino que busca siempre el beneficio de todos. Por lo tanto quien dice amar a Dios tiene la obligación de amar también a los demás sacándolos del error cuando éste amenaza la salvación del alma… por es una “obligación de amor”.

Para que la corrección sea verdadera debe ser:

  – Caritativa, buscando sólo el bien del corregido y extremando la dulzura y suavidad de la forma: “Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre[8]; y además porque nosotros mismo no estamos exentos de ser corregidos. Quien esté dominado por la ira, el desprecio o el egoísmo no está capacitado para corregir, sino que por el contrario debe antes corregirse él para poder ayudar a prójimo de manera eficaz. Es corrección de hermano a hermano, no de verdugo a culpable.

Paciente, aunque no se obtengan enseguida resultados positivos, hay que volver una y otra vez, hasta que suene la hora de Dios, como la gota de agua que lenta y perseverante horada la piedra; a veces incluso habrá que dejar de insistir, y tantas otras habrá que corregir una sola vez y dejar el resto en las manos de Dios, no sea que nuestra insistencia termine alejando al hermano de lo correcto por una imprudente reiteración.

Humilde, considerando siempre cómo lo haría Cristo en mi lugar, sin presunción ni altanería; el que corrige no lo hace poniéndose un manto de superioridad o arrogancia, sino de mansedumbre y comprensión: no viene a condenar sino a mover al hermano hacia la virtud.

Prudente, es decir, elegir el momento y la ocasión, difiriéndolo si el culpable está turbado o delante de otros, encomendándolo a otro si lo haría mejor, evitando en lo posible humillarlo; en definitiva, cuando todo el escenario está caritativamente preparado.

Discreta, no corregir todos los defectos, ni hacerla a cada momento y a propósito de todo: se quiere “conquistar para Dios” y no hostigar en detrimento de la salud espiritual. No hay que ser inquisidores de la vida ajena, evitando el celo indiscreto, porque no somos “la conciencia del prójimo” sino en hermano que quiere ayudar en un momento y ante una ocasión determinada y punto; de tal manera que, en lo posible, el corregido quiera ser ayudado nuevamente por mí.

Ordenada, “salvar la fama”, en lo posible siguiendo el orden del Evangelio: primero, en privado; luego, ante uno o dos testigos; y finalmente, ante la autoridad correspondiente. Si se duda de su efectividad, o el pecado afecta al bien común, puede y debe invertirse este orden.

Finalidad: acercar al hermano a la santidad

La corrección fraterna es una obra de misericordia espiritual que tiene sus fundamentos, como hemos dicho, en el amor de Cristo por las almas. Quien corrige busca la enmienda de algún hermano con la única finalidad de que se haga mejor, más santo, más grato a los ojos de Dios.

Hay que decir que quien realiza la corrección fraterna no debe olvidar nunca que él mismo no está exento de ser corregido pues todos tenemos flaquezas, debilidades, defectos, etc., y al corregir, lo que se pretende es ayudar a los demás a realizar este mismo trabajo de santificación. En otras palabras, la corrección fraterna es una especie de ayuda fraternal para el trabajo de educación de nuestros afectos y defectos, en miras a la consecución de la virtud. Lo que se busca es la enmienda, no la manifestación de la falta… por eso se la llama “fraterna”, porque ha de estar impregnada del amor de Cristo.

[1] San Agustín, sermones, 82,1,4

[2] Catecismo 2447

[3] Santo Tomás de Aquino, en Catena Aurea, vol. II, p. 15

[8] Ga 6, 1

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