Madre de la divina gracia

“Fue María la dulce depositaria de la gracia”

P. Gustavo Pascual

No aparece explícitamente en las Sagradas Escrituras que María sea Madre de la Divina Gracia, pero es fácil deducirlo:

Si Jesús es Hijo de María[1],Y Jesús se presenta muchas veces como fuente de todas las gracias y también como la Divina Gracia:

“De su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia”[2].

“Él te habría dado agua viva […] El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna”[3].

“Para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia”[4].

 

Luego, María es Madre de la Divina Gracia.

Dice San Agustín que: “María alimentaba a Jesús con su leche virginal, y Jesús alimentaba a María con la gracia celestial. María envolvía a Jesús en el pesebre y Jesús preparaba a María una mesa celestial”.

Y San Bernardo: “Completamente envuelta por el sol como por una vestidura, ¡cuán familiar eres a Dios, señora, ¡cuánto has merecido estar cerca de Él, en su intimidad, cuanta gracia has encontrado en El! Él permanece en Ti y Tú en Él; Tú le revistes a Él y eres a la vez revestida por Él. Lo revistes con la sustancia de la carne, y Él te reviste con la gloria de su majestad. Revistes al sol con una nube y Tu misma eres revestida por el sol”[5].

El culmen de la revelación de Cristo como la Divina Gracia se encuentra en la parábola de la Vid y los sarmientos[6]. Dios Padre (el Viñador) plantó una Vid. La Vid es Cristo que fue plantado por el Padre en la encarnación, haciéndose tierra, hombre, sin dejar de ser Dios. Esa Vid tiene muchos sarmientos que son los hombres, unos dan fruto y otros no. Los que dan frutos son los que además de estar unidos por la fe con Cristo, traducen la fe en obras. Estos son los podados con pruebas, tribulaciones, noches, sequedades… para que den más frutos. Los que no llevan frutos sólo se quedaron con la fe del bautismo, pero por su pecado perdieron la gracia bautismal y nunca la recuperaron, por lo cual, además de no llevar frutos se secaron. Estos serán cortados y arrojados al fuego.

El Padre quiso plantar una Vid para que los hombres unidos a ella, la fuente de todas las gracias, sean alimentados por su misma sabia y glorifiquen a Dios en unidad de amor.

Separados de Cristo, la Vid verdadera, nada puede hacer el hombre. Sus buenas obras por más que sean grandísimas, no le servirán de nada porque les faltará la forma que les da la caridad, la cual se pierde con la gracia, es decir, con la unión a Cristo. Dice San Agustín “Porque aquel que opina que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente no está en la vid: el que no está en la vid no está en Cristo, y el que no está en Cristo no es cristiano”[7].

Por eso, el cristiano debe unirse a la Vid verdadera, debe beber la sabia del costado abierto de la Vid, de lo contrario, padecerá siempre sed: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva”[8].

María es Madre de la Divina Gracia, Jesucristo. Porque Cristo no sólo es la fuente de este germen del cielo, sino que es la Divina Gracia que el Padre celestial entregó a la humanidad por pura misericordia y amor. Divina Gracia por ser divina su persona y también porque abrió las puertas del cielo por su muerte y resurrección.

Fue María la dulce depositaria de aquella Gracia que por ser divina tiene el poder de divinizar al que la recibe. Por eso María Madre amantísima te pedimos nunca dejes de dar a luz en nuestra alma, como lo hiciste en el pesebre de Belén, a Cristo la Divina Gracia.

[1] Mt 1, 18

[2] Jn 1, 16

[3] Jn. 4, 10.14

[4] Ef 1, 6-8

[5] Royo Marín, La Virgen María…, 265-66

[6] Cf. Jn 15, 1-11

[7] Catena Aurea, Juan (V), Cursos de Cultura Católica Buenos Aires 1948, 350

[8] Jn 7, 37-38

 

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