María en el misterio de la Iglesia

María, madre de la Iglesia[1]

P. Gustavo Pascual, IVE

La Santísima Virgen ha sido llamada Madre de la Iglesia. Por ser Madre de la Cabeza de la Iglesia, Jesucristo, es también Madre de los miembros de esa Cabeza, es decir, de nosotros, los cristianos. “Jesucristo, que es la Cabeza del género humano, nació de ella; los predestinados, que son los miembros de esa Cabeza, deben también, como consecuencia necesaria, nacer de Ella […] Una misma madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni los miembros sin la cabeza […] de igual modo, en el orden de la gracia, la cabeza y los miembros nacen de una misma madre”[2], “en el Calvario comenzó María de modo particular a ser Madre de toda la Iglesia (San Alfonso María de Ligorio)[3].

Misión de María en el pueblo de Dios

 a) Colaboradora de Dios

+ Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar. Creó un depósito de todas las gracias y la llamó María (Pedro de Celles).

María es el tesoro del Señor (216), de cuya plenitud se enriquecen los hombres.

+ Dios Hijo comunicó a su madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables. Ella es la tesorera de cuanto el Padre le dio en herencia.

María es el acueducto por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias (142).

+ Dios Espíritu Santo comunicó a su fiel Esposa, María, sus dones inefables y la escogió por dispensadora de cuanto posee.

Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias.

No se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos.

 b) Influjo maternal de María (cf. 139-143)

El Señor es todavía en el cielo Hijo de María como lo fue en la tierra y por consiguiente, conserva para con ella la sumisión y obediencia del mejor de todos los hijos para con la mejor de todas las madres.

Las plegarias y súplicas son tan poderosas ante Dios que valen como mandatos. Dios no desoye jamás las súplicas de su querida madre porque son siempre humildes y conformes a la voluntad divina.

María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. Por su humildad, Dios le ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos vacíos del cielo.

c) Señal de fe auténtica (29-30)

 + Dios Padre quiso formarse hijos por medio de María hasta la consumación del mundo.

Todos los verdaderos predestinados e hijos de Dios tienen a Dios por Padre y a María por madre. Y quién no tenga a María por madre, tampoco tiene a Dios por Padre.

El hombre de perversa doctrina, el réprobo, desprecia o es indiferente para con María.

d) María, madre de la Iglesia (31-33)

+ Dios Hijo quiso formarse por medio de María y por decirlo así, encarnarse todos los días en los miembros de su Cuerpo Místico y le dice “entra en la heredad de Israel”[4], “uno por uno todos han nacido en ella”[5].

Un primer hombre nacido de María es el hombre-Dios, Jesucristo, el segundo es un hombre-hombre, hijo de Dios y de María por adopción. Si Jesucristo, Cabeza de la humanidad, ha nacido de ella, los predestinados, que son los miembros de esta Cabeza deben también, por consecuencia necesaria nacer de ella[6].

Cristo es fruto de María “y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.

            Si algún hombre tiene a Cristo formado en su corazón puede decir: gracias María, lo que poseo es obra y fruto tuyo y sin ti no lo tendría.

Y María podría decirle ¡hijito mío! de nuevo sufro los dolores del alumbramiento hasta que Cristo se forme en ti[7].

“Todos los que van al cielo están ocultos en el seno de la Virgen hasta que ella los da a luz para la vida del cielo después de la muerte” (San Agustín).

e) María, figura de la Iglesia (34-36)

 + Dios Espíritu Santo quiere formarse elegidos en ella y por ella.

Ella llena de virtudes a los elegidos de Dios para que crezcan espiritualmente.

Ella se reproduce en sus devotos y el Espíritu Santo se agrada en ellos.

Cuando María hecha raíces en un alma hace en ella maravillas de gracias.

Ella colabora con su Esposo a través de los siglos.

Colaboró en la Encarnación.

Realizará la formación y educación de los grandes santos del fin del mundo.

Cuando el Espíritu Santo la encuentra en un alma, entra en esa alma y la llena con la plenitud de la gracia.

 

  1. Consecuencias

 a) María es Reina de los corazones (37-38)

             María ha recibido de Dios un gran dominio sobre las almas de los elegidos.

María es la Reina del cielo y de la tierra, por gracia.

El reino de la Virgen está principalmente en el interior del hombre.

María tiene por gracia poder sobre su Hijo único y natural y también sobre sus hijos adoptivos.

 b) María es necesaria a los hombres (39-59)

 + Para la salvación

La devoción a María es señal infalible de predestinación.

Así las palabras y figuras del Antiguo y Nuevo Testamento. Así el sentir y ejemplo de los santos. Así la razón y la experiencia. Así lo han confesado obligadamente los demonios y sus secuaces.

“Ser devoto tuyo, oh María, es un arma de salvación que Dios ofrece a los que quiere salvar” (San Juan Damasceno).

+ Para una perfección particular

Nadie puede llegar a una íntima unión con el Señor y a una fidelidad perfecta al Espíritu Santo, sin una unión estrecha con María y con su socorro.

Dios por ella quiere embellecer, levantar, enriquecer las almas y por ella llevarlas a la santidad.

Dios ha entregado a María las llaves que dan entrada a la intimidad del amor divino[8].

“Las personas más ricas en gracia y virtud, los mayores santos son los mas asiduos en rogar a la Santísima Virgen y contemplarla siempre como el modelo perfecto a imitar y la ayuda eficaz que les debe socorrer” (San Bernardo).

Ella es la formadora de los grandes santos de los últimos tiempos.

 

[1] Sigo a SAN Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen… Los números entre paréntesis corresponden al tratado. Uso sus mismas palabras

[2] V.D. nº 32…, 453.

[3] Buela , El Catecismo de los jóvenes…, 52

[4] Si 24, 13

[5] Cf. Sal 86, 6

[6] Cf. L.G. 53

[7] Cf. Ga 4, 19

[8] Cf. San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, Canción 26…, 674-80.

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