Nochebuena en el lugar del Nacimiento del Hijo de Dios
Que Dios haga cosas increíbles, es de lo más creíble para nuestra fe. Como ofrecer su perdón con creces a aquellos que lo abandonaron; o como “perseguir” los corazones que huyen de Él; como resucitar un muerto…; o como el asombroso hecho de haber entrado en este mundo a través de un apartado y frío pesebre haciéndose pequeño… como aquellos a quienes pertenece el Reino de los Cielos. Pues bien, todo este inabarcable misterio, imposible de ser comprendido completamente por nuestra humana inteligencia, se ha quedado para siempre en la gruta de Belén…, y es que Dios siempre es original para llegar a nosotros, y a veces -como nos enseña dicha gruta-, se encuentra donde menos lo esperamos.
Belén se convirtió en el testigo silencioso de la entrada en humildad de Dios en la historia de los hombres de una manera completamente impensable: hecho un hombre más; Belén se convirtió en el hito que marca el punto de encuentro entre el Nacimiento en el tiempo del Eterno, y el nacimiento de la eternidad para quienes vivimos en el tiempo. Belén ya no es “la más pequeña entre las familias de Judá” (Cf. Mq 5,2), porque hace 2019 años vio salir de uno de sus pesebres al Niño “Rey del mundo”, quien transformó con su “pequeña presencia” aquella helada gruta en el signo de su amor extremo por la humanidad pecadora, un amor más deseoso aun de transformar los corazones y de que nos hagamos también pequeños, como Él, a los ojos de este mundo, buscando en todo humildemente cumplir la voluntad del Padre… también como Él.
Por gracia de Dios, nuevamente hemos tenido la oportunidad de celebrar la santa Misa en Belén, lugar pequeño que contiene mucho más que aquello que se ve en la gruta, y como corresponde pudimos hacerlo como familia, no sólo religiosa sino también cristiana católica, junto a los muchos y variados peregrinos que desde los lugares más apartados llegan cada 25 de diciembre a participar en la santa Misa de Nochebuena en Belén.
Posteriormente, como amerita la ocasión, pasamos a festejar el Nacimiento del Hijo de Dios como familia religiosa, alegrándonos junto a Aquel que nos ha llamado a tomar parte de su Iglesia, y que nos invita a seguirlo desde el pesebre hasta la cruz en esta vida, para hacerlo en su victoria definitiva en la eternidad.
Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia.