Ejemplos de muertes santas

La muerte

San Alberto Hurtado

Meditación de unos Ejercicios Espirituales predicados por Radio ‘Mercurio’, entre el lunes 7 y sábado 12 de Mayo de 1951. Un disparo a la eternidad, pp. 208-215.

Si no fuera más que para afrontar con serenidad la muerte, y con alegría la vida, ya la fe tendría plena justificación. Cuántas anécdotas, mis hermanos, podría narraros de las dulces muertes que he visto o he leído descritas. Permitidme recordaros la de once marineros españoles, muertos en los días trágicos del terrorismo rojo en España. La última noche de su vida les interroga el alcaide cuál es su suprema voluntad y ellos contestan: un sacerdote que nos confiese. Pasan la noche en íntima comunicación con él y uno de ellos le dice: “Padre, qué dicha la nuestra, somos once, entre nosotros no hay ningún Judas y Ud. representa a Cristo”. El fusilamiento debía tener lugar a las seis, uno mira el reloj y dice: “Amigos, que estafa, son las 6 1/2. Nos han robado media hora de cielo”.

Vosotros recordareis al sacerdote colombiano que entre nosotros hizo tanto bien, el Rev. Padre Juan María Restrepo, él no pudo ver la muerte de su madre, pero su hermano, senador colombiano se la describía así.

Se fue apagando su vida

en un dulce agonizar,

sin estertores ni gritos,

ni angustioso forcejear,

como en la playa de arena,

duermen las olas del mar,

como al caer de la tarde

muere la lumbre solar…

Dios la llamaba del Cielo

y al Cielo se fue a morar…

Junto al lecho arrodillados

la miramos expirar,

sin alaridos ni gritos,

de vana inconformidad.

Apenas si se escuchaba

tenuísimo sollozar

de quienes saben que el viaje

es un viaje y nada más

y que en la orilla lejana

nos volveremos a hallar,…

La madre nos dijo: Hijitos

los espero en el hogar.

Hasta luego madrecita

ayúdanos a llegar.

No resisto a leeros estas líneas encontradas en el bolsillo de la chaqueta de un soldado norteamericano desconocido destrozado por una granada en el campo de batalla: “Escucha, Dios…, yo nunca hablé contigo. Hoy quiero saludarte: ¿cómo estás? ¿Tú sabes…? Me decían que no existes y yo, tonto de mí, creí que era verdad. Yo nunca había mirado tu gran obra. Y anoche, desde el cráter que cavó una granada, vi tu cielo estrellado y comprendí que había sido engañado… Yo no sé si tú, Dios, estrecharás mi mano; pero voy a explicarte y comprenderás… Es bien curioso: en este horrible infierno he encontrado la luz para mirar tu faz. Después de esto, mucho que decirte no tengo. Tan sólo que me alegro de haberte conocido. Pasada medianoche habrá ofensiva. Pero no temo: sé que tú vigilas. ¡La señal!… Bueno, Dios: ya debo irme… Me encariñé contigo… aún quería decirte que, como tú lo sabes, habrá lucha cruenta y quizás esta misma noche llamaré a tu puerta. Aunque no fuimos nunca muy amigos, ¿me dejarás entrar, si llego hasta ti? Pero… ¡si estoy llorando! ¿Ves, Dios mío?, se me ocurre que ya no soy impío. Bueno, Dios: debo irme… ¡Buena suerte! Es raro, pero ya no temo a la muerte”.

 

Exposición del Padre Nuestro

San Francisco de Asís

Oh santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro.

Que estás en el cielo: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para el conocimiento, porque tú, Señor, eres luz; inflamándolos para el amor, porque tú, Señor, eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú, Señor, eres sumo bien, eterno bien, del cual viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien. Santificado sea tu nombre: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la sublimidad de la majestad y la profundidad de los juicios.

Venga a nosotros tu reino: para que tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo.

Danos hoy nuestro pan de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo: para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció.

Perdona nuestras ofensas: por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que lo perdonemos plenamente, para que, por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti por ellos devotamente intercedamos, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos para todos en ti.
No nos dejes caer en la tentación: oculta o manifiesta, súbita o importuna.

Y líbranos del mal: pasado, presente y futuro. Gloria al Padre, etc.

Místico pozo de aguas vivas

“Como Ella nadie está tan unido con Jesús, la fuente de las aguas vivas..”

P. Gustavo Pascual, IVE.

Las aguas vivas son las que brotan de un manantial y que nunca se agotan. Un pozo de aguas vivas es una gran riqueza, es un tesoro, sobre todo, en las tierras áridas. Alrededor de él brota la vida. Los pozos de agua viva se alimentan por ríos subterráneos que nacen en nevados o cordilleras de las que se filtran sus aguas y emergen en ellos, a veces, distantes muchos kilómetros de las fuentes de agua. Los pozos de aguas vivas son la bendición del desierto. Allí se forman los oasis tan necesarios para los viajantes de las tierras sin agua.

Jesús se encontró con una samaritana en un pozo de aguas vivas, el pozo que había hecho excavar Jacob en Sicar[1] y en el diálogo con ella, estando ella orgullosa por ser propietaria de aquel pozo, escuchó de Jesús algo admirable, que Él le podía dar aguas que calmen para siempre su sed y que su agua transforma a las personas en fuentes de aguas inagotables. Porque el que guarda la palabra de Cristo, su sabiduría, alcanzará la vida eterna y no morirá para siempre.

La Santísima Virgen es un místico pozo de aguas vivas. Como Ella nadie está tan unido con Jesús, la fuente de las aguas vivas, porque Cristo está lleno de gracia y de verdad[2] y por Él nos viene toda gracia y verdad[3]. Sin embargo, esta fuente de aguas vivas alimenta el pozo místico que es María Santísima, de tal manera, que no hay gracia de Jesús que no pase a través de Ella y llegue a nosotros.

María es pozo de aguas vivas por la profundidad de su vida interior. La samaritana le preguntó a Jesús, en aquella oportunidad, que cómo iba a sacar agua, porque no tenía cubo y el pozo era muy profundo. El pozo místico que es la Virgen María es un pozo profundo de vida interior, al cual, podemos llegar para extraer el agua viviendo vida interior porque sólo el que lleva vida interior puede conocer a María, puede descubrir que Ella es el pozo místico donde debemos recoger las gracias de Jesús.

Sobre todo es necesario para recoger el agua de este profundo pozo, la humildad, porque María es grande por su humildad. Dios hizo grandes cosas en María porque vio su humildad[4], y aquellos que quieran llegar a Ella para recoger el agua viva necesitan humildad. Si queremos sacar agua de este pozo tenemos que hacernos pequeños, como niños, y acogernos en los brazos de María.

Para ser profundo es necesaria la humildad. Para ser hombre interior es necesaria la humildad porque, como decía San Agustín, “cuanto más alto queramos construir nuestro edificio interior tanto más profundos tienen que ser los cimientos de la humildad”.

La profundidad de la vida interior de María, que es un ejemplo para nosotros, está en su abandono en Dios. María, por su humildad, dejó que Dios hiciese en Ella grandes obras. La colmó de gracias por encima de todos los ángeles y bienaventurados del Cielo.

En este místico pozo recogemos con abundancia las gracias para nuestra vida interior y cuanto más vacío este nuestro cubo por la humildad más gracias recogeremos. Recogeremos las gracias que Jesús quiera darnos y en la medida que lo tenga predeterminado según su plan eterno para con nosotros. De nuestra parte se requiere la humildad.

¿Y qué gracias recogemos en este místico pozo? Todas las gracias necesarias para nuestra santificación: nuestras necesidades espirituales pero también materiales en orden a la salvación, y principalmente colmamos en este pozo nuestra sed de Dios. Calmamos la sed que las cosas del mundo, de la tierra, no pueden calmar. Porque la sed es acuciante en muchos momentos de nuestra vida y nos hallamos cansados o en lugar desierto y nos es necesaria el agua viva. María nos da el agua viva y nos pone en contacto con la fuente de las aguas vivas. Su agua es la misma agua que brota de la fuente que es Jesús.

Contemplar este pozo de aguas vivas nos conduce a contemplar la fuente. Contemplar a María nos lleva a la contemplación de Jesús, porque no hay unión mayor que la que existe entre María y Jesús. Ella ha llevado a la cumbre la vida mística y es ejemplo acabado de la unión con Jesús.

La vida de María transcurría en una contemplación permanente de Jesús. Lo contempló durante su vida terrena como niño, como joven, como Maestro, pero luego de su muerte también tuvo una unión permanente con Jesús, a pesar, de su ausencia física. María no sólo guardaba en su corazón las cosas vividas con Jesús en los misterios de la infancia sino que guardaba a su Hijo y con Él estaba unida en todo momento. María no salía de sí como otros santos que cuando se unían a Dios entraban en éxtasis. Salían de sí para vivir en Dios. Ella vivía en Dios porque una es la unión transeúnte y otra es la unión permanente, una es la unión habitual y otra la actual. María vivía en acto la unión con Jesús.

Si queremos alcanzar la fuente de aguas vivas recurramos a María, místico pozo de aguas vivas. Entremos en ella y busquemos su vida interior. En esta vida encontraremos el camino seguro, fácil, rápido y perfecto para llegar a Jesús.

¡Madre, a vos acudimos en busca del agua viva! ¡Agua que deseamos tener! ¡Agua que nos hará fuente de aguas vivas que brote hasta la vida eterna!

 

[1] Jn 4, 5 ss.

[2] Jn 1, 14

[3] Jn 1, 17

[4] Cf. Lc 1, 48

Rodeada de mil broqueles y escudos

Rodeada de mil broqueles y escudos

P. Gustavo Pascual, IVE.

La Sagrada Escritura, en el Cantar de los Cantares, nos trae un mensaje que se acomoda perfectamente a este título mariano: “Tu cuello, la torre de David, erigida para trofeos: mil escudos penden de ella, todos paveses de valientes”[1]. En verdad María está adornada de mil escudos. Escudos que son sus títulos que la elevan sobremanera respecto de toda la creación. Títulos que la hacen predilecta Hija de Sión, la elegida por Dios para su obra redentora.

Adorna esta preciosa torre el título sempiterno de su predestinación.

Desde toda la eternidad, Dios escogió, para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret, en Galilea, a una Virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen era María (Lc 1, 26-27).

El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida (LG 56; cf. 61)[2].

            Elegida por Dios desde toda la eternidad, modelo excelso en la mente divina que se concretó en la plenitud de los tiempos. Elegida para ser Madre del Emmanuel, Dios con nosotros[3]. Hija predilecta de Dios Padre, obra de arte bellísima de Dios Espíritu Santo. La primera entre los predestinados.

También su maternidad divina. Título sublime. Título sobre todos los títulos. Título al que siguen consecuentemente todos los demás.

Maternidad física que se concretó en la respuesta al arcángel Gabriel: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”[4]. Respuesta que hizo posible que el Hijo de Dios se encarnara en sus purísimas entrañas, convirtiendo aquel seno maternal en sagrario divino por nueve meses. Madre que dio a luz al Mesías en el portal de Belén. Madre que dio su carne y su sangre a Jesucristo. Madre de Dios por toda la eternidad.

Maternidad espiritual que fue solemnemente proclamada al pie de la cruz de Jesús y aceptada por ella en la persona de san Juan. Maternidad que contenía a toda la humanidad. Maternidad que, comenzando cuando concibió la Cabeza -esto es Jesús-, se completaba al dar a luz a todos los hombres, miembros del Cuerpo Místico, entre dolores inenarrables al pie de la cruz. Maternidad que ejerce individualmente en el bautismo de cada cristiano. Maternidad solícita que durará para siempre.

Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende (Cf. Jn 19, 26-27; Ap 12, 17) a todos los hombres, a los cuales Él vino a salvar: “Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rm 8, 29), es decir, los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre” (LG 63)[5].

Otro título que honra a María es el de su Concepción Inmaculada, privilegio exclusivo que Dios le concedió porque iba a ser su propia Madre.

Dios por su infinito poder aplicó anticipadamente a María los méritos que tiempo después su Hijo conseguiría por su pasión y muerte en cruz. Concepción inmaculada de María que se prolongó durante la vida de la Virgen en su alma purísima, alma que jamás tuvo ni la mínima imperfección.

María es llamada Corredentora, título que la asocia a la Redención del género humano. María compadeció junto con Jesús al pie de la cruz la dolorosa agonía. Dios que da la gracia en la medida de la vocación a la que llama, colmó de gracias a María para esta misión corredentora. Al pie de la cruz la espada profetizada por Simeón traspasaba el alma de la Madre y su dolor unido al de Cristo redimía a la humanidad caída.

La Santísima Virgen es también mediadora universal, título dulcísimo que hace brillar la solicitud de María por sus hijos. María atiende constantemente a las necesidades espirituales y materiales de los que le piden. María en el cielo está por encima de ángeles y santos, cercanísima al trono de Cristo, y es en consecuencia la más escuchada por Dios. Es la omnipotencia suplicante a quién su Hijo Jesús no niega cosa alguna, porque si entre los hombres sucede que jamás un buen hijo niega nada a su madre, ¡cuánto más sucederá esto entre tal Madre y tal Hijo!

María es Reina y Señora de toda la creación. Es título de derecho pero también de conquista. Lo es de derecho por ser Madre de Cristo que es el Rey de reyes y Señor de señores. Él es Dios y todo lo ha creado, todo lo conserva y todo depende de Él. Lo es de conquista por sus padecimientos al pie de la cruz en unión a su divino Hijo y en dependencia absoluta de Él.

La Asunta al cielo. Asunción en cuerpo y alma, asunción que es consecuencia de su concepción inmaculada, de su virginidad perpetua y de su plenitud de gracias. Asunción que es convenientísima. Porque ¡cómo iba a sufrir corrupción en el cuerpo la que no sufrió corrupción en el alma!, o acaso, ¿no es la corrupción corporal efecto del pecado? María, finalizada su vida terrenal, ya sea por muerte o dormición, fue ascendida por los ángeles hasta el Cielo y allí está junto a su Hijo Jesucristo.

La vida de María encierra muchísimos misterios y títulos espléndidos que le podríamos sumar, baste con los dados, pero viene al caso recordar las palabras de San Bernardo: de María nunca diremos demasiado.

 

[1] 4, 4

[2] Catecismo de la Iglesia Católica nº 488. En adelante Cat. Igl. Cat.

[3] Cf. Mt 1, 23

[4] Lc 1, 38

[5] Cat. Igl. Cat. nº 501

 

El perdón

Imitemos a nuestro Señor, el gran perdonador…

(Homilía)

“¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.” (Mt 18, 33-35)

Ciertamente que el perdón ocupa un lugar fundamental en la vida de todo cristiano. Nos llamamos cristianos, justamente, porque somos seguidores de Cristo, miembros de su iglesia y herederos por la gracia de los premios prometidos a todos aquellos que vivan y mueran en comunión con Él.

Jesucristo mismo, el Hijo de Dios y Dios junto con el Padre y el Espíritu Santo, se hizo hombre para reconciliar a los hombres con Dios, es decir, para ofrecer el perdón divino a todos los hombres. Que algunos no acepten ese perdón divino y prefieran el pecado es otra cosa, eso depende de la libertad de cada uno, pero nosotros, cristianos católicos, le hemos dicho que sí, a ese perdón divino, lo hemos aceptado y nos seguimos beneficiando de él y lo seguimos renovando y acrecentando sacramental y efectivamente en cada confesión.

Pero existe también otro perdón que no es sacramental, pero que sin embargo nos predispone a recibirlo y a merecerlo. Ese perdón no es ya considerado como sacramento sino como una virtud que nos hace capaces de asimilar poco a poco las virtudes de Cristo: nos referimos al perdón hacia nuestros demás hermanos, o dicho de otra manera, el saber perdonar las injurias, las ofensas de nuestro prójimo como Cristo  mismo nos lo enseñó.

Hay situaciones en que el perdón nos resulta fácil. Por ejemplo una madre que reta a su hijito porque se portó mal. Cuando el niño le pide perdón no le cuesta nada, al contrario, lo hace con gusto.

Pero cuando la ofensa es mayor que las pequeñeces de los niños, cuando vienen de nuestros enemigos, qué difícil se nos hace perdonar… y más todavía cuando la ofensa viene de nuestros amigos, de nuestros hermanos, de aquellos que más queremos.

Siempre detrás del rencor, de la falta de capacidad para perdonar, hay un tinte de soberbia porque es nuestro orgullo el que no quiere “rebajarse” a perdonar. Terrible error: porque el que perdona, se hace a los ojos de Dios (y de los hombres espirituales) mucho más grande porque manifiesta la bondad y nobleza de su corazón, y además da ejemplo de cómo tienen que obrar los verdaderos hijos de Dios.

Perdonar no significa disfrazar la ofensa, sino revestirla con la luz de la gracia divina, verlo pero en manos de la divina providencia que una vez más nos regala una oportunidad para hacer actos de caridad que nos vayan santificando y asemejando a Jesucristo, el gran perdonador.

   San Bernardo: «Oh amor inmenso de nuestro Dios que, para perdonar  a los esclavos, ni el Padre perdonó al Hijo, ni el Hijo se perdonó a sí mismo».

-perdona a María Magdalena de la que dice el Evangelio que había expulsado 7 demonios.

-perdona el pecado de David que era de adulterio y asesinato

-perdona a Pedro que lo traicionó y a todos los apóstoles que lo abandonaron

– perdona a los verdugos que lo clavaban en la cruz

-perdona, a todo el que le pide perdón…

Cómo no vamos a aprender nosotros a perdonar, a eliminar el rencor que lo único que hace en el alma es estancarla, quitarle la tranquilidad y la alegría. Recordemos que la oración del rencoroso podrá ser escuchada, pero más difícilmente atendida, porque el que guarda rencor en su corazón, cuando reza, presenta al Cielo una ofrenda sucia e indigna, manchada con el término opuesto al amor de Cristo que perdonó y nos mandó perdonar. En cambio, quien perdona de corazón, pese a lo que le cueste, se duerme sin reproche Dios, de la propia conciencia ni de los demás hombres.

Recordemos la parábola del hijo pródigo:  El padre bondadoso, al recibir al hijo que vuelve avergonzado, no trata de disfrazar los hechos de su hijo; no dice “él pensaba que obraba bien”, o “no sabía lo que hacía”, ni dice “aquí no ha pasado nada” o “hagamos como si no se hubiese ido nunca”. Dice con toda claridad “mi hijo estaba muerto”; por lo tanto, reconoce la partida, la muerte, el desgarro en su alma de padre. Pero ve su retorno bajo una nueva luz: “pero ha resucitado”. Lo cual no significa, únicamente, que ha vuelto y todo retorna a su cauce primero. La resurrección transforma el ser. Ha vuelto pero con un corazón resucitado; porque ya no es el muchacho rebelde, indiferente al dolor paterno, egoísta y orgulloso. Es un muchacho que ha tenido que humillarse y que ha comprendido lo que significa hacer sufrir y por eso se humilla a pedir perdón y a mendigar el último lugar en la casa paterna. No es el muchacho que se alejó; es superior a lo que antes fue. El padre ve este bien que costó tanto dolor para su propio corazón: “su hijo, ha resucitado”.

Perdonar sin quejarse, sin murmurar, y ofreciéndole a Dios todo el esfuerzo que nos cueste, es la mayor acción de gracias que podemos darle por su perdón hacia nosotros. Dios me dio perdón, entonces yo también perdonaré. No importa si el otro no quiere aceptarlo,  qué importa si lo rechaza. Si yo lo he perdonado como corresponde, con caridad y sigo rezando por él, el resto queda en manos de Dios.

El perdón es parte de la madurez de toda persona adulta, cuanto más de la madurez de la propia fe, de la esperanza y de la caridad. En definitiva… de nuestra gratitud al amor de Dios.

Que María santísima nos convierta en hombres y mujeres de perdón, de ejemplo cristiano y de alma siempre grande, capaz de imitar a su Hijo Jesucristo por el resto de nuestras vidas, quien lleno de amor en el momento crucial de su Pasión, rezó esta breve oración por sus verdugos y por todos aquellos que lo ofendieran con sus pecados, dejándonos una vez más un hermoso ejemplo para que nosotros, agradecidos de su compasión, lo imitásemos en nuestras vidas: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

P. Jason, IVE.

Torre de David hermosa

Sobre la belleza de María

P. Gustavo Pascual, IVE.

Este título está tomado del libro del Cantar de los Cantares: “tu cuello es como torre de David”[1].

Se refiere a la belleza de María. Belleza espiritual y corporal. La belleza de María la vemos en sus imágenes. Es la belleza de una mujer simple que invita a contemplar su interior. Hay imágenes tan hermosas de la Virgen que uno se extasía en ellas y muchas veces no sigue adelante, al interior de María. No es que este mal que hagan imágenes hermosas de la Virgen porque por más hermosas que sean no reflejan la hermosura de esta virgen nazarena, la que dio su carne y sangre al más bello de los hijos de los hombres.

No nos debemos quedar únicamente mirando las imágenes en su exterior sino que por ellas debemos entrar en el interior de María. María tiene un alma grande, hermosa, tan agraciada que está por encima de los espíritus puros del cielo, es Señora y Reina de los ángeles.

María es cuello hermoso como la torre de David. Es cuello porque une la cabeza y el cuerpo. Es Madre de la Cabeza y es Madre de los miembros del cuerpo en la Iglesia.

Como a través del cuello se difunde desde la cabeza, la vida a todo el cuerpo del mismo modo las gracias vitales continuamente se trasmiten desde la Cabeza, que es Cristo, a su cuerpo místico, por la Virgen y de una manera especial a sus devotos y amigos[2].

Madre de la Cabeza desde la Encarnación, porque fue fiel al anuncio del ángel, y por su fidelidad concibió a Jesús que es la Cabeza del cuerpo místico de la Iglesia. Por su fidelidad fue cumplidora excelsa de la misión que Dios le encomendó, ser corredentora de los hombres, y se convirtió al pie de la cruz en Madre de los hijos de la Iglesia y también de la Iglesia.

María es el cuello hermoso que une a Jesús y a los cristianos por ser Madre de ambos. Une a los hermanos entre sí. A nuestro hermano mayor con nosotros sus hijos pequeños. Lo puede hacer, lo quiere hacer y lo hace porque sabe lo que es mejor para nosotros.

María es como la torre de David, recta y maciza, fuerte. Es recta en todo su obrar porque nunca se apartó de Dios. Ya lo profetizó el Espíritu Santo desde el Génesis “pongo enemistad entre ti y la mujer”[3]. Recta y dirigida hacia el cielo porque su caminar no fue sino una constante subida hacia el cielo y nos indica con su vida el camino que debemos seguir. Este camino que es Jesucristo se hace por su mediación fácil, seguro, perfecto y corto porque su maternidad lo dulcifica y lo hace gracioso y hermoso.

Esta torre es maciza, es sólida, porque tiene buena base y esa base es la humildad. Cuanto más quieras elevar un edificio haz cimientos más profundos. Tan gran Señora, tan sublime santidad nos habla de una humildad casi infinita. Si de Moisés dice Dios que era el hombre más humilde de la tierra, su humildad ni se compara con la de María. María es un abismo de humildad. Ese abismo de humildad atrajo a un abismo de santidad porque un abismo llama a otro abismo. Sobre la humildad de María se derramó el tres veces santo que la cubrió con su sombra y el tres veces santo asumió su carne y comenzó a vivir en ella. El Poderoso ha hecho grandes obras en María porque vio su humildad y esto lo dice ella misma en el Magnificat. Esta humildad la hace fuerte. Somos fuertes en Dios cuando nos olvidamos de nosotros mismos. Dios eleva a los humildes, los hace fuertes con su misma fortaleza, como lo hizo con David ante Goliat, como lo hizo con la Santísima Virgen ante el demonio.

María es una torre sólida donde estaremos seguros. Ningún temblor, ningún sacudón, ninguna inclemencia o perturbación nos hará temer porque sabemos que en Ella estamos seguros. Tenemos que vivir en María. Que Ella nos recubra totalmente, que Ella sea la atmósfera en la que respiremos, de esta forma estaremos seguros, nada nos podrá derribar.

Nuestro error es salir de esta hermosa torre y querer caminar sin protección bajo techumbres endebles, amparados en nuestras débiles casas, y entonces nos damos cuenta, cuando todo se mece en nosotros y cuando acude el temor, porque corremos el riesgo de morir, que allí en esa torre hermosa estábamos seguros.

María es la torre de David hermosa y fuerte. Porque desde allí se vence a los enemigos, porque allí no llegan las escalas de los salteadores, porque las piedras catapultadas no la mellan, porque su altura es insalvable para el enemigo. Desde allí vencemos porque ella tiene experiencia de triunfos y porque ella siempre ha vencido y nunca ha sido vencida. ¿Quién encontrará una mujer fuerte?[4] La hemos encontrado y es más fuerte que Judit y que Ester. Es más fuerte que Ana y que Susana. Es más fuerte que Débora. Es más fuerte que todas las mujeres de la historia y que los hombres de la historia porque su fuerza es la misma fuerza de Dios, es la fuerza del León de Judá, es la fuerza del Rey de reyes y Señor de señores.

Subidos a esta torre tocamos el cielo y la tierra queda muy atrás, muy abajo, lejos. Desde ella vemos con nitidez el horizonte, percibimos de lejos los ataques de nuestros enemigos, en ella estamos en paz.

 

Retrato de la Virgen

(Soneto)

Poco más que mediana de estatura;

Como el trigo el color; rubios cabellos;

vivos los ojos, y las niñas dellos

de verde y rojo con igual dulzura.

 

Las cejas de color negra y no oscura;

aguileña nariz; los labios bellos,

tan hermosos que hablaba el cielo en ellos

por celosías de su rosa pura.

 

La mano larga para siempre dalla,

saliendo a los peligros al encuentro

de quien para vivir fuese a buscalla.

 

Esta es María, sin llegar al centro:

que el alma sólo puede retratalla

pintor que tuvo nueve meses dentro.

 

(Lope de Vega)[5].

 

[1] Ct 4, 4

[2] San Bernardino de siena. Citado por Santiago Vanegas Cáceres, Reina Señora y Madre…, 336

[3] 3, 15

[4] Cf. Pr 31, 10

[5] http://www.mariamadrededios.com.ar/entrenos/vida_index.asp

 

Solemnidad de santa Ana y san Joaquín en Séforis

Queridos amigos:
Como saben, este año la solemnidad de santa Ana y san Joaquín ha sido del todo especial, en primer lugar porque la hermosa imagen de santa Ana con la Virgen niña finalmente está en su altar correspondiente, pero además porque la santa Misa ha sido presidida por el P. Wojciech Bołoz, nuevo guardián de Nazaret, acompañado de más frailes franciscanos de Nazaret con quienes mantenemos siempre una grata fraternidad; además, la liturgia culminó con la solemne bendición de la imagen, estando presente los feligreses, varios sacerdotes, un obispo y los ingenieros que nos ayudaron a colocarla, así como nuestros feligreses de los sábados y 3 sacerdotes misioneros quienes pudieron concelebrar con nosotros y nuestros padres de Belén, ayudando con los cantos y la liturgia varias de nuestras hermanas SSVM. En fin, una hermosa santa Misa como corresponde para exaltar a los padres de María santísima:
“San Joaquín y santa Ana fueron el instrumento por el cual la Virgen, ya desde niña, aprendió la maternidad que posteriormente se extendería a toda la humanidad, es decir, que fueron el primer ejemplo de lo que implica realmente ser madre o padre. Decía san Juan Pablo II: “La figura de Santa Ana, en efecto, nos recuerda la casa paterna de María, Madre de Cristo. Allí vino María al mundo, trayendo en Sí el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción. Allí estaba rodeada del amor y la solicitud de sus padres Joaquín y Ana. Allí «aprendía» de su madre precisamente, de Santa Ana, a ser madre… Así, pues, cuando como «herederos de la promesa» divina (cf. Gál 4, 28. 31), nos encontramos en el radio de esta maternidad y cuando sentimos de nuevo su santa profundidad y plenitud, pensamos entonces que fue precisamente Santa Ana la primera que enseñó a María, su Hija, a ser Madre”. Es decir, que, en san Joaquín y santa Ana, la Virgen conoció desde su infancia lo que implica el rol de los padres respecto a sus hijos: preocupación por ellos, renuncia, sacrificio, dolor de sus males y alegría de sus bienes; consuelo, compromiso y todo esto sin condiciones, porque así son las buenas madres, con un amor que no sabe de límites y no duda en olvidarse de sí con tal de beneficiar, especialmente el alma, de los hijos.”
Damos gracias a Dios y a la Sagrada Familia por todos los beneficios recibidos durante la novena en honor de santa Ana y san Joaquín, la cual estuvo especialmente dedicada a pedir por las intenciones y necesidades de todos aquellos que nos acompañan con sus oraciones a la distancia, y también pidiendo por las necesidades del monasterio.
¡Siempre en unión de oraciones!
En Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,
Séforis, Tierra Santa.
En Facebook (con fotos):
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¡Santa Ana llegó a su casa!

Finalmente en su lugar…

Hace más de 4 años tuvimos uno de aquellos encuentros que la Divina Providencia sabe disponer muy bien según sus bondadosos designios. Una mañana, mientras me encontraba sacando malezas y barriendo junto al muro que da hacia el valle, vi pasar por abajo a un sacerdote con quien desde lejos nos saludamos alzando las manos, y luego de eso simplemente seguí trabajando. A los pocos minutos entraba el joven sacerdote que resultó hablar español, y luego de darle la bienvenida y presentarnos brevemente me preguntó qué lugar era este, a lo cual le respondí con simplicidad que era el lugar donde estaba la casa de santa Ana, haciendo esbozar al padre una gran sonrisa que lo acompañó todo el tiempo que le expliqué un poco acerca de la tradición de los abuelos del Señor aquí con María santísima niña, luego la Virgen con san José y Jesús con total probabilidad y luego algo acerca de nuestra presencia allí desde que la Custodia de Tierra Santa nos abrió amablemente las puertas del lugar para poder dedicarnos a cuidarlo y rezar. A continuación, vino su respuesta a mi breve explicación, la cual esta vez fue a mí a quien le arrancó una gran sonrisa, también de admiración, cuando me dijo que justamente su parroquia, en Arizona, se llamaba “santa Ana”, y que no sabía que existía este lugar ni mucho menos que Dios lo haría llegar aquí para sorprenderlo.

Luego de rezar largamente en la capilla, el P. Sergio se vino a despedir amablemente diciéndome que estaba muy agradecido de Dios por esta sorpresa y que deseaba hacer algún regalo a futuro para este lugar santo, y fue así como le confié en seguida el deseo que tenía desde que llegué: colocar una imagen de santa Ana para conmemorar su estadía en Séforis, pero que solamente le pedía oraciones a él y a su parroquia que rezaran por esta intención, pues escapaba absolutamente a nuestras posibilidades; “cuenten con nuestras oraciones” fue su pronta respuesta antes de despedirnos y quedar contactados por mail.

Pues bien, 3 meses después recibo un mail del P. Sergio, lo cual me dio mucho gusto ya que se encontraba ya presente en nuestras oraciones así que saber algo de él me alegró bastante, así que abrí el correo y al comenzar a leer ya el resto fue todo emoción, ya que me comunicaba que había hablado con sus parroquianos para contarles cómo la Divina Providencia lo había sorprendido, y fue así que él y toda la parroquia decidieron poner manos a la obra, y con admirable generosidad comenzaron a juntar ayuda y hacer lo posible para contribuir a la intención que les habíamos encomendado en sus oraciones, y que se había traducido en una de las mejores y más emocionantes noticias que el monasterio ha recibido: ellos mismos donarían la imagen de santa Ana con la Virgen niña para que nuestra santa “volviera a estar presente en su casa”… no recuerdo haber danzado de alegría como el rey David, pero sí que el corazón me saltó de emoción, llenándome de la gratitud que para siempre tendrá esta parroquia y el padre de parte de nuestro monasterio, el cual siempre los tendrá presente en sus plegarias.

El resto fue realmente un abrirse paso a través de variadas dificultades hasta poder finalmente recibir a santa Ana en el monasterio, por lo cual nos repetíamos a menudo, “esta imagen será de grandes bendiciones, pues está costando hacerla llegar”; así hubieron inconvenientes en aduana, después con la colocación, luego con los costos inaccesibles para nosotros respecto a las grúas, luego el hecho de encontrar la maquinaria precisa, etc. Finalmente, luego de rezarle especialmente a santa Ana y toda la Sagrada Familia, la Divina Providencia puso en nuestro camino personas buenas y generosas que nos ayudaron a conseguir la ayuda necesaria para llevar a término dicha empresa. Desde hace meses la intención de colocar la imagen de manera definitiva no dejó de estar presente en nuestras oraciones, en la santa Misa, pidiendo rezar a nuestros amigos de Facebook y peregrinos; y religiosos y religiosas de nuestras misiones por el mundo, especialmente de los monasterios.

Ayer, finalmente, y luego de haber conseguido con grandes esfuerzos la maquinaria, y haber tenido que sacar los portones del monasterio para hacer entrar la grúa “literalmente con un centímetro de separación del muro a cada lado de la grúa”, santa Ana llegó a su casa, a su lugar definitivo, sobre una base colocada junto al altar que preparamos en su honor. Tanta era nuestra alegría que apenas salieron los trabajadores, después de haber colocado nuevamente los portones no sin gran esfuerzo, nos fuimos corriendo a preparar la santa Misa de acción de gracias junto a santa Ana y la Virgen, quienes desde ahora miran hacia en lugar donde la pequeña María santísima habrá jugado en su niñez, donde san Joaquín y santa Ana habrán compartido con ella sus juegos inocentes y la habrán visto crecer; donde san José habrá trabajado con Jesús en algún momento dejando su santa huella, santificando lo cotidiano, santificando la familia y el trabajo, y donde ahora, después de varios siglos, nuevamente hay un sagrario resguardado por la sencillez del monasterio, y donde los peregrinos poco a poco comienzan a aparecer para venerar lo que fue la casa de santa Ana, convertida en monasterio y santuario que siempre en silencio los espera para ofrecer esa grande y profunda consideración, breve pero que en sí misma encierra mucho: por aquí pasó y vivió toda la Sagrada Familia.

Gracias a todos aquellos que nos han ayudado con sus oraciones y económicamente, gracias al P. Sergio y la Parroquia santa Ana, gracias a todas las almas que desde la distancia contribuyen con sus plegarias y sacrificios, y gracias especialmente a la Sagrada Familia, cuya intercesión de deja conocer constantemente estando aquí.

Con nuestra bendición, en Cristo y María:

Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,

Séforis, Tierra Santa.

En Facebook (con fotos): https://www.facebook.com/m.seforis/posts/pfbid0iuSfj8e5pqDQxgkRXmVcECL6w9ZAwsjP5KxEBsHcUxHpC8ht9Ly8xPDV5kgDUYB6l

Enjugadora compasiva de nuestro llanto

María es consuelo de los afligidos. Nos consuela porque es compasiva. Ella ha sufrido los dolores que cada uno de nosotros sufre y los ha superado por su confianza en Dios.

P.  Gustavo Pascual. IVE

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”[1]. Si bien, esta bienaventuranza se refiere a los que lloran en esta vida y al consuelo que alcanzarán en la otra, también, aquí recibimos consuelo a nuestro llanto. Es María la enjugadora compasiva de nuestro llanto.

¿Y por qué lloramos? Lloramos por muchas cosas. Lloramos por la carencia de las cosas necesarias para la vida; lloramos la ausencia de nuestros seres queridos; por la falta de alegría; por la falta de felicidad y sobre todo por la ausencia de Dios.

María es consuelo de los afligidos. Nos consuela porque es compasiva. Ella ha sufrido los dolores que cada uno de nosotros sufre y los ha superado por su confianza en Dios.

María ha sufrido tristeza porque Herodes quería matar a su niño y por tener que dejar su patria. María ha sufrido por la falta de lo necesario cuando tuvo que dar a luz en un pesebre, en la vida pobre en el destierro y en Nazaret. María ha sufrido la muerte de sus seres queridos, de San José y de Jesús. Ha llorado la ausencia de Dios, cuando el niño se extravió en Jerusalén y cuando sintió la soledad en la pasión.

Ella nos enseña cómo vivir en aquellas situaciones que nos hacen llorar. María manifiesta su integridad en aquellas situaciones, especialmente, cuando recoge a su Hijo muerto al pie de la cruz. De sus ojos brotaban abundantes lágrimas pero se mantenía firme con la esperanza de ver a su Hijo resucitado. La esperanza en las promesas de su Hijo la hacían superar aquellos momentos de terrible dolor.

María es una Madre compasiva. La compasión es un sentimiento que se da especialmente entre los seres cercanos, sea por sangre o por espíritu, por el cual, nuestro corazón sufre los mismos padecimientos que sufre el otro, al que queremos. El compasivo llora con los que lloran.

María es tan cercana a nosotros y nos ama tanto que siempre tiene compasión de nosotros. Cuando nos ve llorar Ella sufre con nosotros. Llora con nosotros como lo hizo con su Hijo en la pasión. Ella se compadeció de Cristo.

Pero María se compadece de nosotros y nos consuela porque puede consolarnos y quiere consolarnos. Ella es la Madre de misericordia que enjuga el llanto de sus hijos sufrientes y los consuela.

En momentos en los cuales los consuelos humanos son ineficaces, cuando las palabras de los hombres no logran hacer cesar nuestro llanto porque no pueden mitigar el dolor, la Virgen se muestra Madre compasiva y nos consuela. Nos consuela en especial infundiéndonos su esperanza y su fe que nos llevan a confiar en Jesús.

En esos momentos de oscuridad del alma y de noche interior la Virgen se muestra como la aurora radiante que anuncia el sol consolador, Jesucristo.

Y ¿por qué nos consuela María? Porque somos sus hijos. Ella nos ha recibido de manos de su Hijo al pie de la cruz con el encargo de cuidarnos y Ella lo hace con perfección. María se compadece de nuestro llanto, llanto que la mayoría de las veces es por cosas de la tierra y que denotan la falta de interioridad que tenemos y la falta de confianza en Dios, la falta de abandono. De cualquier manera Ella nos consuela y hace cesar nuestro llanto infundiéndonos fortaleza para sobrellevar el dolor o socorriéndonos en nuestras necesidades dándonos lo que necesitamos para que cese nuestro llanto.

María nos ha corredimido por su compasión, por eso sabe bien el oficio de consoladora y de Madre compasiva.

María se compadeció de su pueblo y de la humanidad entera y contestó al ángel con su “hágase”. María se compadeció de Isabel y fue a acompañarla durante su embarazo. María se compadeció de los esposos en Caná y apuró la hora de su Hijo para que convirtiera el agua en vino. María se compadeció de nosotros y aceptó el encargo de su Hijo tomándonos en adelante por hijos suyos. María se compadeció de la Iglesia naciente, de los Apóstoles y de los primeros discípulos, los consoló y los acompañó en la oración hasta la venida del Espíritu Santo. María sigue desde el cielo compadeciéndose de nuestras necesidades y como omnipotencia suplicante y como mediadora universal nos alcanza de su Hijo lo que necesitamos.

La compasión es de los mansos y de los humildes. Los iracundos y los soberbios no se compadecen sino que desdeñan a los que sufren.

María fue como su Hijo mansa y humilde de corazón y por eso supo compadecerse del prójimo. Se compadece de nosotros y enjuga con ternura nuestro llanto.

¡Cuándo se ha visto que una madre sea indiferente al llanto de su hijo amado! Mucho menos María. María no quiere la tristeza y el llanto de sus hijos sino que quiere verlos alegres y felices. Nuestras tristezas y llantos son efecto del hombre viejo que no acaba de morir, por eso, María nos consuela para que vivamos como hombres nuevos, como hombres resucitados, transformadas nuestras tristezas y llanto por el amor, por una vida llena de esperanza en la felicidad sin fin.

¡María acude en nuestra ayuda cuando lloremos y estemos tristes y haznos recordar que estamos llamados al cielo!

 

[1] Mt 5, 5

Solemnidad de Corpus Christi

Homilía 

Correspondencia y unión: Eucaristía, plenitud de la amistad divina

P. Jason Jorquera, IVE.

Amor en general

Es bastante conocida la obra literaria de Saint Exupéry titulada “El principito”, en donde el autor narra un inolvidable encuentro con este pequeño hombrecito que busca amigos. Me gustaría citar el libro hacia el final (pero no es el final, por si alguno todavía no lo ha leído) porque resalta de una manera muy clara y a la vez profunda el valor de la verdadera amistad. Comienza este breve dialogo el principito:

-Mirarás por la noche las estrellas. No sabrás exactamente cuál es la mía pues mi casa es demasiado pequeña. Pero será mejor así. Para ti mi estrella será alguna de todas ellas; te agradará mirarlas y todas serán tus amigas. Luego te haré un regalo…

Rió nuevamente.

-Ah! cómo me gusta oír tu risa!

-Precisamente, será mi regalo… será como el agua…

-No comprendo.

-Las estrellas no significan lo mismo para todas las personas. Para algunos viajantes son guías. Para otros no son más que lucecitas. Para los sabios son problemas. Para mi hombre de negocios eran oro. Ninguna de esas estrellas habla. En cambio tú…, tendrás estrellas como ninguno ha tenido.

-Qué intentas decirme?

-Por las noches tú elevarás la mirada hacia el cielo. Como yo habitaré y reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. Tú poseerás estrellas que saben reír.

Volvió a reír.

-Cuando hayas encontrado consuelo (siempre se encuentra), te alegrarás por haberme conocido. Siempre seremos amigos.

 La amistad es una de las especies del amor, es decir, que los amigos realmente se aman y buscan acrecentar ese mutuo amor; eso es la amistad.

Antes de seguir adelante, mencionemos brevemente el proceso del amor en general, para comprender mejor la particularidad del amor de Cristo.

Cuando los hombres descubrimos algo de bondad en los demás, ello capta nuestra atención. Luego de detenernos algún tiempo o comprendemos la bondad de aquello que llamó nuestra atención, surge la atracción hacia el objeto que contemplamos. Si ese objeto, que posee la bondad que nos atrae, no lo podemos llegar a poseer produce admiración. Pero si es posible poseerlo, brota la esperanza y junto con ello nuestra actitud de ir por él. Y, finalmente, cuando este objeto, bueno para nosotros (aun cuando en esto pueda haber error, como el que considera bueno algo que está mal y comete un pecado), cuando se da una correspondencia mutua entonces surge el amor. Y el fruto del amor, es la unión; es por eso que dos personas que se aman, ya sean hermanos, amigos, esposos, padres e hijos, etc., necesariamente tienden a buscar la unión de corazones, y en la medida que ese amor se vaya acrecentando, se vaya haciendo puro, el que ama irá haciendo lo posible por entregarse más profundamente a la persona que ama. El amor verdadero, entonces:

–  se corresponde: por ejemplo los amigos que se buscan constantemente

–  se manifiesta: como los esposos que se dicen todos los días que se quieren

–  y busca cada vez más la unión de los que se aman.

El amor de Cristo

Habiendo considerado todo esto, vemos claramente que el amor de amistad, al igual todas las especies del amor, genera lazos tan fuertes entre aquellos que se aman que se dice que se van volviendo una sola alma, en cuanto que aman lo mismo, es decir, la bondad que descubren en el otro. Por eso la amistad perfecta, verdadera, agradable a los ojos de Dios, es la amistad que se funda en la virtud:

– no es amistad verdadera la que se funda en el interés,

– no es amistad verdadera la que funda en el placer,

– y no es amistad verdadera la que se fundamenta en el pecado; sino la que se asienta sobre los lazos de la virtud.

Pero para formase estos lazos se necesita además tiempo y hábito… El deseo de ser amigo puede ser rápido, pero la amistad no lo esPor lo tanto: la amistad con Jesucristo se va a dar esencialmente a partir de nuestro contacto con Él en la oración, en nuestros ratos a solas con Él y en el las obras de caridad que hagamos con los demás por amor a Él.

Pero Jesucristo, una vez más, rompe todos estos esquemas, porque en realidad los trasciende, está por sobre ellos, ya que Él, siendo Dios, se dignó amar a los hombres por su solo amor, de modo gratuito, y sin embargo, tomando Él mismo la iniciativa contra todo lo que la sabiduría humana nos podría decir.

– No hay proporción entre ambas partes; Dios es perfecto y el hombre pecador.

– El hombre se había enemistado con Dios por el pecado y lo abandonó… pero Dios no abandonó al hombre y le envió a su Hijo.

– El hombre había rechazado la gracia, pero Dios se la volvió a ofrecer.

– Correspondía el castigo divino por la rebelión, pero Dios nos ofreció misericordia.

Y nos podemos preguntar: ¿cómo es posible que Dios nos ofrezca incansablemente sus dones?, y la respuesta es muy sencilla. Él mismo nos la dejó escrita en una carta que se llama Sª Eª, ahí se nos dice que “Él  nos amó primero[1]

Porque Dios siempre se nos adelanta. y hoy, en esta solemnidad del Corpus Christi, la santa Iglesia Católica, fruto del amor de Dios por los hombres, nos invita a considerar la mayor manifestación del amor de Dios hacia nosotros al dejarnos en la tierra, el manjar precioso que conduce al Cielo: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo… hoy es la celebración del Hijo de Dios entre los hombres, y también la alegría de los hombres capaces de hacerse, desde ahora, poseedores de Dios y de la eternidad:

«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo[2] Son palabras de Dios hecho hombre, y en favor de los hombres.

Cuando el amor es verdadero, implica el deseo y, podríamos decir, la necesidad de darse completamente hacia el amado. Jesucristo, siendo Dios, no quiso eximirse de este aspecto y decidió darse a sí mismo a los hombres. Nos dio su vida, pero como es Dios, no se conformó con darnos mucho y entonces decidió darnos todo. Y Él mismo, para poder dársenos todo y a todos, creó un sacramento y se hizo sacramento y hasta el fin de los tiempos seguirá presente este sacramento que es la fuente de la vida eterna y el mayor de los regalos que Dios podría habernos hecho:

«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él
[3]

Frutos del amor de Cristo

San Alberto Hurtado: (resumido) « Todas las más sublimes aspiraciones del hombre, todas ellas, se encuentran realizadas en la Eucaristía, [el sacramento del Cuerpo y la sangre de Cristo]:

La Felicidad: El hombre quiere la felicidad y la felicidad es la posesión de Dios. En la Eucaristía, Dios se nos da, sin reserva, sin medida…

Cambiarse en Dios: El hombre siempre ha aspirado a ser como Dios, a transformarse en Dios, la sublime aspiración que lo persigue desde el Paraíso. Y en la Eucaristía ese cambio se produce: el hombre se transforma en Dios, es asimilado por la divinidad que lo posee; puede con toda verdad decir como San Pablo: “ya no vivo yo, Cristo vive en mí” (Gal 2,20)

Hacer cosas grandes: El hombre quiere hacer cosas grandes por la humanidad… […], ofreciendo la Misa […] el hombre: opone a todo el dique de pecados de los hombres, la sangre redentora de Cristo; ofrece por las culpas de la humanidad, no sacrificios de animales, sino la sangre misma de Cristo; une a su débil plegaria la plegaria omnipotente de Cristo, que prometió no dejar sin escuchar nuestras oraciones y ¡cuándo más las escuchará [el Padre] […] cuando esa plegaria proceda del Cristo Víctima del Calvario, en el momento supremo de amor…!

Además, en la Misa, el hombre y Dios se unen con una intimidad tal que llegan a tener un ser y un obrar. El sacerdote y los fieles son uno con Cristo que ofrece y con Cristo que se ofrece…

El mayor fruto de este amor de amistad íntima que nos ofrece Dios en el sacramento del cuerpo y sangre de su Hijo, es la unión. Y este es el colmo del amor de Dios, porque colma y sobrepasa nuestra medida, por eso nosotros tenemos un gran consuelo: que a Dios siempre se lo puede amar más y  que Él siempre va a corresponder a ese amor con fidelidad.

En esta solemnidad del Corpus Christi, le pedimos a la mujer que realizó la primera procesión con el Santísimo Sacramento al visitar a su prima, que nos conceda la gracia de anunciar con nuestras vidas la gratitud a Dios por haberse quedado con nosotros hasta el fin de los tiempos… y de buscar hacer cada día más íntima nuestra unión con Dios mediante la eucaristía y una seria vida de oración.

[1] 1Jn 4,19

[2] Jn 6,51

[3] Jn 6, 55-56

Monjes contemplativos del Instituto del Verbo Encarnado