Meditación sobre la pasión del Señor

El que quiera venerar de verdad la pasión del Señor debe contemplar de tal manera, con los ojos de su corazón, a Jesús crucificado, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús.

San León Magno


Que tiemble la tierra por el suplicio de su Redentor, que se hiendan las rocas que son los corazones de los infieles y que salgan fuera, venciendo la mole que los abruma, los que se hallaban bajo el peso mortal del sepulcro. Que se aparezcan ahora también en la ciudad santa, es decir, en la Iglesia de Dios, como anuncio de la resurrección futura, y que lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realice ya en los corazones.

No hay enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no ayude la oración de Cristo. Pues si ésta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con él, ¿cuánto más no lo será para los que se convierten a él?

La ignorancia ha sido eliminada, la dificultad atemperada, y la sangre sagrada de Cristo ha apagado aquella espada de fuego que guardaba las fronteras de la vida. La oscuridad de la antigua noche ha cedido el lugar a la luz verdadera.

El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón.

Procuremos ahora que la ansiedad y la soberbia de las cosas de esta vida presente no nos sean obstáculo para conformarnos de todo corazón a nuestro Redentor, siguiendo sus ejemplos. Nada hizo él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo.

En primer lugar, aquella asunción de nuestra substancia en la Divinidad, por la cual la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, ¿a quién dejó excluido de su misericordia sino al que se resista a creer? ¿Y quién hay que no tenga una naturaleza común con la de Cristo, con tal de que reciba al que asumió la suya? ¿Y quién hay que no sea regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue engendrado? Finalmente, ¿quién no reconoce en él su propia debilidad? ¿Quién no se da cuenta de que el hecho de tomar alimento, de entregarse al descanso del sueño, de haber experimentado la angustia y la tristeza, de haber derramado lágrimas de piedad es todo ello consecuencia de haber tomado la condición de siervo?

Es que esta condición tenía que ser curada de sus antiguas heridas, purificada de la inmundicia del pecado; por eso el Hijo único de Dios se hizo también hijo del hombre, de modo que poseyó la condición humana en toda su realidad y la condición divina en toda su plenitud.

Es, por tanto, algo nuestro aquel que yació exánime en el sepulcro, que resucitó al tercer día y que subió a la derecha del Padre en lo más alto de los cielos; de manera que, si avanzamos por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra salvación en la humildad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplirse lo que prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo también ante mi Padre que está en los cielos.

De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 15 Sobre la pasión del Señor, 3-4: PL 54, 366-367)

La Pasión del Señor [Parte II/II]

Sermón 128 de San Agustín

  1. Los soldados le despojaron de sus vestiduras después de haber constituido cuatro lotes que simbolizaron a sus sacramentos que iban a extenderse por las cuatro partes del orbe.
  2. El hecho de que, en vez de partirla, sortearan la única túnica, inconsútil, demuestra con suficiencia que los sacramentos visibles, aunque también ellos son vestimenta de Cristo, puede tenerlos quienquiera, independientemente de que sea bueno o malo; en cambio, la fe pura, que obra la perfección de la unidad mediante la caridad –caridad derramada desde lo alto en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado-, no pertenece a quienquiera, sino a quien le sea donada como en suerte por una misteriosa gracia de Dios. Por eso dijo Pedro a Simón, que estaba en posesión del bautismo, pero no de la fe: No tienes lote ni parte en esta fe.
  3. El que, habiendo reconocido a su madre desde la cruz (Jesucristo), la encomendara al cuidado de su discípulo amado es una manifestación adecuada de su afecto humano en el momento en que moría como hombre. Esta hora aún no había llegado cuando, a punto de convertir el agua en vino, en su condición de Dios dijo a su misma madre: ¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. No había recibido de María lo que tenía en cuanto Dios, como había recibido de ella lo que pendía de la cruz.
  4. Con las palabras tengo sed reclama la fe de los suyos. Pero como vino a su propia casa y los suyos no le recibieron, en lugar de la suavidad de la fe, le dieron el vinagre de la infidelidad, precisamente en una esponja. Hay motivos para compararlos con la esponja, pues no son macizos, sino que están hinchados; en vez de estar abiertos con libre acceso a la profesión de la fe, están llenos de escondrijos, de los tortuosos recodos de las insidias. Además, aquella bebida tenía también el hisopo, hierba humilde de la que se dice que, mediante su poderosísima raíz, se adhiere a las piedras. Había en aquel pueblo gente para la que se mantenía tal crimen a fin de que humillase su alma, arrepintiéndose y renegando de lo hecho. Bien los conocía quien recibía el hisopo junto con el vinagre. También por ellos oró, según testimonio de otro evangelista, cuando dijo desde la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.
  5. Con las palabras: Todo está consumado, e, inclinada la cabeza, entregó su espíritu, mostró que su muerte no era fruto de necesidad, sino de libertad, al esperar a morir cuando se había cumplido todo lo profetizado sobre él, puesto que también estaba escrito: Y en mi sed me dieron a beber vinagre. Todo lo hizo como quien tiene poder para entregar su vida, según él mismo había afirmado. Y entregó el Espíritu por humildad, esto es, con la cabeza inclinada, él que iba a recibirlo con la cabeza erguida, una vez resucitado. Que esta muerte e inclinación de cabeza era prueba de un gran poder ya lo había predicho el patriarca Jacob, al bendecir a Judá, con estas palabras: Te elevaste estando acostado; dormiste como un león. La elevación simboliza la cruz; el estar acostado, el reclinar la cabeza; la dormición, la muerte, y el león, el poder.
  6. El mismo evangelio indicó por qué a aquellos dos se les quebraron las piernas, y a él no, porque estaba muerto. En efecto, convenía manifestar también, mediante este hecho, que la pascua de los judíos se había instituido como profecía suya; estaba mandado que en ella no se rompiese ningún hueso del cordero.
  7. De su costado, traspasado por la lanza, brotó sangre y agua hasta llegar a la tierra. En ello, sin duda alguna, hay que ver los sacramentos, que constituyen la Iglesia, semejante a Eva, que fue formada del costado de Adán, figura del Adán futuro, mientras él dormía.
  8. José y Nicodemo le dieron sepultura. Según algunos que han averiguado la etimología del nombre, José significa «aumentado». En cuanto a Nicodemo, nombre griego, son muchos los que saben que está compuesto de los términos «victoria» y «pueblo», puesto que nikos significa victoria y demos pueblo. ¿Quién fue aumentado al morir sino quien dijo: Si el grano de trigo no muere, se queda él solo; si, en cambio, muere, ¿se multiplica?¿Y quién al morir venció al pueblo que lo perseguía sino quien, después de resucitar, será su juez?

 

La Pasión del Señor [Parte I/II]

Sermón 128 de San Agustín

  1. Con toda solemnidad se lee y se celebra la pasión de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, cuya sangre purgó nuestros delitos. El objetivo es que esta devota práctica anual renueve nuestra memoria y que, al acudir tanta gente, la proclamación de nuestra fe alcance mayor gloria. La solemnidad misma me exige que os dirija un sermón sobre la pasión del Señor, según él me lo conceda. En cuanto sufrió de parte de sus enemigos, nuestro Señor se dignó dejarnos un ejemplo de paciencia para nuestra salvación, útil para el decurso de esta vida, de manera que no rehusemos padecer lo mismo por la verdad del evangelio, si así él lo quisiere. Pero, como aun lo que sufrió en esta carne mortal lo sufrió libremente y no por necesidad, es justo creer que también quiso simbolizar algo en cada uno de los hechos que tuvieron lugar y quedaron escritos sobre su pasión.
  2. En primer lugar, en el hecho de que, después de ser entregado para la crucifixión, llevó él mismo la cruz, nos dejó una muestra de continencia y, al ir él delante, indicó qué ha de hacer quien quiera seguirle. Idéntica exhortación la hizo también verbalmente cuando dijo: Quien me ame, que tome su cruz y me siga. Llevar la propia cruz equivale, en cierto modo, a gobernar la propia mortalidad.
  3. El hecho de ser crucificado en el Calvario significó que en su pasión tuvo lugar el perdón de todos los pecados, de los que dice el salmo: Mis maldades se han multiplicado más que los cabellos de mi cabeza.
  4. Con él fueron crucificados, uno a cada lado, dos hombres. Con ello mostró que a unos los tendrá a su derecha y a otros a su izquierda. Estarán a su derecha aquellos de quienes se dice: Dichosos los que sufren persecución por causa de la justicia; a su izquierda, en cambio, aquellos de quienes se dice: Aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.
  5. El rótulo puesto sobre la cruz, en el que estaba escrito: Rey de los judíos, puso de manifiesto que ni siquiera procurándole la muerte pudieron conseguir los judíos que no fuera su rey quien con la más palmaria y sublime potestad dará a cada uno lo que merezcan sus obras. Por esta razón se canta en el salmo: Él me constituyó rey sobre Sion, su monte santo.
  6. El que el rótulo estuviese escrito en tres lenguas: hebreo, griego y latín, indicaba que iba a reinar no sólo sobre los judíos, sino también sobre los gentiles. Por eso, después de haber dicho en el mismo salmo: Él me constituyó rey sobre Sion, su monte santo, es decir, donde reinó la lengua hebrea, añade a continuación, como refiriéndose a la griega y a la latina: El Señor me dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy; pídemelo, y te daré los pueblos en herencia, y los confines de la tierra como tu posesión. No porque el griego y el latín sean las únicas lenguas habladas por los gentiles, sino porque son las que más destacan; la griega, por cultura literaria, y la latina, por el Imperio Romano. La mención de estas tres lenguas manifestaba que la totalidad de los gentiles se sometería a Cristo; no obstante ello, en el rótulo no se añadió: «Rey de los gentiles», sino que se escribió sólo: Rey de los judíos, para que la fórmula precisa revelase el origen de la raza cristiana. Como está escrito: La ley salió de Sion, y la palabra del Señor, de Jerusalén. ¿Quiénes son, en efecto, los que dicen en el salmo: Nos sometió a los pueblos y puso a los gentiles bajo nuestros pies, sino aquellos de quienes dice el Apóstol: Si los gentiles participaron de sus bienes espirituales, ¿deben servirles con sus bienes materiales?¿Acaso no vemos que los pueblos están sometidos a la excelentísima gracia anunciada por los apóstoles? ¿O debemos mirar a las ramas desgajada, las que hoy reciben el nombre de judíos? ¿No debemos oír más bien a aquel israelita, descendiente de Abrahán, convertido de Saúl (Saulo) en Pablo (Paulo) y, por tanto, de pequeño en grande, que amonesta y dice al acebuche injertado: «Date cuenta que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz quien te sostiene a ti»? Así, pues, el rey de los judíos es Cristo, bajo cuyo yugo ligero han sido enviados también a la salvación los gentiles. Que se les haya concedido a ellos es fruto de una mayor misericordia, como lo revela claramente el Apóstol mismo allí donde dice: Pues afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos en pro de la veracidad de Dios, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los padres, y que los gentiles glorifican a Dios por su misericordia. No tenía ninguna obligación de quitar el pan a los hijos para dárselo a los perros, si los perros, humillados para apañar las migas que caen de la mesa de sus amos y elevados y hechos hombres por la humildad misma, no hubieran merecido tener acceso a la mesa.
  7. Los príncipes de los judíos sugirieron a Pilato que en ningún modo escribiera que él era el rey de los judíos, sino que decía serlo; pero él respondió: Lo escrito, escrito está. Como los judíos simbolizaban las ramas desgajadas, así Pilato simbolizaba al acebuche injertado, puesto que era un gentil quien escribía la confesión de los gentiles, dejando convictos de su rechazo a los judíos, de quienes con razón dijo el Señor: Se os quitará a vosotros el reino y se le entregará a un pueblo que cumpla la justicia. Pero no por eso deja de ser rey de los judíos. Es la raíz la que sostiene el acebuche, no el acebuche a la raíz. Y, aunque la infidelidad haya desgajado aquellas ramas, no por ello repudió Dios a su pueblo, al que conoció de antemano. Pues también yo soy israelita -dice el Apóstol- . Aunque los hijos del reino que no quisieron que el Hijo de Dios fuera su rey vayan a parar a las tinieblas exteriores, vendrán muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa, no con Platón y Cicerón, sino con Abrahán, Isaac y Jacob, en el reino de Dios. Pilato, en efecto, escribió: Rey de los judíos, no «Rey de los griegos» o «Rey de los latinos», aunque iba a reinar sobre los gentiles. Y lo que mandó escribir quedó escrito, sin que la sugerencia de los incrédulos lograra cambiar lo que tanto tiempo antes estaba predicho en el salmo: No modifiques la inscripción del rótulo. Todos los pueblos creen en el rey de los judíos; él reina sobre todos los gentiles, pero es solamente rey de los judíos. Tanto vigor tuvo aquella raíz, que ella misma puede cambiar en olivo al acebuche injertado, mientras que el acebuche no puede eliminar el nombre del olivo.

La mujer adúltera y el corazón de Cristo

Homilía del Domingo

El Domingo anterior la liturgia nos ofreció el Evangelio donde nuestro Señor Jesucristo nos narraba la parábola del hijo pródigo, uno de los textos -como sabemos-, más hermosos acerca de la divina Misericordia; una de las explicaciones más tiernas acerca del obrar de Dios Padre al esperar, recibir y sanar y revestir al pecador que regresa arrepentido. Pero hoy nos toca pasar de la parábola a la realidad, no ya una manera de representar la misericordia de Dios sino de verla en acción por medio del Hijo, el enviado a rescatar lo que se había perdido, el Cordero de Dios que ha descendido del Cielo para salir en busca de los pecadores que necesitan ser sanados y redimidos.

Jesús está predicando cuando, de pronto, le traen a una mujer sorprendida en “flagrante delito de adulterio”. “Flagrante” significa, “que se está ejecutando actualmente; evidente, que no admite refutación”. Es decir, que esta mujer no tiene ni una sola posibilidad de poner excusas, como para aminorar de algún modo su pecado. Simplemente es culpable, evidentemente culpable, inexcusablemente culpable y hasta públicamente culpable… pensemos un poco en lo terrible del dolor del corazón de esta pecadora sorprendida en su pecado: Jesús está predicando ante una multitud, y a ella la ponen delante de Él, como en una vitrina donde todos pueden señalarla y acusarla. Pensemos, por ejemplo, en una persona que miente, y de pronto alguien demuestra frente a los demás su mentira dejándola llena de vergüenza, quitándole credibilidad, decepcionando a más de alguno; y ahora pensemos en esta mujer adúltera: el adulterio es más vergonzoso, es traición a la fidelidad prometida delante de Dios y de todos los testigos del compromiso público de permanecer fiel a una persona que se dice que se ama para toda la vida… el dolor del corazón de esta mujer humillada así, públicamente, debió haber sido realmente terrible. Pero allí donde los demás veían solamente a una culpable puesta en medio, en silencio, nuestro Señor veía un corazón arrepentido…, culpable de su pecado al momento de ser descubierta, sí, pero ahora sinceramente arrepentida; y como eso es lo que a Dios realmente le importa, Jesús se va a encargar personalmente de defenderla, y también delante de todos, para que ninguna piedra le hiciera daño y ninguno de los oyentes se marchara para su casa creyéndose inmaculado sino pecador también, y merecedor de misericordia también si se hubiera, sinceramente, arrepentido de sus faltas.

Consideremos algunos detalles

La mujer se queda allí, en silencio:

Ya con esto comienza a ser ejemplar para nosotros: porque no pone excusas. Una persona que en lugar de reconocer sus pecados y pedir perdón por ellos, en cambio, los justifica o minimiza, le va cerrando las puertas a la misericordia; porque la misericordia viene a sanar el pecado del arrepentido, pero del verdadero arrepentido, es decir, el corazón que se duele de verdad de haber ofendido a Dios y no se justifica, no se disfraza, no le echa la culpa al otro, sino que asume honestamente su responsabilidad y con verdadera compunción pone sus faltas en las manos bondadosas de Dios. La mujer arrepentida no se justifica, y no habla sino hasta que Jesús, puesto por su juez delante de la multitud, le pregunta luego dónde están sus acusadores… a Él sí le responde, con Él ha sido totalmente sincera; no le negó el haber pecado, y por este genuino arrepentimiento es que Jesús en persona la absuelve de sus pecados. La mujer fue puesta delante de los ojos de todos, pero la única mirada realmente importante era la de Jesús, cuyos ojos divinos supieron ver bien el interior compungido de esta alma que renacía mediante su perdón.

 

Los escribas y fariseos:

Los que llegaron bravos y arrogantes se tuvieron que marchar aplastados bajo el peso de su conciencia. Venían con rabia y con malicia, no queriendo hacer justicia sino buscando la manera de “atrapar” finalmente a Jesús para poder condenarlo; pero la Palabra de Dios encarnada les responde con su sabiduría impregnada de verdad y compasión, dejándonos una de las frases más recordadas a través de los siglos para nuestro consuelo y reproche de las conciencias que pretender anteponer la condena a la compasión: “quien de vosotros esté libre de pecado, que le tire la primera piedra”, ¡magnífica respuesta!; sin ira, sin pedantería, sin nada de la arrogancia que ornamentaba a los acusadores; Jesús les hace ver y reconocer su condición de pecadores, ante la cual no les queda más remedio que marcharse poco a poco, “comenzando por los viejos”, es decir, los que ya habían vivido lo suficiente como para reconocer en estas palabras de Jesucristo la verdad de su condición de pecadores, dejando el juicio en manos de este hombre-Dios que hablaba con profunda autoridad.

 

La ternura de Jesús:

Cuando todos se marcharon quedó Jesús solo con la mujer. Gracias a Él ella no fue apedreada, es decir, le salvó la vida, pero lo más importante de todo -absolutamente-, es el hecho de que le salvó el alma.

Nuestro Señor, cuando se trata de acercar a un pecador a la conversión, sabe bien cómo usar las palabras y cómo obrar; por eso con algunos fue más duro y usó palabras fuertes, expresiones que hasta el día de hoy podrían ser chocantes para algunos dependiendo del contexto; por eso a esta mujer que estaba expuesta ante todo el mundo como pecadora no le reprocha nada… y no es que haya negado o justificado su pecado, claro que no, un pecado para poder ser perdonado en primer lugar debe ser reconocido y detestado; Jesús no vino a negar los pecados sino a enseñarnos a detestarlos de corazón, después Él se encargará del resto…

¿Dónde están tus acusadores?, le pregunta a la mujer, regalándole un gesto lleno de compasión y de ternura: la multitud estuvo presente para su humillación, y ella la aceptó sin poner excusas; ahora Dios le regala este maravilloso momento a solas con su Salvador; el que no la condenó, el que la salvó de la rabia de sus verdugos, el que le enseñó que para todo aquel que se arrepienta de corazón de sus pecados habrá perdón y salvación. Solamente en este momento escuchamos las palabras de la mujer: “nadie Señor”; reconociendo la gracia recibida y al mismo tiempo a quien le concedió esa gracia, por eso lo llama “Señor”.

Finalmente, el pedido de Jesús: “vete y no peques más”. Jesús le pide lo que todo corazón realmente arrepentido comienza a anidar en sí, “el deseo de no pecar más”, la firme resolución de no querer pecar más, al margen de la debilidad personal que puede ser muy real, pero aquí lo que importa para la validez del arrepentimiento es el propósito actual de no querer pecar más, de tal manera que esta sinceridad es la que, de parte del alma, habilita para recibir el perdón de Dios que a cada segundo de nuestras vidas se nos está ofreciendo… es interesante el hecho de que después de curar al paralítico de la piscina Jesús le dijo las mismas palabras pero agregando una advertencia: “… no sea que te ocurra algo peor”; sin embargo, a la mujer arrepentida y perdonada no…, tal vez porque sabía que no era necesario: ella había aprendido la lección, y llena de gratitud había decidido en lo más profundo de su corazón, allí donde Jesús había llegado, que no quería volver a ofender a Dios.

Que la santísima Virgen María, refugio de los pecadores, interceda por los corazones de los pecadores para que acudan con confianza al perdón divino cada vez que sea necesario y, a partir de ahí, puedan comenzar una profunda y muy fecunda conversión.
P. Jason, IVE.

 

Madre incorrupta

María santísima permaneció siempre inmaculada

P. Gustavo Pascual, IVE.

“Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañal”[1].

Los Santos Padres aplican a María los calificativos de santa, inocente, purísima, intacta, incorrupta, inmaculada, etc. Entre ellos san Justino, san Ireneo, san Efrén, san Ambrosio, san Agustín.

“Más considerad cómo el Ángel deshace la duda a la Virgen, y le explica su misión inmaculada y el parto inefable; pues sigue: El Ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti”[2].

“Estas palabras de la Virgen son indicio de aquellas que encerraba en el secreto de su inteligencia. Porque si hubiese querido desposarse con José a fin de tener cópula, ¿qué razón había de admirarse cuando se le hablase de concepción puesto que esperaría ser madre un día según la naturaleza? Mas como su cuerpo, ofrecido a Dios como hostia sagrada, debía conservarse inviolable, por ello dice: ‘Puesto que no conozco varón’. Como diciendo: Aun cuando tú seas un Ángel, sin embargo, como no conozco varón, esto parece imposible. ¿Cómo, pues, seré madre si no tengo marido? A José sólo le conozco como esposo”[3].

La Iglesia define su incorrupción al definir su Concepción Inmaculada[4], pero también se dice en otra parte: “si alguno dijere que el hombre una vez justificado no puede pecar en adelante ni perder la gracia, y, por ende, el que cae y peca, no fue nunca verdaderamente justificado; o, al contrario, que puede en su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales, si no es ello por especial privilegio de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia, sea anatema[5].

“Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios ‘la Toda Santa’ (‘Panagia’), la celebran ‘como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura’ (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida”[6].

Podemos entender corrupción en dos sentidos:

 + Corrupción del cuerpo. A lo largo de la historia de la salvación la corrupción del cuerpo estuvo unida a la corrupción del alma (principalmente en el Antiguo Testamento), por ej. en el Éxodo Dios prohíbe para las grandes fiestas litúrgicas del pueblo de Israel comer pan laudado. Por el contrario, se preceptúa el uso del pan ácimo. Esto se debía a que el pan ácimo mostraba la preparación interior, en cambio, el pan leudado era signo de corrupción[7]. Además, esta prescripción recordaba al pueblo de Israel que era un pueblo santo por ser el pueblo de Yahvé y que debía estar libre de corrupción moral.

En el libro del Levítico hay una prescripción respecto de los que padecían la enfermedad de la lepra. A los leprosos se los consideraba impuros y no se los admitía en el pueblo santo de Israel, sino que debían vivir fuera de la ciudad[8].

Esta relación enfermedad-pecado llega hasta el tiempo de Jesús. El Evangelio nos relata la curación de un ciego de nacimiento. Los discípulos preguntan a Jesús si era él o sus padres los que habían pecado[9]. Nuestro Señor les va a aclarar la cuestión separando ambos aspectos de corrupción: la moral y la corporal.

Respecto de la corrupción corporal decimos que María Santísima fue Madre incorrupta ya que su cuerpo siempre fue templo del Espíritu Santo.

Hemos hablado de la virginidad perpetua de María. María, además, tuvo el privilegio de permanecer incorrupta después de su muerte ya que era conveniente porque la corrupción del cuerpo después de la muerte es efecto del pecado original y María fue preservada del pecado original. “De tal modo la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo decreto (bula “Ineffabilis Deus”, 1 C. p. 599), de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro, y, vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del Cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (cfr. 1 Tim. 1, 17)”[10].

+ Incorrupción del alma. La corrupción del alma se da por el pecado. Así como en la vida natural cuando algo muere, al instante le sobreviene la corrupción ya que se separa la materia y la forma, de similar manera, sucede en la vida sobrenatural ya que el pecado produce la muerte del alma y la separación entre Dios y el hombre. El alma se corrompe porque sin Dios no tiene vida.

Afirmamos junto con la Iglesia que la Virgen María no tuvo corrupción de pecado ni al nacer ya que es inmaculada en su concepción[11], ni tampoco en toda su vida[12].

Podemos decir que María tuvo impecabilidad moral durante los años de su vida terrestre en virtud de un privilegio especial exigido moralmente por su inmaculada concepción y, sobre todo, por su futura maternidad divina. Dios confirmó en gracia a la santísima Virgen María desde el instante de su purísima concepción. Esta confirmación no la hacía intrínsecamente impecable como a los bienaventurados (se requiere para ello, la visión beatífica), pero si extrínsecamente, o sea, en virtud de esa asistencia especial de Dios, que no le faltó un solo instante de su vida. Tal es la sentencia común y completamente cierta en teología[13].

[1] Gn 3, 15

[2] Catena Áurea, Lucas (IV)…, Geómetra a Lc 1, 34-35, 21.

[3] Ibíd…, San Gregorio Niseno a Lc 1, 34-35, 20.

[4] Cf. Dz. 1641, 385-6.

[5] Dz. 833, 239.

[6] Cat. Igl. Cat. n°493…, 116.

[7] Cf. Ex 12, 8

[8] Cf. Lv 13 y 14

[9] Cf. Jn 9, 1 ss.

[10] Cf. Facultad de Filosofía y Teología de San Miguel, Colección Completa de Encíclicas Pontificias. Guadalupe, Buenos Aires 1952, 1698.

[11] Cf. Dz. 1641, 385-6

[12] Cf. Dz. 833, 239.

[13] Cf. Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima, BAC Madrid 1957, 256-265.

¡Recemos el santo Vía Crucis!

Para acompañar esta cuaresma

Hermanos y hermanas: ha llegado la penumbra de la tarde, tarde del viernes. De nuevo la  Iglesia se prepara a revivir, en la escucha de la Palabra, el último tramo de la vida de Cristo: desde el Huerto de los Olivos a la tumba excavada en el Jardín. (del Vía Crucis de san Juan Pablo II)

Es un hecho hermosamente cotidiano para nosotros los católicos, que existen devociones y oraciones tan profundas, y que nos acercan tanto a Dios -directamente o mediante la santísima Virgen o los santos, y que se sustentan y a la vez fortalecen nuestra fe enriqueciéndonos eficazmente en el alma-, que les damos el apelativo de “santas”, como por ejemplo el santo rosario, la santa devoción al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María, o el rezo del santo Vía Crucis. Este último, recomendado siempre -pero especialmente en tiempo de cuaresma-, nos introduce de lleno de reflexionar en la sagrada Pasión de nuestro Señor Jesucristo, deteniéndonos en cada estación a considerar el amor hasta el extremo de nuestro Salvador, e invitándonos a sacar las conclusiones y formular las determinaciones que preceden una conversión profunda, un acercamiento del todo especial al Corazón de Cristo, y -por qué no-, al inicio de una vida santa, una de esas vidas que aprendieron a mirar la existencia justamente a través del crisol de la sagrada Pasión, donde el pecado debe ser sanado, donde el error debe ser desterrado, y donde el corazón del pecador aprende a conmoverse de quien primero se compadeció de él, bajando a la tierra en forma humana para padecer hasta lo indecible y demostrarnos que no hay amor más grande que el suyo, medido terriblemente en este sufrimiento que se convierte para nosotros en la prueba visible de la misericordia divina que nos invita a lo invisible, es decir, a esa íntima gratitud y transformación que, en última instancia, queda escondida entre la intimidad del alma y su relación con Dios…

Rezar el santo Vía Crucis, reiteramos, es una invitación a transformar el corazón, a ablandarlo para Jesucristo mientras lo acompañamos hacia el Calvario, y a endurecerlo contra el pecado y contra toda falta de correspondencia a este amor divino que se ofrece por nosotros a la cruz. ¡Recemos el santo Vía Crucis!, acompañemos a nuestro Señor; seamos como el Cireneo que le ayudó a cargar la cruz pero sin vergüenza ni pusilanimidades; o como la Verónica que se le acercó valientemente para secar su rostro ensangrentado y sudoroso; miremos a María santísima, aceptando los dolorosos designios amorosos de su Hijo pero sin retroceder ante la cruz -¡oh qué grande misterio del corazón Inmaculado!-, encontrémonos con Él en la oración y tratemos de consolarlo como la Virgen tomando sus manos entre las suyas; y dejémonos consolar por Él como las mujeres de Jerusalén; levantémonos de nuestras caídas porque nuestro Señor se levantó, y no soltó la cruz, y llegó hasta el final para consumar esta amorosa entrega que tan bien nos hace conmemorar.

En este tiempo especial de oración y penitencia en preparación a la Pascua del Señor, examinemos nuestros sacrificios ofrecidos a Dios por amor, por gratitud, por santa compasión de la Sagrada Pasión Pasión, invitación propia del santo Vía Crucis.

Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia.

(Más fotos del rezo del santo Vía Crucis en el Monasterio, en Facebook)

 

Sobre la oración mental…

Pero de lo que ahora quiero hablaros es de la oración mental; de lo que vulgarmente se llama meditación. Es asunto de suma importancia el que vamos a tratar.

La oración es uno de los medios más necesarios para efectuar aquí en la tierra nuestra unión con Dios y nuestra imitación de Jesucristo. El contacto asiduo del alma con Dios en la fe por medio de la oración y la vida de oración ayuda poderosamente a la transformación sobrenatural de nuestra alma. La oración bien hecha, la vida de oración, es transformante. Más aún; la unión con Dios en la oración nos facilita la participación más fructuosa en los otros medios que Cristo estableció para comunicarse con nosotros y convertirnos en imagen suya.- ¿Por qué esto? ¿Es acaso la oración, más eminente, más eficaz, que el santo sacrificio, que la recepción de los sacramentos, que son los canales auténticos de la gracia? -Ciertamente que no; cada vez que nos acercamos a estas fuentes, obtenemos un aumento de gracia, un crecimiento de vida divina, pero este crecimiento depende, en parte al menos de nuestras disposiciones.

Ahora bien, la oración, la vida de oración, conserva, estimula, aviva y perfecciona los sentimientos de fe, de humildad, de confianza y de amor, que en conjunto constituyen la mejor disposición del alma para recibir con abundancia la gracia divina. Un alma familiarizada con la oración saca más provecho de los sacramentos y de los otros medios de salvación, que otra que se da a la oración con tibieza y sin perseverancia. Un alma que no acude fielmente a la oración puede recitar el oficio divino, asistir a la Santa Misa, recibir los sacramentos y escuchar la palabra de Dios, pero sus progresos en la vida espiritual serán con frecuencia insignificantes. ¿Por qué? -Porque el autor principal de nuestra perfección y de nuestra santidad es Dios mismo, y la oración es precisamente la que conserva al alma en frecuente contacto con Dios: la oración enciende y mantiene en el alma una como hoguera, en la cual el fuego del amor está, si no siempre en acción, al menos siempre latente; y cuando el alma se pone en contacto directo con la divina gracia, verbigracia, en los sacramentos, entonces, como un soplo vigoroso, la abrasa, levanta y llena con sorprendente abundancia. La vida sobrenatural de un alma es proporcionada a su unión con Dios, mediante la fe y el amor; debe, pues, este amor exteriorizarse en actos, y éstos, para que se reproduzcan de una manera regular e intensa, reclaman la vida de oración. En principio, puede decirse que, en la economía ordinaria, nuestro adelantamiento en el amor divino depende prácticamente de nuestra vida de oración.

Dom Columba Marmion,

Fragmento de su libro “La oración en Cristo”

Madre intacta

  María es Madre intacta porque concibió a Cristo con concepción virginal

P. Gustavo Pascual, IVE.

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María”[1].

“La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”[2].

“Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo”[3].

Además, de la Sagrada Escritura, están los testimonios de los Padres:

Dice San Gregorio Niseno: “el verdadero legislador fabricó nuevamente de nuestra tierra las tablas de la naturaleza que la culpa había roto, creando, sin unión carnal, el cuerpo que toma su divinidad y que esculpe el dedo divino, a saber, el Espíritu Santo que viene sobre la Virgen”[4].

Y San Juan Crisóstomo: “No te fijes en el orden natural cuando se trata de cosas que traspasan y superan el orden de la naturaleza. Tú dices: ¿Cómo se hará esto, puesto que no conozco varón? Pues por lo mismo que no conoces varón sucederá esto, porque si hubieras conocido varón, no serías considerada digna de este misterio; no porque el matrimonio sea malo, sino porque la virginidad es más perfecta. Convenía, pues, que el Señor de todo participase con nosotros en el nacimiento y se distinguiese en él. Tuvo de común con nosotros el nacer del vientre de una mujer, y nos superó naciendo sin que aquella se uniese a un hombre”[5].

Por parte del magisterio hay muchas proclamaciones sobre María como Madre intacta.

Citaremos lo que dice el Papa San Siricio: “A la verdad, no podemos negar haber sido con justicia reprendido el que habla de los hijos de María y con razón ha sentido horror vuestra santidad de que del mismo vientre virginal del que nació según la carne, Cristo, pudiera haber salido otro parto. Porque no hubiera escogido el Señor Jesús nacer de una virgen, si hubiera juzgado que ésta había de ser tan incontinente que, con semilla de unión humana, había de manchar el seno donde se formó el cuerpo del Señor, palacio del Rey eterno”[6].

“A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de San Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: la fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, y paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69; entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe, que lo ve en ese ‘nexo que reúne entre sí los misterios’ (DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquia da ya testimonio de este vínculo: ‘El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios’ (Ef 19, 1; cf. 1 Co 2, 8)”[7].

“Recodando esa presencia de María, no puedo menos de mencionar la importante obra de San Ildefonso de Toledo sobre la virginidad perpetua de Santa María en la que expresa la fe de la Iglesia sobre este misterio. Con fórmula precisa indica: ‘Virgen antes de la venida del Hijo, Virgen después de la generación del Hijo, Virgen con el nacimiento del Hijo, Virgen después de nacido el Hijo’ (cap. 1: PL 96,60)”[8].

María es Madre intacta porque concibió a Cristo con concepción virginal, lo cual, es manifiesto por cuatro motivos:

 Por la dignidad de su Padre celestial, que le envió al mundo. Así, pues, cómo el Verbo fue engendrado desde toda la eternidad por Dios Padre siendo su único Padre, era conveniente por la dignidad del Padre celestial que no tuviera otro padre en la tierra. Pero, además, porque si entre los hombres es contranatural tener dos padres cuanto más sucede esto con Cristo que es hombre Dios ya que si así fuera, parecería contrariarse el mismo Dios.

 

Por la propia dignidad del Hijo. Así como el pensamiento mental es concebido con perfección cuando procede de un corazón sin doblez, y lo contrario sucede cuando en el corazón hay corrupción, por ejemplo, cuando se miente. Era conveniente que el Verbo perfectísimo en naturaleza, tomara su carne de alguien que no poseyera ninguna corrupción.

 Por la humanidad de Cristo que venía a quitar los pecados del mundo. Por tanto, convenía que su concepción nada tuviera que ver con la concupiscencia de la carne que proviene del pecado. Porque, aunque la unión carnal dentro del matrimonio es buena, siempre que se cumplan las debidas condiciones, el hombre se somete a la concupiscencia. Por eso San Pablo aconsejaba a los casados dejaran de cohabitar un tiempo para dedicarse a la oración no sea que cayeran en incontinencia por el peligro constante del desorden de la concupiscencia de la carne (Cf. 1 Co 7, 5).

 Por el fin de la Encarnación de Cristo, ordenada a que los hombres renaciesen hijos de Dios. “no por voluntad de la carne, ni por voluntad del varón, sino de Dios” (Jn 1, 13), esto es, por la virtud del mismo Dios. Por esto era conveniente que Jesucristo ejemplar y modelo de todo cristiano apareciese con la concepción virginal y obra del Espíritu Santo[9].

Pero, además, María fue Madre intacta durante toda su vida y lo será por toda la eternidad. “A esto se objeta a veces que la Escritura menciona a hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José, ‘hermanos de Jesús’ (Mt 13, 55), son los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56), que se designa de manera significativa como ‘la otra María’ (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf. Gn 13, 8; 14, 16; 29, 15)”[10].

Por tanto, no era conveniente que la Santísima Virgen tuviese más hijos:

Porque sería ofensivo para Cristo, que, así como es unigénito del Padre en la eternidad también convenía que fuera unigénito de madre en el tiempo. Además, María fue predestinada desde toda la eternidad para ser Madre del Salvador, por eso Dios la colmó de gracias, por lo tanto, el haber tenido otros hijos estaría fuera de la misión encomendada a María y, en consecuencia, fuera de los planes de la divina Providencia.

 Sería ofensivo al Espíritu Santo, que eligió por santuario virginal a María, entonces no convenía violar tan excelente santuario. El seno de María fue el Santo de los Santos en el que sólo podía entrar el sacerdote eterno Cristo Jesús.

 Ofendería la virginidad y santidad de la Madre. Porque estaría muy mal si María no se hubiera contentado con tal Hijo (el Hijo de Dios hecho carne) y que quisiera tener otros y también porque habría perdido su virginidad que milagrosamente Dios le había conservada.

María había hecho voto de virginidad y se había consagrado totalmente a Dios. Dios le había concedido la extraordinaria gracia de ser Madre sin perder la virginidad. Suponer que María consintiera perder por la unión carnal todas aquellas gracias sería contrario a la razón.

 Al mismo San José, pues sería temerario el atreverse a atentar contra la pureza de María sabiendo que había concebido del Espíritu Santo. Jamás, tal cosa en aquel varón justo que al ver a su esposa embarazada decidió abandonarla en secreto[11].

San Agustín proclama a María Madre intacta cuando comenta el pasaje de Ez 44, 2 y dice: “¿qué es la puerta cerrada en la casa del Señor, sino que María siempre será intacta?”. Por eso todo cristiano debe proclamar junto con la Iglesia, “Oh María después del parto has permanecido intacta”.

[1] Lc 1, 26-27

[2] Mt 1, 18

[3] Mt 1, 23

[4] Catena Áurea, Lucas (IV)…, a Lc 1, 34-35, 21.

[5] Ibíd. …, a Lc 1, 34-35, 21.

[6] Denzinger E., El Magisterio de la Iglesia, Herder Barcelona 1963, Dz 91, 34-5. En adelante Dz

[7] Cat. Igl. Cat. n° 498…, 117.

[8] Juan Pablo II en España, Paulinas Buenos Aires 1983, 201.

[9] Cf. III, 28, 1 y ad 3.

[10] Cat. Igl. Cat. n° 500…, 118

[11] Cf. III, 28, 3.

Solemnidad de la Encarnación en Nazaret

Desde la casa de santa Ana

Dice san Alberto Hurtado: “Al buscar a Cristo es menester buscarlo completo. Él ha venido a ser la Cabeza de un Cuerpo, el Cuerpo Místico, cuyos miembros somos o estamos llamados a serlo nosotros los hombres, sin limitación alguna de razas, cualidades naturales, fortuna, simpatías… Basta ser hombre para poder ser miembro del Cuerpo Místico de Cristo, esto es, para poder ser Cristo. El que acepta la encarnación la ha de aceptar con todas sus consecuencias y extender su don no sólo a Jesucristo sino también a su Cuerpo Místico.”
A partir de este breve párrafo, quería resaltar una especie de binomio que podemos deducir del misterio de la Encarnación en relación con nosotros: Jesucristo se encarnó para asumir todo lo auténticamente humano; y a la vez, el hombre rescatado y redimido por Jesucristo, está llamado a “ir asumiendo a Jesucristo”:
En el sentido primero y más externo, ha de aprender a imitar a su santísima humanidad, que nos dejó ejemplo de todas las virtudes y obró de manera siempre referencial para nosotros; pero también en un sentido más profundo todavía, es decir, en el sentido de ir asimilando poco a poco -por la gracia- al Dios que se nos da por el maravilloso misterio de la inhabitación trinitaria. Y nosotros, en cuanto miembros de la familia religiosa del Verbo Encarnado, debemos contribuir especialmente a esto con nuestro apostolado y nuestra predicación en la misión que sea que la Divina Providencia nos haya encomendado; como lo dicen claramente nuestras constituciones: “comprometemos todas nuestras fuerzas para inculturar el Evangelio, o sea, para prolongar la Encarnación en todo hombre, en todo el hombre y en todas las manifestaciones del hombre , de acuerdo con las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia .”… prolongar la Encarnación, es decir, contribuir a que se siga extendiendo por la humanidad en gracia a través de esa asimilación de Jesucristo…
“El primer rasgo que nos llama la atención en el Hijo de Dios -dice el P. Hurtado- es su resolución de hacerse hombre por salvarnos a nosotros hombres, y elevar nuestras vidas a la altura de la vida divina.” …Resolución significa determinación, empuje o entereza, que en nuestro caso son irrenunciables cuando se trata de llevar a las almas a Dios, de enseñarles a ir asumiendo el plan divino del que vino a nuestra humanidad para salvarla. Y justamente la entrada en este mundo del Hijo de Dios para realizar su plan divino es lo que pudimos celebrar este 25 de marzo, por gracia de Dios, nuevamente en Nazaret, lugar preciso del anuncio del ángel a María santísima y la Encarnación del Hijo de Dios.
Los Maitines solemnes fueron el día 24 por la tarde y la santa Misa al día siguiente por la mañana, en la Basílica de la Anunciación, donde pudimos renovar nuestra consagración delante de la gruta de Nazaret, dando gracias por tantas gracias recibidas en estos 41 de existencia de nuestra familia religiosa del Verbo Encarnado, pidiendo la gracia de ser fieles a lo que Dios nos pida e interceder siempre con generosidad en bien de las almas.
¡Dios los bendiga, siempre gracias por sus oraciones!
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia.

El grano de trigo

Sí el grano de trigo, que cae en la tierra, no muriere, él solo quedará
(Jn 12, 24).

Santo Tomás de Aquino

Para dos cosas usamos el grano de trigo: para el pan y para semilla.
Aquí se trata del grano de trigo que es semilla, no como materia del pan, porque en este último caso no brota para que produzca fruto. Mas dice muriere, no porque pierda la virtud seminativa, sino porque se muda en otra especie. Lo que tú siembras, no se vivifica, si antes no muere (I Cor 15, 36).

El Verbo de Dios es semilla en el alma del hombre, por cuanto entra en ella por la voz sensible para producir fruto de buenas obras, como dice San Lucas: La simiente es la palabra de Dios (8, 11). Del mismo modo el Verbo de Dios, vestido de carne, es la semilla enviada al mundo, de la cual debía brotar abundantísima mies, por lo cual se compara al grano de mostaza (Mt 13, 31). Dice, pues: Yo he venido como la semilla, para fructificar, y por eso os digo en verdad: Sí el grano de trigo, que cae en la tierra, no muriere, él solo queda; esto es, si yo no muero, no se seguirá el fruto de la conversión de las gentes. Mas se compara al grano de trigo, porque vino para  restablecer y sustentar a las mentes humanas. Esto lo hace principalmente el pan de trigo, como dice la Escritura: El pan corrobore el corazón del hombre (Sal 103, 15). El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo (Jn 6, 52).

Mas sí muriere, mucho fruto lleva (Jn 12, 24).

Aquí se indica la utilidad de la Pasión, como diciendo: Si no cae en tierra por la humildad de la pasión, no se sigue ninguna utilidad, porque él solo queda. Pero si muriere, esto es, mortificado y matado por los judíos, mucho fruto lleva.

1º) Fruto de remisión de pecado, como dice el Profeta Isaías: Éste es
todo su fruto, que sea quitad su pecado (Is 27, 9). Este fruto lo trajo la pasión de Cristo, según aquello: Cristo una vez murió por nuestros pecados, el justo por los injustos, para ofrecernos a Dios (I Ped 3,18).

2º) El fruto de la conversión de los gentiles a Dios, como se lee en el
cuarto Evangelio: Os he puesto para que vayáis, y llevéis fruto, y que permanezca vuestro fruto (Jn 15, 16). Ese fruto lo trajo la Pasión de Cristo: Si yo fuere alzado de la tierra, todo lo atraeré a mí mismo (Jn 12, 32).

3º) El fruto de la gloria. Porque glorioso es el fruto de los buenos
trabajos (Sab III, 15). Este fruto también lo trajo la Pasión de Cristo: Teniendo confianza de entrar en el santuario por la sangre de Cristo, por un camino nuevo y de vida, que nos consagró el primero por el velo, esto es, por su carne (Hebr 10, 19, 20).

(In Joan XII)

Monjes contemplativos del Instituto del Verbo Encarnado