Santa Madre de Dios

Madre de Jesús: madre de Dios

P. Gustavo Pascual

“María es madre de Jesús (Cf. Mt 1, 18-20); Jesús es Dios (Cf. 1 Jn 5, 20); luego, María es Madre de Dios”

Esta conclusión la Iglesia la ha definido solemnemente y es verdad de fe para toda la Iglesia católica. Fue definida en el Concilio de Éfeso en el año 431 por primera vez contra el hereje Nestorio, que negaba la maternidad divina de María.

Dice el Concilio lo siguiente: “Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la santa Virgen es Madre de Dios (pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema”[1].

La Tradición por medio de los Santos Padres también la proclama desde tiempos remotos con este título. Dice San Gregorio Nacianceno “si alguno no cree en Santa María Madre de Dios, está fuera de la divinidad”. San Ignacio de Antioquía (+ 107): “uno es el Médico, carnal y espiritual, engendrado e ingénito, Dios en la carne, en la muerte vida verdadera, de María y de Dios, pasible y al mismo tiempo impasible, Jesucristo Señor Nuestro”. Y Tertuliano: “la Virgen concibió y dio a luz a Emmanuel, Dios con nosotros […] Envió Dios al Verbo en el seno de María haciéndose un buen hermano nuestro para destruir la memoria del hermano malo. De allí había de salir Cristo para salvación del hombre perdido”[2].

Llamada en los evangelios ‘la Madre de Jesús’ (Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como ‘la madre de mi Señor’, desde antes del nacimiento de su Hijo (cf. Lc 1, 43). En efecto, Aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios (‘Theotokos’) (cf. DS 251)”[3].

En la maternidad divina vemos la relación de María a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo. El Hijo de Dios hecho carne, Jesucristo, fue concebido en el seno de María, cuando el ángel Gabriel, mensajero de Dios, trajo a María la Buena Nueva de que iba a ser la Madre del Redentor, y María le dio su “sí” aceptando con fe la vocación a la que Dios la llamaba[4].

Dios se preparó una Madre para nacer en el tiempo. El que existía antes de Abraham: “antes de que Abraham existiera, Yo Soy”[5], el que existía desde toda la eternidad quiso atarse voluntariamente a la limitación de la criatura, incluso al tiempo, para venir a rescatarnos de las ataduras del demonio.

Era conveniente, pues, que quien iba a ser en todo igual a nosotros menos en el pecado, naciese de madre como nosotros.

Sin embargo, María no es como las demás madres. Su santidad es mayor que la de todas las madres juntas.

Ya vimos su santidad personal[6], ahora la veremos en su relación a Dios.

La santidad de María es, en el decir de San Gregorio, “el hábito de estar con Dios”; hábito que María poseyó perfectamente en toda su vida, desde su concepción inmaculada, pero más aún, en su maternidad cuando concibió en su seno a Cristo y hasta su muerte; unión estrechísima de amor, coloquios sublimes con el Hijo en su vientre, ternura exquisita en el pesebre de Belén, caridad ardiente para con su Hijo niño y joven, diálogos subidos con su Hijo maestro, dolor lacerante en la pasión y muerte de Cristo, gozo inefable en su resurrección y ascensión.

¿Acaso el amor de madre no es el reflejo más semejante al amor de Dios? María es ejemplo de madre solícita por su Hijo en grado máximo. Del amor de María a Jesús han aprendido las demás madres.

Dice San Lucas que María conservaba todas estas cosas en su corazón[7]. ¿Qué cosas? Las que junto a la vida del Hijo pasó. ¿Para qué las conservaba? Para gozarlas en la contemplación, pero, además, para que nosotros las conozcamos si llegamos al cielo. Es la infancia y vida de Jesús la que María nos relatará en el cielo, porque son éstas, las que han quedado más fijas en su corazón. A Cristo lo veremos adulto, pero por su Madre Santísima lo conoceremos en su infancia, lo que nos producirá mucho gozo y será parte de nuestra gloria accidental.

Madre de Dios que nos invita a arrojarnos a sus brazos con súplica confiada porque todo lo puede alcanzar, ¿o qué buen hijo niega algo a su madre? ¡Cuánto más el Hijo de María que es verdadero Dios y para el cual todo es posible![8]

Por eso este misterio admirable del amor de Dios no se puede expresar con palabras. Sólo una madre puede comprender a otra madre. Sólo una Santa Madre, la Iglesia puede comprender la maternidad divina y dirá en su sabiduría aquella espléndida oración “ante la admiración de cielo y tierra engendraste a tu propio Creador […]”

 

[1] Dz 113, 46.

[2] Cuervo M., Maternidad Divina y Corredención Mariana, Biblioteca OPE Pamplona 1967, 44-46

[3] Catecismo de la Iglesia Católica n° 495, Asociación de Editores del Catecismo, Impresos y Revistas, S.A. Madrid 19922, 116-7. En adelante citaremos al catecismo: Cat. Igl. Cat.

[4] Cf. Lc 1, 26-38

[5] Jn 8, 58

[6] Cf. título Santa María

[7] Cf. Lc 2, 51

[8]  Cf. Lc 1, 37

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