Visita del cardenal Stanisław Jan Dziwisz, secretario personal de san Juan Pablo II durante cuarenta años
No es una novedad afirmar que Dios no deja de bendecirnos, y es que todos sabemos bien que la Divina Providencia no descansa ni deja de sorprendernos tanto con su atención a nuestras necesidades cuanto con aquellos “detalles” tan valiosos que podemos ver a lo largo de nuestra vida… y también con aquellos que no vemos y que recién en la eternidad llegaremos a conocer. Bendito sea Dios. En esta oportunidad les queremos compartir uno más de aquellos hermosos detalles que Dios nos ha querido conceder, sumamente significativo para nuestra familia religiosa del Verbo Encarnado, y es la gracia de haber podido recibir al cardenal Stanisław Jan Dziwisz, quien durante cuatro décadas asistió como secretario a quien actualmente veneramos como santo, como el Papa Magno, san Juan Pablo II, bajo cuyo pontificado nació nuestra pequeña congregación y a cuyo magisterio tanto le debemos.
La visita fue una verdadera sorpresa. Nos llegó de pronto un mensaje del P. Jerzy Kraj, amigo de nuestros sacerdotes en Chipre a quien habíamos podido conocer nosotros en Jerusalén hace unos meses, preguntándonos si podría venir con el Cardenal y un grupo de sacerdotes polacos a visitarnos, concretando en seguida la visita y preparándonos lo mejor posible dentro de la sencillez del monasterio. Y justamente fue la sencillez lo que primero se dejó ver cuando recibimos a su Eminencia, quien desde el momento en que nos saludó hasta que se despidió, se mostró siempre muy cercano y paternal, muy interesado en lo que implica la vida contemplativa en un lugar tan especial, y haciéndonos constantes preguntas, al mismo tiempo que se alegraba y nos incentivaba a seguir trabajando por el Señor.
Apenas llegó el grupo nos presentamos y fuimos poco a poco hacia la capilla, mientras nos contaba acerca de nuestros sacerdotes en Cracovia, a quienes estima mucho y a quienes de hecho llamó por teléfono para que nos pudiéramos saludar, un gran gesto por medio del cual pudimos “extender la visita” por unos minutos con el P. Bernardo Ibarra, misionero en aquella ciudad. Apenas entramos a la capilla su Eminencia se arrodilló a rezar, mientras el P. Jerzy explicaba en polaco algo acerca del monasterio. A continuación, el Cardenal preguntó quién de nosotros tocaba el órgano de la capilla, para poder cantar la Salve todos juntos a la Virgen; fue así que el P. Gonzalo comenzó en seguida a tocar, mientras todos juntos acompañamos el solemne canto que terminó con la bendición solemne de parte del Cardenal a todos los presentes. En ese momento lo invitamos a tomar el café y fue allí donde pudimos aprovecharlo un poco más con lo interesante de lo que nos comentaba.
Apenas vio el libro sobre san Juan Pablo II que habíamos dejado encima para no olvidarnos de pedirle una dedicatoria, él mismo se adelantó y nos dedicó unas líneas: “Con mi bendición y mis mejores deseos para su futuro por el bien de la Iglesia. Cardenal Stanislao”.
Entre otras cosas nos instó a rezar mucho por las vocaciones y seguir siempre adelante al servicio de Dios con gran entusiasmo, agradeciendo también la cercanía de nuestros sacerdotes. Pero quisiera destacar especialmente dos profundos comentarios de los cuales no dejamos de sacar fruto aun después de su partida y que nos han quedado muy presentes hasta ahora:
1º) “Habéis hecho una buena elección; para evangelizar en este lugar tiene más fuerza vuestra vida contemplativa que la activa”, fue su respuesta al pedirle algún consejo para nosotros en cuanto monjes en Séforis, donde somos los únicos cristianos que viven aquí. Luego de esto surgió algún comentario breve acerca de la importancia del testimonio de la vida de oración; si bien somos monjes sacerdotes, es decir, confesamos, predicamos y atendemos a los peregrinos cuando el ministerio lo requiere, debemos volver constantemente a la oración para no perder el recogimiento y seguir buscando siempre la íntima unión con Dios. Esto me hizo acordar aquel hermoso párrafo del P. Hurtado que dice: “Nuestros planes, que deben ser parte del plan de Dios, deben cada día ser revisados, corregidos. Esto se hace sobre todo en las horas de calma, de recogimiento, de oración. Después de la acción hay que volver continuamente a la oración para encontrarse a sí mismo y encontrar a Dios; para darse cuenta, sin pasión, si en verdad caminamos en el camino divino, para escuchar de nuevo el llamado del Padre, para sintonizar con las ondas divinas, para desplegar las velas, según el soplo del Espíritu. Nuestros planes de apostolado necesitan control, y tanto mayor mientras somos más generosos…”
Su Eminencia nos reiteró que rezáramos para tener más vocaciones, especialmente contemplativas porque hacen falta, todo esto siempre entre alguna sonrisa o gesto de asentimiento.
2º) En un momento el Cardenal se acercó a nosotros para darnos la mano y decirnos sonriendo lo siguiente: “el carisma de ustedes está muy fundamentado en el magisterio de Juan Pablo II, él es casi como un cofundador”, palabras que nos dejaron sumamente emocionados y que dejamos aquí testimoniadas debido a la importancia que tienen salidas de los labios de quien mejor que nadie conoció a nuestro santo patrono y, por lo tanto, poseen una autoridad y veracidad únicas.
El ex secretario de san Juan Pablo II se sentía como en casa y nos lo hizo notar en más de una oportunidad, incluso bromeando en algún momento con “nuestra juventud” (él tiene 83 años), con que “se nos llenó el comedor” (es bastante pequeño pero es el único lugar que tenemos como para recibir personas bajo un techo), y hablándonos realmente como un padre que desea infundir a sus hijos el amor a Dios y el compromiso profundo con la vocación que el mismo Dios nos ha dado.
Finalmente llegó la hora despedirnos porque ese mismo día regresaban a Cracovia, no sin antes dejarnos varias reliquias del Papa Magno y algunos otros presentes, a lo cual correspondimos con aceite de la cosecha de este año, el cual le gustó mucho y hasta nos dijo que “se lo fuéramos a dejar a Cracovia, que allá nos esperaba”…
Damos gracias a la Sagrada Familia por las gracias que nos concede, a las personas que rezan por nosotros y en esta ocasión, de manera especial, a san Juan Pablo II, quien con su legado nos ha dejado una impronta evangelizadora que deseamos hacer fructificar a la luz de nuestro carisma y la fidelidad a lo que Dios nos va pidiendo.
En Cristo y María:
P. Jason Jorquera M.
Monasterio de la Sagrada Familia.
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