Hasta el Cielo amigo…

A la memoria de Daniel Rodríguez, primer feligrés del Monasterio de la Sagrada Familia.
No es nada nuevo el afirmar que las gracias que Dios nos concede deben ser siempre agradecidas de nuestra parte, y cuánto más cuando son gracias en el ámbito más espiritual, es decir, no tan sólo por haber recibido algún beneficio en el plano material, sino que de manera muy especial cuando estas gracias tienen por objeto directamente el beneficio del alma. Pues bien, dentro de estas gracias nos podemos encontrar con algunas que, desde el punto de vista sensible, parecen ser una especie de amalgama agridulce entre la pena y la confianza, la tranquilidad y la nostalgia; tal es el caso del reciente fallecimiento de nuestro amigo Daniel Rodríguez, primer feligrés del Monasterio de la Sagrada Familia, portador y benefactor de la imagen de nuestra Señora del Rosario que se encuentra en el jardín central del monasterio, quien junto con la pena natural por su partida, nos ha dejado aquel misterioso consuelo sobrenatural de la paz que se queda siempre con el recuerdo de aquellas personas que han tenido la gracia de prepararse para el encuentro definitivo con Dios, luego de grandes sufrimientos ofrecidos en el trance último de su vida terrena.
Ciertamente que la Virgen tuvo un gran rol en este último tiempo en que tuvimos a Daniel entre nosotros, pues puedo afirmar con gran alegría y certeza que él jamás se fue del monasterio sin “pasar a saludar a la Virgen”, como él mismo solía decir, y este es uno de los más devotos y hermosos recuerdos que me quedaron de estos 7 años de amistad con él.
Primero vino un cáncer, hace algunos años, del cual se curó sin explicación médica; luego vino un acv y otro cáncer que, esta vez, fue mucho más agresivo, al punto de dificultar la venida de Daniel a la santa Misa de los sábados por la tarde, razón por la cual el contacto comenzó a ser menos constante físicamente y más telefónico; pero eso no impidió algunas visitas al monasterio para rezar en la capilla y saludarnos cuando la salud lo permitía, ni posteriormente la administración de los sacramentos yendo nosotros a su casa que está a 10 minutos solamente del monasterio. Sin embargo, las últimas dos semanas todo cambió: Daniel ya no podía hablar, y aún así se alegraba mucho cada vez que lo visitábamos, al igual que su esposa, con quien nos manteníamos en contacto y quien nos ha regalado también un gran ejemplo de lo que significa su matrimonio, el cual -dicho sea de paso-, se celebró aquí en Séforis porque así lo quisieron. En todo momento acompañando a su esposo, y prácticamente viviendo en el hospital el último tiempo, siempre fue notable el amor conyugal que decoró hermosamente el sufrimiento que Daniel ofrecía.
Una gracia especial fue el haber podido ser trasladado al hospital de la Sagrada Familia en Nazaret, a 15 minutos del monasterio y de su casa, recibiendo allí aún más visitas y siendo acompañado por abundantes oraciones que nos llegaban por él desde diferentes partes del mundo: familiares, amigos, devotos desconocidos; conventos, monasterios, laicos y religiosos nos escribían y nosotros les enviábamos los mensajes a su esposa, quien se los leía cuando no éramos nosotros al visitarlo, donde rezábamos con él y le leíamos también el Evangelio, le hablábamos o simplemente le sosteníamos la mano que él de vez en cuando apretaba cuando ya no podía moverse. No faltaron los mensajes y hasta algún que otro video de algún misionero comprometiendo sus oraciones y saludándolo, así como de sus “compañeros de feligresía”, quienes también estuvieron siempre preocupados por él y nos acompañaron en su funeral, el cual fue realmente hermoso, pues llegada la hora del responso de pronto se nos llenó el lugar para la celebración, ya que eran muchos quienes lo estimaban.
Personalmente debo decir que no fue fácil comenzar la ceremonia de despedida. Los sacerdotes de vida apostólica, y más todavía los párrocos, ciertamente tendrán más experiencia en este ámbito, pero para mí fue la primera vez que realizaba un funeral y encima a un amigo, a quien dos días antes había ido a visitar y a quien mientras le contaba un poco sobre el Cielo me había apretado fuertemente la mano, por lo cual en mi interior pensé que habría cierta mejoría… aunque, en realidad, qué mejor que partir a la eternidad luego de haber recibido los santos sacramentos de la fe que profesaba. Sea como sea la emoción general se dejaba sentir y se pudo ver claramente al momento de “decir unas palabras”, donde su esposa, hijos y amigos lo recordaron con respetuosa emotividad.
Con el grato consentimiento de la esposa de Daniel les compartimos este sencillo homenaje a quien fuera la primera persona en venir regularmente a rezar a este santo lugar durante años y compartir con los primeros monjes, por quienes siempre nos preguntaba. Aquí nos quedan tanto los buenos recuerdos en la capilla, donde era nuestro lector habitual, cuanto los momentos en que nos visitaba después de la santa Misa de los sábados (donde acostumbramos a tomar el café de despedida hasta hoy siguiendo las tradiciones locales), y alguna que otra visita durante la semana cuando podía para “tomarnos unos mates” entre alguna consulta espiritual o simplemente una visita fraternal.
Encomendamos a sus oraciones el alma de Daniel y de todos los fieles difuntos, así como también por los moribundos, para que también ellos puedan ser asistidos espiritualmente de tal manera que su enfermedad se convierta en la serena antesala del Cielo, donde ya no hay sufrimientos ni enfermedades, y donde esperamos encontrar a aquellos seres queridos que partieron antes que nosotros hacia la meta y gozo final e imperecedero.
Decía san Alberto Hurtado que, “…en el momento de la muerte no queda ya donde ocultarse: el alma es arrancada y arrojada a la llanura infinita donde no quedan más que ella y su Dios. El concepto cristiano de la muerte es inmensamente más rico y consolador: la muerte para el cristiano es el momento de hallar a Dios, a Dios a quien ha buscado durante toda su vida. La muerte para el cristiano es el encuentro del Hijo con el Padre; es la inteligencia que halla la suprema verdad, es la inteligencia que se apodera del sumo Bien. La muerte no es muerte. Lo veremos a Él cara a cara, a Él nuestro Dios que hoy está escondido. Veremos a su Madre, nuestra dulce Madre, la Virgen María. Veremos a sus santos, sus amigos que serán también nuestros amigos; hallaremos nuestros padres y parientes, y aquellos seres cuya partida nos precedió. En la vida terrestre no pudimos penetrar en lo íntimo de sus corazones, pero en la Gloria nos veremos sin oscuridades ni incomprensiones.”
P. Jason,
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