Vía Crucis

Quisiera caminar Señor contigo

la senda del Calvario que te viera

herido de dolor, y en tal manera

que triste el mismo Cielo fue testigo…

P. Jason Jorquera Meneses, IVE.

Por la señal . . .

 Oración  inicial

Oh Virgen de los dolores que, junto a tu divino  Hijo fuiste en la cruz verdaderamente traspasada en tu adorable corazón de madre, te suplico me alcances la gracia del sincero arrepentimiento, para llorar con mi vida mis pecados, para pregonar con mis obras la misericordia divina, para abrazar mi cruz de cada día con la constancia, paciencia y fortaleza de tu Hijo; y para que el dolor de mis ofensas se convierta en vástago de virtudes que me asemejen al Divino sufriente.

Madre dolorosa, de pureza inmaculada y alma transida, enséñame a contemplar en la heridas de tu Hijo amado aquel amor inefable que junto con su sangre no ha cesado de fluir y derramarse por los hombres; haz que pueda acompañarlo hacia el Calvario con fidelidad acrisolada para ser crucificado junto con Él.

Virgen santa, tú que caminaste con tu Hijo hacia la cruz, conduce también mis pasos para que pueda alcanzar a Aquel que se entregó por mí y presentarme ante Él con sincera y viva contrición. Amén.

 Virgen de los dolores, ruega por nosotros

 1ª ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Jesús oye al furioso

pueblo que pide sentencia,

tan sereno y silencioso

cuan colmado de clemencia:

ya comienza, entre insolencias,

su camino tormentoso.

 Continúas, Jesús mío, aquel magnífico sermón viviente que comenzaste en Getsemaní. ¿No dices nada?, ¿no reprochas las falsas y perversas acusaciones?, ¿hasta dónde llega tu amor por los hombres? Oh Cordero de Dios, que aceptas silencioso la voluntad del Padre; que eres entregado por aquellos mismos que has venido a salvar; que oyes la sentencia inicua de los labios del pueblo elegido para recibir primero la redención; que viniste a liberar del pecado y a cambio recibes condena: ¿dónde están todos aquellos que sanaste?, ¿dónde fueron los que entre alabanzas te recibieron al entrar en Jerusalén?, ¿dónde están aquellos que te seguirían hasta la muerte?; han huido, se escondieron y te abandonaron.

Considera, alma mía, cuántas veces te has hecho partícipe de aquella  aberrante sentencia cada vez que en vez de gratitud devolviste males, cada vez que rechazaste la divina gracia y prefiriéndote a ti misma, a tus gustos y placeres, gritaste también con tus obras: ¡crucifícalo!, ¡que sea crucificado!

¿Qué mal ha hecho? Pregunta Pilato; ¿qué bien no ha hecho? Reprocha mi conciencia: todo lo ha hecho bien, nos responde la Escritura (Mc 7,37).

 Muéstrame, Señor mío, el camino por donde quieres que te siga, muéstrame en cada acción de mi vida la voluntad divina de tu Padre y concédeme la gracia de aceptarla gustoso como tú lo hiciste.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

 2ª Estación: Jesús carga con su cruz

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Abrazando con tesón

el madero de la cruz que cargará

ocultando su blasón,

manifiesta su perdón

y en ejemplo vivo se convertirá.

 Oh mi buen Jesús, llega la hora de cargar sobre tus sacratísimos hombros mis innumerables pecados. Cuanto más pesadas son mis faltas tanto más se derrama tu misericordia sobre mí; ¿por qué cargas Tú mi sentencia?, ¿por qué padeces Tú mi castigo? Señor mío y Dios mío, ahora bien comprendo tus amores, ahora sé bien que te entregaste para concederme vida: misteriosamente eres la misma hostia y la patena que se ofrece al Padre. Todos te observan, pero nadie te ayuda; los hombres se mofan, los cielos se conmueven, mas tú perseveras sin la más mínima queja, abrazando la cruz que llaga lentamente tu santo cuerpo mientras sana nuestras heridas.

Considera alma mía lo que el Señor quiere enseñarte: el Divino Inocente puesto en tu lugar, asumiendo tus pecados y padeciendo silencioso aquel tormento ignominioso cuando tú te quejas de pequeñeces y palabras vanas. El Cordero de Dios carga tus culpas en su cruz y tú alegas por unas pocas astillas. Aprende junto con Él a recorrer la senda hacia el Calvario pues ella es la puerta estrecha que conduce al Reino de los cielos; la perla preciosa escondida en el lodo que hacia el final deslumbrará mostrando toda la hermosura que ahora esconden sus penas pero que dimana destellos de eternidad para quienes sepan apreciarla con los ojos de la fe.

Enséñame Señor a caminar este sendero emulando y asimilando tu paciencia, fortaleza, humildad y amor a la cruz, pero una cruz querida, aceptada y abrazada.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

3ª Estación: Jesús cae por primera vez

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 Ya los miembros de Jesús

padeciendo cruel espasmo se quebrantan:

bajo el peso de la cruz

sus rodillas ya no aguantan

y sucumbe ante las penas que lo aplastan.

Extenuado bajo el peso de la cruz sucumbe el frágil cuerpo del Mesías pues el cansancio lo abruma y ya sus miembros temblorosos no pueden sostenerlo más. Si Cristo cae no es por voluntad propia sino porque las fuerzas lo abandonan. Cae por mis culpas que son muchas, lo aplastan mis iniquidades.

¿Quién lo ayudará?, ¿los escribas?, ¿los fariseos?, ¿el pueblo?, ¿sus apóstoles?; pues nadie… cae solo y solo deberá levantarse.

Considera alma mía cómo tus caídas han desplomado al Salvador; la maldad de tus pecados ha hecho insoportable el peso de la cruz que por ti carga el Mesías. Observa en esa caída cuánto daño sufre Cristo: la cruz lo aplasta, se incrustan las espinas de su corona, sus rodillas quedan casi deshechas y reviven cruelmente sus dolores. Mira bien el fruto de tu egoísmo, de tu autoconfianza; ¿cuántas veces pretendiste triunfar sin invocar el nombre divino en la batalla?, y qué conseguiste: tan sólo heridas y derrotas que ahora sufre el Cordero inocente.

Levántate ya alma mía y haz la firme resolución de no confiar nunca más en tus fuerzas sino sólo en el auxilio divino que se alcanza únicamente con la fidelidad a la gracia.

Haz Señor, te suplico, que con tu gracia me levante prontamente de mis miserias y pueda cumplir con humildad aquellos propósitos que tantas veces te hice cayendo luego por mi egoísmo.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

4ª Estación: Jesús se encuentra con su santísima Madre

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 ¡Cuán hermosa y triste escena ante mis ojos!

¡Virgen Santa, digna madre del Cordero!,

soportando ver a tu hijo entre despojos

tu alma gime, mas tu amor se queda entero.

 Sus miradas como el oro se fundieron

entre lágrimas de madre en fuego tierno;

corazones que en amor juntos latieron;

palpitar que aquel día se hizo eterno.

 Jesús entre insolencias y humillaciones, entre gritos y salivazos, entre el pretorio y el Calvario es acompañado fielmente por su Madre que intenta con grandes esfuerzos llegar a Él… hasta que finalmente lo consigue. Serán tan sólo unos instantes, pero bastarán para tomar con sus inmaculadas y virginales manos de madre aquellas llagadas, ensangrentadas y temblorosas manos de su Hijo que vio crecer entre las suyas y que tanto recién nacido como ahora besa con ternura angelical.

 ¿Quién conforta a quién? se pregunta el cielo, ¿acaso no van muriendo los dos? interrogan los ángeles, pero María santísima simplemente responde con sus lágrimas: Oh, vosotros cuantos pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que soy atormentada” (Lam 1,2).

Contempla, alma mía, cómo ambas miradas se compenetraron, ambos corazones latieron juntos y ambos aceptaron con misteriosa y santa resignación la voluntad divina del Padre; porque ambos vivían con el alma puesta en el cielo: ¿dónde pones tú los ojos?, ¿dónde pones tus amores?, ¿en el cielo o en la tierra?

Virgen castísima, madre del Cristo sufriente, alcánzame la gracia, te lo ruego, de convertir las amarguras de mi camino en esperanza y consuelo poniendo siempre la mirada de mi alma en las alturas de la eternidad.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

5ª Estación: Jesús es ayudado por el cireneo

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

De los hombres que vino a salvar

quiso ayuda el Salvador

para hacerlos participar

de su misma redención.

 Con vergüenza el cireneo

va a ayudarlo con la cruz,

pero bien comprende luego:

cualquier hombre no es Jesús.

 Jesús, tembloroso y agotado, apenas puede continuar; ha perdido mucha sangre y las consecuencias de los azotes y el cansancio  se dejan ver claramente en todo aquel dañado cuerpo. Entonces el cireneo es forzado a ayudarlo, y lo hace avergonzado y de mala gana, pero pronto comprende que aquella sangre del condenado no fluye solamente por el cuerpo sino que se derrama también por las almas.

Compadécete, alma mía, compadécete de Aquel de quien recibiste compasión. ¿Acaso tu dureza y frialdad son tales que no querrías ayudarlo?, ¿acaso no es la cruz de tus pecados la que carga el Redentor? Ayúdalo tú también, ayúdalo muriendo a tu amor propio, ayúdalo venciendo el respeto humano. ¿Te avergüenzas de quien no se avergonzó de ponerse en tu lugar?; no importa lo que digan los hombres, da testimonio de Él ante ellos y Él abogará por ti ante su Padre.

Concédeme, Señor, la gracia de testimoniar con gran valor la verdad ante los hombres, de ser tu fiel discípulo ante el mundo despreciando la vanagloria y viviendo siempre conforme a tu voluntad.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

6ª Estación: Jesús imprime su rostro en el velo de la verónica

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Sobre el blanco velo

dibuja su rostro sangriento

el Señor del cielo,

y en el triste suelo

se imprime también un lamento.

 La piadosa Verónica contempla horrorizada al Mesías ultrajado. Se acerca reverente y le ofrece lo único que tiene: su sencillo velo para que el Siervo sufriente pueda secar aquel terrible sudor que se ha mezclado con su sangre. Pero Jesucristo no se deja ganar en gratitud y le concede la augusta y maravillosa reliquia de su rostro herido dibujado con su misma sangre sobre el velo; con aquella sangre misericordiosa capaz de plasmar la imagen divina en los corazones de los hombres que la perdieron por el pecado.

Considera, alma mía, aquella imagen doliente del Salvador que, como la redención, se escribió con sufrimientos. ¿Quieres dejar impresa en ti la imagen de Cristo?, ¿quieres parecerte al Salvador?, ¿quieres convertirte en una especie de bosquejo divino como lo fuiste al bautizarte y hasta antes de pecar?, pues este boceto divino sólo se dibuja en virtud de esta sangre sacrosanta; solamente puede formarse con el cincel del sufrimiento; solamente termina de fijarse con la paciencia, y solamente es fiel a los detalles en la medida que se emprenda con alegría.

Transforma, Jesús mío, mi alma en aquel velo capaz de recibir tu imagen, aquella que mis faltas de paciencia fueron borrando, aquella que se fue gastando por mi tibieza, por mi mediocridad. Concédeme, te lo ruego, la gracia de aprender a sufrir con paciencia y recuperar con creces aquella imagen divina que imprimiste en mi alma el día de mi bautismo como la verdadera llave del cielo.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

7ª Estación: Jesús cae por segunda vez

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Contempla nuevamente la caída

injusta y cruel

de aquel que padeciendo vil mancilla

se queda fiel

al plan del Padre eterno que da vida.

 El cuerpo herido de Jesús, ablandado por la dureza del camino, los malos tratos y vejaciones de los soldados, nuevamente sucumbe de cansancio.

“Levántate y camina” dijo Jesús al paralitico (Lc 5,25), mas no es simple decírselo ahora a su cuerpo maltratado pues el paralitico cargaba tan sólo sus pecados, en cambio Jesús carga los del mundo entero: los pecados de quienes lo circundan, de quienes ni siquiera lo conocen, de quienes lo rechazaron y de todos los hijos de Adán. Pero hay un peso particular que fue la causa de esta caída de Jesús y esos fueron mis pecados, mis propias recaídas.

Considera, alma mía, cómo el Señor del cielo cae por tierra a causa de tus culpas; mira en esta cruel escena tu inconstancia, tus faltas de firmeza en la enmienda que propones. ¿Cuántas veces dijiste “nunca más” de tal pecado y, sin embargo, ante el primer pequeño ventarrón caíste nuevamente?, ¿qué harás, entonces, cuando arrecie con vehemencia el vendaval de la tormenta?; Jesús cae porque tú has caído, porque quiere mostrarte las consecuencias de tu inestabilidad: asienta tus propósitos y decisiones en la roca firme del odio al pecado y el amor a la cruz.

Jesús mío, demando a tus dolores la gracia de levantarme de mis muchas caídas a causa de la tristeza y el desaliento. Concédeme, Señor, la fortaleza que necesito para no recaer en las culpas pasadas y levantarme con prontitud de la fosa ruin de mis pecados.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

8ª Estación: Jesús conforta a las mujeres piadosas de Jerusalén

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Tan dolidas como el cielo

lloran mares las piadosas

mujeres cuyo anhelo

es que acabe la horrorosa

vejación cuán lastimosa.

 Mas rompiendo sus lamentos

el Sufriente, pues, les dijo:

“No lloréis por mis tormentos,

mas llorad por vuestros hijos

y por vuestros sufrimientos”.

 Unas mujeres piadosas seguían el camino de Jesús entre sollozos y empujones. Los fariseos se burlan de ellas, los soldados las menosprecian, pero ellas quieren acompañar el Salvador por su vía dolorosa. Se acercan a Él mas no pueden decir nada, tanta es su aflicción por Jesús que rompen continuamente en llanto. Sin embargo, ocurre lo menos esperado; es el mismo Jesús quien intenta confortarlas: “no lloréis por mí”… ¿quién consuela a quién?, quisieron ayudar y ellas mismas son animadas por las palabras siempre vivas del Mesías. Llorad por vosotras mujeres piadosas, llorad más bien por vuestros hijos (Lc 23,28)

Señor Jesús, ¿Cuántas veces he consolado a los demás en sus aflicciones?, ¿cuántas veces me olvidé de mis astillas para aliviar las cruces de mi prójimo?, ¿cuántas veces renuncié a mis preocupaciones para ocuparme de lo verdaderamente importante?

Considera, alma mía, qué bien te enseña el Señor con su vivo ejemplo, mira con cuánta claridad y sencillez te instruye: siempre habrá alguien sufriendo más que tú; siempre encontrarás una pena para aliviar, un consejo para brindar, una verdad para enseñar: un motivo para ayudar.

Jesús paciente, que ofreces consuelo al pecador que te aflige con sus males, otórgame la gracia de consolarte en los demás, olvidándome de mis astillas por el amor de tu cruz.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Por tercera vez rendido

bajo el leño inexorable

se desploma malherido,

cuan divino y lamentable,

Jesucristo escarnecido.

 Una vez más el Mesías cae por tierra agobiado y extenuado de sufrimientos. Los soldados le gritan toda clase de insolencias, no sea que no llegue al Calvario. Con perversa ironía los fariseos le preguntan ¿por qué no haces ahora un milagro?, ¿por qué no te sanas a ti mismo?, acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere (Sal 21, 9). Pero Jesús, que en su pasión no profería amenazas, simplemente guarda silencio.

Señor Jesús, Varón de dolores, te golpeas contra el suelo y desde allí observas atento cómo te desprecian aquellos por quienes caes; ¡basta ya!, Señor de misericordia, ¡compadécete de ti mismo!: ¿acaso no te asistieron los ángeles en el desierto?, ¿acaso no te consoló un ángel en el huerto?, mas ahora ni siquiera ellos te vienen a ayudar. Señor, bien veo que mis reincidencias en el pecado te han arrojado por tierra; bien comprendo ahora que mis incumplidas promesas te precipitan nuevamente sin compasión.

Contempla, alma mía, cuán maliciosa tibieza la tuya que hace padecer estos crueles ultrajes al Verbo eterno que vino a salvarte. Considera los frutos de tu deplorable actitud: ¿siembras mediocridad?, entonces cosecharás perdición; ¿condesciendes con el pecado?, entonces recibirás tu justa paga. Mira cuánto se esfuerza el Salvador para que tú no caigas.

Señor Jesús, toma mi voluntad y fortalécela con tu gracia; toma mi arrepentimiento y riégalo con tu preciosa sangre para que pueda cosechar tu misericordia divina. Concédeme la gracia de levantarme con un firme propósito de enmendar mi vida y convertirme a ti con sincero corazón.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Arrancan y reparten sus vestidos

verdugos que reviven las heridas

que cubren todo el cuerpo del Ungido:

cumpliendo, una vez más, las profecías

                                     (Mt 27,35)

 Los soldados sin compasión y con burlona insolencia  arrancan a Jesús los vestidos que traía ya adheridos a su lastimado cuerpo, reviviendo sus heridas, abriendo sus terribles llagas, y atentando impíamente contra su santo pudor. Jesús queda casi desnudo, cubierto con un manto de sangre y una punzante corona de espinas. ¿Hasta dónde llegará la ponzoñosa actitud de los soldados?; reparten sus vestidos y sortean la túnica, tal cual vaticinaron las escrituras (Sal 22,19).

Entre burlas y desprecios, Jesús mío, continúas padeciendo por amores; ¿cuánto  más soportarás por mí?; ya comprendo, Señor, ya comprendo; de la misma manera quieres que arranque de mí toda falta de recato, toda inmodestia y precipitación.

Considera, alma mía, la misericordia de Cristo que por ti se deja desgarrar, pero más aún ten en cuenta cómo se destroza su Corazón divino cada vez que buscándote a ti misma le arrancas del lugar que por derecho le corresponde a Él para poner allí tus desordenados afectos y tus vicios.

Despójate, alma mía, de tus afectos mundanos así como Jesucristo fue despojado de sus vestidos y de su sangre, revístete de una vez con esta sangre divina que hermosea y fortalece en la adversidad, que purifica y mueve a perseverar en el bien.

Señor Jesús, que tan terribles afrentas padeciste por mis innumerables culpas, concédeme la gracia de arrancar de mi alma los afectos mundanos, cueste el trabajo que cueste, duela cuanto duela, o sangre cuanto sangre.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

11ª Estación: Jesús es clavado en la cruz

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Jesús, Varón de dolores,

traspasado en el madero,

derramando sus amores

silencioso cual cordero,

ruega al Padre que perdone

la crueldad que le infligieron.

 Los encarnizados clavos taladran sin compasión las manos y los pies de Jesús. Terrible sufrimiento del Mesías en que atraviesan también su corazón y, sin embargo, de este mismo corazón herido brota con inefable ternura aquel perdón inabarcable , tan divino como sincero, que implora al Padre eterno una vez más intercediendo por los hombres: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”   (Lc 23,34).

Contempla alma mía el arquetipo divino del perdón, contempla aquella copiosa sangre, divina e inocente, que desea empaparte por completo y purificar tus inmundicias, arrancarte los parásitos del rencor y el resentimiento que buscan continuamente anidar en ti; que quiere enseñarte la verdadera semejanza con Cristo que comienza en el perdón y culmina con la cruz, porque Jesucristo al ser clavado por tus pecados rogó a su Padre por ti. Comparte con los demás lo que has recibido de Dios, lo que Cristo te alcanzó, lo que no mereciste sino en su sangre.

Te suplico Jesús mío, enséñame a perdonar con sincero corazón las pequeñas ofensas, porque muchas más y terribles recibiste por mi causa y sin embargo tu perdón fluye en un desbordante torrente cuyo cause es el madero de la cruz.

Señor, que nunca olvide tu misericordia para ser misericordioso con los demás, y que pueda compartir el tesoro inmensurable de tu perdón contemplando constantemente los impíos clavos en tus pies y manos, pues tan misterioso es el don divino de tu perdón que mientras más se comparte, más abundante se vuelve.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

12ª Estación: Jesús muere en la cruz

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

…El precio de esta mi alma pecadora

fue un Dios crucificado

que ofrece eternidad a quien quisiere

morar en su costado.

  Señor, que vuestra muerte sea mi muerte

que aquí con vos me muero.

la vida que sufriente me ganasteis

clavado en vos espero.

 “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto expiró”  (Lc 23,46).

Se ha cumplido la hora perentoria… y Jesús permaneció fiel.

El universo entero se muestra dolorido por la muerte del Verbo Encarnado: los cielos se revisten de tinieblas; la tierra vehemente reprocha el deicidio de los hombres estremeciéndose con furia; los mares se agitan, los vientos arrecian, pero los hombres simplemente huyen. El velo del templo se rasga por la mitad porque el Santo de los Santos, venido en carne, fue entregado a la muerte por aquellos que vino a salvar.

¿Ya ves, Jesús mío, cómo he huido tantas veces de tu cruz?, huyo ante los temblores que agitan mi conciencia, ante las mociones de tu espíritu que soplan en mi alma, ante la sombría miseria que se cierne sobre mí, y, sin embargo, tú permaneces ahí, convertido tu cuerpo exangüe en monumento divino-humano de aceptación a la voluntad del Padre, de amor por los hombres y entrega absoluta hasta la muerte por causa de mi alma.

Considera, alma mía, cuánto valió tu salvación; considera la bendita vida del Mesías que humildísimo, siendo Creador de cielo y tierra, se hizo pequeño candil para iluminar tus tinieblas con su luz, aquella luz que despreciaron tus innumerables faltas y que ahora se apaga lentamente con su propia sangre para mostrarte hasta qué punto es capaz de llegar el amor divino por ti.

 Señor y Dios mío, por tu santa muerte, por tus clavos, tus espinas, tu madero, concédeme, te suplico encarecido, un crecido, intenso y constante dolor de mis pecados; concédeme por favor la gracia de crucificarme cada día y morir contigo. Mi buen Jesús, permíteme llorar mis pecados con mi vida tomando cada día mayor conciencia de que sólo cobra sentido si la vivo a la luz de tu entrega por mí hasta la muerte.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

13ª Estación: Jesús es desclavado de la cruz y puesto en los brazos de su madre

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

María con el alma destrozada

contempla silenciosa

al Hijo cuya vida fue arrancada

con muerte tormentosa.

La Virgen desde entonces fue llamada:

la Madre Dolorosa.

 El universo entero se conmueve ante la más triste escena de la historia. La Virgen madre del Verbo lo recibe inerte entre sus siempre tiernos y maternales brazos. Jamás una lágrima pudo contener tanto dolor, tanta resignación y tanta soledad como en María santísima. Su regazo fue la cuna que lo recibió en el mundo, y ahora se convierte en la mortaja fúnebre que lo despide.

¡Virgen madre!, cómo resuenan en tu llagado corazón las palabras del anciano Simeón: y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,35); ¡madre mía, cuna del Verbo!, agonizas sin poder morir al contemplar el cuerpo inerte de tu divino Hijo cubierto con la misma sangre que tomó de tus purísimas entrañas; bien dice de ti la escritura: “¿a quién te compararé y asemejaré, hija de Jerusalén?, ¿a quién te igualaría yo para consolarte, virgen hija de Sion? Tu quebranto es grande como el mar” (Lam 2,13). El cielo llora contigo Madre; los ángeles parecen sollozar con tus gemidos y tu misma soledad parece balbucear un melancólico suspiro: se ha escrito en la historia de la salvación la página que contiene la más triste tristeza.

Contempla, alma mía, cómo la malicia de tus pecados repercutió hasta convertirse en cruel espada que atraviesa el corazón de María y la sumerge en absoluta soledad, pues perdió a Dios y a su Hijo en un mismo instante.

Madre de dolores, hermosa rosa que padece sus espinas, te suplico en tu soledad que me alcances la gracia de elegir la muerte antes que volver pecar; que pueda unir mis renuncias, esfuerzos, sacrificios y hasta la misma sangre, si Dios lo quiere, a la muerte redentora de tu Hijo.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

 14ª Estación: Jesús es colocado en el sepulcro

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 Descansa finalmente

el cuerpo sacrosanto

de aquel Cristo sufriente

que amó a los hombres tanto;

 La Virgen silenciosa

se aleja con confianza.

es la única que guarda

en su Hijo la esperanza.

 El sacrosanto cuerpo de Jesús es perfumado con suaves aromas y envuelto cuidadosamente en lienzos. Ahora todo es silencio. El universo entero está de luto contemplando la sepultura de aquel que vino a traer vida.

La Virgen santísima, con sobrehumana fortaleza, le da el último abrazo, y besando con inefable ternura la herida frente de su Hijo lo mira resignada dando un tenue, lento y profundo suspiro que misteriosamente alcanza el cielo.

Todo está consumado Virgen fiel, ya descansa en paz tu Hijo amado que venció la muerte muriendo, que venció al pecado sufriendo y conquistó las almas de los pecadores perdonando.

Madre corredentora, ya ves cómo se cierra el sepulcro y queda adentro tu corazón, mas contigo permanecen tu dolor, tu soledad y tu esperanza.

Considera, alma mía, la desolación de la Virgen Madre, ya ni siquiera tiene el consuelo de ver el cuerpo de su Hijo que se esconde tras la inamovible roca. Contempla el corazón herido de María, entre congojas y esperanza, pues todos se marcharon junto con la vida de Jesús pero ella aún, y más que nunca, tiene fe en las palabras de su hijo: “tened fe y confianza en Dios y en mí” (Jn 14,1).

 Señor y Dios mío, te imploro con toda el alma que sepultes mis pecados tras la roca inquebrantable de tu misericordia; concédeme la gracia de vivir muriendo junto a ti; imprime tu pasión en mi alma acongojada, con la misma santa aceptación que mostraste hasta el sepulcro. Afianza, por tu sangre, mi esperanza en tu sacrificio y otórgame, te lo ruego, la sincera, efectiva y perseverante conversión y odio al pecado. Señor Jesús, por tus benditas llagas, que pregone tu misericordia infinita con mi vida, y haz que no cesen de resonar en mi interior aquellas maravillosas palabras que resumen todo el plan de redención: “yo tampoco te condeno, vete y no peques más” (Jn 8,11)

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

Por las intenciones del Santo Padre: Padre Nuestro, Credo y Gloria.

ORACIÓN FINAL

Oh Padre eterno que entregaste a tu propio Hijo por la salvación de mi alma; oh Espíritu Divino que santificaste la sagrada pasión del Mesías esperado por los pecadores; oh Verbo encarnado que con tu misma sangre expiaste mi culpa: Trinidad santísima, Dios misericordioso, te suplico con el alma prosternada y dolorida de mis muchas faltas, concédeme honrar con mi vida la Sagrada Pasión de Jesucristo y abrazar gustosamente la cruz mediante la cual me libró de las cadenas de mis culpas; haz Señor que deteste el pecado hasta la muerte y no se haga vana en mí la sangre preciosa de tu Hijo; y concédeme una vida contrita cimentada en tu perdón y tu esperanza.

 Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 Nuestra Señora de los dolores,

¡Ruega por nosotros!

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