Ejercicios Espirituales en Séforis

Monjes de Séforis con las ejercitantes
Monjes de Séforis con las ejercitantes

Ejercicios Espirituales a Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará

Decía san Juan Pablo II: “El cristiano con el fuerte dinamismo de los ejercicios es ayudado a entrar en el ámbito de los pensamientos de Dios, de sus designios para confiarse a Él, Verdad y Amor así como para tomar decisiones comprometidas en el seguimiento de Cristo, midiendo claramente sus dones y las responsabilidades propias.”[1]

SAM_7715Por gracia de Dios, hemos podido predicar en nuestro monasterio, al igual que el año pasado, una nueva tanda de Ejercicios Espirituales según el método de san Ignacio de Loyola. En esta ocasión han sido de seis días, dirigidos por el P. Enrique González, a cuatro hermanas de las SSVM, misioneras todas en Tierra Santa.

Con este apostolado, queremos contribuir a la mayor gloria de Dios y salvación de las almas, atendiendo a aquella petición que hiciera Benedicto XVI a los jesuitas, respecto a la predicación según el método ignaciano: “que sigan siendo ‘un instrumento precioso y eficaz para el crecimiento espiritual de las almas’, porque ‘los Ejercicios Espirituales representan un camino y un método particularmente precioso para buscar y encontrar el rostro de Dios, en nosotros, y a nuestro alrededor y en todas las cosas, para conocer su voluntad y ponerla en práctica’.”[2]

SAM_7712Es de notar que el clima del monasterio favorece mucho a los ejercitantes, debido a la tranquilidad propia del lugar, y además a que por estas fechas los peregrinos disminuyen notablemente, lo cual ha favorecido más aun el clima de silencio durante todo el día para realizar tranquilamente las meditaciones.

Nos encomendamos a sus oraciones y les pedimos especialmente para que todos los años podamos contribuir con este apostolado tan importante y recomendado por la iglesia, y en el que tanto insistía el santo de Loyola para las almas que quieren realmente trabajar por alcanzar la santidad:

Los Ejercicios Espirituales son todo lo mejor que yo puedo en esta vida pensar, sentir y entender, para que el hombre se pueda aprovechar a sí mismo y para poder fructificar, y ayudar a otros muchos.”

(Carta al P. Manuel Miona, 16 de nov. 1536)

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[1] ANGELUS del 16/12/1979, con ocasión del 50 aniversario de la Encíclica Mens Nostra de Pio XI

[2] Benedicto XVI, discurso a los Jesuitas, Aciprensa 21 de febrero ’08”

Nuevo Administrador Apostólico del Patriarcado Latino

El Papa Francisco nombró al Padre Pierbattista Pizzaballa O.F.M como  nuevo Administrador Apostólico del Patriarcado Latino

imagesSu Santidad el Papa Francisco aceptó la renuncia de Su Beatitud Fouad Twal, que ha llegado a la edad requerida, de conformidad con el artículo 401, § 1 del Código de Derecho Canónico. Su Santidad ha nombrado el Padre Pierbattista Pizzaballa, OFM, anterior Custodio durante doce años, como Administrador Apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén sede vacante, hasta el nombramiento de un nuevo Patriarca.

Los obispos, el clero y los fieles del Patriarcado Latino, agradecen de corazón al Patriarca Fouad Twal, que acaba de terminar su misión y dan la bienvenida al nuevo Administrador Apostólico, enviándole sus mejores deseos para su misión. Toda la diócesis se une en oración por las intenciones del Patriarca Emérito y del nuevo Administrador Apostólico.

La ordenación episcopal del P. Pizzaballa se llevará a cabo en septiembre.

El P. Pizzaballa nació en Cologno al Serio (Italia) en 1965, pronunció los votos perpetuos en 1989 y fue ordenado sacerdote en 1990. Después de su Bachillerato en Teología en el Pontificio Ateneo Antonianum de Roma, completó sus estudios en el Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén y posteriormente fue profesor de hebreo bíblico en la Facultad Franciscana de Ciencias Bíblicas y Arqueológicas de Jerusalén.

Comenzó su servicio en la Custodia de Tierra Santa en 1999 y en 2011 fue nombrado Guardián del convento de los santos Simeón y Ana en Jerusalén. Se ha dedicado a la pastoral de los fieles católicos de expresión hebrea y fue nombrado vicario patriarcal de 2003 a 2008. Fue elegido Custodio de Tierra Santa y Guardián de Monte Sión en 2004, cargo que ha desempeñado hasta el pasado mes de abril.

c14d6b52-5da0-4b31-98cd-bb6e3dbc0cb0_largeEn un mensaje difundido por el Patriarcado Latino de Jerusalén, el P. Pizzaballa pidió oraciones a los fieles por esta nueva labor. “Como a los apóstoles (…) también a mí el Señor, a través del Papa, pide regresar a la Ciudad Santa después de mi experiencia como Custodio”, expresó.

“No escondo estar sorprendido por tal pedido, conociendo mis personales y objetivos límites. Pueden por tanto imaginar cuál sea mi ansiedad y preocupación por el encargo que me fue confiado. Puedo también comprender sus tantas preguntas y quizá también cualquier perplejidad”, expresó.

Sin embargo, afirmó, “sé bien que es Él quien llama y manda y en Él confío”.

El nuevo Arzobispo aseguró que regresa a Jerusalén “con el deseo de servir sobre todo al clero local y a toda la comunidad, pidiendo a todos comprensión, amistad y colaboración”.

En ese sentido, dijo que hoy, en la Solemnidad de San Juan Bautista, “vengo enviado delante del Señor para prepararle el camino justo donde comenzó todo”. Una labor, afirmó, realizada por su predecesor y que compartirá con el pueblo y clero que se le ha confiado. “Preparar el camino, otra cosa no se nos ha pedido”, señaló.

Asimismo, se refirió a los jóvenes y recordó que “son el futuro de nuestra Iglesia y a ellos miramos con esperanza y confianza”.

“La salvación tiene la ‘forma’ del encuentro: secundando la invitación del Papa Francisco, quisiera que volviese a salir de Jerusalén, de esta Tierra Santa y herida, para nosotros y para toda la Iglesia, la capacidad de encontrarnos y de acogernos los unos a los otros, construyendo caminos y puentes y no muros”, con “los hermanos y amigos hebreos y musulmanes” y con todos los que tienen necesidad de misericordia y esperanza”.

Solo así podremos responder plenamente a la especial vocación de la Iglesia de Jerusalén, Iglesia de los Lugares Santos”, expresó.

Nazaret recibe al nuevo Custodio

Entrada solemne del nuevo Custodio en Nazaret

P. Francesco Patton
P. Francesco Patton

Este sábado pudimos asistir a la entrada solemne del nuevo Custodio de Tierra Santa, el P. Francesco Patton en la Basílica de la Anunciación, donde por vez primera era acogido en su nuevo cargo por los feligreses.

La entrada solemne indicó la llegada del nuevo superior de los franciscanos en la basílica que está bajo la Custodia de la Orden de Frailes de Menores. El santuario es uno de los más significativos para la fe cristiana, siendo el lugar santo en el que el Verbo de Dios se hizo carne.

La entrada estuvo acompañada por una gran variedad de religiosos de las distintas congregaciones que trabajamos en Tierra Santa, y por gracia de Dios fuimos brevemente presentados como religiosos del Instituto del Verbo Encarnado encargados de resguardar Séforis, el lugar donde nació santa Ana, a lo cual el P. Patton se mostró muy cordial.

Nuevo Custodio rezando en el lugar de la Encarnación

A continuación, acompañado por el guardián de la basílica y de la comunidad franciscana, el Custodio se dirigió a la Gruta de la Anunciación, para venerar el lugar en el que el ángel Gabriel se apareció a María, trayéndole la noticia de que sería la Madre del Salvador.

Posteriormente el P. Bruno varriano, superior de la Basílica de Nazaret, lo recibió con algunas palabras de bienvenida, y finalmente el nuevo Custodio agradeció la bienvenida con gran alegría.

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Saludo entre el anterior y el nuevo Custodio

Terminada la ceremonia, el P. Patton afirmó en una entrevista: “Para mí en este momento lo más importante es disponerme a escuchar: Escuchar a los frailes de la Custodia de Tierra Santa, escuchar a las comunidades, escuchar esta realidad que es ciertamente compleja, pero al mismo tiempo extraordinariamente fascinante“.

Encomendamos a sus oraciones al nuevo Custodio, por quien rezamos especialmente como monasterio así como por las obras de la Custodia, y a todos los religiosos que trabajan para ella con tanto ahínco y esfuerzos en nombre de la fe.

Padres de Séforis.

Sal de la tierra y luz del mundo

Mensaje del santo padre Juan Pablo II

Para la XVII jornada mundial de la juventud

“Vosotros sois la sal de la tierra…

Vosotros sois la luz del mundo”, (Mt 5, 13-14)


¡Queridos jóvenes!

papa-j-p-ii1. Aún permanece muy vivo en mi memoria el recuerdo de los momentos extraordinarios que hemos vivido juntos en Roma durante el Jubileo del año 2000, cuando habéis venido en peregrinación a las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo. Habéis pasado por la Puerta Santa en largas filas silenciosas y os habéis preparado a recibir el sacramento de la Reconciliación; después, en la vigilia nocturna y en la Misa de la mañana en Tor Vergata, habéis vivido una intensa experiencia espiritual y eclesial; robustecidos en la fe, habéis vuelto a casa con la misión que os he confiado: que seáis, en esta aurora del nuevo milenio, testigos valientes del Evangelio.

La celebración de la Jornada Mundial de la Juventud se ha convertido ya en un momento importante de vuestra vida, como lo ha sido para la vida de la Iglesia. Os invito, pues, a que comencéis a prepararos para XVIIª edición de este gran acontecimiento, que se celebrará internacionalmente en Toronto, Canadá, el verano del próximo año. Será una nueva ocasión para encontrar a Cristo, dar testimonio de su presencia en la sociedad contemporánea y llegar a ser constructores de la “civilización del amor y la verdad”.

2. “Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo”, (Mt 5,13-14): éste es el lema que he elegido para la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Las dos imágenes, de la sal y la luz, utilizadas por Jesús, son complementarias y ricas de sentido. En efecto, en la antigüedad se consideraba a la sal y a la luz como elementos esenciales de la vida humana.

“Vosotros sois la sal de la tierra….”. Como es bien sabido, una de las funciones principales de la sal es sazonar, dar gusto y sabor a los alimentos. Esta imagen nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido “sazonado” con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4). La sal por la que no se desvirtúa la identidad cristiana, incluso en un ambiente hondamente secularizado, es la gracia bautismal que nos ha regenerado, haciéndonos vivir en Cristo y concediendo la capacidad de responder a su llamada para “que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12, 1). Escribiendo a los cristianos de Roma, san Pablo los exhorta a manifestar claramente su modo de vivir y de pensar, diferente del de sus contemporáneos: “no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2).

papa-con-los-jovenesDurante mucho tiempo, la sal ha sido también el medio usado habitualmente para conservar los alimentos. Como la sal de la tierra, estáis llamados a conservar la fe que habéis recibido y a transmitirla intacta a los demás. Vuestra generación tiene ante sí el gran desafío de mantener integro el depósito de la fe (cf 2 Ts 2, 15; 1 Tm 6, 20; 2 Tm 1, 14).

¡Descubrid vuestras raíces cristianas, aprended la historia de la Iglesia, profundizad el conocimiento de la herencia espiritual que os ha sido transmitido, seguid a los testigos y a los maestros que os han precedido! Sólo permaneciendo fieles a los mandamientos de Dios, a la alianza que Cristo ha sellado con su sangre derramada en la Cruz, podréis ser los apóstoles y los testigos del nuevo milenio.

Es propio de la condición humana, y especialmente de la juventud, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia. Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos! No os dejéis desanimar por los que, decepcionados de la vida, se han hecho sordos a los deseos más profundos y más auténticos de su corazón. Tenéis razón en no resignaros a las diversiones insulsas, a las modas pasajeras y a los proyectos insignificantes. Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad.

3. “Vosotros sois la luz del mundo….”. Para todos aquellos que al principio escucharon a Jesús, al igual que para nosotros, el símbolo de la luz evoca el deseo de verdad y la sed de llegar a la plenitud del conocimiento que están impresos en lo más íntimo de cada ser humano.

Cuando la luz va menguando o desaparece completamente, ya no se consigue distinguir la realidad que nos rodea. En el corazón de la noche podemos sentir temor e inseguridad, esperando sólo con impaciencia la llegada de la luz de la aurora. Queridos jóvenes, ¡a vosotros os corresponde ser los centinela de la mañana (cf. Is 21, 11-12) que anuncian la llegada del sol que es Cristo resucitado!

La luz de la cual Jesús nos habla en el Evangelio es la de la fe, don gratuito de Dios, que viene a iluminar el corazón y a dar claridad a la inteligencia: “Pues el mismo Dios que dijo: ‘De las tinieblas brille la luz’, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo” (2 Co 4, 6). Por eso adquieren un relieve especial las palabras de Jesús cuando explica su identidad y su misión: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

El encuentro personal con Cristo ilumina la vida con una nueva luz, nos conduce por el buen camino y nos compromete a ser sus testigos. Con el nuevo modo que Él nos proporciona de ver el mundo y las personas, nos hace penetrar más profundamente en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia un conjunto de enunciados teóricos, sino asimilar una experiencia, vivir una verdad; es la sal y la luz de toda la realidad (cf. Veritatis splendor, 88).

En el contexto actual de secularización, en el que muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera, o son atraídos por formas de religiosidad irracionales, es necesario que precisamente vosotros, queridos jóvenes, reafirméis que la fe es una decisión personal que compromete toda la existencia. ¡Que el Evangelio sea el gran criterio que guíe las decisiones y el rumbo de vuestra vida! De este modo os haréis misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajéis y viváis, seréis signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo. No lo olvidéis: ¡”No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín” (cf. Mt 5,15).

papa-niñosAsí como la sal da sabor a la comida y la luz ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la vida, haciéndola un reflejo de la gloria de Dios. ¡Con cuántos santos, también entre los jóvenes, cuenta la historia de la Iglesia! En su amor por Dios han hecho resplandecer las mismas virtudes heroicas ante el mundo, convirtiéndose en modelos de vida propuestos por la Iglesia para que todos les imiten. Entre otros muchos, baste recordar a Inés de Roma, Andrés de Phú Yên, Pedro Calungsod, Josefina Bakhita, Teresa de Lisieux, Pier Giorgio Frassati, Marcel Callo, Francisco Castelló Aleu o, también, Kateri Tekakwitha, la joven iraquesa llamada la “azucena de los Mohawks”. Pido a Dios tres veces Santo que, por la intercesión de esta muchedumbre inmensa de testigos, os haga ser santos, queridos jóvenes, ¡los santos del tercer milenio!

4. Queridos jóvenes, ha llegado el momento de prepararse para la XVII Jornada Mundial de la Juventud. Os dirijo una especial invitación a leer y a profundizar la Carta apostólica Novo milenio ineunte, que he escrito a comienzos de año para acompañar a los bautizados, en esta nueva etapa de la vida de la Iglesia y de los hombres: “Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su “reflejo”” (n. 54).

Sí, es la hora de la misión. En vuestras diócesis y en vuestras parroquias, en vuestros movimientos, asociaciones y comunidades, Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y escuela de comunión y de oración. Profundizad en el estudio de la Palabra de Dios y dejad que ella ilumine vuestra mente y vuestro corazón. Tomad fuerza de la gracia sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía. Tratad asiduamente con el Señor en ese “corazón con corazón” que es la adoración eucarística. Día tras día recibiréis nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la paz al mundo. Muchas son las personas heridas por la vida, excluida del desarrollo económico, sin un techo, una familia o un trabajo; muchas se pierden tras falsas ilusiones o han abandonado toda esperanza. Contemplando la luz que resplandece sobre el rostro de Cristo resucitado, aprended a vivir como “hijos de la luz e hijos del día” (1 Ts 5, 5), manifestando a todos que “el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5, 9).

5. Queridos jóvenes amigos, para todos los que puedan, ¡la cita es en Toronto! En el corazón de una ciudad multicultural y pluriconfesional, anunciaremos la unicidad de Cristo Salvador y la universalidad del misterio de salvación del que la Iglesia es sacramento. Rogaremos por la total comunión entre los cristianos en la verdad y en la caridad, respondiendo a la invitación apremiante de Dios que desea ardientemente “que sean uno como nosotros” (Jn 17, 11).

Venid para hacer resonar en las grandes arterias de Toronto el anuncio gozoso de Cristo, que ama a todos los hombres y lleva a cumplimiento todo germen de bien, de belleza y de verdad existente en la ciudad humana. Venid para contar al mundo vuestra alegría de haber encontrado a Cristo Jesús, vuestro deseo de conocerlo cada vez mejor, vuestro compromiso de anunciar el Evangelio de salvación hasta los extremos confines de la tierra.

Vuestros coetáneos canadienses se preparan ya para acogeros calurosamente y con gran hospitalidad, junto con sus Obispos y las Autoridades civiles. Se lo agradezco ya desde ahora cordialmente. ¡Quiera Dios que esta primera Jornada Mundial de los Jóvenes al comienzo del tercer milenio transmita a todos un mensaje de fe, de esperanza y de amor!

Os acompaña mi bendición, mientras confío a María, Madre de la Iglesia, a cada uno de vosotros, vuestra vocación y vuestra misión.

En Castel Gandolfo, el 25 de julio de 2001

La presencia monástica en la Iglesia

Vida contemplativa en la exhortación apostólica “Vita Consecrata”

Juan Pablo II

 

La obra del Espíritu en las diversas formas de vida consagrada

monje-cisterciense-leyendo5. ¿Cómo no recordar con gratitud al Espíritu la multitud de formas históricas de vida consagrada, suscitadas por El y todavía presentes en el ámbito eclesial? Estas aparecen como una planta llena de ramas[8] que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época de la Iglesia. ¡Qué extraordinaria riqueza! Yo mismo, al final del Sínodo, he sentido la necesidad de señalar este elemento constante en la historia de la Iglesia: los numerosos fundadores y fundadoras, santos y santas, que han optado por Cristo en la radicalidad evangélica y en el servicio fraterno, especialmente de los pobres y abandonados[9]. Precisamente este servicio evidencia con claridad cómo la vida consagrada manifiesta el carácter unitario del mandamiento del amor, en el vínculo inseparable entre amor a Dios y amor al prójimo.

El Sínodo ha recordado esta obra incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los siglos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo.

Vida monástica en Oriente y en Occidente

6. Los Padres sinodales de las Iglesias católicas orientales y los representantes de las otras Iglesias de Oriente han señalado en sus intervenciones los valores evangélicos de la vida monástica[10], surgida ya desde los inicios del cristianismo y floreciente todavía en sus territorios, especialmente en las Iglesias ortodoxas.

monja-rezandoDesde los primeros siglos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que se han sentido llamados a imitar la condición de siervo del Verbo encarnado y han seguido sus huellas viviendo de modo específico y radical, en la profesión monástica, las exigencias derivadas de la participación bautismal en el misterio pascual de su muerte y resurrección. De este modo, haciéndose portadores de la Cruz (staurophóroi), se han comprometido a ser portadores del Espíritu (pneumatophóroi), hombres y mujeres auténticamente espirituales, capaces de fecundar secretamente la historia con la alabanza y la intercesión continua, con los consejos ascéticos y las obras de caridad.

Con el propósito de transfigurar el mundo y la vida en espera de la definitiva visión del rostro de Dios, el monacato oriental da la prioridad a la conversión, la renuncia de sí mismo y la compunción del corazón, a la búsqueda de laesichia, es decir, de la paz interior, y a la oración incesante, al ayuno y las vigilias, al combate espiritual y al silencio, a la alegría pascual por la presencia del Señor y por la espera de su venida definitiva, al ofrecimiento de sí mismo y de los propios bienes, vivido en la santa comunión del cenobio o en la soledad eremítica[11].

monjes-famosos-cine-internet_1_914978Occidente ha practicado también desde los primeros siglos de la Iglesia la vida monástica y ha conocido su gran variedad de expresiones tanto en el ámbito cenobítico como en el eremítico. En su forma actual, inspirada principalmente en san Benito, el monacato occidental es heredero de tantos hombres y mujeres que, dejando la vida según el mundo, buscaron a Dios y se dedicaron a El, « no anteponiendo nada al amor de Cristo »[12]. Los monjes de hoy también se esfuerzan enconciliar armónicamente la vida interior y el trabajo en el compromiso evangélico por la conversión de las costumbres, la obediencia, la estabilidad y la asidua dedicación a la meditación de la Palabra (lectio divina), la celebración de la liturgia y la oración. Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe y verdaderos laboratorios de estudio, de dialogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de aquella celestial.

Institutos dedicados totalmente a la contemplación

8. Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y su misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura.

En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios[15].

monje-viejoEs justo, por tanto, esperar que las distintas formas de vida contemplativa experimenten una creciente difusión en las Iglesias jóvenes como expresión del pleno arraigo del Evangelio, sobre todo en las regiones del mundo donde están más difundidas otras religiones. Esto permitirá testimoniar el vigor de las tradiciones ascética y mística cristianas, y favorecer el mismo diálogo interreligioso[16].

Vita Consecrata, nº 5, 6 y 8; del 25 de marzo del año 1996, solemnidad de la Anunciación del Señor. 

Sobre la “muerte y soledad” del monje

“Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios”

Colosenses 3,3

P. Jason Jorquera M.

“Toda la vida de los religiosos debe orde­narse a la contemplación[1]

como elemento constitutivo de la perfección cristiana;

sin embargo, “…es necesario que algunos fieles expresen

esta nota contemplativa de la Iglesia viviendo de modo peculiar,

recogiéndose realmente en la soledad…”[2].

Ésta ha sido la misión de los monjes,

quienes fueron y siguen siendo testigos de lo trascendente,

pues proclaman con su vocación y género de vida

que Dios es todo y que debe ser todo en todos[3].”

Directorio de Vida Contemplativa

 

São Bruno (3)     La vida contemplativa, al igual que cualquier otro estado de consagración, siempre guardará un aspecto de misterio. Y es que nunca se podrá explicar totalmente con palabras humanas aquel binomio divino-humano entre el “llamado de Dios” y el correspondiente “sí” de un alma a este estilo de vida del todo particular, cuya riqueza absoluta ha de ser el mismo Dios, a quien el monje dedica toda su existencia como “adelantándose” a la contemplación perenne del Paraíso, aunque con las necesarias cruces de nuestra actual condición de viadores, las cuales abraza por amor al Crucificado que ha decidido seguir de cerca.

     Cuando hablamos de vida monástica, necesariamente hablamos de oración, pero también de silencio, soledad y muerte, todo lo cual tiene un profundo sentido espiritual que va como marcando el ritmo mismo de la oración, a la vez que de ella se nutre para poder profundizar más aun su unión con el Creador. Me explico: para rezar se necesita del silencio, exterior en lo posible pero siempre buscando el imprescindible silencio interior que permitirá al alma oír mejor la voz del Todopoderoso que la invita a dialogar con Él; y lo mismo se diga respecto a la soledad, entendida como apartamiento de las disipaciones para tratar a solas con Dios, la cual también contribuye y se beneficia de la oración. Y finalmente la muerte, pero ¿qué muerte?, pues –llamémosla así- una “muerte vívida”, es decir, activa, batalladora; en lenguaje espiritual un continuo morir a sí mismo, al egoísmo, al amor propio, a los defectos, al pecado, etc., la cual es una condición necesaria para progresar en la contemplación de Dios.

          Entonces, morir al mundo para vivir en soledad con Dios ha de ser la impronta característica del monje, que quiere imitar al Cristo orante, modelo perfecto del contemplativo; y que busca identificarse con las palabras que escribiera el apóstol de los gentiles: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios.”

Porque habéis muerto…

          galeria-1No hablamos aquí, obviamente, de la separación del alma y el cuerpo, sino de una nueva y amorosa disposición del corazón de quien se consagra a Dios en la vida monástica para dar origen a un “nuevo existir”, es decir, como a un nuevo ser transformado a la luz de la gracia divina, fruto de la constante renuncia a sí mismo que ha de regir toda la ascesis del monje. Porque la renuncia –que es este “morir constante”- implica el ineludible combate por sepultar al hombre viejo, al del mundo, para que el hombre nuevo -el que tiene sed de estar a solas con su Creador para contemplarlo e interceder ante Él por la humanidad entera-, pueda comenzar a vivir libre de las ataduras de este mundo, del cual ha huido considerándose como muerto para él y refugiarse así sólo en Dios. Y esta es la razón de que la vida contemplativa sea equiparada a la  muerte gloriosa que implica el martirio: “Los mártires nacen al morir, su fin significa el principio; al matarlos se les dio la vida, y ahora brillan en el cielo, cuando se pensaba haberlos suprimido en la tierra”[4]. De la misma manera el monje, que renunció a su vida en el mundo para consagrarse a Dios, vive en sí mismo una especie de martirio que le anticipa la gloria reservada a los que dieron la propia sangre en valiente testimonio del Cordero de Dios que vino a ofrecer primero su vida por los pecadores; con la esperanza de alcanzar mediante esta entrega exclusiva la vida perenne prometida a aquellos que lo dejaron todo por seguir al Salvador de cerca, animados por la confianza inquebrantable de la que hablaba san Basilio cuando decía que “…el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo”[5]; y aplicándose, a la vez, las exhortativas palabras de san Pablo: “…porque si viviereis según la carne, moriréis; mas si con el espíritu hacéis morir las obras o pasiones de la carne, viviréis, siendo cierto que los que se rigen por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.”[6]

          Obviamente que el “morir al espíritu del mundo” para dejarse guiar por el Espíritu de Dios[7] no implica la ausencia de las tentaciones, de las dificultades, en definitiva de la cruz; ya que la ascesis del monje es un trabajo de toda la vida, puesto que  dondequiera que vaya llevará siempre consigo su naturaleza herida por el pecado (como cualquier otro hombre), pero gracias a su muerte-renuncia mucho más radical al espíritu mundano, se arroga para sí el premio de “la parte mejor” que eligió María y que al igual que ella no le ha de ser quitada[8], porque a imitación de su arquetipo sublime, Jesucristo, ha elegido libremente entregar a Dios su vida para servirlo en la rica soledad del monasterio: “Nadie me la quita (la vida); yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18). Y esa es justamente la actitud de todo consagrado (y en este caso del monje), “hacerse ofrenda”, darse libremente en servicio de aquel que lo amó primero[9] para dedicarse a contemplarlo y buscar configurarse con aquel Hijo amado orante que pasaba las noches en profunda intimidad con el Altísimo[10]; aquel Cristo de Getsemaní que pese a sus tormentos rogaba al Padre que se realizara en Él su voluntad[11]; aquel  Jesús de Nazaret que permaneció 30 años en el arcano silencio de la casa de José y María preparando la misión que su Padre del cielo le había encomendado; en fin, aquel Mesías y Cordero de Dios que en su infinita misericordia decidió quedarse con los hombres después de su bendita ascensión, hecho sacramento en el silencio del sagrario.

          El monje además ha muerto al mundo buscando frutos para el cielo, porque si el grano de trigo muere  (entonces, y sólo entonces) da mucho fruto[12]; y lo hace porque su muerte es voluntaria, es decir, aceptada al momento decirle “sí” al llamado de Dios.

El contemplativo vive, en definitiva, “una vida que es muerte y una muerte que da vida”, pues la ha puesto totalmente en manos de Aquel que lo llamó, tal como afirma nuestro Directorio: “Su finalidad será vivir sólo para Dios: éste es el enérgico resumen que proclama todo el deseo que Dios puso en el corazón de cada monje…”[13].

… y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios

San Bruno (2)      Vivir “escondido junto a Dios”, quiere decir apartado del mundo para dedicarse a estar en lo posible -como hemos dicho antes-, a solas con Él; es decir, refugiado en la oración porque nada puede hacerse sin la vida de oración. Un alma no puede llegar a la cima de la santidad si no ora. Dios no puede penetrar en el alma, si nosotros no tratamos de buscarlo (San Alberto Hurtado). Y el contemplativo ha de buscarlo durante toda su vida, siguiendo aquello de Dom Columba Marmion: “Buscar a Dios es permanecer unidos a Él por la fe, adherirnos a Él como objeto de nuestro amor. Ahora bien: es evidente que esta unión admite una variedad infinita de grados. Dios está presente en todas partes dice san Ambrosio, pero está más próximo a aquellos que le aman, estando en cambio alejado de aquellos que no le sirven.

     Cuando ya hemos encontrado a Dios podemos continuar aun buscándole, es decir, podemos buscarle más intensamente, acercarnos a Él por una fe más ardiente, por una caridad más exquisita, por una fidelidad más exacta en el cumplimiento de su voluntad: he aquí por qué podemos y debemos siempre buscar a Dios, hasta tanto que nos sea dado contemplarlo de una manera inamisible en todo el esplendor de su majestad, rodeado de luz eterna. Si no alcanzamos este fin, arrastraremos una vida inútil.”[14]

     Cuando dos personas que se aman están a solas experimentan gran alegría y deseos de permanecer juntos; es lo que pasa con los amigos, los esposos o los hermanos: quieren estar con aquel que aman y el sólo hecho de hacerlo les alegra el corazón. En el contemplativo esta dicha tiene que ser siempre sobrenatural: pese a las arideces, pese a las dificultades, pese a nuestras limitaciones Dios siempre está con nosotros; ¿cómo va a abandonar a quien lo dejó todo para estar con Él? Y más aún, este “estar con Dios” se va realizando en el alma misma, que es el lugar de encuentro con Aquel que suscitó en el monje el deseo de estar oculto con Él para buscar su gloria mediante la vida de oración y ocupar en la santa Iglesia el lugar que le corresponde según una divina disposición de lo alto: interceder por ella mediante oraciones y sacrificios. “El alma que le quiere encontrar ha de salir de todas las cosas con la afición y la voluntad, y entrar dentro de sí misma con sumo recogimiento. Las cosas han de ser para ella como si no existiesen. San Agustín habla con Dios en los Soliloquios y le dice: «No te hallaba, Señor, por fuera, porque mal te buscaba fuera, pues estabas dentro». Dios, pues, está escondido en el alma y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo: ¿A dónde te escondiste? ”.[15]

     El monje debe vivir oculto con Cristo en Dios, no porque quiera estar lejos de los hombres (pues su renuncia no es misantropía sino mayor deseo de Dios); no por estar harto del ruido, ni porque sea un egoísta que intenta tener a Dios sólo para sí, nada de eso; simplemente lo hace porque así lo exige su vocación, o mejor dicho, porque en esto consiste su vocación: “… No ya sólo vivir en presencia de Dios sino vi­vir para solo Dios, sin más inten­ción que Dios, “porque es más precioso delante de él y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras (exteriores) juntas”[16]. Por tanto que todos los actos de su vida suban al Señor en suave olor de santidad, quemándose como el incienso en adora­ción al solo Santo, en acción de gracias por tanto bien reci­bi­do, “en todo amando y reconociendo.”[17][18]

La gran conclusión será, entonces, que la medida de la fidelidad del  monje a su vocación, será la de su muerte al mundo e intimidad de vida interior con Dios.

[1] Cf. Santo Tomás de Aquino, Contra impugnantes Dei cultum et re­ligionem, cap. II, n 20,Ed. Marietti, Turín, 1972, p. 11.

[2] VS, 1.

[3] Cf. 1 Cor 15,28.

[4] San Pedro Crisólogo, sermón 108

[5] San Basilio, Homilía 20

[6] Rom 8,13-14

[7] Cfr. 1 Cor 2,12; Rom 8,1,; 2Cor 4,4; 1 Jn 4,5; etc.

[8] Cfr. Lc 10, 38-42

[9] Referencia a 1Jn 4,19

[10] Cfr. Lc 5,16

[11] Cfr. Mt. 26,36-46; Mc 14,32-42

[12] Jn 12,24

[13] Directorio de vida contemplativa, nº10

[14] Dom Columba Marmion, Jesucristo ideal del monje

[15] San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, I, 6).

[16] San Juan de la Cruz, Cántico, 29, 1.

[17] EE [233]: “Interno conocimiento de todo bien recibido, para que enteramente reconociendo yo pueda amar y servir en todo a su Divina Majestad”.

[18] Directorio de Vida Contemplativa nº9

Tres tipos de llamados

San Antonio Abad, carta 1ª

 

San_Antonio_Abad_(Catedral_de_Valencia)Saludo a vuestra caridad en el Señor. Hermanos, juzgo que hay tres clases de personas entre aquellas a quienes llama el amor de Dios [1], hombres o mujeres. Algunos son llamados por la ley del amor depositada en su naturaleza y por la bondad original que forma parte de ésta en su primer estado y su primera creación. Cuando oyen la palabra de Dios no hay ninguna vacilación; la siguen prontamente. Así ocurrió con Abraham, el Patriarca. Dios vio que sabía amarlo, no a consecuencia de una enseñanza humana, sino siguiendo la ley natural inscrita en él, según la cual El mismo lo había modelado al principio [2]. Y revelándose a él le dijo: “Sal de tu tierra y de tu parentela y ve a la tierra que Yo te mostraré” (Gen. 12,1). Sin vacilar, se fue impulsado por su vocación. Esto es un ejemplo para los principiantes: si sufren y buscan el temor de Dios en la paciencia y la tranquilidad [3] reciben en herencia una conducta gloriosa porque son apremiados a seguir el amor del Señor. Tal es el primer tipo de vocación.

He aquí el segundo. Algunos oyen la Ley escrita, que da testimonio acerca de los sufrimientos y suplicios preparados para los impíos y de las promesas reservadas a quienes dan fruto en el temor de Dios [4]. Estos testimonios despiertan en ellos el pensamiento y el deseo de obedecer a su vocación. David lo atestigua diciendo: “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante”, etc. (Ps.18,8, traducción oficial española). Así como en otros muchos pasajes que no tenemos intención de citar.

Y he aquí el tercer tipo de vocación. Algunos, cuando aún están en los comienzos, tienen el corazón duro y permanecen en las obras de pecado. Pero Dios, que es todo misericordia, trae sobre ellos pruebas para corregirlos hasta que se desanimen y, conmovidos, vuelvan a Él [5]. En adelante lo conocen y su corazón se convierte. También ellos obtienen el don de una conducta gloriosa como los que pertenecen a las dos categorías anteriores.

Estas son las tres formas de comenzar en la conversión, antes de llegar en ella a la gracia y la vocación de hijos de Dios.

Los hay que comienzan con todas sus fuerzas, dispuestos a despreciar todas las tribulaciones, a resistir y mantenerse en todos los combates que les aguardan y a triunfar en ellos. Creo que el Espíritu se adelanta a ellos para hacerles el combate ligero, y dulce la obra de su conversión. Les muestra los caminos de la ascesis, corporal e interior, cómo convertirse y permanecer en Dios, su Creador, que hace perfectas sus obras [6]. Les enseña cómo hacer violencia, a la vez, al alma y al cuerpo para que ambos se purifiquen y juntos reciban la herencia. Primero se purifica el cuerpo por los ayunos y vigilias prolongadas; y después el corazón mediante la vigilancia y la oración [7], así como por toda práctica que debilita el cuerpo y corta los deseos de la carne.

El Espíritu de conversión [8] viene en ayuda del monje. Él es quien lo pone a prueba por miedo a que el adversario no le haga desandar el camino. El Espíritu-director abre enseguida los ojos del alma para que también ella, junto con el cuerpo, se convierta y se purifique. Entonces el corazón, desde el interior, discierne cuáles son las necesidades del cuerpo y del alma. Porque el Espíritu instruye al corazón y se hace guía de los trabajos ascéticos para purificar por la gracia todas las necesidades del cuerpo y del alma. El Espíritu es quien discierne los frutos de la carne, sobreañadidos a cada miembro del cuerpo desde la perturbación original [9]. Es también el Espíritu quien, según la palabra de Pablo, conduce los miembros del cuerpo a su rectitud primera: “Someto mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre” (I Cor.9,27); rectitud que fue la del tiempo en que el espíritu de Satán no tenía parte alguna en ellos y el cuerpo se hallaba bajo la atracción del corazón, instruido, a su vez, por el Espíritu. El Espíritu es, en fin, quien purifica el corazón del alimento, de la bebida, del sueño y, como ya he dicho, de toda moción e incluso de toda actividad o imaginación sexual, gracias al discernimiento llevado a cabo por un alma pura [10].

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Yo señalaría tres clases de mociones violentas [11]. La primera reside en el cuerpo, está inserta[12] en su naturaleza, formada al mismo tiempo que él en el primer instante de su creación. Sin embargo, no puede ser puesta en movimiento sin que el alma lo quiera. De ella sólo se sabe esto: que está en el cuerpo. He aquí la segunda: cuando el hombre come y bebe con exceso sigue una efervescencia de la sangre que fomenta un combate en el cuerpo, cuyo movimiento natural es puesto en acción por la glotonería. Por eso dice el Apóstol: “No os emborrachéis con vino, en él está la liviandad” (Ef.5,18). Del mismo modo, el Señor en el Evangelio prescribe a sus discípulos: “Que vuestros corazones no se emboten por la comida y bebida” (Lc.21,34) o las delicias. Más que nadie, quien guarda el celibato debe repetirse: “Someto mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre” (I Cor.9,27)[13]. En cuando a la tercera moción, proviene de los espíritus malos que nos tientan por envidia y buscan manchar a quienes se comprometen en el celibato.

Volvamos, hijos míos queridos, a cuanto se refiere más de cerca a estas tres clases de mociones. Quien permanece en la rectitud, persevera en el testimonio que el Espíritu da en lo más íntimo de su corazón y permanece vigilante, se purifica de esta triple [14] enfermedad en su cuerpo y en su alma. Pero si no tiene en cuenta estas tres mociones, de las que da testimonio el Espíritu Santo, los espíritus malos invaden su corazón y siembran las pasiones [15] en el movimiento natural del cuerpo. Lo turban y entablan con él un duro combate. El alma, enferma, se agota y se pregunta de dónde le vendrá el auxilio, hasta que se serene, se someta de nuevo al mandamiento del Espíritu y cure. Así aprende que sólo puede hallar su reposo en Dios, y que permanecer en Él es su paz [16][17].

Esto, queridos, para indicaros cómo el cuerpo y el alma han de ir unidos [18] en la obra de conversión y purificación. Si el corazón sale vencedor del combate, ora en el Espíritu y aleja del cuerpo las pasiones del alma que proceden de la propia voluntad. El Espíritu, que viene a dar testimonio de sus propios mandamientos, se convierte en el amigo de su corazón y le ayuda a guardarlos. Le enseña cómo curar las heridas del alma, cómo discernir, una tras otra, las pasiones naturalmente insertas en los miembros [19], de la cabeza a los pies, y también las que, procedentes del exterior, han sido mezcladas al cuerpo por la voluntad propia.

Así es como el Espíritu conducirla mirada a la rectitud y pureza, y la retirará de cuanto le es extraño [20]. El inclinar el oído sólo a palabras decorosas; y el oído, no cediendo al deseo de oír hablar de caída y debilidades humanas, pondrá su gozo en conocer el bien y la perseverancia de cada uno, y la gracia dada a las criaturas; cosas de las que estando enfermo, se había desinteresado hasta entonces.

El Espíritu enseñara la lengua a purificarse porque ella es la que puso al alma gravemente enferma. Por medio de la lengua expresa el alma la enfermedad que padece; incluso la atribuye a la lengua, pues ésta es su órgano. En efecto, por la lengua le han sido infligidas graves enfermedades y heridas; por la lengua ha sido herida. Lo atestigua el apóstol Santiago cuando dice: “Si alguien pretende conocer a Dios y no frena su lengua se engaña en su corazón, su culto es vano” (St.1,26). En otro lugar afirma: “La lengua es un miembro pequeño, pero mancha todo el cuerpo” (3,5).

Cuando el corazón está, pues, fortificado con el poder que recibe del Espíritu, él mismo queda primero purificado, santificado, enderezado, y las palabras que confía a la lengua están exentas del deseo de agradar, así como de toda voluntad propia. En él se cumple lo que dice Salomón: “Mis palabras son de Dios; no hay en ellas dureza o perversión” (Prov.8,8) y “la lengua del justo cura las heridas” (Prov.12,18).

Viene después la curación de las manos, que en otro tiempo se movían de forma desordenada, a gusto de la voluntad propia. El Espíritu dará al corazón la pureza que conviene en el ejercicio de la limosna y la oración. Así se cumplirla palabra: “El alzar de mis manos es como una ofrenda de la tarde” (ps.140,2), y esta otra: “Las manos de los poderosos distribuyen riquezas” (Prov.10,4)[21].

Después de las manos el Espíritu purifica el vientre en cuanto a comida y bebida. David decía sobre esto: “Con el de ojos engreídos y corazón arrogante no comeré” (ps.100,5). Pero si el deseo y la gula en cuestión de comida y bebida toman preponderancia, y las voluntades propias [22] que lo trabajan lo hacen insaciable, a todo esto vendrá a añadirse todavía la actividad del diablo [23]. Al contrario, el Espíritu se hace cargo de quienes buscan una cantidad conforme a la pureza, y les señala una cantidad suficiente para sostener su cuerpo sin conocer el atractivo de la concupiscencia. Entonces se realiza en ellos la palabra de S. Pablo: “Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (I Cor,10,31) [24]. Si los órganos genitales producen pensamientos de fornicación [25], el corazón, instruido por el Espíritu, discierne la triple moción de que he hablado antes. Gracias al Espíritu que le ayuda y fortifica, hélo aquí dueño de esas mociones. Las apaga con la fuerza del Espíritu, que da la paz al cuerpo entero, e interrumpe su curso. Como dijo Pablo: “Mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones y malos deseos” (Col.3,5).

A continuación, el Espíritu se entrega a la purificación de los pies, que antes no caminaban en la rectitud y perfección de Dios. Pero una vez colocados bajo el impulso del Espíritu, éste realiza su purificación y los hace caminar según su voluntad. Avanzan en la práctica de las buenas obras. Todo el cuerpo es así transformado, renovado, entregado al poder del Espíritu. Ese cuerpo, totalmente purificado, a mi modo de ver ya ha recibido una parte [26] del cuerpo espiritual que deberíamos recibir en el momento de la resurrección de los justos [27].

He hablado de las enfermedades del alma que se han infiltrado en los miembros naturales del cuerpo; las que lo hacen tambalearse y lo ponen en movimiento. Porque el alma sirve de lugar de paso a los espíritus malos que actúan en el cuerpo por medio de ella. He indicado también la existencia de otras pasiones que no vienen del cuerpo y que ahora tenemos que enumerar: a esas pasiones pertenecen los pensamientos de orgullo, la jactancia, la envidia, el odio, la cólera, el desprecio, la relajación y todas sus consecuencias.

Si alguien se entrega a Dios de todo corazón, Dios tiene piedad de él y le concede el Espíritu de conversión. Este Espíritu da testimonio ante él de cada uno de sus pecados para que ya no vuelva a caer en ellos. A continuación le revela los adversarios que se levantan ante él y le impiden librarse de ellos, luchando vigorosamente con él para que no persevere en su conversión. Si a pesar de todo conserva el ánimo y obedece al Espíritu, que le exhorta a convertirse, el Creador se apresurara tener piedad del trabajo [28] de su conversión. Y viendo las aflicciones que impone a su cuerpo: oración incesante, ayunos, súplicas, estudio de la Palabra de Dios, alejamiento del mal, huida del mundo y de sus obras[29], humildad y pobreza de corazón[30], l grimas y perseverancia en la vida monástica, – viendo, digo – su trabajo y su paciencia[31], el Dios de misericordia tendrá piedad de él y lo salvar .

 

NOTAS, 1ª Carta

[1] que llama el amor de Dios: según S.

[2] Enseñanza repetida sin cesar en las Cartas: el estado original de gracia es natural al hombre, y a este estado deben conducir de nuevo la llamada de Dios y es esfuerzo del hombre. Cf. Vita,14; y sobre todo el n.20.

[3] Según el siríaco N&OElighut”. Hay una huella en S: requies, única alusión en estas Cartas a la hesyquía, la quietud necesaria para que se desarrolle en el alma el don de Dios.

[4] En la vocación del mismo Antonio fue decisiva la escucha dela Palabra de Dios (la Ley escrita):cf. Vita, 2.

[5] Acerca de cómo las pruebas tienden a desanimar al monje para conducirlo a poner en Dios su confianza, cf. la Lettres esfils, de MACARIO, 11-12 (ed. A. WILMART, Révue d’ascétique, Ide mystique, I (1920), 58-83.

[6] Doble ascesis, exterior e interior, del cuerpo y del corazón, que se encuentran unidas inseparablemente desde los comienzos del monaquismo; cf. Apotegmas, AGATON 8. El Espíritu Santo suaviza la ascesis, cf. AMMONAS, Cartas II,2.

[7] y después el corazón…la oración, conjetura según S,E,G y la variante de un manuscrito sirio.

[8] Ammonas (Cartas II, XV, 5) también conoce un Espíritu de conversión que precede al Espíritu de verdad; este último es sólo el Espíritu Santo. con el cuerpo: según E.

[9] Lo que nosotros llamamos concupiscencia. Según la concepción de los antiguos es ajena al hombre y le fue sobreañadida.

[10] Esta purificación del corazón se dirige a todo cuanto influye indebidamente en él, a partir de la pesadez no natural del cuerpo en su estado actual. No es la supresión de todo deseo o necesidad. El n.3 señalar una moción natural en el hombre, que es según Dios.

[11] La doctrina de las tres mociones se halla casi literalmente en los Apotegmas, Antonio 22. Cf. también AMMONAS, Cartas XI,3, que mencionan tres deseos, que encierran en parte las tres mociones, pero, invirtiendo su orden.

[12] Literalmente: plantada.

[13] del mismo modo el Señor…a servidumbre: según S y G.

[14] triple: según S,E,G.

[15] Las pasiones proceden en este caso del diablo, que se aprovecha de nuestra inadvertencia. Alteran un movimiento o una moción que son naturales al cuerpo. movimiento natural: cf. S y G.

[16] ella aprende así… es: según S,E,G.

[17] Cf. MACARIO, Letra … es filas, 10-12. han de ir unidos: según E.

[18] han de ir unidos: según E.

[19] En este caso la pasión es natural. Encierra, pues, el concepto de moción. de cuanto le es extraño: según S,E,G.

[20] de cuanto le es extraño: según S,E,G.

[21] y esta otra…riquezas: según S.E,G.

[22] En plural, como aparece habitualmente en los textos antiguos. Se trata de la variedad de deseos inmoderados que, después del pecado, han roto la unidad y simplicidad del hombre.

[23] vendrá a añadirse todavía: según E.

[24] pero si el deseo…gloria de Dios: según S,E,G.

[25] Si… fornicación: según S y G.

[26] una parte: según S y G.

[27] Texto muy fuerte. MACARIO, en su Letra … es filas (n.14) habla del Paráclito “que hace alianza con la santidad del cuerpo”, en un párrafo que recuerda, más sobriamente, las largas ampliaciones de este n.4. En cuanto a AMMONAS, habla de un cuerpo viviente, que viene de arriba (Cartas I,1). Cf. la descripción del cuerpo de S. Antonio anciano en la Vita Antonii 93.

[28] En la Carta de MACARIO aparece frecuentemente Dios que se muestra solícito ante el trabajo del monje tentado. Cf. también, en la Bita Antonia 10, la respuesta de Jesús: “estaba aquí, Antonio, y esperaba para ver tu combate”

[29] huida … obras: según G.

[30] pobreza de corazón: según S,E,G.

[31] paciencia: según S y G.

El don de lenguas

Sobre el discernimiento del don de lenguas

«¿Cómo cada uno de nosotros les oímos

en nuestra propia lengua nativa […] las maravillas de Dios?» (Hch 2,8;11)

 P. Jason Jorquera M.

Monasterio de la Sagrada Familia, Séforis – Tierra Santa

 

Maino_Pentecostés,_1620-1625._Museo_del_Prado« Al llegar el día de pentecostés, estaban todos reunidos con un mismo objetivo. De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; se llenaron todos de Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Residían en Jerusalén hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: “¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa:

Partos, medos y elamitas; los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene; los romanos residentes aquí, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios?

Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: “¿Qué significa esto?”….»

(Hechos de los apóstoles 2,1-12)

Ciertamente que Dios, Todopoderoso y siempre celoso del amor de los hombres, no cesa de ofrecernos innumerables dones buscando siempre la salud  las almas que ha querido conquistar para sí mediante el santo sacrificio de su Hijo en la cruz. Por esto podemos afirmar con Casiano que «en ocasiones, Dios no desdeña de visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón […]. Tampoco tiene a menos hacer brotar en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones, para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza.»[1]

Es una realidad que Dios es siempre generoso con los hombres puesto que Él es la bondad por esencia (y el bien es difusivo de sí), y concede gratuitamente sus dones según los secretos designios de su voluntad salvífica. Todos los hombres han recibido dones de Dios para poder alcanzar la salvación, al menos en atención a la fidelidad a la conciencia en el caso de aquellos que por diversos motivos, como la falta de operarios para la mies, aún no han recibido la fe. Sin embargo, tampoco debemos olvidar que Dios, siempre dentro de su designio salvífico, puede conceder, y de hecho concede, gratuitamente dones particulares, especiales, extraordinarios a ciertas almas, aunque éstos (como explicaremos mejor más adelante) siempre tienen la nota característica de redundar en beneficio de la santa Iglesia, es decir, si son realmente dados por Dios, lo son, a diferencia de ciertas gracias particulares, en beneficio espiritual de los demás.

La realidad del don de lenguas

La existencia del don de lenguas está atestiguada explícitamente por las Sagradas Escrituras como hemos transcrito en la introducción de este artículo. Es un don llamado en teología “glosolalia”. Este don ha sido prometido por Jesús (Cf. Mc 16,17), dado en pentecostés (Hch 2,4 ss.) y además se ha concedido en otros momentos posteriores a su envío en pentecostés (Hch 10,46; 19,46). Por lo tanto negarlo sería un absurdo para todo cristiano. Sin embargo, no hay que olvidar que ya desde los primeros tiempos san Pablo advierte a los creyentes acerca de este don en cuanto que , si bien viene de Dios, no es mayor (de ninguna manera) que otros dones espirituales como por ejemplo el don de profecía[2] y la misma caridad que se encuentra “por encima de todos los dones” (y debemos agregar que es ella el garante mismo de los dones que vienen de Dios) puesto que es la única que verdaderamente une al alma con Dios y contribuye también a favor de las demás almas: la verdadera caridad es el don más grande que Dios nos ha dado y de ella se siguen todos los demás; de ahí la atención que debemos prestar en no valorar de más (erróneamente) el don de lenguas: « Es más, San Pablo califica de infantilismo (no seáis como niños) el sobrevalorar este don. Él recuerda que tiene valor de signo para los “no creyentes”, los “infieles”, pero no sirve para los creyentes; para éstos tiene valor la “profecía”. Sin los demás dones, especialmente el de profecía que pone de manifiesto los corazones, el don de lenguas puede ser incluso motivo de escándalo para un infiel (cf. 1Co 14,20-25).

Esta regla del Apóstol indica que el carisma de lenguas no lo pone a uno fuera de sí, sino que es capaz de guardar dominio sobre su uso.

La regla práctica que da San Pablo es que se busquen los carismas que sirven para edificación del prójimo. Así, el apóstol de los gentiles, nos enseña que cuando uno o más de un cristiano tiene el don de lenguas, deben hablar por turno, ordenadamente y siempre y cuando haya quien tenga el don de “interpretación” de estas lenguas (que explicaremos un poco más adelante). Y si no hay quien tenga este don de interpretación, entonces manda que el que tenga don de lenguas “se calle”[3] y hable en su interior consigo mismo y con Dios (cf. 1Co 14,26-32).»[4] Esto se entiende claramente por el hecho de que el Espíritu Santo, autor de los dones sobrenaturales, es “espíritu de verdad”[5] y, por lo tanto, busca dar a conocer la Verdad y no sembrar la confusión como ocurrió contrariamente a los hombres en Babel que, por justo castigo de Dios a su soberbia, no se entendían entre ellos ni había quien interpretase lo que se decían, quedando así inmersos en la confusión:

«Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: “Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.” Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: “Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra.”

Bajó Yahvé a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos, y pensó Yahvé: “Todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y éste es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Bajemos, pues, y, una vez allí, confundamos su lenguaje, de modo que no se entiendan entre sí.”

Y desde aquel punto los desperdigó Yahvé por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel, porque allí embrolló Yahvé el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahvé por toda la faz de la tierra.»[6]

El Espíritu Santo, en cambio, no es confuso ni incoherente y se caracteriza por su perfecta armonía con lo que enseña la santa Iglesia católica; he aquí una señal más de qué espíritu es el de Dios: el que mueve a los fieles a escuchar  la voz de la Iglesia[7].

El don de “interpretación de lenguas” es el que complementa al “don de lenguas” puesto que, como el Espíritu Santo inspira hablar en distintos idiomas – y no con extraños y desconcertantes artificios que, en definitiva, no dicen absolutamente nada, cuando no son blasfemias- y no todos los pueden comprender, se hacía necesario siempre en bien de la Iglesia, el llamado don de interpretación de lenguas: «Ocurría con frecuencia que las palabras proferidas mediante el don de lenguas no eran entendidas por los oyentes, por realizarse el fenómeno sólo en el que hablaba. De donde se hacía necesario otro don para interpretar aquellas palabras extrañas. Consistía, pues, este don en la facultad de exponer en lengua conocida las cosas proferidas en lenguas extrañas mediante el don de lenguas. Esta facultad acompañaba a veces al mismo “glosólalo” (poseedor del don de lenguas); otras veces la recibía alguno de los presentes súbitamente inspirado por el Espíritu Santo. Los que poseían este carisma solían llamarse «intérpretes», y su oficio era interpretar a los glosólalos, exponer públicamente las epístolas de San Pablo o de otros y traducirlas a otros idiomas.»[8]

En necesario dejar bien en claro que para que el don de lenguas tenga eficacia hace falta siempre una gracia especial de Dios. Sólo Dios puede entrar y mover los corazones con absoluta libertad y, por lo tanto la eficacia de estas gracias, signo del actuar divino, puede resumirse en la práctica y crecimiento de las virtudes, especialmente las que hacen amar más a su Iglesia, crecer en devoción y, por supuesto, en la caridad. En el caso del don que venimos tratando, la verdadera eficacia se manifestará, en concreto, en lo que se llama “locución”, que no es otra cosa que el hecho de que el don de lenguas tenga efecto sobre los demás luego de haber sido entendido lo que Dios ha querido manifestar.

«Las gracias gratis dadas se conceden para utilidad de los demás […]. En cambio, el conocimiento que uno recibe de Dios sólo puede hacerse útil a los demás mediante el discurso. Y dado que el Espíritu Santo no falta en aquello que pueda ser útil a la Iglesia, también asiste a los miembros de ésta en lo que se refiere al discurso, no sólo para que alguien hable de tal modo que pueda ser comprendido por muchos, lo cual pertenece al don de lenguas, sino para que lo haga con eficacia, lo cual pertenece al don de elocución. Y esto bajo tres aspectos. En primer lugar, para instruir el entendimiento, lo cual se realiza cuando uno habla para enseñar. En segundo lugar, para mover el afecto en orden a que oiga con gusto la palabra de Dios, lo cual tiene lugar cuando uno habla para deleitar a los oyentes y no debe hacerse para utilidad propia, sino buscando el atraer a los hombres a que oigan la palabra de Dios. En tercer lugar, buscando el que se amen las cosas significadas en las palabras y se cumplan, lo cual tiene lugar cuando uno habla para emocionar a los oyentes. Para lograr esto, el Espíritu Santo utiliza como instrumento la lengua humana, mientras que El mismo completa interiormente la obra. De ahí que San Gregorio diga en la Homilía de Pentecostés: Si el Espíritu Santo no llena los corazones de los oyentes, la voz de los maestros suena en vano en los oídos corporales»[9].

 Moción divina por parte del Espíritu Santo y claridad en el mensaje manifestado serán los elementos constitutivos y más seguros para inclinarse a creer que la obra es realmente de Dios.

*****

Hay que reconocer que ciertamente Dios puede conceder dones particulares a algunas personas –y de hecho lo hace- y que esto no contradice en absoluto su omnipotencia; pero tampoco debemos olvidar que inclusive estos carismas (los dones y las gracias “gratis dadas”) cuando Dios los concede son siempre en beneficio tanto del alma que lo recibe como de su glorificación y siempre en beneficio de su iglesia; es decir, que para que sean realmente venidos de Dios deberían contar con ciertas características, como por ejemplo:

– Mover a la ejercitación y profundización en la vida de oración.

– Llevar a la práctica de las virtudes

– Vivir una seria vida de gracia, recurriendo concretamente de manera asidua a los sacramentos de la confesión y la comunión (este es uno de los signos más claros para saber que es de Dios).

– Al trato serio con sacerdotes y personas especializadas en lo concerniente a la fe.

– Al desprecio del pecado.

– y, como principal señal, en consideración a todo lo anteriormente mencionado, a la verdadera humildad: quien recibe un don de Dios o alguna gracia particular, ha de tener plena conciencia de que lo ha recibido en beneficio de la santa Iglesia católica por gratuita disposición divina y, por lo tanto, jamás se gloriaría de tales dones puesto que sabe que no le pertenecen (el humilde anda pregonando las gracias que Dios le concede en su intimidad), por eso san Pablo se expresa de manera tan sincera a los corintios: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?[10] Ésta ha sido justamente la actitud de los santos que buscaban siempre ocultar las gracias concedidas por Dios, aquellos favores especiales que sólo salían a la luz al momento de beneficiar a las almas o de tener que declararlo en humilde sinceridad al director espiritual.

Por lo tanto la humildad es necesariamente uno de los signos más claros de que un alma ha sido favorecida verdaderamente por Dios y que no se está dejando engañar por sí misma ni por el demonio: “Así que por sus frutos los reconoceréis.”[11] Si faltan algunos de los signos antes indicados, es señal de que algo no anda bien.

En qué consiste este don

El don de lenguas es una gracia de las llamadas “gratis dadas” que pertenecen a la locución[12]. Explica el P. Royo Marín que «consiste ordinariamente en un conocimiento infuso de idiomas extranjeros sin ningún trabajo previo de estudio o ejercicio. El prodigio se verifica en el que habla o en los que escuchan, según que se hable o que se entienda una lengua hasta entonces desconocida. Pero a veces el milagro toma un carácter todavía más maravilloso: mientras el orador se expresa en un idioma extranjero, los oyentes le escuchan en el suyo propio, completamente diferente; o lo que es todavía más prodigioso: hombres de diversas naciones escuchan, cada uno en su propio idioma, lo que el orador va diciendo en uno solo completamente distinto »[13]

De esta completa y exacta definición podemos dejar en claro varios puntos o verdades fundamentales acerca del verdadero don de lenguas:

1º) Es un conocimiento infundido directamente por Dios, es decir, que supera las capacidades de quien lo posee, ya sea por la misma limitación o ignorancia de quien lo recibe, ya sea por ausencia de la ciencia necesaria respecto de aquellos idiomas que se hablan.

2º) Versa acerca de idiomas extranjeros y desconocidos para quien hable en lenguas, o sea, que realmente se está diciendo algo capaz de ser entendido por quien hable dicha lengua o por quien pueda interpretarla y darla a conocer a los demás miembros presentes mediante el don de interpretación.

3º) Lo maravilloso de este don consiste en una de dos posibilidades:

     – Que quien hable en un idioma distinto al de los presentes pueda, sin embargo, ser entendido por ellos;

     – O que hombres de diversas leguas entiendan a quien habla en su propio lenguaje.

Errores acerca del don de lenguas y sus consecuencias

El primer error, ya antes mencionado, consiste en poner a este don por encima de otros y como más importante aún que  la misma caridad sin la cual los demás dones se vuelven absolutamente nada, pues sin ella de nada aprovechan en beneficio ni de los demás ni de quienes dicen poseerlos. San Pablo es bastante explícito respecto a esto en su conocido cántico de la caridad:

«Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; aunque tenga plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque reparta todos mis bienes, y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha…» [14]

Quien ponga los dones particulares por encima de la práctica de la caridad simplemente se estará dejando guiar por una terrible soberbia, dañina tanto para él como para quienes lo rodean. La misma soberbia junto con la necedad y la ceguera espiritual son una consecuencia y castigo de quienes se empecinan voluntariamente en anteponer a la caridad dichos favores[15]. Por eso, siempre será nuestra caridad el gran signo de la verdadera actuación del Espíritu de Dios en el alma, es decir, lo que nos debe distinguir del error y de los hijos del error, como escribe el discípulo amado: “En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, y quien no ama a su hermano, tampoco”[16]. Quien no ama a su prójimo como Dios nos pide, aleja de sí los favores divinos, y por lo tanto comete una injusticia al no guardar el lugar que a éstos les corresponde.

Otra falsedad acerca de este don consistirá en ponerlo –aun cuando fuese verdadero- como como regla y norma de la santidad, es decir, como señal de predilección divina y eminencia de virtudes en quien lo posea. Este error sería muy semejante al de los antiguos “mesalianos” o “euquitas” (herejes de los primeros siglos), quienes ponían toda su confianza acerca de la santificación y salvación del alma en los fenómenos extraordinarios como las visiones, locuciones (voces interiores), sentimientos, etc. lo más peligroso de este error consiste en dejarse guiar por los pretendidos particulares dones (no exentos necesariamente de falsedad) más que por la revelación y doctrina de la santa Iglesia de Jesucristo. Consecuencia de esto será, probablemente, la desesperanza y el desánimo de las almas más sencillas que, inmersas en esta equivocación, notarán que ellas “no son favorecidas por Dios con estos dones que los demás sí poseen”, y si ésta fuese la norma claro está que habría que preocuparse de que Dios no nos concediera esas gracias particulares. Por supuesto que este engaño cae por tierra, por ejemplo, con la consideración de muchos santos y santas que jamás gozaron de revelaciones ni otras gracias distintas de las que a todos se nos ofrecen y, sin embargo, alcanzaron altos grados de santidad y virtud que les valieron para conquistar triunfalmente el cielo.

Un error algo más fácil de detectar es el de la falta de alguno de los elementos anteriormente mencionados (cuanto hablamos de las características de los dones venidos de lo alto) para que sea probablemente de Dios, como lo sería la ausencia del don de interpretación: « Por tanto, si no hay otra persona con carisma de “interpretación”, tal vez los presentes “glosoletas” no tengan verdaderamente tal carisma del Espíritu Santo, sino que se trate de un fenómeno humano, fruto de la sugestión o de la euforia (a menos que en tal caso, calle y lo use en su interior, como manda el Apóstol).»[17]

Algunos dicen que en realidad este don consistiría en el hecho de “orar” en lenguas (recordemos que estas lenguas son “otros idiomas”, no simples sonidos sin sentido), es decir, que se trataría de alguna especie de oración. Sin negar, obviamente su posibilidad, no debemos olvidar que ante la duda y la ausencia de algún intérprete (lo cual sería, recordemos, una mala señal) la santa Iglesia cuenta con oraciones tanto más perfectas cuanto han sido reveladas por el mismo Dios (por ejemplo el Padrenuestro, la oración por excelencia, o los mismos salmos) como propuestas por la misma Iglesia en beneficio y provecho de todas las almas, así por ejemplo, la  Santa Misa, la liturgia de las horas, el rezo del santo rosario, el Ave María, el Gloria, el Credo, las letanías, etc. Dichas oraciones, además de contar con la aprobación correspondiente, siempre son de gran provecho para todos los fieles que las reciten con devoción: no están restringidas a un solo grupo de personas sino que por la misma bondad divina ha sido dispuesto que sean meritorias y fructíferas para todos los miembros del cuerpo místico de Cristo.

Antes de seguir adelante, conviene aquí mencionar brevemente qué es la oración vocal y cuáles son sus condiciones para descartar así toda posible falsedad y combatir de esta manera el error.

La oración vocal

La oración vocal, primer grado de oración[18], que está verdaderamente al alcance de todo el mundo. Esta oración es  aquella “que  enseña – explica Royo Marín- se manifiesta con las palabras de nuestro lenguaje articulado, y constituye la forma casi única de la oración pública o litúrgica”[19].

Conveniencia y necesidad de la oración vocal

«Santo Tomás se pregunta en la Suma Teológica “si la oración debe ser vocal” (II-II,83,12). Contesta diciendo que forzosamente tiene que serlo la oración pública hecha por los ministros de la Iglesia ante el pueblo cristiano que ha de participar en ella, pero no es de absoluta necesidad cuando la oración se hace privadamente y en particular. Sin embargo -añade­-­, no hay inconveniente en que sea vocal la misma oración privada por tres razones principales:

  1. a) para excitar la devoción interior, por la cual se eleva el alma a Dios; de donde hay que concluir que debemos usar de las palabras exteriores en la medida y grado que exciten nuestra devoción, y no más; si nos sirven de distracción para la devoción interior, hay que callar (A no ser—naturalmente—que la oración vocal sea obligatoria para el que la emplea, como lo es para el sacerdote y religioso de votos solemnes el rezo del breviario.);
  2. b) para ofrecerle a Dios el homenaje de nuestro cuerpo además de nuestra alma; y
  3. c) para desahogar al exterior la vehemencia del afecto interior.

Nótese la singular importancia de esta doctrina. La oración vocal de tal manera depende y se subordina a la mental, que en privado, únicamente para excitar o desahogar aquélla, tiene razón de ser. Es cierto que con ella ofrecemos, además, un homenaje corporal a la divinidad; pero desligada de la mental, en realidad ha dejado de ser oración, para convertirse en un acto puramente mecánico y sin vida.»[20]

Por lo tanto, la oración vocal, ha de ser manifestación de lo que hay en el interior del hombre porque de lo que rebosa el corazón habla la boca[21]. Dios puede perfectamente inspirar palabras al corazón del hombre[22] y luego éste manifestarlas con palabras, como sería en el caso del don de lenguas, pero recordemos que éstas han de ser entendibles sí mismas, ya sea porque están en lenguaje claro para los presentes, ya sea porque algún intérprete las explica.

Condiciones de la oración vocal

Según Santo Tomás y la naturaleza misma de las cosas, la oración vocal ha de tener dos condiciones principales: atención y profunda piedad.

La atención[23]

Cuando santo Tomás explica que la oración debe ser atenta establece, como es característico en él, ciertas distinciones que nos iluminan para comprender mejor esta condición. Seguimos aquí la doctrina tomista:

La oración tiene o produce tres efectos:

El primero es merecer: como cualquier otro acto de virtud, y para ello no es menester la atención actual, basta la virtual (si en algún momento de oración se tiene alguna distracción, pero dándose cuenta en seguida se retoma la oración, el mérito no se pierde)[24].

El segundo es impetrar de Dios las gracias que necesitamos, y para ello basta también la atención virtual, aunque no bastaría para ninguno de estos dos efectos la simplemente habitual.

El tercero, finalmente, es cierto deleite o refección espiritual del alma, y para sentirlo es absolutamente necesaria la atención actual. Es decir, que sin estar atento a lo que se reza es muy difícil alcanzar este sereno gozo de la oración.

“De manera que la oración vocal para que sea propiamente oración es menester que sea atenta”, lo cual significa que quien la realiza esté prestando atención a lo que reza.

Profunda Piedad

«Es la segunda condición, complementaria de la anterior. Con la atención aplicábamos nuestra inteligencia a Dios. Con la piedad ponemos en contacto con Él el corazón y la voluntad. Esta piedad profunda envuelve y supone un conjunto de virtudes cristianas de primera categoría: la caridad, la fe viva, la confianza, la humildad, la devoción y reverencia ante la Majestad divina y la perseverancia (83,15). Es preciso llegar a recitar así nuestras oraciones vocales. No hay inconveniente en disminuir su número si no nos es posible recitarlas todas en esta forma. Pero lo que en modo alguno puede admitirse es convertir la oración en un acto mecánico y sin vida, que no tiene ante Dios mayor influencia que la que podrían tener esas mismas oraciones recitadas por un gramófono o cinta magnetofónica. Más vale una sola avemaría bien rezada que un rosario entero con voluntaria y continuada distracción…»[25].

Sirva esto para incentivarnos cada vez más a afianzar nuestra oración vocal y poner toda nuestra confianza en Dios que siempre escucha nuestras plegarias en consideración a la atención y devoción que en ella pongamos, basta con elevar el corazón hacia Él y hablarle interiormente a solas para ya estar haciendo verdadera oración, lo cual, como hemos dicho, está al alcance absolutamente de todos y por lo tanto no es necesario gozar de dones extraordinarios para agradar a Dios y entrar en intimidad con él mediante la oración, por más sencilla que ésta sea pues, de hecho, como sabemos, Dios enaltece a los humildes[26] y esta es, justamente, la actitud que hace que nuestras plegarias se eleven efectivamente como incienso[27] hasta el altar de Dios siendo escuchadas solícitamente. El resto, queda siempre en los misteriosos designios divinos.

Finalmente debemos mencionar que el peor de los errores sobre este don, como sobre cualquier otra gracia particular, es la acción fraudulenta y ponzoñosa del demonio, padre de la mentira[28] y perdedor de las almas: « Puede, incluso, mezclarse el demonio en estas cosas haciendo que algunas de las personas que buscan con malsana curiosidad estos dones (y basta que sea una curiosidad superficial para que sea malsana) hablen lenguas extrañas creyendo que alaban a Dios mientras que, en realidad, los hace blasfemar y decir palabras injuriosas contra el Creador, como ha ocurrido de hecho en alguna oportunidad de la que tengo constancia.»[29] Esto se entiende claramente a la luz del don de interpretación, sin el cual podemos preguntarnos lícitamente: ¿cómo sé que lo que se está diciendo es una comunicación divina y no una insolencia del demonio si no hay nadie que pueda comprender lo que se está diciendo y a la vez lo  manifieste expresamente a los demás?; o más simple aún: ¿qué es lo que se está diciendo?

El discernimiento

En honor de la verdad y del sincero amor a Dios y a su Iglesia es necesario hacer un serio y minucioso discernimiento acerca de estas gracias especiales con las que Dios favorece a ciertas almas. Ofrecemos un fragmento valiosísimo para iluminar respecto al tema que venimos tratando:

«Extraordinarios son los consejos de San Juan de Ávila en su Audi, filia, de donde transcribo los siguientes pasajes:

1º)  Someterse al juicio de alguien prudente: “Habéis de mirar qué provecho o edificación dejan en vuestra ánima estas cosas. Y no os digo esto para que por estas o otras señales, vos seáis juez de lo que os pasa, mas para que, dando cuenta a quien os ha de aconsejar, tanto más ciertamente él pueda conocer y enseñaros la verdad, cuanto más particular cuenta le diereis”.

2º)  Mirar si hay realmente alguna utilidad (todo lo que es inútil u ocioso no viene de Dios): “Mirad, pues, si estas cosas os aprovechan para remedio de alguna espiritual necesidad que tengáis, o para alguna cosa de edificación notable en vuestra ánima. Porque, si un hombre bueno no habla palabras ociosas, menos las hablará el Señor, el cual dice: Yo soy el Señor, que te enseño cosas provechosas, y te gobierno en el camino que andas (Is 48,17). Y cuando se viere que no hay cosa de provecho, mas marañas y cosas sin necesidad, tenedlo por fruto del demonio, que anda por engañar o hacer perder tiempo a la persona a quien la trae, y a las otras a quien se cuentan; y cuando más no puede, con este perdimiento de tiempo se da por contento”.

3º Ver si crece la humildad y humillación del alma: “Y entre las cosas que habéis de mirar que se obran en vuestra ánima, la principal sea si os dejan más humillada que antes. Porque la humildad, como dice un doctor, pone tal peso en la moneda espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda… Mirad qué rastro queda en vuestra ánima de la visión o consolación, o espiritual sentimiento; y si os veis quedar más humilde y avergonzada de vuestras faltas, y con mayor reverencia y temblor de la infinita grandeza de Dios, y no tenéis deseos livianos de comunicar con otras personas aquello que os ha acaecido, ni tampoco os ocupáis mucho en mirarlo o hacer caso de ello, mas lo echáis en olvido, como cosa que puede traer alguna estima de vos; y, si alguna vez os viene a la memoria, os humilláis, y os maravilláis de la gran misericordia de Dios, que a cosas tan viles hace tantas mercedes; y sentís vuestro corazón tan sosegado, y más, en el propio conocimiento, como antes que aquello os viniere estabas; alguna señal tiene de ser de Dios, pues es conforme a la enseñanza y verdad cristiana, que es que el hombre se abaje y desprecie en sus propios ojos; y de los bienes que de Dios recibe, se conozca por más obligado y avergonzado, atribuyendo toda la gloria a Aquel de cuya mano viene todo lo bueno. Y con esto concuerda San Gregorio, diciendo: ‘El ánima que es llena del divino entendimiento, tiene sus ciertísimas señales, conviene a saber, verdad y humildad’. Las cuales entrambas, si perfectamente en un ánima se juntaren, es cosa notoria que dan testimonio de la presencia del Espíritu Santo”.

Obsérvese la prudencia del santo, que no dice que “sea de Dios”, sino tan solo que “alguna señal” del origen divino parece tener. ¡Qué distinto de la facilidad con que sentencia el hombre superficial y el crédulo!

4º Señales del diablo: deseo de divulgarlo, juicio propio, orgullo. Sigue el santo: “Mas, cuando es engaño del demonio, es muy al revés; porque, o al principio o al cabo de la revelación o consolación, se siente el alma liviana y deseosa de hablar lo que siente, y con alguna estima de sí y de su propio juicio, pensando que ha de hacer Dios grandes cosas en ella y por ella. Y no tiene gana de pensar sus defectos, ni de ser reprendida de otros; mas todo su hecho es hablar y revolver en su memoria aquella cosa que tiene, y de ella querría que hablasen los otros. Cuando estas señales, y otras, que demuestran liviandad de corazón, viereis, pronunciarse puede sin duda ninguna que anda por allí espíritu del demonio”.

5º Desconfianza: “Y de ninguna cosa que en vos acaezca, por buena que os parezca, ora sean lágrimas, ora sea consuelo, ahora sea conocimiento de cosas de Dios, y aunque sea ser subida hasta el tercero cielo, si vuestra ánima no queda con profunda humildad, no os fiéis de cosa ninguna que recibáis; porque mientras más alta es, más peligrosa es, y haceros ha de dar mayor caída (…) La suma, pues, de todo esto sea que tengáis cuenta de los efectos que estas cosas obran en vos, no para ser vos juez de ellas, sino para informar a quien os ha de aconsejar, y vos tomar su consejo”[30][31]

Conclusión

Jesucristo a cada uno de nosotros nos ha dado talentos. A algunos uno, a otros cinco, a otros diez[32]… sin embargo, no se nos pedirá cuenta en la otra vida de cuántos talentos hayamos recibido sino de cuánto y cómo los hicimos fructificar en nuestro paso por la tierra, ayudados de Dios y movidos por su caridad, porque como dice san Juan de la Cruz: “en el ocaso de nuestras vidas seremos juzgados en el amor”. Por lo tanto, Dios mismo, Autor de nuestros dones, es quien nos llena de esperanza al ofrecernos la oportunidad constante de fructificar mediante la gracia santificante: no existe absolutamente nadie, por pocos que sean los dones que crea haber recibido (puesto que siempre son muchos), que no posea los dones suficientes para alcanzar la santidad ya que ésta consiste no en otra cosa que en la práctica de la caridad, vínculo de unión con Dios y con el prójimo. Querer poseer lo que Dios no nos ha dado es, de alguna manera, querer juzgar a Dios; en cambio agradecer constantemente los dones que nos ha dado y hacerlos fructificar es el camino más seguro para caminar con total seguridad de la mano del Espíritu de Dios, Autor de toda gracia, de toda esperanza, y de nuestra salvación.

Que sea Él quien nos conceda cuanto quiera en beneficio de nuestras almas y de la gloria de Dios, y que nos prive también de todo aquello que no contribuya a esta gran obra.

Todo el que tiene el don de la caridad, percibe además otros dones. Mas el que no tiene el don de la caridad, pierde aun aquellos dones que parecía haber percibido. De ahí que sea necesario, hermanos míos, que en todas vuestras acciones tratéis de conservar la caridad” (San Gregorio Magno).

[1]  Casiano, Colaciones, 4

[2] Cf. Santo Tomás de Aquino: “El don de lenguas”, S. Th. II-II Q.176, a2

[3] 1Co 14,27-28 “Si se habla en lenguas, que hablen dos, o a lo más, tres, y por turno; y que haya un intérprete. Si no hay quien interprete, guárdese silencio en la asamblea; hable cada cual consigo mismo y con Dios”.

[4] Miguel Fuentes, El teólogo responde III, Ediciones del Verbo Encarnado, san Rafael (Mendoza) Argentina, año 2005. Pág. 364

[5] Cf. Jn 16,13  Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os explicará lo que ha de venir.

[6] Gén 11,1-9

[7] Cf. 1Jn 4,6  Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha, el que no es de Dios no nos escucha. En esto reconocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

[8] Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, La Bac., 9ª Ed., nº 761, pág. 896

[9] Santo Tomás de Aquino, S. Th. II-II q.177, a. 1

[10] 1 Cor 4,7

[11] Mt 7,20

[12] Recomendamos leer el artículo de santo Tomás de Aquino: S. Th. II-II q.176 “El don de lenguas”.

[13] Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, La Bac., 9ª Ed., nº 760, pág. 895

[14] Cf. 1 Cor 13

[15] Pro 16,22  La sensatez es fuente de vida para el que la posee,  la necedad es el castigo del necio.

[16] 1Jn 3,10

[17]   Miguel Fuentes, El teólogo responde III, Ediciones del Verbo Encarnado, san Rafael (Mendoza) Argentina, año 2005. Pág. 365

[18] No nos detendremos aquí a exponer los demás grados de oración que bien trata la teología puesto que no viene al caso según nuestro propósito en este artículo. De todas maneras recomendamos a quienes quisieran más información acerca de ellos al P. Royo Marín en su libro Teología de la perfección cristiana, ya citado en este trabajo.

[19] Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, La Bac., 9ª Ed., nº 760, pág. 653

[20] Ídem.

[21] Cf. Lc 6,45

[22] Cf. Os 2,16

[23] Cf. Santo Tomás de Aquino; S. Th. II-II q.83, a.13

[24] Royo Marín, Teología de la perfección cristiana: Pero al menos es indispensable la virtual, que se ha puesto intensamente al principio de la oración y sigue influyendo en toda ella a pesar de las distracciones involuntarias que puedan sobrevenir. Si la distracción es plenamente voluntaria, constituye un verdadero pecado de irreverencia, que, según el Doctor Angélico, impide el fruto de la oración (83,13 ad 3).

[25] Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, La Bac., 9ª Ed., nº 760, pág. 655

[26] Cf. Lc 1,52; Stgo 4,6; 1Pe 5,5

[27] Cf. Sal 141,2

[28] Jn 8,44  “… Éste era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira.”

[29] Miguel Fuentes, El teólogo responde III, Ediciones del Verbo Encarnado, san Rafael (Mendoza) Argentina, año 2005. Pág. 365

[30] San Juan de Avila, Audi, filia, 52.

[31] Miguel Fuentes, Santidad, superchería y acción diabólica, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael (Mendoza) Argentina – Año 2011. Pág 102

[32] Cf. Mt 25, 14-30

Humildad, excelencia de esta virtud

Humildad, excelencia de esta virtud

“Aprended de mí,

que soy manso y humilde de corazón”

Mt 11,29

P. Jason Jorquera M.

     Para hablar acerca de la excelencia de esta virtud es necesario recordar que nuestro Señor Jeucristo nos pide explícitamente que seamos humildes cuando dice: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón;  y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,29).

     Comentando este pasaje dice san Juan Crisóstomo: «Y no dice: Venid éste y aquel, sino todos los que estáis en las preocupaciones, en las tristezas y en los pecados; no para castigaros, sino para perdonaros los pecados. Venid, no porque necesite de vuestra gloria, sino porque quiero vuestra salvación. Por eso dice: “Y yo os aligeraré”. No dijo: Yo os salvaré solamente, sino (lo que es mucho más) os aliviaré, esto es, os colocaré en una completa paz.»[1]; y san Agustín: «No a crear el mundo, no a hacer en él grandes prodigios, sino aprended de mí a ser manso y humilde de corazón. ¿Quieres ser grande? Comienza entonces por ser pequeño. ¿Tratas de levantar un edificio grande y elevado? Piensa primero en la base de la humildad. Y cuanto más trates de elevar el edificio, tanto más profundamente debes de cavar su fundamento. ¿Y hasta dónde ha de tocar la cúpula de nuestro edificio? Hasta la presencia de Dios.»[2]

El anuncio del ángel Gabriel a María santísima
El anuncio del ángel Gabriel a María santísima

La humildad es una virtud tan grande, tan necesaria y tan hermosa a la vez, que el Hijo de Dios se revistió de ella desde su entrada en este mundo hasta su salida mortal de él. Porque para nacer entre los hombres asumiendo la naturaleza humana eligió nacer en un pesebre, siendo Dios y Rey de reyes, rompiendo así desde el comienzo de su misión la lógica mundana; y más aún, eligió para morir no ya un pequeño pueblo sino la misma Jerusalén, para padecer allí y en la celebración de la pascua, manifestando así cuán importante es poseer la virtud de  humildad porque, como dice san Pedro: “…Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas.” (1Pe 2,21); aunque ya antes se decía de Jesús en el Evangelio que todo lo había hecho bien (Cfr. Mc 7,37).

     San Agustín llega a afirmar que «toda la vida de Cristo en la tierra fue una enseñanza nuestra, y Él fue de todas las virtudes Maestro; pero especialmente de la humildad: ésta quiso particularmente que aprendiésemos de Él. Lo cual bastaba para entender que debe ser grande la excelencia de esta virtud y grande la necesidad que de ella tenemos, pues el Hijo de Dios bajó del cielo a la tierra a enseñárnosla, y quiso ser particular maestro de ella no sólo por palabra sino muy más principalmente con la obra…»[3]

     San Bernardo se pregunta: ¿Para qué, Señor, tan grande majestad tan humillada? – y responde él mismo- para que ya, desde aquí [en] adelante, no haya hombre que se atreva a ensoberbecer y engrandecer sobre la tierra. Una consideración muy importante que hace el doctor melifluo es el hecho de que siempre fue “locura” y “atrevimiento” ensoberbecerse; porque la soberbia es el pecado que se opone directamente a la humildad, a la vez que es la raíz y madre de todos los demás pecados; esto significa que no existe ningún pecado que no implique la soberbia o no se oponga a la humildad, porque todo pecado es la búsqueda desordenada y egoísta de sí mismo bajo algún aspecto. Y se dice también que es locura al mismo tiempo que misterio, porque el primer pecado de soberbia fue el de Lucifer, que sabía todas las consecuencias de su pecado al igual que los demás que se hicieron demonios junto con él y, sin embargo, lo mismo eligió pecar… locura y misterio.

     A la luz de estas consideraciones, se entiende mucho mejor cuando la santa dice que la humildad es andar en verdad[4], porque el alma que sabe realmente cuál es el lugar que ocupa respecto a Dios en el mundo, sus limitaciones, y cuánto depende de su Creador, tendría que ser realmente un alma humilde, a menos que se engañe a sí misma engrandeciéndose como pretendió el diablo y los demás demonios.

     En definitiva, debemos decir que el fundamento de la humildad es la verdad… Es sierva de la verdad, y la Verdad es Cristo; por lo tanto para ser verdaderamente humildes es necesario obrar imitando a Cristo y considerando lo que yo tengo de mí mismo y lo que el otro tiene de Dios. Como pone Pemán en boca de san Ignacio de Loyola en “El divino impaciente”

No exaltes tu nadería,

que, entre verdad y falsía,

apenas hay una tilde,

y el ufanarse de humilde

modo es también de ufanía.

Te quiero humilde,

sin tanto derramamiento

de llanto y engolamiento de voz;

te quiero siervo de Dios,

pero sin jugar a santo[5].

     Respecto a la dependencia que tiene la humildad en relación a la verdad escribía el santo jesuita: «La humildad consiste en ponerse en su verdadero sitio. Ante los hombres, no en pensar que soy el último de ellos, porque no lo creo; ante Dios, en reconocer continuamente mi dependencia absoluta respecto de Él, y que todas mis superioridades frente a los demás de Él vienen. Ponerse en plena disponibilidad frente a su plan, frente a la obra que hay que realizar. Mi actitud ante Dios no es la de desaparecer, sino la de ofrecerme con plenitud para una colaboración total. Humildad es, por tanto, ponerse en su sitio, tomar todo su sitio, reconocerse tan inteligente, tan virtuoso, tan hábil como uno cree serlo; darse cuenta de las superioridades que uno cree tener, pero sabiéndose en absoluta dependencia ante Dios, y que todo lo ha recibido para el bien común. Ese es el gran principio: Toda superioridad es para el bien común (Santo Tomás).»[6]

  De ahí que podamos afirmar que la virtud de la humildad es tan excelente, que atrae todos los favores de Dios, de hecho es tanto el poder que tiene la humildad ante Dios que fue la creatura más humilde de todas la única que mereció llevar a Dios en su seno, porque Dios miró la humildad de la Virgen y la premió con la maternidad divina.

Mencionamos, finalmente, los tres “beneficios”  que se siguen de las humillaciones sufridas virtuosamente por amor a Dios y que trata brevemente  san Alberto Hurtado[7]:

     La humillación ensancha: porque nos hace más capaces de Dios. Nuestra pequeñez y egoísmo achica el vaso. Cuando nos va bien, nos olvidamos; viene el fracaso y siente uno que necesita a Dios. Y esta necesidad de Dios, entendida a la luz de la misericordia divina ha de hacer que el alma se haga grande en el deseo de recibir de Dios aquello que sabe no puede conseguir por sus solas fuerzas, fruto además de la confianza filiar en su Padre del cielo y Creador.

     La humillación pacifica: La mayor parte de nuestras preocupaciones son temores de ser mal tratados, poco estimados. La humillación nos hace ver que Dios nos trata demasiado bien. Y esto a partir de la constante consideración de sus muchos beneficios, los cuales en proporción siempre sobrepasan nuestras ofensas.

     La humillación nos configura a Cristo: [ésta es] la gran lección de la Encarnación: se vació a sí mismo, se anonadó; poneos a mi escuela que soy manso y humilde. Nadie siente tanto la pasión de Cristo como aquél a quien acontece algo semejante. Y, en consecuencia, nadie puede configurarse con Cristo si no está dispuesto a corresponder al su sacrificio, tomando parte tanto en sus alegrías como en sus padecimientos, de los cuales no está exenta el alma que acompaña a su Salvador hasta el Calvario, lugar hasta donde sólo llegan los verdaderos seguidores de Cristo, como lo hizo Él, manso y humilde de corazón.

    La humildad, en consecuencia, hace tanto más grande nuestra alma a los ojos de Dios, cuanto más pequeños queramos ser a los ojos del mundo; y tan importante es conseguirla, que el mismo Jesucristo explícitamente nos exhorta a adquirirla.

[1] San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2

[2] San Agustín, sermones, 69,2

[3] San Agustín, De Vera Religione. 2 serm. Humil.

[4] Santa Teresa de Jesús, sexta morada, cap. 10

[5] José María Pemán, El divino impaciente; son palabras que pone en boca de san Ignacio dirigiéndose al género pero aún altivo Francisco Javier.

[6] San Alberto Hurtado: Virtudes y pecados del hombre de acción, Documento redactado en París en Noviembre de 1947. La búsqueda de Dios, pp. 47-49.

[7] Cfr. San Alberto Hurtado: La humildad, Meditación de Ejercicios Espirituales predicados muy posiblemente a jesuitas. Posible continuación del s48y17a. Un disparo a la eternidad, pp. 187-189.

El sacramento del bautismo en el Catecismo de la Iglesia Católica

Bautismo1 (1)

Presentamos algunos aspectos del sacramento del Bautismo contenidos en el Catecismo de la Iglesia Católica, donde aconsejamos leer el tema más extensamente.

Fe y Bautismo

1253 El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: “¿Qué pides a la Iglesia de Dios?” y él responde: “¡La fe!”.

1254 En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la Iglesia celebra cada año en la vigilia pascual la renovación de las promesas del Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual brota toda la vida cristiana.

1255 Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su tarea es una verdadera función eclesial (officium; cf SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.

La necesidad del Bautismo

1257 El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer “renacer del agua y del Espíritu” a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos.

Resumen

1275 La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación, que es su afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en Él.

1276 “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt28,19-20).

1277 El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el Bautismo.

1278 El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

1279 El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo.

1280 El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto de la religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).

1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG 16).

1282 Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo es dado a los niños, porque es una gracia y un don de Dios que no suponen méritos humanos; los niños son bautizados en la fe de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la verdadera libertad.

1283 En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación.

1284 En caso de necesidad, toda persona puede bautizar, con tal que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia, y que derrame agua sobre la cabeza del candidato diciendo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.