Recitado a la vida monástica
P. Jason Jorquera Meneses, IVE.
I
¿Cómo se entiende esta vida
-me preguntaba un amigo-,
que pone a Dios por testigo
de una existencia escondida
lo más que pueda, y decida
cerrarle al mundo la puerta;
al tiempo que desconcierta
la inclinación natural
de ceder cuando acecha el mal
o si arrecia la tormenta?
II
Y entonces me puse a pensar:
¿por qué Dios me habrá llamado?;
no por virtuoso probado
ni por ser muy ejemplar;
y tampoco por destacar
en piedad o devoción,
si más bien siempre fui bufón
y sin importarme mucho
de prudencia no ser ducho
cuando andaba de burlón.
III
Y así, comencé a indagar
otras posibles razones;
y mientras más reflexiones
menos podía encontrar
de mérito singular
para ser un elegido,
de aquellos pocos que han sido
apartados del mundo,
para vivir un fecundo
morir de la cruz prendido.
IV
¿Por qué escoger soledades?,
¿por qué huir de los hombres?,
¿por qué despreciar renombres,
aplausos y suavidades?
Oh, misteriosas verdades
que Dios mismo va tejiendo
en el alma poniendo
por su cuenta una elección,
cuya última intención
sólo Él sabe… y yo no entiendo.
V
Pues nunca se podrá entender
que a la simple creatura
el Amor sin mesura
la quiera consigo traer
de cerca, para esconder
en ella una vocación
de silencio y oración,
en favor del mundo entero,
recompensando al obrero
con su propia dilección.
VI
Qué antinomia tan oscura
por un lado, y por otro, luz:
oscura, porque en la cruz
sabe encontrar dulzura;
luminosa, porque cura
la ceguera del corazón
herido de cerrazón
por la culpa del pecado;
pero ahora renovado
por el Autor de la elección.
VII
Un silencio misterioso
para oír mejor la voz
del que invita a andar en pos
de su ejemplo bien copioso
de virtudes, y un ganoso
deseo de santidad,
cimentado en la humildad
de un pasar desapercibido,
cuanto pueda el que ha asumido
esta vida de piedad;
VIII
Oculto en el monasterio,
y viviendo agradecido
de que Dios le haya pedido
abrazar su magisterio
de amor, tomando en serio
el despojo y la renuncia,
el monje sereno anuncia
cuánto vale la pena
esta vida que refrena
al tentador que se pronuncia.
IX
Convertir en oración
la jornada, es sentencia
labradora de la esencia
monástica y arpón
contra el mal y su aguijón;
al mismo tiempo que aliento
que aferra a la Vid el sarmiento
mientras su unión se estrecha,
preparando la cosecha
que dará del uno el ciento.
X
El monje es trigo que muere
combatiendo firme, a diario,
todo afecto contrario
a la virtud que tanto quiere
alcanzar, por eso adhiere
su voluntad a la del Cielo,
despreciando hasta el consuelo
-si lo aleja del camino-
que le trazó el Divino
pa’ emprender junto a Él el vuelo.
XI
En esta entrega completa
de la propia libertad
no hay lugar a flojedad
porque la Gloria es la meta
que mantiene al alma inquieta,
trabajando sin parar
por llegar a conquistar,
en el ocaso de su vida,
la tierra prometida
al que se ocupa en amar.
XII
La vida contemplativa
no se entiende humanamente,
pues su razón y su fuente
es sólo un Dios que cautiva
la existencia; y que motiva
al corazón que eligió
para seguirlo, y apartó
por un designio secreto,
que mantiene discreto
hasta el final que Él trazó.