- Poesía
- (JN 8, 1-11)
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Se encontraba Jesucristo
predicando allá en el templo,
multitudes lo escuchaban
como auténtico maestro;
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Acudían las ovejas
a los pastos del divino
que curaba las dolencias
de los tristes y afligidos;
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Cuando entonces los escribas
con los zorros fariseos
le presentan una rea
sorprendida en adulterio,
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Y poniéndola en el medio,
aumentando su ignominia,
con irónica consulta
se dirigen al Mesías:
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“La mujer que estás mirando
por culpable la traemos,
descubierta fue flagrante
en delito de adulterio;
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En la ley Moisés nos manda
que apedreemos sin demora
a mujeres semejantes:
¿Tú, qué dices de estas cosas?”;
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Pero hablaban con engaño
pues buscaban un motivo
de acusarle de rebelde
a la ley de los antiguos.
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Mas Jesús no dice nada
e inclinándose hasta el suelo
sus deseos desconcierta
escribiendo con el dedo;
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Mas como ellos insistiesen
exigiendo una respuesta,
se levanta bien erguido
y responde con sorpresa:
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“De vosotros quien se encuentre
en conciencia sin pecado,
la primera de las piedras
que le arroje sin retraso”,
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E inclinándose de nuevo
tan sereno como era,
sin mirarlos continúa
escribiendo en la tierra.
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Y en oyendo sus palabras,
perturbados y molestos,
uno a uno se marcharon
comenzando por los viejos;
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La mujer de pie en el medio
continúa sin moverse,
solamente quedó Cristo,
los demás están ausentes.
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Levantando la cabeza
se dirige a la culpable
el Autor de la justicia
con mirada penetrante:
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¿Dónde están los fariseos
que apedreada te quisieran?,
¿dónde fueron los escribas?;
¿es que nadie te condena?
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Sollozante y compungida,
con extraña fortaleza,
y un susurro quebrantado:
“Señor, nadie”, le contesta.
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Y el Mesías bondadoso,
perdonándola con creces,
le responde con ternura:
“ve tranquila; ya no peques”
+
P. Jason.