ATENCIÓN DE NUESTRAS MISERIAS

Nuestra madre siempre está atenta…

P. Gustavo Pascual, IVE.

Hay un pasaje del evangelio, en el cual, María atiende a las miserias de los hombres. Es el pasaje de las bodas de Caná[1]. Una miseria material, es cierto, y quizá hoy mirada como no tan importante como en aquella época.

María nota esa miseria de los novios. Miseria que quizá tuvo un origen trivial como la falta de cálculo o el exceso de comensales… pero que delante de la sociedad cananea los dejaba como míseros. En realidad asomaba en sus almas la miseria seguida de inquietud y tristeza, de casi desesperación e impotencia para solucionar el problema.

María notó el “apurón” de los novios, quizá por su ausencia repentina o por el cambio de actitud, quizá por el cuchicheo de los sirvientes o por la exigencia de algún comensal, y vio la inquietud en sus almas.

Acudió sin demora y por caridad a ayudarlos y lo hizo buscando una ayuda infalible, ¡cuánto conocía María a Jesús, su poder y su amor! Y le planteo la miseria de los novios: ¡no tienen vino! Ya conocemos el desenlace de la historia.

María está atenta a todas nuestras miserias, las materiales, las corporales, las psíquicas, las temperamentales, las espirituales.

Hay dos títulos que aluden a esta realidad: “Salud de los enfermos” y “refugio de los pecadores”.

María es nuestra madre y como toda madre conoce a sus hijos y no en masa sino uno por uno. María conoce cada una de nuestras miserias, lo que nos hace pequeños, en especial ante Dios. ¿Pero alguien es grande ante Dios? No, pero, Dios nos quiere almas grandes, magnánimos, no pequeños, pusilánimes, míseros. Y hay muchas cosas que empequeñecen nuestra alma, muchos pecados, muchos vicios, nuestro egoísmo, la desconfianza, la tristeza, el temor…

María está atenta a cada una de nuestras miserias y no con una atención curiosa y crítica sino que atiende a ellas para curarlas, para sanarlas, para que desaparezcan, y tiene una frase que uso en Caná y que en verdad es una receta eficacísima: “haced lo que Él os diga”. Pero María también intercede por nosotros como lo hizo en Caná. Ella es la “omnipotencia suplicante”, la que todo lo puede ante su Hijo.

Hay miserias en nosotros, que son reales, y que si las aceptamos son saludables. La principal, la miseria de nuestra indigencia existencial, que no es una miseria mala sino natural y real. La indigencia existencial aceptada nos conduce a Dios, el cual, nos eleva y nos saca, por decirlo así, de esa miseria porque nos eleva a una vida sobrenatural y aunque por naturaleza seguimos siendo hombres somos hijos de Dios, es decir, somos elevados a la naturaleza divina y salimos, en cierta manera, de la naturaleza herida por el pecado.

María también está presente en esta obra de nuestra elevación a la filiación divina. La estuvo cuando Cristo la consiguió, como corredentora, y lo está en cada alma que comienza a ser hija de Dios.

¡María está atenta a nuestras miserias! Por eso debemos recurrir a ella con toda confianza. Ella por pudor no nos las hará notar sino que las socorrerá pero quiere que se las manifestemos con toda confianza como lo hace un hijo con su madre.

Madre me duele la cabeza, estoy enfermo, estoy angustiado, estoy triste, estoy deprimido, soy muy irascible, soy muy apocado, no puedo salir de este vicio, este pecado me es insuperable, lo llevo conmigo desde hace tiempo, no puedo alejarme de esta persona que me hace mal, etc. Hay que exponerle confiado a María las miserias que nos aquejan y ella nos librará de ellas como lo hizo con los novios en Caná de Galilea.

Dios te salve María…

 

[1] Jn 2, 1s