Educación de la voluntad

La educación de La voluntad

 Mons. Tihamér Tóth

Los sentimientos, la imaginación, el temperamento ejercen gran influencia sobre la voluntad. No los dominamos por completo; por lo tanto, respecto a ellos la voluntad del hombre no goza de plena libertad. Has podido verlo por propia experiencia. Una mañana te despiertas con sentimientos tristes, abatidos; otro día, en cambio, saltarías continuamente de alegría; pero en vano buscarías la causa de tu tristeza primera, de tu alegría presente; tú mismo no

sabrías decir cuál sea. Lo mismo sucede con la fantasía. Un día, sin motivo especial, revive el recuerdo de acontecimientos lejanos en tu memoria; o bien, pensamientos imposibles, imágenes engañadoras se pintan en tu cabeza. ¿De dónde proceden? ¿Por qué precisamente en este momento penetran en tu mente? No sabrías decirlo. Y, ¡de cuántas desgracias es causa la imaginación humana! Pinta dificultades enormes, obstáculos invencibles ante nuestro trabajo, sólo para quitarnos el ánimo. Al tener que tapar una muela, no es la operación la mayor molestia, sino la media hora que tienes que esperar en la antesala del dentista, mientras que tu fantasía va atormentándose con las imágenes aumentadas del sufrimiento futuro.

Pues bien. Aunque no seamos completamente dueños de nuestros sentimientos y de nuestra fantasía, hemos de extender también el dominio de la voluntad y en lo posible a estos terrenos. Sé dueño de tus sentimientos y toma las riendas de tu imaginación. ¿Te has despertado de mal humor? Es igual. Esfuérzate por sonreír, canta con alegría, y ya habrás vencido en parte tus sentimientos.

¿Tienes que resolver un problema de álgebra? Tu fantasía sale con cuadros aterradores: ¡Qué terriblemente difícil es este problema! ¡Cuánto tendrás que sudar! Tú en cambio, di para tus adentros: “No es verdad. Amiguita, fantasía mía, tú me engañas. No eres tan terrible como pereces. Cuanto mayor sea la dificultad, tanto más quiero emprender el trabajo”.

Como ves, la educación de la voluntad no es sino una labor sistemática para la conquista de todas aquellas potencias espirituales: entendimiento, sentidos, memoria, imaginación, que influyen en la función de la voluntad. Por lo tanto, no basta para la educación de la voluntad que la ejercitemos, que la robustezcamos, sino que nuestro propósito principal debe ser poner con la mayor perfección posible, esta voluntad firme al servicio de elevados fines espirituales: es decir, tenemos que subordinarla por completo al dominio del alma.

Quien quiere tener carácter firme, debe esforzarse por dominar lo más posible sus sentimientos. Muchos crímenes, discordias, pensamientos de envidia, alegrías del mal ajeno, ofensas precipitadas, riñas sinnúmero, no tienen siempre por causa una voluntad depravada, sino una voluntad débil, no ejercitada en mandar, sin desmayos, a los sentimientos vehementes. Podemos vencer, por ejemplo, un leve mal humor sin ningún esfuerzo especial; y no obstante, cuántos hombres sufren por este leve mal humor, porque tienen pereza de hacer un pequeño esfuerzo.

La educación adecuada de los sentimientos es a la par, educación de la voluntad. Los sentimientos influyen en el espíritu, no sólo para movernos a querer, sino aun para querer de buen grado y con perseverancia. Y, ¿quién no ve que las obras buenas brotan con más lozanía al calor del corazón que a la fría luz del intelecto?

Por este motivo, debes cuidar también la educación de tus sentimientos: la voluntad que funciona sin sentimientos puede convertir al hombre con gran facilidad en una máquina de voluntad, sin corazón, egoísta, testaruda, lo cual es otra caricatura del “joven de carácter”.

El hombre prudente no se esfuerza tan sólo por vencer sus sentimientos desagradables y compensarlos con alegría, sino que hace cuanto está en su mano por conservar siempre la tranquilidad del alma.

Cuerpo y alma están en íntima dependencia. Si estás abatido y una tristeza sin causa se apodera de tu alma, intenta sonreír, frota con alegría tus manos, y verás que tu tristeza empieza a desaparecer. Por otra parte, si un dolor físico te tortura, ocúpate en pensamientos agradables, y llegarás a olvidar en parte tu dolor.

De cualquier desgracia que te sucediese, procura sacar algún provecho espiritual. Deficiendo discamus, “aprendamos de las propias deficiencias”. ¿Te han robado tu billetera en el bus? No pierdas la cordura, sino procura recordar cuándo estabas distraído y medita qué cuidado debes tener en adelante. ¿Te pisa alguien el pie? No saltes enfadado, sino di para tus adentros: “A costa de este dolor compraré un poco de dominio de mí mismo”.

Seguir siempre dueño de los propios sentimientos sin dejarse arrastrar por ellos, es el grado más alto de la perfección espiritual.

 Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”

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