Audiencias de san Juan Pablo II

Acerca de Dios

Creo en Dios

Pruebas de la existencia de Dios

Creo en Dios 3.07.85

001. Nuestras catequesis llegan hoy al gran misterio de nuestra fe, el primer artículo de nuestro Credo: Creo en Dios. Hablar de Dios significa afrontar un tema sublime y sin límites, misterioso y atractivo. Pero aquí en el umbral, como quien se prepara a un largo y fascinante viaje de descubrimiento tal permanece siempre un genuino razonamiento sobre Dios, sentimos la necesidad de tomar por anticipado la dirección justa de marcha, preparando nuestro espíritu a la comprensión de verdades tan altas y decisivas.
A este fin considero necesario responder enseguida a algunas preguntas, la primera de las cuales es: ¿Por qué hablar hoy de Dios?.

2. En la escuela de Job, que confesó humildemente: ´He hablado a la ligera. Pondré mano a mi boca´ (40, 4), percibimos con fuerza que precisamente la fuente de nuestras supremas certezas de creyentes, el misterio de Dios, es antes todavía la fuente fecunda de nuestras más profundas preguntas: ¿Quién es Dios?. ¿Podemos conocerlo verdaderamente en nuestra condición humana?. ¿Quiénes somos nosotros, criaturas, ante Dios?.
Con las preguntas nacen siempre muchas y a veces tormentosas dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo?. ¿Por qué el impío triunfa y el justo viene pisoteado?. ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar nuestra libertad y responsabilidad?.
Son preguntas y dificultades que se entrelazan con las expectaciones y las aspiraciones de las que los hombres de la Biblia, en los Salmos en particular, se han hecho portavoces universales; ´Como anhela la cierva las corrientes de las aguas, así te anhela mi alma, “oh Dios!. Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo ir y ver la faz de Dios?´ (Sal 41, 2-3): De Dios se espera la salvación, la liberación del mal, la felicidad y también, con espléndido impulso de confianza, el poder estar junto a El, ´habitar en su casa´(Cfr. Sal 83, 2 ss). He aquí, pues, que nosotros hablamos de Dios porque es una necesidad del hombre que no se puede suprimir.

3. La segunda pregunta es cómo hablar de Dios, cómo hablar de El rectamente. Incluso entre los cristianos, muchos poseen una imagen deformada de Dios. Es obligado preguntarse si se ha hecho un justo camino de investigación, sacando la verdad de fuentes genuinas y con una actitud adecuada. Aquí creo necesario citar ante todo, como primera actitud, la honestidad de la inteligencia, es decir, el permanecer abiertos a aquellos signos de verdad que Dios mismo ha dejado de Sí en el mundo y en nuestra historia.
Hay ciertamente el camino de la sana razón (y tendremos tiempo de considerar que puede el hombre conocer de Dios con sus fuerzas). Pero aquí me urge decir que a la razón, más allá de sus recursos naturales, Dios mismo le ofrece de Sí una espléndida documentación: la que con lenguaje de la fe se llama ´Revelación´. El creyente, y todo hombre de buena voluntad que busquen el rostro de Dios, tiene a su disposición ante todo el tesoro inmenso de la Sagrada Escritura, verdadero diario de Dios en las relaciones con su pueblo, que tiene en el centro el insuperable revelador de Dios, Jesucristo: ´El que me ha visto a mí ha visto al Padre´ (Jn 14, 9). Jesús, por su parte, ha confiado su testimonio a la Iglesia, que desde siempre, con la ayuda del Espíritu Santo, lo ha hecho objeto de apasionado estudio, de progresiva profundización e incluso de valiente defensa frente a errores y deformaciones. La documentación genuina de Dios pasa, pues, a través de la Tradición viviente, de la que la que todos los Concilios son testimonios fundamentales: desde el Niceno y el Constantinopolitano, al Tridentino, Vaticano I y VaticanoII.
Tendremos cuidado en remitirnos a estas genuinas fuentes de verdad.
La catequesis saca además sus contenidos sobre Dios también de la doble experiencia eclesial: la fe rezada, la liturgia, cuyas formulaciones son un continuo e incansable hablar de Dios hablando con El; y la fe vivida por parte de los cristianos, de los santos en particular, que han tenido la gracia de una profunda comunión con Dios. Así, pues, no estamos destinados sólo a hacer preguntas sobre Dios, para luego perdernos en una selva de respuestas hipotéticas o bien demasiado abstractas. Dios mismo ha venido a nuestro encuentro con una riqueza orgánica de indicaciones seguras. La Iglesia sabe que posee, por la gracia de Dios mismo, en su patrimonio de doctrina y vida, la dirección justa para hablar con respecto a la verdad de El. Y nunca como hoy siente el empeño de ofrecer con lealtad y amor a los hombres la respuesta esencial, que esperan.

4. Es lo que pretendo hacer en estos encuentros. ¿Pero cómo?. Hay diversas maneras de hacer catequesis, y su legitimidad depende en definitiva de la fidelidad respecto a la fe integral de la Iglesia. He considerado oportuno escoger el camino que, mientas hace referencia directamente a la Sagrada Escritura, hace referencia también a los Símbolos de la Fe, en la comprensión profunda que ha dado de ella el pensamiento cristiano a lo largo de veinte siglos de reflexión.
Es mi propósito, al proclamar la verdad sobre Dios, invitaros a todos a reconocer la validez del camino histórico-positivo y del camino ofrecido por la reflexión doctrinal elaborada en los grandes Concilios y en el Magisterio ordinario de la Iglesia. De este modo, sin disminuir para nada la riqueza de los datos bíblicos, se podrán ilustrar verdades de fe o próximas a la fe o de todas las formas teológicamente fundadas que, por haber sido expresadas en lenguaje dogmático-especulativo, corren el riesgo de ser menos percibidas y apreciadas por muchos hombres de hoy, con no ligero empobrecimiento del conocimiento de Aquel que es misterio insondable de luz.

Pruebas de la existencia de Dios 10.08.85

1. Cuando nos preguntamos: ´¿Por qué creemos en Dios?´, la primera respuesta es la de nuestra fe: Dios se ha revelado a la humanidad, entrando en contacto con los hombres. La suprema revelación de Dios se nos ha dado en Jesucristo, Dios encarnado. Creemos en Dios porque Dios se ha hecho descubrir por nosotros como el Ser Supremo, el gran ´Existente´.
Sin embargo esta fe en un Dios que se revela, encuentra también un apoyo en los razonamientos de nuestra inteligencia. Cuando reflexionamos, constatamos que no faltan las pruebas de la existencia de Dios. Estas han sido elaboradas por pensadores bajo forma de demostraciones filosóficas, de acuerdo con la concatenación de una lógica rigurosa. Pero pueden revestir también una forma más sencilla y, como tales, son accesibles a todo hombre que trata de comprender lo que significa el mundo que le rodea.

2. Cuando se habla de pruebas de la existencia de Dios, debemos subrayar que no se trata de pruebas de orden científico experimental. Las pruebas científicas, en el sentido moderno de la palabra, valen sólo para las cosas perceptibles por los sentidos, puesto que sólo sobre éstas pueden ejercitarse los instrumentos de investigación y de verificación de que se sirve la ciencia. Querer una prueba científica de Dios, significaría rebajar a Dios al rango de los seres de nuestro mundo, y por tanto equivocarse ya metodológicamente sobre aquello que Dios es. La ciencia debe reconocer sus límites e impotencia para alcanzar la existencia de Dios: ella no puede ni afirmar ni negar esta existencia.
De ello, sin embargo, no debe sacarse la conclusión que los científicos son incapaces de encontrar, en sus estudios científicos, razones válidas para admitir la existencia de Dios. Si la ciencia como tal no puede alcanzar a Dios, el científico, que posee una inteligencia cuyo objeto no está limitado a las cosas sensibles, puede descubrir en el mundo las razones para afirmar la existencia de un Ser que lo supera. Muchos científicos han hecho y hacen este descubrimiento.
Aquel que, con espíritu abierto, reflexiona en lo que está implicado en la existencia del universo, no puede por menos de plantearse el problema del inicio. Instintivamente cuando somos testigos de ciertos acontecimientos, nos preguntamos cuáles son las causas. ¿Cómo no hacer la misma pregunta para el conjunto de los seres y de los fenómenos que descubrimos en el mundo?.

3. Una hipótesis científica como la de la expansión del universo hace aparecer más claramente el problema: si el universo se halla en continua expansión, no se debería remontar en el tiempo hasta lo que se podría llamar ´momento inicial´, aquel en el que comenzó la expansión?. Pero, sea cual fuere la teoría adoptada sobre el origen del mundo, la cuestión más fundamental no puede eludirse. Este universo en constante movimiento postula la existencia de una Causa que, dándole el ser, le ha comunicado ese movimiento y sigue alimentándolo. Sin tal Causa Suprema, el mundo y todo el movimiento existente en él permanecerían ´inexplicados´ e ´inexplicables´, y nuestra inteligencia no podría estar satisfecha. El espíritu humano puede percibir una respuesta a sus interrogantes sólo admitiendo un Ser que ha creado el mundo con todo su dinamismo, y que sigue conservándolo en la existencia.

4. La necesidad de remontarse a una Causa suprema se impone todavía más cuando se considera la organización perfecta que la ciencia no deja de descubrir en la estructura de la materia. Cuando la inteligencia humana se aplica con tanta fatiga a determinar la constitución y las modalidades de acción de las partículas materiales, ¿no es inducida, tal vez, a buscar el origen de una Inteligencia superior, que ha concebido todo?. Frente a las maravillas de lo que se puede llamar el mundo inmensamente pequeño del átomo, y el mundo inmensamente grande del cosmos, el espíritu del hombre se siente totalmente superado en sus posibilidades de creación e incluso de imaginación, y comprende que una obra de tal calidad y de tales proporciones requiere un Creador, cuya sabiduría transcienda toda medida, cuya potencia sea infinita.

5. Todas las observaciones concernientes al desarrollo de la vida llevan a una conclusión análoga. La evolución de los seres vivientes, de los cuales la ciencia trata de determinar las etapas, y discernir el mecanismo, presenta una finalidad interna que suscita la admiración. Esta finalidad que orienta a los seres en una dirección, de la que no son dueños ni responsables, obliga a suponer un Espíritu que es su inventor, el Creador.
La historia de la humanidad y la vida de toda persona humana manifiestan una finalidad todavía más impresionante. Ciertamente el hombre no puede explicarse a sí mismo el sentido de todo lo que le sucede, y por tanto debe reconocer que no es dueño de su propio destino. No sólo no se ha hecho él a sí mismo, sino que no tiene ni siquiera el poder de dominar el curso de los acontecimientos ni el desarrollo de su existencia. Sin embargo, está convencido de tener un destino y trata de descubrir cómo lo ha recibido, cómo está inscrito en su ser. En ciertos momentos puede discernir más fácilmente una finalidad secreta, que se transparenta de un conjunto de circunstancias o de acontecimientos. Así, está llevado a afirmar la soberanía de Aquel que le ha creado y que dirige su vida presente.

6. Finalmente, entre las cualidades de este mundo que impulsan a mirar hacia lo alto está la belleza. Ella se manifiesta en las multiformes maravillas de la naturaleza; se traduce en innumerables obras de arte, literatura, música, pintura, artes plásticas. Se hace apreciar también en la conducta moral: hay tantos buenos sentimientos, tantos gestos estupendos. El hombre es consciente de ´recibir´ toda esta belleza, aunque con su acción concurre a su manifestación. El la descubre y la admira plenamente sólo cuando reconoce su fuente, la belleza transcendente de Dios.

7. A todas estas ´indicaciones´ sobre la existencia de Dios creador, algunos oponen la fuerza del caso o de mecanismos propios de la materia. Hablar de Caso para un universo que presenta una organización tan compleja de elementos y una finalidad en la vida tan maravillosa, significa renunciar a la búsqueda de una explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello equivale a querer admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la inteligencia humana que renunciaría a pensar, a buscar una solución a sus problemas.
En conclusión, una infinidad de indicios empuja al hombre, que se esfuerza por comprender el universo en que vive, a orientar su mirada al Creador. Las pruebas de la existencia de Dios son múltiples y convergentes. Ellas contribuyen a mostrar que la fe no mortifica la inteligencia humana, sino que la estimula a reflexionar y le permite comprender mejor todos los ´porqués´ que plantea la observación de lo real.

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