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La Pasión del Señor [Parte I/II]

Sermón 128 de San Agustín

  1. Con toda solemnidad se lee y se celebra la pasión de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, cuya sangre purgó nuestros delitos. El objetivo es que esta devota práctica anual renueve nuestra memoria y que, al acudir tanta gente, la proclamación de nuestra fe alcance mayor gloria. La solemnidad misma me exige que os dirija un sermón sobre la pasión del Señor, según él me lo conceda. En cuanto sufrió de parte de sus enemigos, nuestro Señor se dignó dejarnos un ejemplo de paciencia para nuestra salvación, útil para el decurso de esta vida, de manera que no rehusemos padecer lo mismo por la verdad del evangelio, si así él lo quisiere. Pero, como aun lo que sufrió en esta carne mortal lo sufrió libremente y no por necesidad, es justo creer que también quiso simbolizar algo en cada uno de los hechos que tuvieron lugar y quedaron escritos sobre su pasión.
  2. En primer lugar, en el hecho de que, después de ser entregado para la crucifixión, llevó él mismo la cruz, nos dejó una muestra de continencia y, al ir él delante, indicó qué ha de hacer quien quiera seguirle. Idéntica exhortación la hizo también verbalmente cuando dijo: Quien me ame, que tome su cruz y me siga. Llevar la propia cruz equivale, en cierto modo, a gobernar la propia mortalidad.
  3. El hecho de ser crucificado en el Calvario significó que en su pasión tuvo lugar el perdón de todos los pecados, de los que dice el salmo: Mis maldades se han multiplicado más que los cabellos de mi cabeza.
  4. Con él fueron crucificados, uno a cada lado, dos hombres. Con ello mostró que a unos los tendrá a su derecha y a otros a su izquierda. Estarán a su derecha aquellos de quienes se dice: Dichosos los que sufren persecución por causa de la justicia; a su izquierda, en cambio, aquellos de quienes se dice: Aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.
  5. El rótulo puesto sobre la cruz, en el que estaba escrito: Rey de los judíos, puso de manifiesto que ni siquiera procurándole la muerte pudieron conseguir los judíos que no fuera su rey quien con la más palmaria y sublime potestad dará a cada uno lo que merezcan sus obras. Por esta razón se canta en el salmo: Él me constituyó rey sobre Sion, su monte santo.
  6. El que el rótulo estuviese escrito en tres lenguas: hebreo, griego y latín, indicaba que iba a reinar no sólo sobre los judíos, sino también sobre los gentiles. Por eso, después de haber dicho en el mismo salmo: Él me constituyó rey sobre Sion, su monte santo, es decir, donde reinó la lengua hebrea, añade a continuación, como refiriéndose a la griega y a la latina: El Señor me dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy; pídemelo, y te daré los pueblos en herencia, y los confines de la tierra como tu posesión. No porque el griego y el latín sean las únicas lenguas habladas por los gentiles, sino porque son las que más destacan; la griega, por cultura literaria, y la latina, por el Imperio Romano. La mención de estas tres lenguas manifestaba que la totalidad de los gentiles se sometería a Cristo; no obstante ello, en el rótulo no se añadió: «Rey de los gentiles», sino que se escribió sólo: Rey de los judíos, para que la fórmula precisa revelase el origen de la raza cristiana. Como está escrito: La ley salió de Sion, y la palabra del Señor, de Jerusalén. ¿Quiénes son, en efecto, los que dicen en el salmo: Nos sometió a los pueblos y puso a los gentiles bajo nuestros pies, sino aquellos de quienes dice el Apóstol: Si los gentiles participaron de sus bienes espirituales, ¿deben servirles con sus bienes materiales?¿Acaso no vemos que los pueblos están sometidos a la excelentísima gracia anunciada por los apóstoles? ¿O debemos mirar a las ramas desgajada, las que hoy reciben el nombre de judíos? ¿No debemos oír más bien a aquel israelita, descendiente de Abrahán, convertido de Saúl (Saulo) en Pablo (Paulo) y, por tanto, de pequeño en grande, que amonesta y dice al acebuche injertado: «Date cuenta que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz quien te sostiene a ti»? Así, pues, el rey de los judíos es Cristo, bajo cuyo yugo ligero han sido enviados también a la salvación los gentiles. Que se les haya concedido a ellos es fruto de una mayor misericordia, como lo revela claramente el Apóstol mismo allí donde dice: Pues afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos en pro de la veracidad de Dios, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los padres, y que los gentiles glorifican a Dios por su misericordia. No tenía ninguna obligación de quitar el pan a los hijos para dárselo a los perros, si los perros, humillados para apañar las migas que caen de la mesa de sus amos y elevados y hechos hombres por la humildad misma, no hubieran merecido tener acceso a la mesa.
  7. Los príncipes de los judíos sugirieron a Pilato que en ningún modo escribiera que él era el rey de los judíos, sino que decía serlo; pero él respondió: Lo escrito, escrito está. Como los judíos simbolizaban las ramas desgajadas, así Pilato simbolizaba al acebuche injertado, puesto que era un gentil quien escribía la confesión de los gentiles, dejando convictos de su rechazo a los judíos, de quienes con razón dijo el Señor: Se os quitará a vosotros el reino y se le entregará a un pueblo que cumpla la justicia. Pero no por eso deja de ser rey de los judíos. Es la raíz la que sostiene el acebuche, no el acebuche a la raíz. Y, aunque la infidelidad haya desgajado aquellas ramas, no por ello repudió Dios a su pueblo, al que conoció de antemano. Pues también yo soy israelita -dice el Apóstol- . Aunque los hijos del reino que no quisieron que el Hijo de Dios fuera su rey vayan a parar a las tinieblas exteriores, vendrán muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa, no con Platón y Cicerón, sino con Abrahán, Isaac y Jacob, en el reino de Dios. Pilato, en efecto, escribió: Rey de los judíos, no «Rey de los griegos» o «Rey de los latinos», aunque iba a reinar sobre los gentiles. Y lo que mandó escribir quedó escrito, sin que la sugerencia de los incrédulos lograra cambiar lo que tanto tiempo antes estaba predicho en el salmo: No modifiques la inscripción del rótulo. Todos los pueblos creen en el rey de los judíos; él reina sobre todos los gentiles, pero es solamente rey de los judíos. Tanto vigor tuvo aquella raíz, que ella misma puede cambiar en olivo al acebuche injertado, mientras que el acebuche no puede eliminar el nombre del olivo.

La mujer adúltera y el corazón de Cristo

Homilía del Domingo

El Domingo anterior la liturgia nos ofreció el Evangelio donde nuestro Señor Jesucristo nos narraba la parábola del hijo pródigo, uno de los textos -como sabemos-, más hermosos acerca de la divina Misericordia; una de las explicaciones más tiernas acerca del obrar de Dios Padre al esperar, recibir y sanar y revestir al pecador que regresa arrepentido. Pero hoy nos toca pasar de la parábola a la realidad, no ya una manera de representar la misericordia de Dios sino de verla en acción por medio del Hijo, el enviado a rescatar lo que se había perdido, el Cordero de Dios que ha descendido del Cielo para salir en busca de los pecadores que necesitan ser sanados y redimidos.

Jesús está predicando cuando, de pronto, le traen a una mujer sorprendida en “flagrante delito de adulterio”. “Flagrante” significa, “que se está ejecutando actualmente; evidente, que no admite refutación”. Es decir, que esta mujer no tiene ni una sola posibilidad de poner excusas, como para aminorar de algún modo su pecado. Simplemente es culpable, evidentemente culpable, inexcusablemente culpable y hasta públicamente culpable… pensemos un poco en lo terrible del dolor del corazón de esta pecadora sorprendida en su pecado: Jesús está predicando ante una multitud, y a ella la ponen delante de Él, como en una vitrina donde todos pueden señalarla y acusarla. Pensemos, por ejemplo, en una persona que miente, y de pronto alguien demuestra frente a los demás su mentira dejándola llena de vergüenza, quitándole credibilidad, decepcionando a más de alguno; y ahora pensemos en esta mujer adúltera: el adulterio es más vergonzoso, es traición a la fidelidad prometida delante de Dios y de todos los testigos del compromiso público de permanecer fiel a una persona que se dice que se ama para toda la vida… el dolor del corazón de esta mujer humillada así, públicamente, debió haber sido realmente terrible. Pero allí donde los demás veían solamente a una culpable puesta en medio, en silencio, nuestro Señor veía un corazón arrepentido…, culpable de su pecado al momento de ser descubierta, sí, pero ahora sinceramente arrepentida; y como eso es lo que a Dios realmente le importa, Jesús se va a encargar personalmente de defenderla, y también delante de todos, para que ninguna piedra le hiciera daño y ninguno de los oyentes se marchara para su casa creyéndose inmaculado sino pecador también, y merecedor de misericordia también si se hubiera, sinceramente, arrepentido de sus faltas.

Consideremos algunos detalles

La mujer se queda allí, en silencio:

Ya con esto comienza a ser ejemplar para nosotros: porque no pone excusas. Una persona que en lugar de reconocer sus pecados y pedir perdón por ellos, en cambio, los justifica o minimiza, le va cerrando las puertas a la misericordia; porque la misericordia viene a sanar el pecado del arrepentido, pero del verdadero arrepentido, es decir, el corazón que se duele de verdad de haber ofendido a Dios y no se justifica, no se disfraza, no le echa la culpa al otro, sino que asume honestamente su responsabilidad y con verdadera compunción pone sus faltas en las manos bondadosas de Dios. La mujer arrepentida no se justifica, y no habla sino hasta que Jesús, puesto por su juez delante de la multitud, le pregunta luego dónde están sus acusadores… a Él sí le responde, con Él ha sido totalmente sincera; no le negó el haber pecado, y por este genuino arrepentimiento es que Jesús en persona la absuelve de sus pecados. La mujer fue puesta delante de los ojos de todos, pero la única mirada realmente importante era la de Jesús, cuyos ojos divinos supieron ver bien el interior compungido de esta alma que renacía mediante su perdón.

 

Los escribas y fariseos:

Los que llegaron bravos y arrogantes se tuvieron que marchar aplastados bajo el peso de su conciencia. Venían con rabia y con malicia, no queriendo hacer justicia sino buscando la manera de “atrapar” finalmente a Jesús para poder condenarlo; pero la Palabra de Dios encarnada les responde con su sabiduría impregnada de verdad y compasión, dejándonos una de las frases más recordadas a través de los siglos para nuestro consuelo y reproche de las conciencias que pretender anteponer la condena a la compasión: “quien de vosotros esté libre de pecado, que le tire la primera piedra”, ¡magnífica respuesta!; sin ira, sin pedantería, sin nada de la arrogancia que ornamentaba a los acusadores; Jesús les hace ver y reconocer su condición de pecadores, ante la cual no les queda más remedio que marcharse poco a poco, “comenzando por los viejos”, es decir, los que ya habían vivido lo suficiente como para reconocer en estas palabras de Jesucristo la verdad de su condición de pecadores, dejando el juicio en manos de este hombre-Dios que hablaba con profunda autoridad.

 

La ternura de Jesús:

Cuando todos se marcharon quedó Jesús solo con la mujer. Gracias a Él ella no fue apedreada, es decir, le salvó la vida, pero lo más importante de todo -absolutamente-, es el hecho de que le salvó el alma.

Nuestro Señor, cuando se trata de acercar a un pecador a la conversión, sabe bien cómo usar las palabras y cómo obrar; por eso con algunos fue más duro y usó palabras fuertes, expresiones que hasta el día de hoy podrían ser chocantes para algunos dependiendo del contexto; por eso a esta mujer que estaba expuesta ante todo el mundo como pecadora no le reprocha nada… y no es que haya negado o justificado su pecado, claro que no, un pecado para poder ser perdonado en primer lugar debe ser reconocido y detestado; Jesús no vino a negar los pecados sino a enseñarnos a detestarlos de corazón, después Él se encargará del resto…

¿Dónde están tus acusadores?, le pregunta a la mujer, regalándole un gesto lleno de compasión y de ternura: la multitud estuvo presente para su humillación, y ella la aceptó sin poner excusas; ahora Dios le regala este maravilloso momento a solas con su Salvador; el que no la condenó, el que la salvó de la rabia de sus verdugos, el que le enseñó que para todo aquel que se arrepienta de corazón de sus pecados habrá perdón y salvación. Solamente en este momento escuchamos las palabras de la mujer: “nadie Señor”; reconociendo la gracia recibida y al mismo tiempo a quien le concedió esa gracia, por eso lo llama “Señor”.

Finalmente, el pedido de Jesús: “vete y no peques más”. Jesús le pide lo que todo corazón realmente arrepentido comienza a anidar en sí, “el deseo de no pecar más”, la firme resolución de no querer pecar más, al margen de la debilidad personal que puede ser muy real, pero aquí lo que importa para la validez del arrepentimiento es el propósito actual de no querer pecar más, de tal manera que esta sinceridad es la que, de parte del alma, habilita para recibir el perdón de Dios que a cada segundo de nuestras vidas se nos está ofreciendo… es interesante el hecho de que después de curar al paralítico de la piscina Jesús le dijo las mismas palabras pero agregando una advertencia: “… no sea que te ocurra algo peor”; sin embargo, a la mujer arrepentida y perdonada no…, tal vez porque sabía que no era necesario: ella había aprendido la lección, y llena de gratitud había decidido en lo más profundo de su corazón, allí donde Jesús había llegado, que no quería volver a ofender a Dios.

Que la santísima Virgen María, refugio de los pecadores, interceda por los corazones de los pecadores para que acudan con confianza al perdón divino cada vez que sea necesario y, a partir de ahí, puedan comenzar una profunda y muy fecunda conversión.
P. Jason, IVE.

 

Sobre la oración mental…

Pero de lo que ahora quiero hablaros es de la oración mental; de lo que vulgarmente se llama meditación. Es asunto de suma importancia el que vamos a tratar.

La oración es uno de los medios más necesarios para efectuar aquí en la tierra nuestra unión con Dios y nuestra imitación de Jesucristo. El contacto asiduo del alma con Dios en la fe por medio de la oración y la vida de oración ayuda poderosamente a la transformación sobrenatural de nuestra alma. La oración bien hecha, la vida de oración, es transformante. Más aún; la unión con Dios en la oración nos facilita la participación más fructuosa en los otros medios que Cristo estableció para comunicarse con nosotros y convertirnos en imagen suya.- ¿Por qué esto? ¿Es acaso la oración, más eminente, más eficaz, que el santo sacrificio, que la recepción de los sacramentos, que son los canales auténticos de la gracia? -Ciertamente que no; cada vez que nos acercamos a estas fuentes, obtenemos un aumento de gracia, un crecimiento de vida divina, pero este crecimiento depende, en parte al menos de nuestras disposiciones.

Ahora bien, la oración, la vida de oración, conserva, estimula, aviva y perfecciona los sentimientos de fe, de humildad, de confianza y de amor, que en conjunto constituyen la mejor disposición del alma para recibir con abundancia la gracia divina. Un alma familiarizada con la oración saca más provecho de los sacramentos y de los otros medios de salvación, que otra que se da a la oración con tibieza y sin perseverancia. Un alma que no acude fielmente a la oración puede recitar el oficio divino, asistir a la Santa Misa, recibir los sacramentos y escuchar la palabra de Dios, pero sus progresos en la vida espiritual serán con frecuencia insignificantes. ¿Por qué? -Porque el autor principal de nuestra perfección y de nuestra santidad es Dios mismo, y la oración es precisamente la que conserva al alma en frecuente contacto con Dios: la oración enciende y mantiene en el alma una como hoguera, en la cual el fuego del amor está, si no siempre en acción, al menos siempre latente; y cuando el alma se pone en contacto directo con la divina gracia, verbigracia, en los sacramentos, entonces, como un soplo vigoroso, la abrasa, levanta y llena con sorprendente abundancia. La vida sobrenatural de un alma es proporcionada a su unión con Dios, mediante la fe y el amor; debe, pues, este amor exteriorizarse en actos, y éstos, para que se reproduzcan de una manera regular e intensa, reclaman la vida de oración. En principio, puede decirse que, en la economía ordinaria, nuestro adelantamiento en el amor divino depende prácticamente de nuestra vida de oración.

Dom Columba Marmion,

Fragmento de su libro “La oración en Cristo”

El grano de trigo

Sí el grano de trigo, que cae en la tierra, no muriere, él solo quedará
(Jn 12, 24).

Santo Tomás de Aquino

Para dos cosas usamos el grano de trigo: para el pan y para semilla.
Aquí se trata del grano de trigo que es semilla, no como materia del pan, porque en este último caso no brota para que produzca fruto. Mas dice muriere, no porque pierda la virtud seminativa, sino porque se muda en otra especie. Lo que tú siembras, no se vivifica, si antes no muere (I Cor 15, 36).

El Verbo de Dios es semilla en el alma del hombre, por cuanto entra en ella por la voz sensible para producir fruto de buenas obras, como dice San Lucas: La simiente es la palabra de Dios (8, 11). Del mismo modo el Verbo de Dios, vestido de carne, es la semilla enviada al mundo, de la cual debía brotar abundantísima mies, por lo cual se compara al grano de mostaza (Mt 13, 31). Dice, pues: Yo he venido como la semilla, para fructificar, y por eso os digo en verdad: Sí el grano de trigo, que cae en la tierra, no muriere, él solo queda; esto es, si yo no muero, no se seguirá el fruto de la conversión de las gentes. Mas se compara al grano de trigo, porque vino para  restablecer y sustentar a las mentes humanas. Esto lo hace principalmente el pan de trigo, como dice la Escritura: El pan corrobore el corazón del hombre (Sal 103, 15). El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo (Jn 6, 52).

Mas sí muriere, mucho fruto lleva (Jn 12, 24).

Aquí se indica la utilidad de la Pasión, como diciendo: Si no cae en tierra por la humildad de la pasión, no se sigue ninguna utilidad, porque él solo queda. Pero si muriere, esto es, mortificado y matado por los judíos, mucho fruto lleva.

1º) Fruto de remisión de pecado, como dice el Profeta Isaías: Éste es
todo su fruto, que sea quitad su pecado (Is 27, 9). Este fruto lo trajo la pasión de Cristo, según aquello: Cristo una vez murió por nuestros pecados, el justo por los injustos, para ofrecernos a Dios (I Ped 3,18).

2º) El fruto de la conversión de los gentiles a Dios, como se lee en el
cuarto Evangelio: Os he puesto para que vayáis, y llevéis fruto, y que permanezca vuestro fruto (Jn 15, 16). Ese fruto lo trajo la Pasión de Cristo: Si yo fuere alzado de la tierra, todo lo atraeré a mí mismo (Jn 12, 32).

3º) El fruto de la gloria. Porque glorioso es el fruto de los buenos
trabajos (Sab III, 15). Este fruto también lo trajo la Pasión de Cristo: Teniendo confianza de entrar en el santuario por la sangre de Cristo, por un camino nuevo y de vida, que nos consagró el primero por el velo, esto es, por su carne (Hebr 10, 19, 20).

(In Joan XII)

Fiel cuidador y guardián

De los Sermones de san Bernardino de Siena, presbítero

FIEL CUIDADOR Y GUARDIÁN

Es norma general de todas las gracias especiales comunicadas a cualquier creatura racional que, cuando la gracia divina elige a alguien para algún oficio especial o algún estado muy elevado, otorga todos los carismas que son necesarios a aquella persona así elegida, y que la adornan con profusión.

Ello se realizó de un modo eminente en la persona de san José, que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del mundo y Señora de los ángeles, que fue elegido por el Padre eterno como fiel cuidador y guardián de sus más preciados tesoros, a saber, de su Hijo y de su esposa; cargo que él cumplió con absoluta fidelidad. Por esto el Señor le dice: Bien, siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

Si miramos la relación que tiene José con toda la Iglesia, ¿no es éste el hombre especialmente elegido, por el cual y bajo el cual Cristo fue introducido en el mundo de un modo regular y honesto? Por tanto, si toda la Iglesia está en deuda con la Virgen Madre, ya que por medio de ella recibió a Cristo, de modo semejante le debe a san José, después de ella, una especial gratitud y reverencia.

Él, en efecto, cierra el antiguo Testamento, ya que en él la dignidad patriarcal y profética alcanza el fruto prometido. Además, él es el único que poseyó corporalmente lo que la condescendencia divina había prometido a los patriarcas y a los profetas.

Hemos de suponer, sin duda alguna, que aquella misma familiaridad, respeto y altísima dignidad que Cristo tributó a José mientras vivía aquí en la tierra, como un hijo con su padre, no se la ha negado en el cielo; al contrario, la ha colmado y consumado.

Por esto, no sin razón añade el Señor: Pasa al banquete de tu Señor. Pues, aunque el gozo festivo de la felicidad eterna entra en el corazón del hombre, el Señor prefirió decirle: Pasa al banquete, para insinuar de un modo misterioso que este gozo festivo no sólo se halla dentro de él, sino que lo rodea y absorbe por todas partes, y que está sumergido en él como en un abismo infinito.

Acuérdate, pues, de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tus oraciones ante tu Hijo; haz también que sea propicia a nosotros la santísima Virgen, tu esposa, que es madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por siglos infinitos. Amén.

La oración es luz del alma

De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción. Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo. La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible. Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma. Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.

“Un apostolado del todo eficaz”

LA VIRTUD DE LA ABNEGACIÓN

P. Alfonso Torres

a) Termómetro del Espíritu

La abnegación es el termómetro del Espíritu a más abnegación, más fervor. El quicio de la vida sobrenatural está en la negación de nosotros mismos. Cuando quieran simplificar toda la doctrina espiritual, alta y baja y todas las manifestaciones de la vida espiritual grandes o pequeñas, hagan esto: redúzcala a este punto, y, alcanzado ese punto, la tendrán; ¡toda!

b) Secreto de la unión con Dios

El secreto de la vida de oración está en la abnegación propia, de modo que cuanto más purifiquemos el corazón más frutos sacaremos de ella. Nuestra unión con Dios será lo que sea nuestra abnegación y no lo será un punto más. No un modo de meditar determinado. Si no la perfecta abnegación es la que nos dispone para que Dios nos conceda sus dones. Cuando se adquiere la perfecta abnegación se adquieren juntamente con ella todas las virtudes.

c) Las dos vertientes de la abnegación

La abnegación es una palabra engañosa; produce en nosotros simplemente la impresión de sacrificio, la impresión de destrucción y otras cosas parecidas, cuando en realidad es ir a Dios, acercarnos a Dios, vivir en Dios; esta es la impresión que debe producir y por eso el alma que ya se ha negado a sí misma del todo y ya ha podido decir consumatum est, todo está consumado, después de esas palabras no tiene que decir más que estas otras:  Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, en ti me abandono, a ti me entrego por lo que dure esta vida terrena y durante toda la eternidad.

Eso que llamamos nosotros abnegación es algo que tiene dos aspectos: el uno negativo y el otro positivo. Nosotros insistimos en el aspecto negativo y ese es propiamente el que expresa la palabra abnegación. Negarnos a nosotros mismos, anonadarnos a nosotros mismos, este aspecto negativo tiene como una significación de ruina, de destrucción. Negarse a sí mismo es destruir muchas cosas, pero ese aspecto no es el único; no es la abnegación, un destruir por destruir y un negarse por negarse; es un edificar y es un afirmar. Cuando nosotros ejercitamos la abnegación, no hacemos más que acomodarnos a la voluntad de Dios, acomodarnos a la propia gloria de Dios saliendo de nuestra propia voluntad, acomodarnos a los designios de Dios saliendo de nuestra propia veleidad. Cada paso que damos para alejarnos de nosotros es un paso que damos para acercarnos a Dios y cada cosa que se derrumba en nosotros es algo que se edifica en Dios. Ese negarse a sí mismo equivale a aceptar, a cumplir en todo la voluntad del Señor. No hay alma abnegada, sino ha cumplido la voluntad de Dios. No hay alma que cumpla la voluntad de Dios, sino es abnegada.

La perfecta abnegación no es más que la expresión negativa para designar la perfecta caridad.

d) Oscuridad y luz

La senda que lleva a la plena posesión del tesoro escondido es la senda de la perfecta abnegación, y no hay senda más oscura para el alma que esa de la perfecta abnegación. Llegar a conocer, pero llegar a conocer con un conocimiento vivo que reforme y cambie el corazón, porque en la perfecta abnegación de sí mismo está el secreto para encontrar el tesoro del reino de los Cielos, y para tomar de él plena posesión es cosa oscurísima.

Es realmente fácil negarnos a nosotros mismos en lo que cae hacia afuera; pero en lo que cae hacia adentro -en eso que forma la vida íntima nuestra, en eso que forma la vida de nuestro corazón y de nuestro espíritu, en esos sentimientos tan hondos que parece que llegan a regiones misteriosas de la propia alma- es mucho más difícil.

El alma que llega a esta abnegación nunca es un alma vacía, es un alma llenísima. Las épocas que hay en la vida de los Santos en que andan como en el crepúsculo de la santidad son las épocas en que no habían llegado a la perfecta abnegación; pero cuando habían llegado a esa abnegación, se sentían como inundados de Dios y como repletos de toda la verdadera dicha, viviendo aún en medio de las tinieblas exteriores como en un verdadero cielo interior.

e) Vivir totalmente para Dios

Por muchas vueltas que demos a los caminos espirituales, siempre vendremos a parar en esto: que, para seguir a Cristo y encontrarle en la intimidad de la unión, hay que cumplir aquella palabra en que nos exhorta a negarnos a nosotros mismos; porque el mismo Señor lo dijo: el que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo (Mt 16, 24). Ahora bien, quizá no hay ninguna virtud que tan directa y profundamente imprima en las almas la abnegación, que tan radicalmente haga al hombre salir de sí mismo, como la virtud de la humildad.

La abnegación completa, verdadera, ha de ser de tal manera que Dios pueda quitarnos lo que quiera y ponernos donde quiera y exigirnos el sacrificio que quiera; que nosotros seamos como cera blanda en sus manos, amoldándonos a su querer, sin que nuestros propios deseos o repugnancias, nuestras propias aficiones o dificultades, cuenten para nada; sin que yo vuelva siquiera los ojos a mirarme. Esa es la abnegación completa y ése es morir en el surco.

f) Palabra también para hoy

La abnegación es la palabra de salud en la hora presente, porque es la verdadera demolición de los ídolos que renacen. No me refiero a los ídolos de los impíos, sino a los ídolos de los buenos.

Cierto que el mundo no tiene oídos para huir esa doctrina de la perfecta abnegación, que juzga demasiado pesimista; cierto que quienes queremos andar por los caminos del espíritu tenemos miedo a un despojo tan radical; pero cierto también que todos necesitamos oír esa palabra aterradora, y tanto más lo necesitamos cuanto más cerremos los oídos a ella.

¿Por qué no hemos de recomendar el apostolado de la abnegación? Les aseguro, sin temor de equivocarme, que no creo habría un apostolado más eficaz. Figúrense lo que sería hacer abnegadas a las almas que tratamos. Sería santificarlas, ponerlas por derecho en los caminos de Dios. No se puede pedir más. Además, tiene la ventaja ese apostolado de que el mundo no lo glorifica, y, por lo mismo, no lo profana ni marchita. No tiene las manifestaciones externas, llamativas, de otros apostolados, pues su acción se desarrolla, en el secreto del corazón. Sólo lo ve Dios, y no tiene el peligro de que lo profanen los hombres.

Los dos comienzos

Homilía sobre las bodas de Caná

Queridos hermanos:

El santo Evangelio de este Domingo está lleno de variados y coloridos detalles para meditar, como la particular y tan cotidiana invitación a una boda; Jesús junto a su Madre y sus primeros discípulos antes de ser conocido; el primer milagro y la primera intercesión documentada de María santísima y su confianza en su Hijo, etc.

Pero resaltemos especialmente, mis queridos hermanos, cómo estas sencillas bodas marcan un verdadero “antes y un después”, ya que -como bien sabemos-, a partir de aquí podríamos decir que se termina oficialmente la vida oculta de Jesús para dar comienzo a su vida pública, en la cual predicará abiertamente el Reino de los Cielos y llamará para sí a los pecadores que, arrepentidos, quieran aceptarlo. Sí, antes y después de Caná las cosas cambian completamente, ya que, junto con el término de los años de preparación de Jesús para su gran misión y el inicio de la misma, también nos encontramos con el comienzo de otra gran misión; y nos referimos a la de María santísima en su oficio de “intercesora”, asentando así las bases de su maternidad que, a partir del Calvario, se extenderá a todos sus hijos por la fe.

El primer comienzo: la vida pública de Jesús

Tan importante es la obra de la redención de la humanidad que el Hijo de Dios dedicó 30 años de su vida terrena a prepararla, en el silencio de Nazaret; porque así convenía hacerlo, ya que mientras más grande sea una obra más grandes y fuertes han de ser sus cimientos. Y así como en una exposición de arte se descubre el trabajo del artista para que los presentes puedan contemplarlo y gustar de él, de la misma manera en Caná de Galilea Jesús manifestó por primera vez su gloria, ante lo cual “creyeron en Él sus discípulos” al mismo tiempo que, como hemos dicho, terminaba oficialmente su vida oculta.

En Caná de Galilea, pequeño pueblo a tan sólo 20 minutos de nuestro monasterio, comenzó algo demasiado grande como para quedarse contenido allí: se convierte el agua en vino, sí, pero más importante aún, la fe comienza a echar raíces en los corazones de los pecadores convirtiéndolos en creyentes. También Jesús nos da la primera muestra de la predilección que tiene por aquello que le pide su Madre e inaugura “la Buena nueva de salvación”, dándonos a conocer que su preocupación son las almas, pues desde el principio y hasta el final sus milagros serán exclusivamente en beneficio de los demás.

Valor simbólico del milagro: al comentar este pasaje del Evangelio, los autores afirman que “el vino nuevo que aparece al final”, luego del vino más barato y de menor calidad, se refiere al Evangelio que viene después de la ley, es decir, el Antiguo Testamento que se ve notablemente superado cuando aparece en el mundo Aquel que venía figurado desde antiguo, ¿por qué?; pues simplemente porque ha llegado el Mesías esperado para dar cumplimiento a las Escrituras.

El segundo comienzo: el oficio intercesor de María santísima

Escribía hermosamente el P. Hurtado: “¡Faltó el vino! ¡Pero allí estaba María felizmente! Ella con su intuición femenina vio el ir y venir, el cuchicheo, los jarros que no se llenaban… Y sintió toda la amargura de la pareja que iba a ver aguada su fiesta, la más grande de su vida… Sintió su dolor como propio. ¡Comprensión! de los dolores ajenos… Y Ella comprendió que Ella podía hacer algo, y que Él lo podía hacer todo. Ella guardaba en su corazón el secreto desde hace 30 años… sabía que vendría un día en que Él tendría que manifestarse, en vano había esperado hasta ahora esa manifestación.

…¡Ah! María comprendió al punto que no era su hora, pero que no le iba a decir que no a Ella, su Madre.”

Si bien la pregunta de Jesucristo a su Madre resulta a primeras poco comprensible para nuestro actual lenguaje (“Mujer, ¿qué nos da a mí ni a ti? Aún no es llegada mi hora”), la respuesta de su Madre, por otra parte, se muestra sumamente interesante: “haced lo que Él os diga”. Pareciera como que su reacción no correspondiera con lo que Jesús le acababa de decir, y, sin embargo, su respuesta es completamente coherente con su corazón de madre, ya que ella lo conoce bien y sabe qué esperar del Corazón divino de su Hijo. Así pues, la Virgen simplemente obra según sus sentimientos, porque es Madre, y las buenas madres se preocupan siempre y no pueden quedarse indiferentes ante la necesidad: ¡cuánto más la Madre de Dios y Madre nuestra!

 

María santísima también nos revela aquí un comienzo: el de ella como nuestra intercesora; como aquella que “arrebata gracias” a su Hijo por el singular amor que Él le tiene; y como aquella Madre siempre preocupada de sus hijos, dispuesta a hacer llegar nuestras necesidades a su Hijo cada vez que lo hagamos mediante ella.

El Evangelio de este Domingo, nos invita a comenzar este nuevo año litúrgico con la plena conciencia del don de la fe en Jesucristo que hemos recibido: el vino nuevo del Evangelio, cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, que gracias a María santísima “se adelanta”. La invitación es, pues, a considerar “el vino nuevo en nuestras vidas”, es decir, los nuevos y santos propósitos para ofrecer a Dios en este año que recién comienza, asistidos por la intercesión de nuestra santa Madre del Cielo, aquella que hoy claramente nos enseña el secreto de la verdadera felicidad que nos ofrece el Evangelio: “haced lo que Él os diga”.

Que nuestra maternal intercesora nos alcance la gracia de renovar toda nuestra vida a la luz de la fe; y que para ello tengamos siempre presente las palabras de san José María Escrivá: “Si nuestra fe es débil, acudamos a Maria. Cuenta San Juan que, por el milagro de las bodas de Caná, que Cristo realizó a ruegos de su Madre, creyeron en Él sus discípulos (Jn 2, 11). Nuestra Madre intercede siempre ante su Hijo para que nos atienda y se nos muestre, de tal modo, que podamos confesar: Tú eres el Hijo de Dios.”

 

P. Jason.

 

 

El tesoro de la cruz

Homilía para consagrados en el día de san Juan de la Cruz

Celebramos en este día a san Juan de la Cruz, una de aquellas almas puras y selectas que con su vida y sus escritos vinieron a iluminar la vida espiritual de todas las almas que con sinceridad deseen caminar hacia la unión con Dios… y dentro de este grupo de almas tenemos que estar -por fuerza-, nosotros los consagrados, los que aceptamos dedicar la vida al servicio de Dios muriendo a diario a nosotros mismos; y esta noble determinación no debe irse apagando con los años de vida religiosa, sino todo lo contrario, debe irse encendiendo conforme se hace más profunda nuestra entrega y nuestro amor a Dios.

Todo consagrado debe velar por las almas que la Divina Providencia pone en su camino para ayudarlas a llegar a Dios; pero sin descuidar jamás la propia alma, lo cual ocurre -tristemente-, cuando el apostolado se desordena, llevando a descuidar la propia vida espiritual, es decir, cuando se vuelve más importante que el mismo trato con Dios; y el alma se preocupa más de agradar a los demás que a su Señor. Y si esto llegase a ocurrir -como sabemos-, probablemente la vida espiritual habrá desaparecido… o al menos estará en agonía. En cambio, cuando el alma se dedica con amor y constancia a Dios, Él mismo se encargará de todo lo demás, santificando al alma generosa; porque, en definitiva, si el alma se dedica a buscar la gloria de Dios, Dios dedicará sus cuidados y abundantes gracias a esa alma.

Dedicarse a Dios implica amar, morir a sí mismo, renunciar, sacrificarse y aprender a sufrir con generosidad; para lo cual es clave adentrarse en los misterios de Cristo y a partir de ahí, vivir una “ascesis intensa”, es decir, todo lo que acabamos de decir pero con una generosidad realmente grande, totalmente opuesta a la pequeñez de la mediocridad, y completamente fundamentada en el santo deseo de corresponder al amor Divino; obligando al alma a disponerse a las necesarias purificaciones para adentrarse en la intimidad con Dios a la que todos están invitados, pero son pocos los que llegan, “Porque -como dice san Juan de la Cruz- aún a lo que en esta vida se puede alcanzar de estos misterios de Cristo, no se puede llegar sin haber padecido mucho y recibido muchas mercedes intelectuales y sensitivas de Dios, y habiendo precedido mucho ejercicio espiritual, porque todas estas mercedes son más bajas que la sabiduría de los misterios de Cristo, porque todas son como disposiciones para venir a ella.”

San Juan de la Cruz es sumamente claro: debemos primero padecer mucho para entrar a una intimidad más exclusiva con Dios; debemos pasar por contrariedades, por incomprensiones, por injusticias, por grandes dolores y sufrimientos que no son más que la manera más perfecta y divina que nuestro buen Dios ha elegido para purificarnos y hacernos más dignos de Él ante sus ojos (…¡más dignos de Dios!). En otras palabras, renunciar a todos estos sufrimientos y despreciar la cruz no es más que la elección de no querer llegar a la cercanía y santidad que nos ofrece nuestro Padre celestial, lo cual es una total locura a los ojos de la fe, del amor de Dios y de los muchos ejemplos que los grandes santos místicos nos dejaron. En cambio, renunciar a los placeres, a los deleites, gozos, aplausos, honores, etc.; renunciar a cometer cualquier pecado deliberado y cualquier posible acto de egoísmo en nuestras vidas, movidos por el solo amor de Dios; es elección segura del camino que conduce al corazón del mismo Dios, que desea comenzar en esta vida nuestra purificación, pero que no lo hará mientras nosotros no nos determinemos a darnos enteramente a Él… pero si somos coherentes y consecuentes con nuestra consagración, ciertamente iremos por el camino correcto; y el adelantar más o menos rápido, dependerá (de nuestra parte), de la generosidad de nuestra entrega -como hemos dicho-, según sea nuestro amor a Dios.

Justamente, lleno de amor a su Creador y Padre celestial, exclamaba nuestro santo: “¡Oh, si se acabase ya de entender cómo no se puede llegar a la espesura y sabiduría de las riquezas de Dios, que son de muchas maneras, si no es entrando en la espesura del padecer de muchas maneras, poniendo en eso el alma su consolación y deseo! ¡Y cómo el alma que de veras desea sabiduría divina desea primero el padecer, para entrar en ella, en la espesura de la cruz!”

Este mismo Dios de amor, en la persona del Hijo, le ha dicho a cada uno de sus elegidos -a nosotros-, y les repetirá hasta el fin de los tiempos: “si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame”… no habla de pausas, no habla de descansos, simplemente de cruz y seguimiento en esta vida; los cuales como sabemos, darán el hermoso fruto no tan sólo de la salvación, sino de la exclusividad y gloria especial reservada a los que entran en la eternidad con la impronta de haberse dedicado en esta a vida a ser trigo que muere amando a Dios, con la alegría de la cruz que sólo los corazones generosos saben descubrir.

Pedimos por intercesión de María santísima y de san Juan de la Cruz, la gracia de vivir nuestra consagración como escribía el santo en su conocido y profundo Cántico espiritual:

Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio.

 

P. Jason, IVE.

 

“…quien le ha ayudado hasta ahora continuará hasta su salvación”

“No tema, vuelvo a repetirle en el Señor, quien le ha ayudado hasta ahora continuará hasta su salvación”

San Pío de Pietrelcina, carta del 11/4/1915

Hija querida del Padre celestial:

Su corazón es siempre el templo del Espíritu Santo. Que Jesús visite su espíritu y la consuele y la sostenga y saque del estado de desolación extrema en que la bondad de su Padre ha querido colocarla. Así sea. Perdone mi atrevimiento al permitirme dirigirle esta pobre carta mía sin haberle conocido nunca personalmente, porque debe saber que hace muchos años ruego al Divino Maestro darme a conocer ante El su alma y sus designios divinos sobre Ud. También ha sido beneplácito suyo manifestarme el estado actual en que Ud. se encuentra y El mismo me manda escribirle esta carta para que con ella reciba consuelo.

Que sea siempre bendito El también en esto. Hago votos ardientísimos al Señor para que la presente le sirva de mucho alivio y de total seguridad. Ahora Jesús me hace saber que no tema el amplio estado espiritual por la crisis actual que atraviesa, ya que todo resultará a gloria suya y al perfeccionamiento de Ud. El quiere que deje y abandone todos esos temores que tiene acerca de la salvación eterna, que no aumente esas sombras que el demonio va haciendo cada vez más densas para atormentarla y separarla de Dios si eso le fuera posible. Su desolación actual no es que Dios la abandone, ya que su divina misericordia la va haciendo cada vez más acepta: El permite todo esto para asemejarla a su Hijo divino en las angustias del desierto, del huerto y de la cruz. Lo mejor que puede hacer es aceptar con alegría y serenidad la prueba presente sin desear verse liberada. Humíllese bajo la poderosa y paternal mano de Dios, aceptando con sumisión y paciencia las tribulaciones que le envía para que pueda exaltarla dándole su gracia cuando El la visite.

Que toda su solicitud en medio de las tribulaciones, que la invaden totalmente, se centre en un abandono total en los brazos del Padre celeste, ya que El tiene sumo cuidado para que su alma, tan predilecta, no sea sometida al poder de Satanás.

Humíllese, pues, ante la Majestad de Dios y dele gracias continuamente, a tan buen Señor, de tantos favores con lo que sin cesar enriquece su alma de Ud. y confíe cada vez más en su divina Misericordia. No tema, vuelvo a repetirle en el Señor, quien le ha ayudado hasta ahora continuará hasta su salvación.

Ud. se salvará; el enemigo se revolcará en su rabia, siendo cierto que la misma mano que la ha sostenido hasta ahora, haciéndole enumerar infinitas victorias, continuará apoyándola hasta aquel instante en que su alma se oirá invitada por el Esposo celeste: “ven, esposa mía, recibe la corona que te he preparado desde la eternidad.” Confianza ilimitada en el Señor debe tener pensando que el premio no está lejos: no pasará mucho tiempo sin que se realice en Ud. lo dicho por el profeta: “entre las tinieblas resplandecerá la luz” y luz en verdad es su actual desolación, luz que proviene de una singularísima gracia que no a todas las almas que caminan al cielo concede el Señor. Más aún, son poquísimas las almas que se hacen dignas de tal merced.

Ahora me parece que legítimamente puede ponerme esta objeción: Si es ésta una gracia -como Ud. Dice- y toda gracia da luz al alma, por qué a mí en vez de luz me trae tinieblas.? Esta réplica sería aceptable si se tratase de gracias de orden inferior, quiero decir de aquellas gracias que el Señor suele conceder a todos. Aquí, en cambio, el caso es muy diferente y yo hablo precisamente de Ud. La gracia del Señor de que se halla penetrada, sublimará su alma hasta la unión perfecta de amor. Ahora bien, el alma, antes de llegar a esta unión, y diré a esta así transformación en Dios o casi Dios por participación, necesita que sea purificada de sus defectos y de todas sus inclinaciones hacia las cosas materiales y sobrenaturales, y esto no sólo en cuanto a sus actos, sino también en cuanto a sus raíces en la mayor medida posible durante la vida presente. Necesita que sea despojada de toda potencia y de toda inclinación natural a fin de poder ser elevada a obrar de otro modo más divino que humano. Para obrar todas estas maravillas es necesario que una causa aflictiva interior las realice, y no es otra la gracia singularísima de que acabo de hablar y con la que el Señor la regala. Ahora bien, toda gracia produce luz, mejor dicho, es luz y, por consiguiente, cuanto más elevada es una gracia, tanto más sublime es su luz. Y ya que la gracia con que el Señor la ha enriquecido al presente es tan alta y sublime que tiende directamente a transformar el alma en una sola cosa con Dios, la luz que trae consigo es tan altísima que, penetrando el alma de modo trabajoso y desolador, la coloca en extrema aflicción y angustia interior de muerte. Y esto proviene de que esta gracia que produce luz tan sublime encuentra al principio el alma indispuesta para la unión mística y la penetra en forma purgativa y, por consiguiente, en lugar de iluminarla la obscurece; en lugar de consolarla la hiere, llenándola de grandes sufrimientos en el apetito sensitivo y de graves angustias y sufrimientos espantosos en sus potencias espirituales. Y así, cuando dicha luz, con estos medios, ha purgado el alma, la penetra entonces de forma iluminativa y la hace ver y la lleva a la unión perfecta con Dios.

También Santa Teresa fue sometida a tan durísima prueba: también ella experimento, y tal vez de modo bastante más penetrante que Ud., el efecto de esta luz purísima, que le hacía ver a Dios en lontananza sin tener posesión efectiva alguna, por lo que estaba transida de un dolor tan agudo que la hacía morir. Pero fue precisamente esa luz, que después de haberle purificado el espíritu con tan agudas puñaladas, lo unió finalmente a Dios con perfecto amor. El ejemplo de esta santa, mártir de amor, sírvale de estímulo y le haga combatir con fuerte ánimo para que, como ella, pueda obtener el premio a las almas generosas.

Comprendo muy bien que el encuentro es duro, penosísima la lucha, pero anímese pensando que el mérito del triunfo será y ande, la consolación inefable, la gloria inmortal y la recompensa eterna.
Termino recomendándole que viva tranquila porque nuevamente asegura Nuestro Señor Jesús Cristo que no hay lugar a tener miedo. Ensanche su corazón y deje al Señor que obre en Ud. libremente.

Ruegue por mí, que continuamente la recuerdo ante el Señor. Que Jesús la consuele siempre.

Un pobre sacerdote capuchino.