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Meditación sobre la muerte

Texto tomado de

Introducción a la vida devota

San Francisco de Sales

 

PREPARACIÓN.

1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele su gracia.

  1. Imagínate que estás gravemente enferma, en el lecho de muerte, sin ninguna esperanza de escapar de ella.
CONSIDERACIONES.

1. Considera la incertidumbre del día de tu muerte. ¡Oh alma mía!, un día saldrás de este cuerpo. ¿ Cuándo será? ¿ Será en invierno o en verano? ¿En la ciudad o en el campo? ¿De día o de noche? ¿De repente o advirtiéndolo? ¿ De enfermedad o de accidente? ¿Con tiempo para confesarte o no? ¿Serás asistida por tu confesor o padre espiritual? ¡Ah! de todo esto no sabemos absolutamente nada; únicamente es cierto que moriremos y siempre mucho antes de lo que creemos.

  1. Considera que entonces el mundo se acabará para ti; para ti ya habrá dejado de existir, se trastornará de arriba abajo delante de tus ojos. Sí, porque entonces los placeres, las vanidades, los goces mundanos, los vanos afectos nos parecerán fantasmas y niebla. ¡Ah desdicha da!, ¿por qué bagatelas y quimeras he ofendido a mi Dios? Entonces verás que hemos dejado a Dios por la nada. Al contrario, la devoción y las buenas obras te parecerán entonces deseables y dulces. Y, ¿por qué no he seguido por este tan bello y agradable camino? Entonces los pecados, que parecían tan pequeños, parecerán grandes montañas, y tu devoción muy exigua.
  1. Considera las angustiosas despedidas con que tu alma abandonará a este feliz mundo: dirá adiós a las riquezas, a las vanidades y a las vanas compañías, a los placeres, a los pasatiempos, a los amigos y a los vecinos, a los padres, a los hijos, al marido, a la mujer, en una palabra, a todas las criaturas; y, finalmente, a su cuerpo, al que dejará pálido, desfigurado, descompuesto, repugnante y mal oliente.
  1. Considera con qué prisas sacarán fuera el cuerpo y lo sepultarán, y que, una vez hecho esto, el mundo ya no pensará más en ti, ni se acordará más, como tú tampoco has pensado mucho en los otros. Dios le dé el descanso eterno, dirán, y aquí se acabará todo. ¡Oh muerte, cuán digna eres de meditación; cuán implacable eres!
  1. Considera que, al salir del cuerpo, el alma emprende su camino, hacia la derecha o hacia la izquierda. ¡Ah! ¿Hacia dónde irá la tuya? ¿Qué camino emprenderá? No otro que el que haya comenzado a seguir en este mundo.
AFECTOS Y RESOLUCIONES.

1. Ruega a Dios y arrójate en sus brazos. ¡Ah, Señor!, recíbeme bajo tu protección, en aquel día espantoso; haz que esta hora sea para mí dichosa y favorable, y que todas las demás de mi vida sean tristes y estén llenas de aflicción.

  1. Desprecia al mundo. Puesto que no sé la hora en que tendré que dejarte, joh mundo!, no quiero aficionarme a ti. ¡Oh mis queridos amigos!, mis queridos compañeros, permitidme que sólo os ame con una amistad santa que pueda durar eternamente. Porque ¿a qué vendría unirme con vosotros con lazos que se han de dejar y romper?
  1. Quiero Prepararme para esta hora y tomar las necesarias precauciones para dar felizmente este paso; quiero asegurar el estado de mi conciencia, haciendo todo lo que esté a mi alcance, y quiero poner remedio a éstos y a aquellos defectos.
CONCLUSIÓN.

Da gracias a Dios por estos propósitos que te ha inspirado; ofrécelos a su divina Majestad; pídele de nuevo que te conceda una muerte feliz, por los méritos de la muerte de su Hijo.

Padrenuestro, etc.

Haz un ramillete de mirra.

Meditación de los pecados

Texto tomado de

Introducción a la vida devota

San Francisco de Sales

 

PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios. – Pídele que te ilumine.

CONSIDERACIONES.

1. Piensa en el tiempo que hace comenzaste a pecar y mira como, desde entonces, has ido multiplicando los pecados en tu corazón, y como, todos los días, has añadido otros nuevos contra Dios, contra ti mismo, contra el prójimo, de obra, de palabra, de deseo, de pensamiento.

  1. Considera tus malas inclinaciones y las muchas veces que has ido en pos de ellas. Estos dos puntos te enseñarán que el número de tus culpas es mayor que el de los cabellos de tu cabeza, tan grande como el de las arenas del mar.
  1. Considera aparte el pecado de ingratitud para con Dios, pecado general que abarca todos los demás y los hace infinitamente más enormes.

Mira cuántos beneficios te ha hecho Dios y cómo has abusado de todos ellos contra el Dador; singularmente, cuántas inspiraciones despreciadas, cuántas mociones saludables inutilizadas. Y más aún, ¿cuántas veces has recibido los sacramentos y con qué fruto? ¿Qué se han hecho las preciosas joyas con que tu amado esposo te había adornado? Todo ha quedado sepultado bajo tus iniquidades. ¿Con qué preparación los has recibido? Piensa en esta ingratitud, a saber, que, habiendo corrido tanto Dios en pos de ti para salvarte, siempre has huido tú de Él para perderte.

AFECTOS Y RESOLUCIONES. 1. Confúndete en tu miseria. ¡Oh Dios mío!, ¿cómo me atrevo a comparecer ante tus ojos? ¡Ah!, yo no soy más que una apostema del mundo y un albañal. de ingratitud y de iniquidad. ¿Es posible que haya sido tan desleal, que no haya dejado de viciar, violar y manchar uno solo de mis sentidos, una sola de las potencias de mi alma, y que, ni un solo día de mi vida haya transcurrido sin producir tan malos efectos? ¿Es de esta manera como había de corresponder a los beneficios de mi Creador y a la sangre de mi Redentor?

  1. Pide perdón y arrójate a los pies del Señor, como un hijo pródigo, como una Magdalena, como una esposa que ha profanado el tálamo nupcial con toda clase de adulterios. ¡Oh Señor!, misericordia para esta pobre pecadora. ¡Ay de mí! ¡Oh fuente viva de compasión, ten piedad de esta miserable!
  1. Propón vivir mejor. ¡Oh Señor! jamás, mediante tu gracia, me entregaré al pecado. ¡Ay de mí!, demasiado lo he querido. Lo detesto y me abrazo a Ti, ¡Oh Padre de misericordia!; quiero vivir y morir en Ti.
  1. Para borrar los pecados pasados, me acusaré de ellos valerosamente y no dejaré de confesar uno solo.
  1. Haré todo cuanto pueda, para arrancar enteramente las malas raíces de mi corazón, particularmente tales y tales, que son especialmente enojosas.
  1. Y para lograrlo, echaré mano de los medios que me aconsejen, y jamás creeré haber hecho lo bastante para reparar tan grandes faltas.

CONCLUSIÓN.

1. Da gracias a Dios, que te ha esperado hasta la hora presente y te ha comunicado tan buenos afectos.

  1. Ofrécele tu corazón, para llevarlos a la práctica.
  1. Pide que te robustezca, etc.

“Introducción a la vida devota”: Primera parte de la introducción, cap.XII

Meditación sobre los beneficios de Dios

Texto tomado de

Introducción a la vida devota

San Francisco de Sales

 

PREPARACIÓN.

1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele que te ilumine.

CONSIDERACIONES.

1. Considera las gracias corporales que Dios te ha concedido: este cuerpo, estas facilidades para sustentarlo, esta salud, estas satisfacciones lícitas, estos amigos, estos auxilios. Mas considera esto, comparándote con tantas otras personas que valen más que tú, las cuales se ven privadas de estos beneficios: unas son contrahechas, otras mutiladas, otras caree-en de salud; otras son objeto de oprobios, de desprecios y de deshonra; otras están abatidas por la pobreza; y Dios no ha querido que tú fueses tan desgraciada.

  1. Considera los dones del espíritu: cuantas personas hay, en el mundo, imbéciles, furiosas, insensatas; ¿y por qué no eres tú una de tantas? Porque Dios te ha favorecido. ¡Cuántos han sido criados groseramente y’ en la mayor ignorancia, y la Providencia divina ha hecho que tú fueses educada con urbanidad y con decoro!
  1. Considera las gracias espirituales: ¡Oh Filotea!, tú eres hija de la Iglesia; Dios te ha enseñado a conocerle, desde tu juventud. ¿Cuántas veces te ha dado sus sacramentos? ¿Cuántas veces te ha ayudado, con inspiraciones, luces interiores y reprensiones, para tu enmienda? ¿Cuántas veces te ha perdonado tus faltas?

¿Cuántas veces te ha librado de las ocasiones de perderte, a que te habías expuesto? Y estos años pasados ¿no te han ofrecido una oportunidad y una facilidad para avanzar en el bien de tu alma? Examina en sus pormenores, cuán suave y generoso ha sido Dios contigo.

AFECTOS Y RESOLUCIONES.

1. Admira la bondad de Dios.¡ Oh! ¡qué bueno es Dios para conmigo! ¡Qué bueno es! y tu Corazón, ¡oh Señor!, ¡cuán rico es en misericordia y cuán generoso en bondad! Cantemos eternamente, ¡oh alma!, la multitud de mercedes que nos ha otorgado.

  1. Admira tu ingratitud. Mas, ¿quién soy yo, ¡oh Señor!, para que hayas pensado en mí? ¡Oh, cuán grande es mi indignidad! ¡Ah! yo he pisoteado tus beneficios, he deshonrado tus gracias, convirtiéndolas en objeto de abuso y de menosprecio de tu soberana bondad; he opuesto el abismo de mi ingratitud al abismo de tu gracia y de tu favor.
  1. Excítate a agrade cimiento. Arriba, pues ¡oh corazón mío! ; no quieras ser infiel, ingrato y desleal con este gran bienhechor. Y ¿cómo mi alma no estará, de hoy en adelante, sometida a Dios, que ha obrado, en mí y para mí, tantas gracias y tantas maravillas?
  1. ¡ Ah, por lo tanto, oh Filotea!, aparta tu corazón de tales y tales placeres; procura tenerlo sujeto al servicio de Dios, que tanto ha hecho por ti; dedica tu alma a conocerle y reconocerle más y más, practicando los ejercicios que para ello se requieren, y emplea cuidadosamente los auxilios que, para salvarte y amar a Dios, posee la Iglesia. Sí, frecuentaré la oración, los sacramentos; escucharé la divina palabra y pondré en práctica las inspiraciones y los consejos.

CONCLUSIÓN.

1. Da gracias a Dios por el conocimiento que te ha dado de tus deberes y por todos los beneficios que hasta ahora has recibido.

  1. Ofrécele tu corazón con todas tus resoluciones.

3. Pídele que te dé fuerzas, para practicarlas fielmente, por los méritos de la muerte de su Hijo: implora la intercesión de la Virgen y de los santos.

Meditación sobre el fin para el cual hemos sido creados

Texto tomado de

Introducción a la vida devota

San Francisco de Sales

Meditación 2ª : DEL FIN PARA EL CUAL HEMOS SIDO CREADOS

PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele que te ilumine.

CONSIDERACIONES.

1. Dios no te ha puesto en el mundo porque necesite de ti, pues le eres bien inútil, sino únicamente para ejercitar en ti su bondad, dándote su gracia y su gloria. Y, así, te ha dado la inteligencia para conocerle, la memoria para que te acuerdes de Él, la voluntad para amarle, la imaginación para representarte sus beneficios, los ojos para admirar las maravillas de sus obras, la lengua para alabarle, y así de las demás facultades.

  1. Habiendo sido creada y puesta en este mundo con este intento, todas las acciones que le sean contrarias han de ser rechazadas y evitadas, y las que en manera alguna sirvan para este fin, han de ser despreciadas como vanas y superfluas.
  1. Considera la desdicha del mundo, que no piensa en esto, sino que vive como si creyese que no ha sido creado para otra cosa que para edificar casas, plantar árboles, atesorar riquezas y bromear.

AFECTOS Y RESOLUCIONES.

1. Confúndete echando en cara a tu alma su miseria, la cual ha sido hasta ahora tan grande, que ni siquiera ha pensado en todo esto. ¡Ah!, dirás, ¿en qué pensaba, ¡oh Dios mío!, cuando no pensaba en Ti? ¿De qué me acordaba, cuando me olvidaba de Ti? ¿Qué amaba cuando no te amaba a Ti? ¡Ah! había de alimentarme de la verdad y me hartaba de vanidades, y era esclava del mundo, siendo así que ha sido hecho para servirme.

  1. Detesta la vida pasada. Pensamientos vanos, cavilaciones inútiles, renuncio a vosotros: recuerdos detestables y frívolos, os detesto-, amistades infieles y desleales, servicios perdidos y miserables, correspondencias ingratas, enfadosas complacencias, os desecho.
  1. Conviértete a Dios. Tú, Dios mío y Salvador mío, serás, en adelante, el único objeto de mis pensamientos; jamás aplicaré mi atención a pensamientos que te sean desagradables: mi memoria, durante todos los días de mi existencia, estará llena de la grandeza de tu bondad, tan dulcemente ejercida en mi vida; Tú serás las delicias de mi corazón y la suavidad de mis afectos.; ¡Ah, sí! ; aborreceré para siempre tales y tales bagatelas y diversiones a las cuales me entregaba, y a los ejercicios vanos, en los cuales empleaba mis días, y a tales afectos, que cautivaban mi corazón, y, para lograrlo, emplearé tales y tales remedios.

CONCLUSIÓN.

1. Da gracias a Dios que te ha creado para un fin tan excelente. Tú, Señor, me has hecho para Ti, para que goce eternamente de la inmensidad de tu gloria: ¿Cuándo llegaré a ser digna de ello y cuándo te bendeciré como es debido?

  1. Ofrecimiento. Te ofrezco, ¡oh mi amado Creador!, todos estos mismos afectos y resoluciones, con toda mi alma y con todo mi corazón.
  1. Pide. Te ruego, ¡oh Dios mío!, que te sean agradables mis anhelos y mis propósitos, y que concedas tu santa bendición a mi alma, para que pueda cumplirlos, por los méritos de la sangre de tu Hijo, derramada en la Cruz, etc.

Padrenuestro, etc.

Haz el ramillete de devoción.

“Introducción a la vida devota”: Primera parte de la introducción, cap.X

Meditación sobre la Creación

Texto tomado de

Introducción a la vida devota

San Francisco de Sales

Meditación 1ª : DE LA CREACIÓN

 

PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele que te ilumine.

CONSIDERACIONES. 1. Considera que sólo hace algunos años que no estabas en el mundo y que tu ser era una verdadera nada. ¿Dónde estábamos, ¡oh alma mía!, en aquel tiempo? El mundo era ya de larga duración, y de nosotros todavía no se tenía noticia.

  1. Dios te ha hecho salir de esta nada, para hacer de ti lo que eres, sin que te hubiese menester, únicamente por su bondad.
  2. Considera el ser que Dios te ha dado; el primer ser del mundo visible capaz de vivir eternamente y de unirse perfectamente a la divina Majestad.

AFECTOS Y RESOLUCIONES.

1. Humíllate profundamente delante de Dios y dile de corazón con el salmista: «¡Oh Señor!, soy una verdadera nada delante de Ti. Y, ¿ cómo te has acordado de mí para crearme?» ¡Ah!, alma mía, tú estabas sumida en el abismo de esta antigua nada, y todavía estarías allí, si Dios no te hubiese sacado de ella; y ¿qué harías en esta nada?

  1. Da las gracias a Dios. ¡Oh mi grande y buen Creador, cuánto te debo, pues me has sacado de la nada, para hacer de mí lo que soy por tu misericordia! ¿Qué podré hacer jamás para bendecir tu santo Nombre y agradecer tus inmensas bondades?
  1. Confúndete. Pero, ¡oh Creador mío!, en lugar de unirme a Ti por el amor y sirviéndote, me he rebelado con mis desordenadas aficiones y me he separado y alejado de Ti para juntarme con el pecado, dejando de honrar a tu bondad, como si no fueses mi Creador.
  1. Humíllate delante de Dios. «Has de saber, alma mía, que el Señor es tu Dios; Él es quien te ha hecho» y no tú. ¡Oh Dios mío!, soy obra de tus manos.
  1. No quiero, en adelante, complacerme más en mí misma, ya que, por mi parte, nada soy. ¿ De qué te glorias, ¡oh! polvo y ceniza? 0 mejor dicho, ¿de qué te ensalzas, ¡oh¡ verdadero nada? Para humillarme, quiero hacer tal o cual cosa, soportar este o aquel desprecio. Deseo cambiar de vida, seguir, en adelante, a mi Creador,y honrarme con la condición del ser que Él me ha dado, empleándola toda en obedecer a su voluntad, por los medios que me serán enseñados, acerca de los cuales preguntaré a mi padre espiritual.

CONCLUSIÓN.

1. Da gracias a Dios. «Bendice, ¡ oh alma mía!, a tu Dios y que todas mis entrañas alaben su santo Nombre», porque su bondad me ha sacado de la nada y su misericordia me ha creado.

  1. Hazle ofrenda. ¡Oh Dios mío!, te ofrezco el ser que me has dado, con todo mi corazón; te lo dedico y te lo consagro.
  1. Ruega. ¡Oh Dios mío!, robustéceme en estos afectos y en estas resoluciones; ¡oh Virgen Santísima!, recomiéndalas a la misericordia de tu Hijo, con todos aquellos por quienes tengo obligación de rogar, etc.

Padrenuestro, Avemaría.

Al salir de la oración, paseando un poco, haz un pequeño ramillete con las consideraciones que hubieres hecho, para olerlo durante todo el día.

“Introducción a la vida devota”: Primera parte de la introducción, cap.IX

Jesucristo sacramentado

La Eucaristía: fuente de vida cristiana

San Alberto Hurtado

 

Padre Hurtado, celebrando su primera santa Misa.

Fuente de vida cristiana. Ya que el cristianismo no es tanto una ética, como el protestantismo, ni una filosofía, ni una poesía, ni una tradición, ni una causa externa, sino la divinización de nuestra vida o, más bien, la transformación de nuestra vida en Cristo, para tener como suprema aspiración hacer lo que Cristo haría en mi lugar; esa es la esencia de nuestro cristianismo.

Y la esencia de nuestra piedad cristiana, lo más íntimo, lo más alto y lo más provechoso es la vida sacramental, ya que mediante estos signos exteriores, sensibles, Cristo no sólo nos significa, sino que nos comunica su gracia, su vida divina, nos transforma en Sí [mismo]. La gracia santificante y las virtudes concomitantes…

La gran obra de Cristo, que vino a realizar al descender a este mundo, fue la redención de la humanidad. Y esta redención en forma concreta se hizo mediante un sacrificio. Toda la vida del Cristo histórico es un sacrificio y una preparación a la culminación de ese sacrificio por su inmolación cruenta en el Calvario. Toda la vida del Cristo místico no puede ser otra que la del Cristo histórico y ha de tender también hacia el sacrificio, a renovar ese gran momento de la historia de la humanidad que fue la primera Misa, celebrada durante veinte horas, iniciada en el Cenáculo y culminada en el Calvario…

Ahora bien, la Eucaristía es la apropiación de ese momento, es el representar, renovar, hacernos nuestra la Víctima del Calvario, y el recibirla y unirnos a ella. Todas las más sublimes aspiraciones del hombre, todas ellas, se encuentran realizadas en la Eucaristía:

  1. La Felicidad: El hombre quiere la felicidad y la felicidad es la posesión de Dios. En la Eucaristía, Dios se nos da, sin reserva, sin medida; y al desaparecer los accidentes eucarísticos nos deja en el alma a la Trinidad Santa, premio prometido sólo a los que coman su Cuerpo y beban su Sangre (cf. Jn 6,48ss).
  2. Cambiarse en Dios: El hombre siempre ha aspirado a ser como Dios, a transformarse en Dios, la sublime aspiración que lo persigue desde el Paraíso. Y en la Eucaristía ese cambio se produce: el hombre se transforma en Dios, es asimilado por la divinidad que lo posee; puede con toda verdad decir como San Pablo: “ya no vivo yo, Cristo vive en mí” (Gal 2,20); y cuando el que viene a vivir en mí es de la fuerza y grandeza de Cristo, se comprende que es Él quien domina mi vida, en su realidad más íntima.
  3. Hacer cosas grandes: El hombre quiere hacer cosas grandes por la humanidad… por hacer estas cosas los hombres más grandes se han lanzado a toda clase de proezas, como las que hemos visto en esta misma guerra; pero, ¿dónde hará cosas más grandes que uniéndose a Cristo en la Eucaristía? Ofreciendo la Misa salva la raza y glorifica a Dios Padre en el acto más sublime que puede hacer el hombre: opone a todo el dique de pecados de los hombres, la sangre redentora de Cristo; ofrece por las culpas de la humanidad, no sacrificios de animales, sino la sangre misma de Cristo; une a su débil plegaria la plegaria omnipotente de Cristo, que prometió no dejar sin escuchar nuestras oraciones y ¡cuándo más las escuchará que cuando esa plegaria proceda del Cristo Víctima del Calvario, en el momento supremo de amor…! …

He aquí, pues, nuestra oración perfectísima. Nuestra unión perfectísima con la divinidad. La realización de nuestras más sublimes aspiraciones.

  1. Unión de caridad: En la Misa, también nuestra unión de caridad se realiza en el grado más íntimo. La plegaria de Cristo “Padre, que sean uno… que sean consumados en la unidad” (Jn 17,22-23), se realiza en el sacrificio eucarístico. Al unirnos con Cristo, a quien todos los hombres están unidos: los justos con unión actual; los otros, potencial.

 [Hacer de la Misa el centro de mi vida. Prepararme a ella con mi vida interior, mis sacrificios, que serán hostia de ofrecimiento; continuarla durante el día dejándome partir y dándome… en unión con Cristo.

¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!].

Después de la comunión, quedar fieles a la gran transformación que se ha apoderado de nosotros. Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo para nosotros y para los demás:

¡Eso es comulgar!

 

“Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”

Sobre la confesión de fe

de san Juan Bautista

P.  Agustín Prado, IVE.

Hoy me quisiera referir a una de las frases quizás más profundas que dijo ese hombre tan simple del desierto, pero el más grande nacido de mujer, como lo llamó el mismo Jesucristo[1]. Es la frase de San Juan Bautista que acabamos de escuchar en el Evangelio, quien al ver a nuestro Señor exclamó como profeta que era -y como el más grande de los profetas-, al ver a Jesús a quien todos veían como uno más de los hombres: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del  mundo”[2]. Frase profundísima en su significado, que tiene una significación en su primaras palabras dirigida directamente a Nuestro Señor y que hace a su esencia, a su misión en la tierra. Y en segundo lugar una aplicación y significación para cada uno de nosotros.

Jesucristo, el Cordero de Dios

Me refiero en primer lugar a las palabras y significación que se aplican directamente a nuestro Señor, es decir, a las palabras “Cordero de Dios”. Juan el Bautista está identificando a Cristo como Cordero, el cordero que el pueblo de Israel sacrificaba en expiación de sus pecados, víctima elegida por Dios para ser inmolada por nosotros. Cristo es el Cordero que vino al mundo nada más que para eso, para ser degollado por nosotros, para recuperar nuestra amistad con Dios; es la Víctima elegida para ser ofrecida en reparación por nosotros. Y podríamos detenernos horas sobre este tema, demostrando y explicando esta realidad tan profunda, pues son muchísimas las citas y las referencias que hay a lo largo de todas las Escrituras que hacen mención al Cordero de Dios, es decir, a Cristo entregado, a Cristo sacrificado, al Cordero clavado en cruz.

Pero las palabras que siguen inmediatamente son también de muchísimo valor y de un gran alcance. Dice en efecto el Bautista: “que quita el pecado del mundo”; lo cual es lo mismo que decir que “vence”, que “destruye” el pecado del mundo; y eso significa que Cristo con su Encarnación, su muerte en cruz y su Resurrección venció al pecado y al demonio, y con él a todas las tentaciones y tinieblas.

El que quita el pecado del mundo

 El Cordero de Dios con su muerte en Cruz destruyó el pecado. Y este hecho, esta verdad, nos toca a nosotros directamente, tiene una significación que tenemos que saber y vivir cotidianamente y es que, nosotros no podemos desesperar o temer el pecado como algo más fuerte y superior a nosotros, y pensar que somos incapaces de vencer al pecado y las tentaciones, Él ya las venció, Él ya mató el pecado por nosotros y con nosotros. Esta idea la expresa con una pluma exquisita el gran doctor san Juan de Ávila en uno de sus sermones:

“Pues ¿por qué desesperas, hombre, teniendo por remedio y por paga a Dios humanado, cuyo merecimiento es infinito? Y muriendo, mató nuestros pecados, mucho mejor que muriendo Sansón murieron los filisteos (como relata el libro de los jueces)[3]. Y aunque tantos hubiésedes hecho tú como el mismo demonio que te trae a desesperación, debes esforzarte en Cristo, Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo[4]; del cual estaba profetizado que había de arrojar todos nuestros pecados en el profundo del mar (como dice el profeta Miqueas)[5], y que había de ser ungido el Santo de los santos, y tener fin el pecado, y haber sempiterna justicia (como dice el profeta Daniel)[6]. Pues si los pecados están ahogados, quitados y muertos, ¿qué es la causa por que enemigos tan flacos y vencidos te vencen, y te hacen desesperar?[7].

Debemos esforzarnos en Cristo dice hermosamente el santo, y llama la atención que use el término “esforzarse”, verbo que viene del compuesto del latín, “ex” que significa hacia fuera o intensificación y “fortis” que significa fuerza, fuerte: “sacar fuerzas hacia fuera”; y que según la Real Academia Española tiene los siguientes otros significados[8]:

1º Como verbo activo transitivo: dar o comunicar fuerza o vigor.

2º Infundir ánimo o valor.

3º Como verbo neutro intransitivo: tomar ánimo.

4º Como verbo pronominal: Hacer esfuerzos física o moralmente con algún fin.

5º Asegurarse y confirmarse en una opinión.

Con lo cual está diciendo:

1º) Que Cristo nos da la fuerza y el vigor, que nuestra fuerza está en Cristo, en ese niño que el profeta Isaías llama el Dios Fuerte[9], Él es nuestra fuerza ante el pecado, ante las tentaciones, ante las dificultades de la vida cotidiana, de la vida religiosa, de la vida del monje y de la vida familiar de ustedes. Problemas y dificultades las hemos tenido, las tenemos y las tendremos siempre, pero Él es nuestra fuerza, nuestro vigor y con Él ya las hemos superado y las superaremos.

2º) En Cristo nos infundimos y en Él fundamos nuestro ánimo, nuestro valor.

3º) De Él tomamos ánimo y valor.

4º) Por Él y en Él debemos hacer todos nuestros esfuerzos físicos y morales.

5º) Y en Él, por último, nos aseguramos y confirmamos, Él es nuestra seguridad.

Todo lo cual no es no es otra cosa que estar íntimamente unidos a Cristo, estar en compañía de Cristo, en tenerlo por nuestro íntimo amigo.

Y entonces surge la pregunta naturalmente. ¿Cómo tenerlo a Cristo por amigo? ¿Quién es el que tiene a Cristo por íntimo amigo? Amigo es aquel que trata asiduamente con Él a lo largo de todo el día, principalmente en la oración, en la lectura de la Sagradas Escrituras y sobre todo en la Eucaristía, en la Santa Misa y en la Adoración del Santísimo Sacramento: ése es el que se esfuerza en Cristo. Es lo que había entendido perfectamente aquel gran español misionero en Alaska, gran hombre de Dios como lo han sido tantos otros de nuestra querida Madre España, me refiero al P. Segundo Llorente… en una carta a un tal Ceferino que decía: Serás infeliz y vivirás días aciagos y meses amargos y miserables si no tienes la dicha de intimar mucho con Jesucristo.

Para ti Jesucristo no es ni puede ser algo indiferente. Para ti tiene que ser la luz de tus ojos, el aliento que te sostiene, el motivo de tus obras, el Amigo con quien tienes que estar en comunicación constante, la piedra filosofal que te convierta en dulzuras todas las hieles inherentes a la vida en las lomas del Polo Norte.

Los esquimales miran al sagrario a bulto y no ven. 

Tú tienes que ver a Jesús allí presente, vivo, interesadísimo por ti, deseoso de hablarte al corazón y de aliviarte las penas, tan llenos de gracias sus brazos y manos que se le derraman y caen al suelo por no haber quien las reciba, tan agradecido porque te entregaste a él sin reserva, que cuando te lo dé a sentir te vas a quedar estupefacto[10].

Seguir de cerca a Cristo

Tenemos que decir entonces que el secreto para vencer el pecado, superar las tentaciones, sobrellevar las cruces de cada día, y superar los problemas de toda mi vida es absolutamente necesaria la cercanía de Cristo, es decir, el luchar en y con Cristo; con sus fuerzas, pues Él es el Cordero de Dios que quita, que mata, que destruye el pecado.

Resumiendo y en labios de San Juan de Ávila, tenemos que esforzarnos en Cristo, y en todo momento, todos los días de nuestra vida hasta el último minuto, y el modo por excelencia de unirse al Amigo, de intimidar con Él en lo más profundo, es uniéndonos a Él en los sufrimientos: muriendo con Cristo clavados en Cruz,  como lo dice hermosamente santa Teresa Benedicta de la Cruz:

“El Cordero tuvo que ser matado para ser elevado sobre el trono de la gloria, así el camino hacia la gloria conduce a todos los elegidos para «el banquete de bodas» a través del sufrimiento y de la cruz. El que quiera desposar al Cordero tiene que dejarse clavar con él en la cruz. Para esto están llamados todos los que están marcados con la sangre del Cordero (cf. Ex 12,7), y éstos son todos los bautizados. Pero no todos entienden esta llamada y la siguen”[11].

 Pidámosle a la Santísima Virgen María, que fue quien mejor supo – y de la manera más profunda e íntima-, tratar con su Hijo Jesucristo; y que se clavó en el alma en la cruz con su Hijo en el Gólgota, que nos enseñe, que nos guie y acompañe en nuestro intimar con Cristo en ese esforzarnos y unirnos a Él por medio de nuestros sufrimientos, por medio de la Cruz.

[1] Mateo 11,11.

[2] Juan 1,29.

[3] Jueces 16,30.

[4] Juan 1,29.

[5] Miqueas 7,19.

[6] Daniel 9,24.

[7] Juan de Ávila, Audi Filia: Ha quitado el pecado, ¿por qué te dejas vencer? Capítulo 19, in fine.

[8] Real Academia Española, significado de esforzar, esforzarse.

[9] Isaías 9,6.

[10] Segundo Llorente, En las lomas del Polo Norte, carta a un seminarista (Ceferino).

[11] Teresa Benedicta de la Cruz [Edith Stein], Obras Completas (14-09-1940): ¿Por qué eligió el Cordero como símbolo?

«El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29) Las Bodas del Cordero.

Voto de amar a Jesús

Tomado de

Dios y mi alma

San Rafael Arnáiz

 

San Rafael Arnáiz Barón

En la oración de esta mañana he hecho un voto. He hecho el voto de amar siempre a Jesús. Me he dado cuenta de mi vocación. No soy religioso…, no soy seglar…, no soy nada… Bendito Dios, no soy nada más que un alma enamorada de Cristo. Él no quiere más que mi amor, y lo quiere desprendido de todo y de todos. Virgen María, ayúdame a cumplir mi voto. Amar a Jesús, en todo, por todo y siempre… Sólo amor. Amor humilde, generoso, desprendido, mortificado, en silencio… Que mi vida no sea más que un acto de amor.

Bien veo que la voluntad de Dios, es que no haga los votos religiosos, ni seguir la Regla de san Benito. ¿He de querer yo lo que no quiere Dios? Jesús me manda una enfermedad incurable; es su voluntad que humille mi soberbia ante las miserias de mi carne. Dios me envía la enfermedad. ¿No he de amar todo lo que Jesús me envíe? Beso con inmenso cariño la mano bendita de Dios que da la salud cuando quiere, y la quita cuando le place.

Decía Job, que pues recibimos con alegría los bienes de Dios, ¿por qué no hemos de recibir así los males? ¿Mas acaso todo eso me impide amarle?… No…, con locura debo hacerlo.

Vida de amor, he aquí mi Regla…, mi voto… He aquí la única razón de vivir.

Empieza el año 1938. ¿Qué me prepara Dios en él? No lo sé… ¿Quizás no me importe?… Menos ofenderle me da lo mismo todo… Soy de Dios, que haga conmigo lo que quiera. Yo hoy le ofrezco un nuevo año, en el que no quiero que reine más que una vida de sacrificio, de abnegación, de desprendimiento, y guiada solamente por el amor a Jesús…, por un amor muy grande y muy puro.

Quisiera mi Señor, amarte como nadie. Quisiera pasar esta vida, tocando el suelo solamente con los pies. Sin detenerme a mirar tanta miseria, sin detenerme en ninguna criatura. Con el corazón abrasado en amor divino y mantenido de esperanza. Quisiera Señor, mirar solamente al cielo, donde Tú me esperas, donde está María, donde están los santos y los ángeles, bendiciéndote por una eternidad, y pasaron por el mundo solamente amando tu ley y observando tus divinos preceptos.

¡Ah!, Señor, cuánto quisiera amarte. ¡Ayúdame, Madre mía!.

He de amar la soledad, pues Dios en ella me pone.

He de obedecer a ciegas, pues Dios es el que me ordena.

He de mortificar continuamente mis sentidos.

He de tener paciencia en la vida de comunidad.

He de ejercitarme en la humildad.

He de hacer todo por Dios y por María.

San Rafael Arnáiz: “Dios y mi alma”, 1º de enero de 1938.

Orgullo, enemigo acérrimo de la humildad

Para examinarnos con sinceridad…

Mons. Fulton J. Sheen

 

El hombre puede creer que se eleva sobre sus semejantes y sentirse superior a ellos en dos formas: por su sabiduría o por su poder, es decir, alabándose de lo que conoce, o usando dinero e influencia para alcanzar la supremacía. Tales formas de conducta siempre nacen del orgullo.

El orgullo de la primera clase, que es el orgullo intelectual, cambia de expresión según la moda de la época. En ciertos períodos de la Historia (cuando los ídolos públicos eran los hombres cultos y estimados por su intelectualidad) los soberbios pretendían poseer vastos conocimientos que realmente no eran suyos. Eran comunes los defraudadores intelectuales. Los que siempre desean parecer más que ser, pueden ser aplaudidos en su tiempo, fingiendo una intelectualidad que no les corresponde.

Esos defraudadores intelectuales son menos comunes hoy, porque nuestra sociedad no recompensa a los cultos con suficiente publicidad ni esplendor. Por ello, los mentecatos imitadores no ganan nada con fingirse intelectuales. Quedan trazas de esos elementos antiguos en ciertos círculos intelectuales donde se pregunta si uno ha leído tal libro o tal otro como prueba de si uno está culturalmente bien situado.

Hoy la forma más común del orgullo intelectual es negativa. El orgulloso no se exalta a sí mismo, pero procura humillar a los otros y así cumple al fin el mismo objetivo, que es el de encontrarse superior a sus compañeros. El cínico y el burlón constituyen ejemplos comunes del orgullo moderno. No fingen compartir la sabiduría de los cultos y se limitan a decirnos que lo que los sabios saben es falso, que las grandes disciplinas de la mente son un compuesto de absurdos pasados de moda, y que nada vale aprenderse porque todo es anticuado. El ignorante, al jactarse de su ignorancia, procura hacerse pasar por superior a los que saben más que él y da por hecho que conoce lo que ellos no, añadiendo que el estudio sólo sirve para perder el tiempo.

El ególatra de este tipo, que desprecia la ajena sabiduría, incurre en tanta culpa de orgullo como el seudo-intelectual a la antigua, que fingía una sabiduría que no se ha molestado en adquirir.

Los dos errores, el viejo y el nuevo, serían más raros si la educación insistiera más, que lo hace, en la receptividad. El niño se humilla ante los hechos y se sume en admiración de lo que ve. El maduro, muy a menudo, pregunta acerca de todo: «¿usaré esto para extender mi ego, para distinguirme entre todos y para hacer que la gente me admire más? » La ambición de usar el conocimiento para nuestros fines egoístas elimina la humildad necesaria en nosotros antes de aprender nada.

La soberbia intelectual destruye nuestra cultura y coloca una nube de egolatría ante nuestros ojos, lo que nos impide gozar de la vida que nos rodea. Cuando estamos ocupados en nosotros mismos no prestamos plena atención a las cosas o personas que cruzan nuestro camino, por lo cual no conseguimos en ninguna experiencia el regocijo que os pudiera dar. El niño pequeño sabe que lo es y acepta el hecho sin fingir ser grande, por lo que su mundo es un mundo de maravilla. Para todo chiquillo pequeño, su padre es un gigante.

La capacidad de maravillarse ha sido extinguida en muchas universidades. El hombre empieza interesándose en si es el primero o el último de la clase, o en si figura entre los medianos y pretende elevarse o no. Ese interés en si propio y en la calibración moral que tiene, envenena la vida de los orgullosos, porque pensar demasiado en uno mismo es siempre una forma de la soberbia.

El deseo de aprender, de cambiar y de crecer es una cualidad propia de quien se olvida a sí mismo y es realmente humilde.

El orgullo y el exhibicionismo nos imposibilitan el aprender, y hasta nos impiden enseñar lo que sabemos. Sólo el ánimo que se humilla ante la verdad desea transmitir su sabiduría a otras mentalidades. El mundo nunca ha conocido educador más humilde que Dios mismo, que enseñaba con parábolas sencillas y ejemplos comunes que se referían a ovejas, cabras y lirios del campo, sin olvidar los remiendos de las ropas gastadas, ni el vino de las botas nuevas.

El orgullo es como un perro guardián de la mente, que aleja la prudencia y la alegría de la vida. El orgullo puede reducir todo el vasto universo a la dimensión de un solo yo restringido a sí mismo y que no desea expandirse.

Fulton J. Sheen, Paz interior,

Ed. Planeta, Madrid, 1966, cap. 18, pp. 113-115

El espíritu de la Resurrección

El espíritu de la Resurrección

San Alberto Hurtado

Los peces del océano viven en agua salada y a pesar del medio salado, tenemos que echarles sal cuando los comemos: se conservan insípidos, sosos. Así podemos vivir en la alegría de la resurrección sin empaparnos de ella: sosos. Debemos empaparnos, pues, en la resurrección. El mensaje de la resurrección es alentador, porque es el triunfo completo de la bondad de Cristo. Para comprender el papel de un elemento supongamos que eso falta (para saber lo que es el sol, supongamos que no existe: frío y muerte). ¿Qué sería nuestra Iglesia si no hubiera Resurrección? Si terminara el mensaje en el Viernes Santo: Siempre de luto, ¡¡y la duda y el temor del futuro !! Y todos en penitencia desesperante. He conocido un buen padre de familia que tuvo una tristeza horrible y se acabó ese hombre. Tuvo un niño de seis años, rompió la loza, el padre lo castigó y lo mandó a su cama sin un beso… Esa noche murió solo. ¡¡Si hubiera sabido que era su última hora!! Se fue a la eternidad con la tristeza de ese recuerdo. Ahora suponga que Nuestro Señor muere, grita, desaparece… ¡qué triste habría sido! Pero volvió después de su muerte, ¿para decir qué? Que en el Corazón divino no había ningún rencor. ¡Que no había venganza! Que podíamos cooperar con Él. Porque conocemos bien este misterio, no lo apreciamos bastante. No hay que desesperar: los lazos entre el Salvador y los hombres no han sido rotos. Por eso, se presenta tan luego a Pedro, no para decirle que obró mal, sino para decirle que sigue siendo Jefe del Colegio Apostólico y piedra angular de la Iglesia, porque mi muerte es muerte de redención. Éste es su alcance esencial y debe producir la gratitud de mi alma. Es la víctima que vuelve y su primera palabra: “No teman” (Mt 28,10). “Te damos gracias por tu inmensa gloria”, es la resurrección.

Nuestro Señor acabó su papel mortal. ¿Se interesa todavía a la tierra? Cristo que se aparece con frecuencia, y dice: Todo mi interés está en la tierra. Hilvanemos un poco de teología en torno a la esperanza de Nuestro Señor. ¿Tuvo Nuestro Señor las virtudes teologales? Unánimes: tuvo la caridad perfecta en tierra y en el cielo. La fe, unánimes en que no, porque tenía más, la visión beatífica. ¿Y la esperanza? Se dividen: unos que no, porque no puede esperar lo que ya tiene en la tierra y en el cielo: la visión beatífica; otros afirman que en su vida mortal tuvo la verdadera esperanza, y que hoy en el cielo la tiene. El objeto de la esperanza no es como lo dice, sin probarlo, San Agustín: la salvación eterna del hombre que espera, sino la salvación eterna de todos los que son capaces de conseguirla (yo espero el cielo para mí y también para los demás, para todos nosotros, el cielo y las gracias necesarias, virtud social espléndida). San Agustín: sólo para mí espero; Santo Tomás, dijo: es verdad lo de San Agustín, pero nuestros amigos, de un cierto modo, somos nosotros mismos, como lo dijo Aristóteles: puedo esperar por los que son yo, (y en la doctrina del Cuerpo Místico esta doctrina cobra mayor luz: el gran “Yo”). Luego, si el objeto de la esperanza es la salvación de todos los que son capaces, Nuestro Señor esperó y sigue esperando por todos los que son capaces de esperar. El cielo es una gran esperanza hasta el último juicio (la gran fiesta todavía no ha comenzado; están afinando los instrumentos).

Nuestro Señor después de la Resurrección no se contentó con gozar su felicidad. Como la alegría del profesor es la ciencia de sus alumnos… su esperanza no es completa hasta que todos aprenden; como el Capitán del buque no tiene su esperanza completa hasta que se salva el último… ¡Sería pésimo si se contentara con su propia salvación! Todo el cielo es la gran esperanza vuelta hacia la tierra. San Ignacio tiene gran esperanza en nosotros y no la colmará sino cuando haya entrado el último jesuita. La esperanza es el lazo que une el cielo y la tierra. No nos imaginemos el cielo con sillones tranquilos. San Pedro está mirando el Vaticano todo el día. La tierra es el periódico del cielo. Por eso podemos gritar: ¡Eh, sálvanos que perecemos! Acuérdate que es tu obra la que arde. ¡Eh santos, miren su obra! ¡Recen por nosotros! ¡La Iglesia lo hace en forma imperativa! Es como en una operación que comienza un cirujano, y se va: caso de apuro, el otro lo llama, es la misma operación. “También tengo otras ovejas, que no son de este redil… y habrá un solo rebaño, un solo pastor” (Jn 10,16). El Señor espera traerlas al redil. La posesión es la que acaba la esperanza: la posesión de todos nosotros. Cuando uno se sienta a orilla de un mar de marea poderosa, por ejemplo en Jersey: en el momento de la marea en equilibrio, se puede reconocer la primera ola de la marea entrante… ¡hay que huir porque la marea allí va a la velocidad de un caballo al galope! Tres horas después, ¡toda la playa cubierta! Esa marea, esos millones de gotas, ¿por qué? Porque la luna ha pasado. En todo el mundo espiritual están los hombres que hacen actos buenos, buenos deseos… Centro de su unidad, la esperanza infalible de Cristo, de allí vienen las gracias para que todo el mundo sea conforme a la Resurrección del Señor. Esta visión proporciona una gran alegría, una necesidad de trabajar. ¿Qué voy a hacer cada día?, cumplir la esperanza de Cristo. El cielo todavía no está acabado: falta la Iglesia militante. Y cuando llega un pobre hombre cubierto del polvo de la tierra, ¡la alegría que habrá en el cielo! El Señor lo dice: habrá más alegría en el cielo… (Lc 15,7). Allí ya no hay posibilidad de batalla… ¡No se trata solamente de limpiarse, sino que hay que ensanchar este horizonte a las dimensiones de Cristo! ¡Todo el cielo interesándose por la tierra! Y por eso Nuestro Señor se aparece a su Madre… Se interesa a todo, hasta en la pesca de sus apóstoles; en lo que comen ellos: ¿Os queda algo de comer? Comió y distribuyó los pedazos (cf. Jn 21,1-14). Para mostrarnos que más que su felicidad eterna, le interesa su obra en la tierra. ¡La comunidad de la Iglesia triunfante y militante es la razón de nuestros esfuerzos! ¡Comunidad de deseos, de anhelos y de esperanza!

Resurrección

No todo es Viernes Santo. ¡Resucitó Cristo, mi esperanza! “Yo soy la Resurrección” (Jn 11,25). Está el Domingo, y esta idea nos ha de dominar. En medio de dolores y pruebas… optimismo, confianza y alegría. Siempre alegres: Porque Cristo resucitó venciendo la muerte y está sentado a la diestra del Padre. Y es Cristo, mi bien, el que resucitó. Él, mi Padre, mi Amigo, ya no muere. ¡Qué gloria! Así también resucitaré “en Cristo Jesús” he resucitado glorioso, en Él he tomado posesión… y tras estos días de nubarrones veré a Cristo. Porque cada día que paso estoy más cerca de Cristo. Las canas… El cielo está muy cerca (al otro lado de la muralla que es el cuerpo). Cuando esté débil lazo se acabe de romper… “deseo morir y estar con Cristo” (Flp 1,23). Porque Cristo nos consuela: las apariciones… Y así siempre. El pan milagro después de 20 siglos. La paz del alma cristiana. Nuestros Padres en España. Padre Hummelauer: Reboso de alegría. Porque Cristo triunfó y la Iglesia triunfará. La loza, los guardias, creyeron haberlo pisoteado. ¡Las catacumbas! Juliano. En Francia, Alemania, ¡cuándo ha habido un grupo más ferviente! Así sucederá también con nuestra obra cristiana. ¡Triunfará! No son los mayores apóstoles los de más fachada; ni los mejores éxitos los de más apariencia. En la acción cristiana hay ¡el éxito de los fracasos! ¡Los triunfos tardíos! ¡Cuantos fracasan en Cristo! Judas; el joven de la vocación; el anuncio de la Eucaristía; sus leprosos, nadie vino a darle las gracias, los paralíticos. Para que se levante una pared, hay que hundir mucho los cimientos… toneladas de cimiento. ¡Las almas son tan movedizas! ¡Cuánta generosidad oculta hay que modelarle para que lleguen a sostenerse! Pero un día, a la hora señalada por la Providencia, se levanta una basílica. ¡Cuántos siglos para levantar una catedral! El que pone la primera piedra, rara vez la ve terminada. En el mundo de lo invisible, lo que en apariencia no sirve, es lo que sirve más. Un fracaso completo aceptado de buen grado, más éxito sobrenatural que todos los triunfos. Sembrar sin preocuparse de lo que saldrá. No cansarse de sembrar. Dar gracias a Dios de los frutos apostólicos de mis fracasos. Cuando Cristo habló al joven, fracasó, pero, cuántos han escuchado la lección; y ante la Eucaristía, huyeron, pero ¡cuántos han venido después!. ¡Trabajarás!, tu celo parecerá muerto, pero ¡cuántos vivirán gracias a ti!

“Un disparo a la eternidad”Universidad Católica de Chile, Chile 2005 , pp. 315-319)