El cántico de la Virgen
( “Alaba mi alma la grandeza del Señor”)
P. Gustavo Pascual, IVE.
El Magnificat es un canto de inspiración personal cantado por la Santísima Virgen en la visita a su prima Isabel. En su composición se incluyen pasajes del Antiguo Testamento: del primer libro de Samuel, de Isaías, de los Salmos, del Génesis, lo cual nos revela el gran conocimiento que la Santísima Virgen tenía de las Sagradas Escrituras y la fidelidad de la transmisión oral en el Pueblo de Israel.
María profetiza en el Magnificat el honor y el amor que le tendrán todos los hombres hasta el fin del mundo. “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”[2].
El cántico tiene como dos partes:
- Una que exalta a los humildes.
- Otra que resalta la fidelidad de Dios a la promesa hecha al patriarca Abraham[3].
Dice Juan Pablo II sobre este cántico que es “como el testamento espiritual de la Virgen Madre”[4].
+ Magnificat anima mea Dominum
María quiere que cada uno de nosotros alabe a Dios por las gracias que nos da.
“Sin duda que sólo aquel en quién el Poderoso hace obras grandes sabrá proclamar dignamente la grandeza del Señor y podrá exhortar a los que como él se sienten enriquecidos por Dios, diciendo: proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Pues el que no proclama la grandeza del Señor, sabiendo que es infinito, y no bendice su nombre será el último en el reino de los cielos” (San Beda el Venerable)[5].
Resuena la glorificación de Dios a lo largo del cántico:
Dios mi salvador (v.47)
El Poderoso ha hecho obras grandes en mi (v.49a)
Santo es su nombre (v. 49b)
Misericordioso de generación en generación (v.50)
Derriba a los poderosos y enaltece a los humildes (v.52)
El que acogió a Israel su pueblo (v.54)
Su fidelidad a favor de Abraham y su descendencia (v.55)
+ Magnificat anima mea Dominum
Exclamación que brota de la fe. Isabel termina su diálogo felicitando a María por su fe “feliz la que ha creído”[6]. Y la respuesta de fe de María es el Magnificat.
El Catecismo de la Iglesia Católica pone como modelo de fe para los cristianos a María y a Abraham[7]. Ambos tienen una fe humilde, ambos una fe confiada. La fe del verdadero hombre religioso. Por eso ambos son ejemplos para todo hombre que quiera ser verdaderamente religioso.
Ambos se ligan a Dios por un abandono total. Dios hace obras grandes en ambos, a Abraham lo hace padre del pueblo elegido y a María Madre de Dios.
+ Magnificat anima mea Dominum
María exalta la grandeza de Dios y la humildad del instrumento humilde por el cual Dios se forma el nuevo Israel que es la Iglesia.
María exalta la grandeza de Dios que cumplió misericordiosamente la promesa hecha a Abraham instrumento humilde por el cual formó el Israel carnal, el pueblo escogido de entre todos los pueblos.
+ Magnificat anima mea Dominum
El verdadero religioso glorifica a Dios con sus palabras y con su vida porque sabe que lo grande en él es obra de Dios. Lo reconoce por la fe y apoya su fe en la humildad.
+ Magnificat anima mea Dominum
La fe de María y la de Abraham en la entrega de sendos hijos.
En uno, Abraham, el hijo no muere y en él está contenido el pueblo de Dios según la carne.
María ve morir a su Hijo. Pero en la Pascua de Cristo está contenido el nuevo pueblo de Israel según el Espíritu.
+ Magnificat anima mea Dominum
Nosotros glorificando a Dios no aumentamos su gloria (dice San Ambrosio)[8] sino que aumentamos la imagen de El en nosotros.
El fin de nuestra vida, nuestra plenificación, está en glorificar a Dios. El cielo es glorificar a Dios eternamente y llegar a la plenitud de su imagen, como San Abraham, como la Santísima Virgen María.
Es la fe la que nos hace decir Magnificat anima mea Dominum, es la fe la que nos hace verdaderos religiosos porque “el justo vive de la fe”[9].
* * *
Críticas al Magnificat
¿Qué cristiano no sabe que el Magnificat es un canto de María? ¿Quién puede dudar que esas palabras, dulces como la miel, hayan brotado de nuestra querida Madre?
Sin embargo, en estos tiempos muchos osan decir que el Magnificat no lo pronunció María sino que la Iglesia primitiva juntó varios pasajes del Antiguo Testamento, los armó bien bonito y los puso en boca de María.
Ciertamente que el Magnificat tiene pasajes del Antiguo Testamento:
Pero ¿esto prueba la tesis de los críticos modernos? No. Por el contrario, debemos sostener que los relatos evangélicos son fidedignos y documentos auténticamente históricos.
Además, el uso de María de los cánticos antiguos nos muestra el conocimiento que tenía de las Sagradas Escrituras.
María fue inspirada por Dios al cantar el Magnificat.
El cántico
+ Gozo de María y bendición que hace al Señor.
El gozo de María surge por la dignidad a que ha sido llamada, dignidad excelsa: ser la Madre de Dios.
Este título es el principal y más excelso de María. De este dependen los demás.
María es “llena de gracia” en vista a su misión especial.
María es Reina por ser la Madre del Rey de reyes.
María es Corredentora por haber sido incluida en un orden superior al nuestro, el orden hipostático.
María es Virgen Perpetua porque así convenía a su dignidad.
María es Inmaculada en su concepción porque fue redimida anticipadamente por su divino Hijo.
La razón de su exaltación ella misma la dice “ha mirado la humildad de su esclava”, porque el corazón humilde no confía en sus fuerzas ni en cómo se realizarán las cosas que Dios propone sino que el corazón humilde pone toda su confianza en Dios. María no pretendía ser la Madre de Dios y por eso hizo voto de virginidad, pero Dios por su humildad la eligió por Madre.
+ La profecía de María.
María recibe de Dios la gracia de profecía.
Dice: “desde ahora me felicitarán todas las generaciones” profecía que se ha cumplido con toda exactitud a través de los siglos y se cumplirá hasta el fin del mundo.
+ Descripción de la acción de Dios para con los hombres y cumplimiento de las profecías.
- Santidad de Dios “su nombre es santo”[13].
- La misericordia[14].
- Su predilección por los humildes[15].
- Su amor a los más necesitados y la referencia implícita a la riqueza de los tiempos mesiánicos[16].
- La fidelidad de Dios a sus promesas[17].
[1] “Alaba mi alma la grandeza del Señor” (Jsalén.).
[2] v. 48
[3] Jsalén.
[4] Juan Pablo II, Homilía en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, 15 de Agosto de 1999. http://www.mariologia.org/dogmasmarianosasuncion004.htm
[5] Cf. Sobre el Evangelio de San Lucas, Oficio de Lectura del miércoles 23 de diciembre del Tiempo de Adviento, segunda lectura.
[6] Lc 1, 45
[7] Cf. Cat. Ig. Cat., 145-149
[8] Cf. Oficio de Lectura del martes 21 de diciembre del Tiempo de Adviento, segunda lectura.
[9] Cf. Rm 1, 17; Hb 10, 38
[10] Cf. 1 Sam 2, 1-10
[11] Cf. 89, 11; 98, 3; 103, 17; 107, 9
[12] Cf. 41, 8-9
[13] Lc 1, 49
[14] Lc 1, 50
[15] Lc 1, 51-52
[16] Lc 1, 53
[17] Lc 1, 54 ss.
1. Dios ha querido, en su designio salvífico, que el Hijo unigénito naciera de una Virgen. Esta decisión divina implica una profunda relación entre la virginidad de María y la encarnación del Verbo. «La mirada de la fe, unida al conjunto de la revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 502).
Al ángel, que le anuncia la concepción y el nacimiento de Jesús, María le dirige una pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34). Esa pregunta resulta, por lo menos, sorprendente si recordamos los relatos bíblicos que refieren el anuncio de un nacimiento extraordinario a una mujer estéril. En esos casos se trata de mujeres casadas, naturalmente estériles, a las que Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal normal (cf. 1 S 1,19-20), como respuesta a oraciones conmovedoras (cf. Gn 15,2; 30,22-23; 1 S 1,10; Lc 1,13).
Isabel felicita a María por su fe. Su fe es la llave para entrar en el misterio de Dios. Dicen los Santos Padres que María concibió al Verbo primero en su inteligencia por la fe y luego en su seno.
En la constitución Lumen gentium, el Concilio afirma que «los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos los santos, conviene también que veneren la memoria “ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor”» (n. 52). La constitución conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa, destacando así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María está presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos.
La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de María una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio de los evangelios de san Lucas, san Marcos y, probablemente, también san Juan.
En la exhortación apostólica Marialis cultus el siervo de Dios Pablo VI, de venerada memoria, presenta a la Virgen como modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto. Esta afirmación constituye casi un corolario de la verdad que indica en María el paradigma del pueblo de Dios en el camino de la santidad: «La ejemplaridad de la santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, esto es, de aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre eterno» (n. 16).
1. En la carta a los Efesios san Pablo explica la relación esponsal que existe entre Cristo y la Iglesia con las siguientes palabras: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5,25-27).
1. La Iglesia es madre y virgen. El Concilio, después de afirmar que es madre, siguiendo el modelo de María, le atribuye el título de virgen, y explica su significado: «También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo, e imitando a la Madre de su Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y la caridad sincera» (Lumen gentium, 64).