La segunda palabra

Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso

Lc 23,43

 

 No es difícil notar, una vez más, la inmensa desproporción entre lo que Jesucristo nos pide y lo que nos ofrece: el buen ladrón, reconociendo su culpa y el señorío de Jesús, le pide simplemente “que lo recuerde” y Él, el mesías siempre misericordioso, le ofrece “desproporcionalmente” el paraíso; ¡bendita desproporción la que a todos se nos ofrece!, ¡renunciar al pecado en esta corta vida a cambio de una gloria que no se acabará jamás!

La actitud de “Dimas” (según nos cuenta la tradición), es una actitud completamente humilde y como Dios “enaltece a los humildes[1]  fue así que el Hijo de Dios quiso elevar al ladrón arrepentido desde la cruz, junto consigo, al paraíso. No pide ser desclavado como sí lo hacía el otro ladrón en medio de insolencias y blasfemias; no pedía que se aliviasen sus dolores y ni siquiera pedía la muerte para que éstos se terminaran: ¡Oh alma que te dejaste cautivar por el Cordero sufriente!, ¡oh pecador arrepentido que te convertiste en ejemplo de conversión y santa resignación!, aseguras merecer “justamente” tu condena  y defiendes la causa de Jesús[2]; reprochas al impío buscando la compunción de su corazón y le pides a Aquel que vendrá con su reino, simplemente, que se acuerde de ti[3]… y es mucho más lo que consigues.

Jesús está sufriendo como nadie: sostiene su cuerpo llagado y destruido tan sólo con los tres inamovibles clavos; casi no puede respirar; escucha las burlas, los insultos, blasfemias, y como si esto no bastara su alma triste hasta la muerte[4] soporta, además, todos los pecados de todos los hombres y de todos  los tiempos. Es en medio de este aberrante tormento que, entre indecibles dolores se levanta, mira con ternura, y con las pocas fuerzas que le van quedando se dirige a este ladrón de su costado para prometerle Él mismo, puerta y llave divina, que “ese mismo día” estarán juntos en el paraíso[5]: Dios misericordioso y pecador arrepentido, porque Dios también se deja conmover de la humildad y fue ésta la que juntamente con la fe del buen ladrón le concedieron “arrebatar el cielo” a un Dios tan bueno que ha enviado a su propio Hijo a ofrecerlo a todos aquellos que quieran aceptarlo. Jesucristo siempre es un desproporcionado con nosotros: desproporción fue elegir a un pobre pescador, sabiendo que lo negaría[6], como administrador de la inefable riqueza del perdón divino y convertirlo en su vicario; desproporción fue renunciar a la defensa de la corte celestial para dejarse clavar por los hombres[7]; desproporción fue hacerse un simple carpintero siendo el Rey de los cielos[8];  desproporción fue venir Él mismo a buscar a quienes rechazaron a Dios… desproporción, así la llamamos nosotros mientras que los ángeles y los santos en el cielo lo llaman amor, amor divino.

La promesa que Jesucristo hiciera a san Dimas hace casi 2000 años sigue “latiendo” en el divino corazón; promesa que trasciende el tiempo mismo para penetrar en la eternidad; promesa que se nos repite “a todos los Dimas”, es decir, a todos aquellos que hemos ofendido a Dios con nuestros pecados; promesa que se cumplirá fielmente en todos aquellos que, reconociendo su maldad y la bondad y realeza de Jesucristo, depositen tan sólo en Él su esperanza. Dimas se convirtió en “san Dimas”, sencillamente por haber confiado en Dios.

Oración: Señor Jesús, que prometes el paraíso al pecador arrepentido, concédeme por favor un corazón compungido y confiado inquebrantablemente  en tu misericordia infinita. Que no me deje abatir por mis miserias sino más bien que de ellas aprenda constantemente a levantarme con tu gracia redentora.

Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén. .

P. Jason Jorquera M.

 

«Al buen ladrón»

 

     Ya de la vida en la región postrera,

que de la muerte en los umbrales toca,

por Dios y Rey el un ladrón le invoca,

cuando atrevido el otro le blasfema.

 

     Cuando le ultraja la importuna tema

de aquella sinagoga ciega y loca,

halló un perdón, en la sedienta boca,

y un reino en el rigor de la diadema.

 

     Ninguno al fin de la jornada espere

ni después que un trofeo tan propicio

a las puertas de Dios pintado viere;

 

     que el Autor deste eterno beneficio

muestra que puede hacer otro si quiere,

reservando la seña del oficio.

Del Príncipe de Esquilache.

 

[1] Cf. Lc 1,52; Stgo 4,6; 1Pe 5,5

[2] Lc 23,41  “Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.”

[3] Lc 23,42  Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.”

[4] Cf. Mc 14,34  Y les dice: “Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad.”

[5] Lc 23,43  Jesús le dijo: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

[6] Cf. Mt 26,75  Y Pedro se acordó de aquello que le había dicho Jesús: “Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.” Y, saliendo fuera, lloró amargamente.

[7] Cf. Mt 26,53  ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?

[8] Cf. Mt 13,55  ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?

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