La tercera palabra

Mujer, ahí tienes a tu hijo…

ahí tienes a tu madre

Jn 19, 26-27

 

 Si mal no recuerdo, es Mons. Fulton Sheen quien dice que “Jesús, cuando ya no le quedaba nada más para darnos, nos dio a María, su Madre”. Jesucristo ya nos había dado sus deseos, puesto que deseaba “ardientemente”[1] comer la pascua y convertirse Él mismo en nuestra pascua; ya nos había dado su amor firmado con tres clavos; ya nos daba su vida terrena que estaba a punto de extinguirse; nos había dado sus palabras de vida eterna[2]; sus milagros[3] para confirmar su misión, su ejemplo para que sigamos sus huellas[4]; su cansancio, sus fatigas y trabajos e inclusive su propia sangre y su perdón: ¿qué más podía darnos este divino sufriente?, pues una sola cosa le quedaba, y lícitamente, pero hasta de ello quiso desprenderse y dárnoslo como cosa propia; es así que nos quiso regalar a su propia madre como Madre Nuestra: ¡oh santísima ofrenda!; cuando todas las mujeres de Israel soñaban con dar a luz al mesías anunciado[5] la Virgen María, en cambio,  acepta tiernamente desprenderse de su amado Hijo y hacerse madre de la humanidad entera redimida por Él, haciéndose así corredentora en esta noble empresa. ¡Oh bendito dechado del amor!, ¡desprendido hasta de aquella que fielmente te acompañó desde que entraste en este mundo hasta que “saliste” de Él!… aunque para regresar para siempre.

Qué doloroso y amante desprendimiento el de Jesucristo, impronta del amor más puro, pues todo verdadero amor implica renuncia y Cristo mismo quiso asumir esta renuncia inclusive hasta regalarnos a María… y el fruto de este amor del Hijo de Dios es que propiamente no pierde a su Madre sino que la llena de Hijos extendiendo su tierna maternidad a toda la creación.

Ahí tienes a tu Madre”, ¿qué me dicen estas palabras?: que el Hijo eterno del Padre, desde toda la eternidad, se eligió para sí a la creatura más perfecta de todas, la más humilde y santa de las mujeres y la hizo su Madre, pero como su bondad divina nunca se conforma con dar mucho nos lo dio todo y es así que quiso hacernos hijos también de esta Virgen Inmaculada, por la cual ha venido la salvación del mundo; también dicen que es imposible que el hombre esté huérfano en esta tierra pues tiene una buena Madre que lo acompaña siempre en su peregrinar hacia la eternidad; que quien desespera lo hace por no ir a abrazar a la Madre del cielo que al igual que su Hijo espera pacientemente a sus “hijos pródigos”[6] con los brazos abiertos para presentarlos ante el Padre eterno; que desde aquel momento se han creado lazos imborrables entre María santísima y cada uno de sus hijos, pero con una relación de maternidad y filiación del todo particular: María entra así a formar parte integral y fundamental en la vida espiritual del creyente puesto que Jesucristo nos vino por María y es por ella también que nosotros debemos ir a su Hijo.

María santísima nos fue dada por Madre, y nosotros le fuimos dados por hijos: ¿cómo no querer ser cada día menos indignos de tan pura Madre celestial? A María se la debe acoger tierna y filialmente en la morada del alma, como la gracia, pues es la llena de gracia[7] y, por lo tanto, le corresponde reinar junto con su Hijo en los corazones de los hombres.

Oración: oh María santísima, Madre de los dolores, Señora de los cielos y Reina de las almas, recibe sobre tus tiernos brazos a este pobre hijo tuyo pecador que, arrepentido de sus muchos pecados, se abandona a tu siempre maternal protección suplicando a tu purísimo corazón que lo conduzca siempre por los caminos del Padre. Virgen santísima, por la sangre de tu Hijo que tomó de tus entrañas para convertirse en el garante de mi alma, te suplico que “jamás me dejes, ni me dejes que te deje”. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

P. Jason Jorquera M.

 

Sobre estas palabras que dijo Jesucristo en la cruz: «Mulier, ecce filius tuus, ecce mater tua»

     Mujer llama a su Madre cuando expira,

porque el nombre de Madre  regalado

no le añada un puñal viendo clavado

a su Hijo y de Dios por quien suspira.

     Crucificado en sus tormentos mira

su primo, a quien llamó siempre el Amado,

y el nombre de su Madre, que ha guardado,

se le dice con voz que el cielo admira.

     Eva, siendo mujer que no había sido

madre, su muerte ocasionó en pecado,

y en el árbol el leño a que está asido.

     Y porque la mujer ha restaurado

lo que sólo mujer había perdido,

mujer la llama y Madre la ha prestado.

De Quevedo.

 

12 Cf. Lc 12,15

[2] Jn 6,68  Le respondió Simón Pedro:Señor,  ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras  de vida eterna”.

[3] Cf. Mt 13,54; Mt 13,58; Mt 21,15; Mc 6,2; etc.

[4] 1Pe 2,21  Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas.

[5] Is 7,14  Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está en cinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.

[6] Cf. Lc 15, 11-32, Parábola del “hijo pródigo”.

[7] Cf. Lc 1,28

Un comentario sobre “La tercera palabra”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *