Nuestra Señora de Fátima
Homilía de san Juan Pablo II
BEATIFICACIÓN DE LOS VENERABLES
JACINTA Y FRANCISCO, PASTORCILLOS DE FÁTIMA
“Yo te bendigo, Padre, (…) porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11, 25). Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del Padre celestial; sabe que nadie puede ir a él si el Padre no lo atrae (cf. Jn 6, 44), por eso alaba este designio y lo acepta filialmente: “Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11, 26). Has querido abrir el Reino a los pequeños.
Por designio divino, “una mujer vestida del sol” (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: “Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo”. Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: “Yo estaré contigo” (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en “zarza ardiente” del Altísimo.
Lo que más impresionaba y absorbía al beato Francisco era Dios en esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él Dios se dio a conocer “muy triste”, como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: “Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él”. Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de “consolar y dar alegría a Jesús”.
En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños.
Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía animada por los mismos sentimientos.
“Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón” (Ap 12, 3). Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.
¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.
El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del “dragón”, que, con su “cola”, arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.
Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, “a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser “el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8, 29).
Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que “no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido”. Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas”.
La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: “Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí”. Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: “Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores”. Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.
Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.
“Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños”. La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión.
Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.
Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos e hijas de Brasil.
Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus hijos elevados al honor de los altares.
Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y… los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores.
Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la “escuela” de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que “se avanza más en poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí mismos” (san Luis María Grignion de Montfort, Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad. Una mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado: “Fue Nuestra Señora”, le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco tiempo las cumbres de la perfección.
“Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños”.
Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta.
Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.
Las imperfecciones
Combatir el pecado para ser buenos; combatir además las imperfecciones para ser santos
Dice Royo Marín: Aunque es cuestión vivamente discutida entre los teólogos, creemos que la imperfección, aun la voluntaria, es distinta del pecado venial. Un acto en sí bueno no deja de estar en la línea del bien, aunque hubiera podido ser mejor. El pecado venial, en cambio, está en la línea del mal, por mínimo que sea. Hay un verdadero abismo entre ambas líneas.
Sin embargo, en la práctica, la imperfección plenamente voluntaria trae consecuencias muy funestas en la vida espiritual y es de suyo suficiente para impedir el vuelo de un alma hacia la santidad.
El alma, para elevarse a Dios, debe liberarse, desapegarse de todos los apetitos voluntarios, ya sean de pecado mortal, pecado venial, o incluso las mismas imperfecciones porque para que el alma se una a Dios debe hacerlo según su voluntad “transformada a la voluntad de Dios (Dice San Juan de la Cruz) de manera que llegue a no tener en sí misma nada contrario a la voluntad de Dios.”
Esta es la razón fundamental de la necesidad de trabajar en nuestra vida espiritual incluso en las imperfecciones voluntarias, por más que no llegasen a constituir pecado pues, de hecho, son opuestas a la voluntad de Dios con la que debemos conformarnos para alcanzar eficazmente la santidad.
Esto mismo explica con mayor claridad San Juan de la Cruz en la subida al monte Carmelo:
Pues si esta alma quisiere alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios. Luego claro está que para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y voluntad ha de carecer primero de todo apetito de voluntad por mínima que sea. Esto es que advertidamente y conocidamente no consienta con la voluntad en la imperfección y venga a tener poder y libertad para poderlo hacer en advirtiendo.
Por lo tanto, siempre se habla de actos voluntarios pues las imperfecciones por fragilidad e inadvertencia, debido a nuestra condición son imposibles de evitar del todo, como dice la Escritura: El justo caerá siete veces en el día y se levantará (Prov 24,16). Justamente, en aquel levantarse continuamente estará nuestra santificación.
Escribía san Francisco de Sales en una carta: “Debéis renovar los propósitos de enmienda que hasta ahora habéis hecho, y aunque veáis que, a pesar de esas resoluciones, continuáis enredada en vuestras imperfecciones, no debéis desistir de buscar la enmienda, apoyándoos en la asistencia de Dios. Toda vuestra vida seréis imperfecta y tendréis mucho que corregir; por eso tenéis que aprender a no cansaros en este ejercicio”.
El santo Cura de Ars propone a la virtud de la humildad como nuestra gran bienhechora para descubrir y poder así combatir nuestras imperfecciones: “La humildad es una antorcha que presenta a la luz del día nuestras imperfecciones; no consiste, pues, en palabras ni en obras, sino en el conocimiento de sí mismo, gracias al cual descubrimos en nuestro ser un cúmulo de defectos que el orgullo nos ocultaba hasta el presente”
De aquí aquella conocida inadmisión de san Ignacio de Loyola de dejar el examen de conciencia, que le exigía incluso a sus religiosos enfermos, porque el conocimiento personal es el trampolín hacia un trabajo espiritual serio y generoso, que no se conforma simplemente con vivir sin pecar y combatiendo el pecado, sino también las malas inclinaciones y estando atento a las maneras de darle a Dios una gloria siempre mayor según las crecientes buenas disposiciones del alma.
Una síntesis perfecta nos la escribe el P. Luis de la Puente en estas breves palabras: “Yo he caído en muchas imperfecciones, pero jamás he hecho las paces con ellas”.
Que María santísima nos alcance la gracia de trabajar hasta en las cosas más pequeñas para nuestra santificación, de tal manera que podamos llegar por medio de ellas, poco a poco, a hacer las cosas grandes a las cuales Dios nos tiene destinados.
Monasterio de la Sagrada Familia.
PEDIDO DE AYUDA






REQUEST FOR HELP
“Two projects for St. Anne’s House”.
Dear friends:
As you well know, especially those of you who accompany us in this apostolate through Facebook for several years, your prayers for us have been always the most important type of help, it has been thanks to the Holy Family and your prayers that after these 17 years in Sepphoris, thanks to God little by little, the monastery has improved, along with the simplicity that we always hope to be able to preserve. In this opportunity we want to make an extra special request to those who can collaborate with anything, economically speaking, because every contribution is of great value to us.
That is why to benefit this holy place, that thanks to God has become more known as a place of pilgrimage, we have made two projects that we hope will be of great benefit those same pilgrims who visit us every day.
You may already know that our simple lifestyle does not allow us to achieve the completion of the projects without help, (the main one -we repeat-, are your pious prayers.)
Account to help: paypal.me/casadesantaana
First project: IMAGE OF SANTA ANA
Definitive placement of the beautiful image of St. Anne given by the parish, dedicated to our beloved saint in Arizona, which through Fr. Sergio Fita, pastor at that time, made the generous collection for the beautiful image made of marble from Carrara, Italy. Two meters high and a beauty that really touches the heart; and not only that, but they even took care of the transfer to here: eternal thanks! The drawback so far has been the difficulty to find a company for the definitive placement of the image; due to both the difficult terrain of the monastery and the cost of the placement itself. By the grace of God, a Christian man from Nazareth offered to do the installation without asking for more than what was necessary for the materials (the base of the image) and to pay for the necessary machinery (an incredible difference compared to the first company we consulted with). Once the confirmation is given, in only two weeks our beloved Saint Anne with the Blessed Virgin child will be in its definitive place, for the devout veneration of all those who come to visit the place, sanctified by the Holy Family even the grandparents!
The cost of this project is NIS 14,930 (4,078.52 dollars at present).
Second project: ROOF FOR PILGRIMS
As those who have come to visit us know, the monastery is extremely simple in its external appearance: the imposing ruin of the basilica with its small chapel for about 15 people, the olive trees garden and the garden of the Virgin and the two rooms and dining room of the monks, nothing more. That is why when the sun rises (which here is very strong and with high temperatures), unfortunately we cannot offer the pilgrims any shade other than that of some small tree, which we have been trying to solve for years but it has been impossible. That is why we are also asking for your help to finance this second project, which consists of a large wooden roof of 6 x 6 meters, very firm due to the strength of the wind at midday here, especially in summer, and as a shelter for those who come to pray, which would be located next to the so-called mirador, which is the lower part of the wall of the monastery that looks towards the fields below the monastery, a really nice view.
The cost of this project is NIS 36,410 (9,941.68 dollars at present).
Being such a large amount, we will obviously start with the placement of the image and then move on to the roof for the pilgrims, looking for our part to continue to collect what is needed until we have everything. If we manage to get everything we will let you know immediately so that you do not continue to donate, we do not want to abuse your generosity, as soon as the monetary goal has been reached we will notify all of you.
Thank you very much to all of you, dear friends, we remind you that your prayers are the most valuable contribution for us, because thanks to them this simple monastery little by little has become a place of pilgrimage and apostolate that only God knows how many people it has been able to help a little, We say this in the light of the messages that reach us internally thanking us on more than one occasion for some word, some homily, some phrase of a saint that someone, only by the grace of God, has read at an important moment and
Which God has used to touch a heart or simply to instruct in regards to our faith.
We are grateful to all of you and with our blessing, in Christ and Mary:
Monks of the Monastery of the Holy Family,
Sepphoris, Holy Land.






Confidente de nuestras ofrendas
P. Gustavo Pascual, IVE.
El conocimiento secreto que María tiene de nuestras ofrendas es el conocimiento que nosotros le manifestamos generalmente cuando vamos a visitarla en algún santuario o al ver su imagen. Conocimiento que ella tiene porque ve el fondo de nuestro corazón y sabe que todo lo que hacemos, por ser sus hijos, se lo entregamos a ella como ofrenda de amor.
Para hablar de este conocimiento recordaré aquel pasaje del Evangelio de la viuda pobre[1] que hizo su pequeña ofrenda, pequeña materialmente, y que llamó la atención de Jesús que conoce el fondo de los corazones y las acciones de los hombres de todos los tiempos.
Jesús dijo a sus apóstoles en aquella ocasión que la viuda, que apenas echó dos moneditas, había hecho la ofrenda más grande de todos porque dio todo, dio lo único que le quedaba para vivir. La ofrenda de la viuda es un culto a la divina providencia y una entrega sin reservas, en definitiva, en manos de Dios que es el Señor de todas las cosas.
Así como agradó aquella ofrenda al Señor así agradan las ofrendas similares a Nuestra Señora. Ella no mira tanto la ofrenda exterior cuanto la interior, ese desprendimiento del corazón de todas las cosas, no sólo de las materiales sino, en especial, de las espirituales y de nosotros mismos. Ella quiere que nos ofrendemos completamente a ella porque quiere hacer en nosotros y por nosotros obras grandes.
La Virgen María recibe muchas ofrendas, ofrendas de todo tipo, pero quiere que sus hijos no se queden sólo en el ofrecimiento exterior, quiere que sus hijos vayan ofreciendo su vida, que quieran cambiarla por una vida más auténtica, que se acerquen a ella, que vivan como ella. ¿Para qué le sirven tantos vestidos, joyas y cosas materiales si ella está en el Cielo junto a Dios y no tiene necesidad de nada porque es plenamente feliz? Ella quiere almas, almas que quieran ser como su Hijo, almas que se vacíen de sí mismas y se le entreguen para que las moldee a imagen de Jesús.
Así como las ofrendas son diversas, así lo que piden sus hijos a esta agraciada Madre es variado y ella socorre sus necesidades con amor extraordinario, pero quienes le pidan cosas grandes y en especial su conversión, vivir una vida pura, una vida “cristificada”, lo alcanzarán de ella.
Ofrendar lo que nos sobra, lo que podemos dar sin mucha incomodidad está bien, ofrecerle cosas que nos cuestas y que implican sacrificios está mejor y esos sacrificios tienen grados: de los materiales a los físicos y a los espirituales y éstos últimos tienen mayor valor. Pero ofrendarse todo, bienes y persona es óptimo, como lo hizo la viuda del Evangelio. Animémonos a cuanto podamos pero debemos saber que podemos ofrendarnos como esclavos de amor y esta es la mayor devoción que le podemos tener.
La verdadera devoción consiste en darse todo entero, como esclavo de amor, a María. Todo se resume en obrar siempre: por María, con María, en María y para María a fin de obrar más perfectamente por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo y para Jesucristo[2].
“Con esta devoción se inmola el alma a Jesús por María, con un sacrificio, que ni en orden religiosa alguna se exige, de todo cuanto el alma más aprecia; y del derecho que cada cual tiene de disponer a su arbitrio del valor de todas sus oraciones y satisfacciones: de suerte que todo se deja a disposición de la Virgen Santísima que, a voluntad suya, lo aplicará para mayor gloria de Dios que sólo Ella perfectamente conoce.
A disposición suya se deja todo el valor satisfactorio e impetratorio de las buenas obras […] también nuestros méritos los ponemos con esta devoción en manos de la Virgen Santísima; pero es para que nos los guarde, aumente y embellezca […]
¡Feliz y mil veces feliz el alma generosa que, esclava del amor, se consagra enteramente a Jesús por María, después de haber sacudido en el bautismo la esclavitud tiránica del demonio![3]
Una de las ofrendas más agradables a la Madre de Dios son nuestras ofrendas en favor del prójimo. Oraciones, sacrificios, renuncias en favor de nuestros hermanos.
El amor al prójimo es la característica principal del hijo de María y del hermano de Jesús. “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros”[4] y “en esto conocerán todos que sois discípulos míos”[5]. El amor al prójimo es la plenitud de la ley y por él demostramos el amor que tenemos a Dios.
Dice San Juan Crisóstomo: “El cristiano fervoroso ha de preocuparse del bien de los demás. Y en esto no nos vale la excusa de la pobreza, ya que entonces nos acusaría el ejemplo de la viuda que echó las dos moneditas en el templo. Pedro afirmó no tengo plata ni oro. Asimismo Pablo era tan pobre, que muchas veces pasó hambre por carecer del alimento necesario. Tampoco sirve pretextar un nacimiento humilde, ya que éstos eran de origen humilde. Como tampoco nos excusa la ignorancia, pues ellos eran hombres sin letras. Ni la enfermedad, pues Timoteo con frecuencia padecía enfermedades. Todos podemos ayudar a nuestro prójimo, si cada cual cumple con lo suyo”[6].
Nuestras ofrendas al prójimo muestran nuestras ofrendas a Dios y nuestra entrega a Dios, porque mostramos nuestro amor a Dios a quien no vemos amando al prójimo a quien vemos como lo hizo el Buen Samaritano[7], que vio al prójimo en necesidad y se compadeció de él dándole de lo que tenía para curarlo, es decir, usando de misericordia para con él.
Ofrendemos a María la ayuda a nuestro prójimo necesitado, en humilde sacrificio por todo lo que Ella nos da. Que se pueda decir de nosotros: “En cuanto al amor mutuo, no necesitáis que os escriba, ya que vosotros habéis sido instruidos por Dios para amaros mutuamente. Y lo practicáis bien con los hermanos de toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que continuéis practicándolo más y más”[8].
[1] Cf. Mc 12, 41-44
[2] V.D. nº 257-265…, 578-84
[3] San Luis María Grignion de Montfort, Obras de San Luis María G. de Montfort, El Secreto de María nº 29-34, BAC Madrid 1954, 279-281
[4] Jn 13, 34
[5] Jn 13, 35
[6] San Juan Crisóstomo, Homilía 20, 4: PG 60, 162-164. Cit. en la Liturgia de las Horas (IV), segunda lectura del común de santos varones.
[7] Lc 10, 30s
[8] 1 Ts 4, 9-10
Confidente de nuestros votos de amor
María, depositaria de nuestras promesas y votos
P. Gustavo Pascual, IVE
El culto es una necesidad humana, y necesitamos expresarnos de alguna manera para testimoniar al Señor y a su Madre Santísima o a los Santos nuestra fe, porque sabemos muy bien que ellos pueden socorrernos en nuestra pobreza. Y una manera de hacer patente nuestra piedad son los votos, romerías y promesas que el hombre formula a la Divinidad y a la Virgen Santísima, y también a los Santos, como más cercanos a Dios. Es así que desde un principio vemos cada día multiplicarse más y más las ofrendas y promesas a Nuestra Señora[1].
María también es la depositaria de nuestras promesas y votos.
Las promesas consisten en un intercambio de ofrendas. Le prometemos a la Santísima Virgen para que nos conceda una gracia, prometemos un sacrificio por la salud, prometemos una oración por la conversión de un pecador, prometemos una ofrenda material para conseguir un trabajo, etc.
El voto consiste más bien en una entrega de un bien mayor y posible por amor a ella, para alabarla. Prometemos una Misa en su honor, entregamos a ella nuestros sacrificios, hacemos voto, de cuanto somos y tenemos, dejarlo en sus manos, hacemos voto de ser sus hijos para siempre, nos consagramos a ella bajo voto de esclavitud, etc.
En todos los santuarios marianos suelen haber recordatorios de estas promesas y votos que sus hijos hacen a la Santísima Virgen. Recordatorios de que han estado allí y le han ofrendado desde lo íntimo de su corazón lo que su amor les sugería. En sus santuarios y en la confidencia de la vida del espíritu ellos se han entregado a su Madre. Han entregado toda o parte de su vida para alabarla como medianera universal de gracias o simplemente para reverenciarla como su Madre, merecedora de sus votos de amor.
Y la Virgen da a sus promesantes lo que necesitan, siempre y cuando sea para su bien, y sino no les concede lo que le piden es porque sabe que les va a perjudicar. Y a aquellos que se entregan a ella por el voto les concede una particular protección y una amorosa solicitud para conducirlos a la patria celestial.
Promesas y votos que proceden del amor como también del amor de esta Madre benigna proceden los bienes que derrama sobre sus hijos. Y cuanto más puro es el amor que informa nuestras promesas y votos de mayor estima son ellos. Porque muchas veces es el interés lo que lleva a prometer cosas a María y nos convertimos en devotos interesados.
¿Cuáles son las clases de devotos? Dice San Luis María:
Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a la Santísima Virgen, a saber[2]:
1° los devotos críticos;
2° los devotos escrupulosos;
3° los devotos exteriores;
4° los devotos presuntuosos;
5° los devotos inconstantes;
6° los devotos hipócritas;
7° los devotos interesados.
San Luis María Grignion de Montfort nos trae un voto especialísimo para hacer a la Santísima Virgen. Consagrarse a ella con esclavitud de amor.
Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer más completamente a Jesucristo y a su Santísima Madre que la esclavitud aceptada voluntariamente a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo y de la Santísima Virgen que se proclamó servidora y esclava del Señor[3].
¿Qué razones nos llevan a abrazar esta devoción?
“+Nos manifiesta la excelencia de la consagración de sí mismo a Jesucristo por manos de María.
+ Nos demuestra que es en sí justo y ventajoso para el cristiano el consagrarse totalmente a la Santísima Virgen mediante esta práctica a fin de pertenecer más perfectamente a Jesucristo.
+ La Santísima Virgen es Madre de dulzura y misericordiosa y jamás se deja vencer en amor y generosidad.
+ Esta devoción, fielmente practicada, es un medio excelente para enderezar el valor de nuestras buenas obras a procurar la mayor gloria de Dios.
+ Esta devoción es camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios.
+ Esta devoción da a quienes la practican fielmente una gran libertad interior: la libertad de los hijos de Dios.
+ Abrazar esta práctica reporta grandes bienes a nuestro prójimo.
+ Lo que más poderosamente nos induce a abrazar esta devoción a la Santísima Virgen es el reconocer en ella un medio admirable para perseverar en la virtud y ser fieles a Dios”[4].
Los verdaderos devotos de María Santísima deben ser:
Libres: Verdaderos siervos de la Virgen Santísima, que, como otros tantos Domingos, vayan por todas partes con la antorcha brillante y ardiente del santo Evangelio en la boca y el santo Rosario en la mano, a ladrar como perros, abrasar como el fuego y alumbrar las tinieblas del mundo como soles; y que por medio de la verdadera devoción a María, es decir, interior sin hipocresía, exterior sin crítica, prudente sin ignorancia, tierna sin indiferencia, constante sin liviandad y santa sin presunción, aplasten, por dondequiera que fueren, la cabeza de la antigua serpiente para que la maldición que Vos le echasteis se cumpla enteramente: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza” (Gn 3, 15)[5].
[1] Presas, Nuestra Señora en Luján y Sumampa, Ediciones Autores Asociados Morón Buenos Aires 1974, 200
[2] San Luis María G. de Montfort, O.C., Tratado de la verdadera devoción nº 92, BAC Madrid 1954, 491-2
[3] San Luis María G. de Montfort, O.C., Tratado de la verdadera devoción nº 152-168…, 481
[4] Ibíd., nº 135-173, 513-541
[5] San Luis María g. de montfort, O.C., La Oración Abrasada…, 599
La divina misericordia
“Felices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia.” Mt 5, 7
(Homilía)
“Meditación de la soledad de María”
Para meditar este Sábado Santo…
José María Pemán
Composición de lugar
Palidecidas las rosas
De tus labios angustiados;
Mustios los lirios morados
De tus mejillas llorosas;
Recordando las gozosas
Horas idas de Belén,
Sin consuelo y sin bien
Que su soledad llene…
¡Miradla por donde viene,
Hijas de Jerusalén!
Meditación
Virgen de la soledad:
Rendido de gozos vanos,
En las rosas de tus manos
Se ha muerto mi voluntad.
Cruzadas con humildad
En tu pecho sin aliento,
La mañana del portento,
Tus manos fueron, Señora,
La primera cruz redentora:
La cruz del sometimiento.
Como tú te sometiste,
Someterme yo quería:
Para ir haciendo mi vía
Con sol claro noche triste.
Ejemplo santo nos diste
Cuando, en la tarde deicida,
Tu soledad dolorida
Por los senderos mostrabas:
Tocas de luto llevabas,
Ojos de paloma herida.
La fruta de nuestro bien
Fue de tu llanto regada:
Refugio fueron y almohada
Tus rodillas, de su sien.
Otra vez, como en Belén,
Tu falda cuna le hacía,
Y sobre Él tu amor volvía
A las angustias primeras…
Señora: si tú quisieras
Contigo lo lloraría.
Coloquio
Por tu dolor sin testigo,
Por tu llanto sin piedades,
Maestra de soledades,
Enséñame a estar contigo.
Que al quedarte Tú conmigo,
Partido
Ya de tu veras
El hijo que en la madera
De la Santa Cruz dejaste,
Yo sé que en Tí lo encontraste
De una segunda manera.
En mi alma. Madre, lavada
De las bajas suciedades,
A fuerza de soledades,
Le estoy haciendo morada.
Prendida tengo y colgada
Ya mi cámara de flores.
Y a humear por los alcores
Por si llega el peregrino
He soltado en mi camino
Mis cinco perros mejores.
Quiero yo que el alma mía,
Tenga, de sí vaciada,
Su soledad preparada
Para la gran compañía.
Con nueva paz y alegría
Quiero, por amor, tener
La vida muerta al placer
Y muerta al mundo, de suerte
Que cuando venga la muerte
La quede poco que hacer.
Oración final
Pero en tanto que El asoma,
Señor, por las cañadas,
¡por tus tocas enlutadas
y tus ojos de paloma!
Recibe mi angustia y toma
En tus manos mi ansiedad
Y séame, por piedad,
Señora del mayor duelo,
Tu soledad sin consuelo
Consuelo en mi soledad.
Diálogo breve y sencillo
El pecador habla con Jesucristo en la cruz…
El pecador:
¿Por qué, Señor del Cielo,
pudiendo redimir de mil maneras,
la cruz del desconsuelo
sin par, y sin fronteras,
abrazas por el hombre al que liberas?
Jesucristo:
Es cierto que podría
obrar la salvación con sólo un dedo,
mas si en la cruz se expía
amando con denuedo,
hasta el final en ella yo me quedo.
El pecador:
¡Mas no era necesario
beber también la hiel de los azotes!;
parece que el Calvario
forjaba sus barrotes
al son de la crueldad de los garrotes…
Jesucristo:
Aún no lo comprendes…,
lo escrito debe hallar su cumplimiento;
si tu mirada extiendes
al Cielo y su cimiento,
verás la gloria oculta en lo cruento.
El pecador:
Pero Señor, no entiendo,
¿por qué también espinas en tu frente
permites, cual remiendo
furioso e insolente?;
¿Oh, cuánto es para Ti lo suficiente?
Jesucristo:
Mi reino no se encuentra
en este mundo herido del pecado;
mi redención se centra
en un amor probado,
por más que sea de espinas coronado.
El pecador:
¿Hacía falta acaso
llegar hasta los clavos en tus manos
y pies, en este ocaso
de vida y sus arcanos
designios, que el dolor hace cercanos?
Jesucristo:
Contempla en este abrazo
que ofrezco inamovible al ser clavado,
aquel perdón sin plazo
de prescripción que ha dado
al hombre facultad de ser salvado.
El pecador:
Ya entiendo, Señor mío,
en Ti la entrega noble que no cede
al atropello frío
y cruel que nunca puede
vencer, ¡porque tu amor no retrocede!
Jesucristo:
Ahora ves más claro
y más allá del velo del tormento:
mi cruz se vuelve amparo
del alma en el momento
que acepta compartir mi sufrimiento.
El pecador:
Te ruego, Señor mío,
que aceptes mi contrita compañía;
sé bien que fui un impío,
te ofrezco el alma mía
sin dar un paso atrás como solía.
Jesucristo:
Por esto mi madero,
mis clavos, mi corona y mis flagelos:
en este dolor fiero
se esconden mis anhelos
de convidar al Reino de los Cielos.
P. Jason Jorquera M.