Vía Crucis

13ª Estación: Jesús es desclavado de la cruz y puesto en los brazos de su madre

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 

     María con el alma destrozada

contempla silenciosa

al Hijo cuya vida fue arrancada

con muerte tormentosa.

La Virgen desde entonces fue llamada:

la Madre Dolorosa.

 

El universo entero se conmueve ante la más triste escena de la historia. La Virgen madre del Verbo lo recibe inerte entre sus siempre tiernos y maternales brazos. Jamás una lágrima pudo contener tanto dolor, tanta resignación y tanta soledad como en María santísima. Su regazo fue la cuna que lo recibió en el mundo, y ahora se convierte en la mortaja fúnebre que lo despide.

¡Virgen madre!, cómo resuenan en tu llagado corazón las palabras del anciano Simeón: y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,35); ¡madre mía, cuna del Verbo!, agonizas sin poder morir al contemplar el cuerpo inerte de tu divino Hijo cubierto con la misma sangre que tomó de tus purísimas entrañas; bien dice de ti la escritura: “¿a quién te compararé y asemejaré, hija de Jerusalén?, ¿a quién te igualaría yo para consolarte, virgen hija de Sion? Tu quebranto es grande como el mar” (Lam 2,13). El cielo llora contigo Madre; los ángeles parecen sollozar con tus gemidos y tu misma soledad parece balbucear un melancólico suspiro: se ha escrito en la historia de la salvación la página que contiene la más triste tristeza.

Contempla, alma mía, cómo la malicia de tus pecados repercutió hasta convertirse en cruel espada que atraviesa el corazón de María y la sumerge en absoluta soledad, pues perdió a Dios y a su Hijo en un mismo instante.

Madre de dolores, hermosa rosa que padece sus espinas, te suplico en tu soledad que me alcances la gracia de elegir la muerte antes que volver pecar; que pueda unir mis renuncias, esfuerzos, sacrificios y hasta la misma sangre, si Dios lo quiere, a la muerte redentora de tu Hijo.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason.

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