Conocer la vida contemplativa

Conocer la vida contemplativa

Radiomensaje a las religiosas de clausura

DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XII (*)

19-7-1958

Cediendo de buena voluntad a vuestras instancias, Nos regocijamos, queridas hijas, al dirigir hoy la palabra a todas las religiosas del mundo católico y hablaros del asunto que más íntimamente tenéis en vuestro corazón: vuestra vocación a la vida contemplativa.

Cuántas veces, quizá, habéis envidiado la dicha de los peregrinos que se reunían, ya en las espaciosas naves de la Basílica de San Pedro, ya en las salas del Vaticano, para manifestarnos su orgullo de pertenecer a la Iglesia Católica Romana y su alegría al escuchar la palabra de su Pastor Supremo. Ahora, Nos recordamos vuestros tres mil doscientos monasterios diseminados en el mundo entero y, en cada uno de ellos, vuestros grupos reunidos, audiencia invisible y silenciosa, pero vibrante por la caridad que os une. ¿Cómo no habíais de estar vosotras presentes en Nuestro pensamiento y en Nuestro corazón, vosotras que formáis en la Iglesia una porción escogida y llamada a participar más estrechamente en el misterio de la Redención? Así, pues, con todo nuestro paternal afecto, querríamos hablaros acerca de la vida religiosa, idéntica para todas en sus elementos esenciales, pero matizada en las diferentes Órdenes con perfiles diversos según la inspiración de los fundadores y las circunstancias históricas por las cuales ha atravesado su obra.

La vida contemplativa canónica es un camino hacia Dios, una ascensión con frecuencia austera y dura, pero donde el trabajo cotidiano, fundado en las promesas divinas, se ilumina ya con la posesión, oscura todavía, pero cierta, de Aquel hacia el cual tendéis con todas vuestras fuerzas, Dios. Para mejor corresponder a vuestra vocación, esperáis de Nos palabras que os ayuden a comprenderla mejor, a amarla con un amor más puro y generoso y a realizarla más perfectamente en todas y cada una de vuestras actividades.

Esta ascensión hacia Dios no es el simple movimiento de la creación inanimada, ni solo ímpetu de los seres dotados de razón, que le reconocen como su Creador y le adoran como Ser Infinito que trasciende sin medida todo lo que existe de grande, de hermoso y de bueno 1. Es más que la elevación de la vida cristiana ordinaria, o que la misma tendencia a la perfección en general; es un ideal de vida determinado, por las leyes de la Iglesia y por eso se llama vida contemplativa canónica. Sin embargo, lejos de realizarse en un tipo determinado, tal vida reviste diversas formas según las características y los rasgos propios de las diversas familias contemplativas, como, por ejemplo, entre las Ordenes femeninas, las Carmelitas, las Clarisas, las Cistercienses, las Cartujas, las Benedictinas, las Dominicas las Ursulinas. Esta vida contemplativa, diversificada según las familias religiosas -y aún en cada una de ellas, según sus miembros- es un camino que conduce a Dios; es Dios quien constituye su principio y su fin, quien sostiene sus fervores y la llena por completo.

PARTE I: CONOCER LA VIDA CONTEMPLATIVA

Queremos primeramente hablaros del conocimiento dentro de la vida contemplativa como camino que conduce a Dios. Para vivir plenamente el ideal que os proponéis, es menester que conozcáis lo que sois y lo que proponéis alcanzar.

La Constitución Apostólica “Sponsa Christi”, del 1° de noviembre de 1950 2, en la primera parte, contiene una expresión del estado de las vírgenes consagradas a Dios, desde los orígenes del cristianismo hasta las recientes formas de la institución monacal. Sin repetir lo que entonces escribimos, llamamos vuestra atención sobre el interés que tiene para vosotras el conocimiento, aunque sea sumario, de la evolución de la vida religiosa femenina y de los diferentes aspectos que tomó en el curso del tiempo. Así apreciaréis mejor la dignidad de vuestro estado, la originalidad de la Orden a que pertenecéis, y sus vínculos con toda la tradición católica.

Nos detendremos solamente aquí en los principios generales que permiten precisar, con respecto a otros géneros de vida, la naturaleza de esta que vosotras vivís. Para ello detengámonos en la doctrina tan sobria y tan segura de Santo Tomás. Según este Maestro de la Teología Católica, la actividad humana puede distinguirse en vida activa y vida contemplativa, de la misma manera que en la inteligencia humana, que constituye la parte propia del hombre, pueden considerarse dos aspectos, activo o pasivo. Ella se ordena, en efecto, tanto al conocimiento de la verdad, obra de la inteligencia contemplativa, como a la acción exterior que procede el entendimiento práctico o activo 3. Pero para Santo Tomás, la vida contemplativa, lejos de encerrarse en un intelectualismo sin alma y limitado a la especulación abstracta, pone en juego también la afectividad, el corazón. Y encuentra la razón de ello en la naturaleza misma del hombre, porque es la voluntad la que hace obrar a las otras facultades humanas; es ella la que moverá a la inteligencia a ejercer sus actos. La voluntad pertenece al dominio de la afectividad; y así es el amor el que mueve la inteligencia en su ejercicio: ya sea amor a la cosa conocida. Citando a San Gregorio, S. Tomás muestra la parte que tiene el amor de Dios de la vida contemplativa: “en cuanto que por el amor de Dios el hombre se inflama en el deseo de contemplar su hermosura”. El amor de Dios que Santo Tomás pone al principio de la contemplación, lo pone también a su término: la contemplación se completa en el gozo y la quietud que gusta cuando ella posee el objeto amado 4. Así, la vida contemplativa está penetrada completamente de la caridad divina que inspira sus caminos y recompensa sus esfuerzos.

El objeto de la contemplación para Santo Tomás, es principalmente la verdad divina, fin último de toda la vida humana; como disposiciones preparatorias, requiere en el hombre el ejercicio de las virtudes morales; en sus progresáis, se sirve de los otros actos de la inteligencia; antes de llegar al término de su especulación, se apoya en las obras visibles de la creación, reflejo de las realidades invisibles 5; pero su perfección última la encuentra únicamente en la contemplación de la verdad divina, bienaventuranza suprema del espíritu humano 6. ¡Cuántas incomprensiones, cuánta estrechez de miras, cuántos juicios erróneos se evitarían sí, cuando se habla de vida contemplativa, se tuviese cuidado de recordar la doctrina del Doctor Angélico, de la cual Nos hemos recordado los riesgos esenciales!

Debemos ahora determinar en qué consiste la vida contemplativa canónica que vosotras practicáis. Tomamos su definición de la Constitución Apóstólica “Sponsa Christi”, en el artículo 2, p. 2 de los Estatutos generales para las monjas: “Con el nombre de vida contemplativa canónica se entiende, no esa vida interior y teologal a la cual todas las almas que viven en religión y aun en el mundo, están llamadas, y que cada una puede llevar consigo misma a todas partes; sino la profesión externa de vida religiosa que, tanto por la clausura cuanto por los ejercicios de piedad, oración y mortificación, como también por los trabajos a los cuales las monjas deben dedicarse, está dirigida a la contemplación interior, de tal manera que toda la vida y toda la actividad puedan fácilmente y deban eficazmente estar penetradas por la prosecución de este fin” 7. Las artículos siguientes enumeran una serie de elementos propios del estado monacal: los votos solemnes de religión, la clausura papal, el oficio divino, la autonomía de los monasterios, el trabajo monástico, y, en fin, el apostolado. Nuestra intención no es detenernos en cada uno de estos puntos, sino hacer una breve exégesis de la definición antes citada.

Precisemos primero lo que no es la vida contemplativa canónica.

No es, dice el texto, esa vida interior y teologal a la cual todas las almas que viven en religión aun en el mando están llamadas, y que cada uno puede llevar consigo mismo a todas partes 8.

La Constitución Sponsa Christi no añade a esta parte negativa ninguna distinción: da a entender claramente que no tratará ese aspecto de la vida religiosa, y que no se dirige por consiguiente a quienes la practican exclusivamente. Precisa, además, que todos están invitados a ella por Cristo, aun los que viven en el mundo, sea cual fuere su estado, aunque estén casados. Pero ya que la Constitución no habla de eso, Nos querríamos indicar la existencia de una forma de vida contemplativa practicada en secreto por un reducido número de personas que viven en el mundo. En nuestra alocución del 9 de diciembre de 1957 al II Congreso Internacional de Estados de Perfección 9, dijimos que se encuentran hoy cristianos que se dan a la práctica de los consejos evangélicos por medio de votos privados y secretos que sólo Dios conoce, y se guían, en lo que se refiere a la sumisión de la obediencia y de la pobreza, por personas que la Iglesia juzga aptas para este fin, y a quienes confía el oficio de dirigir a otros en el ejercicio de la perfección. Esas almas hacen vida de perfección cristiana autentica, pero al margen de toda forma canónica de los Estados de Perfección. Y formulamos nuestra conclusión en estos términos: Algunos elementos constitutivos de la perfección cristiana y una tendencia efectiva a su adquisición, no faltan en estos hombres y mujeres; ellos participan, pues, realmente, de esa perfección, aunque no pertenezcan a un estado jurídico o canónico de perfección 10. Podemos confirmar esta observación a propósito de un género de vida en el que se tiende a la perfección por los tres votos y de una manera privada, independientemente de las formas canónicas previstas en la Constitución Apostólica “Sponsa Christi”, pero en la vida contemplativa. Sin duda que las condiciones exteriores necesarias para este género de vida son las de la vida activa, sin embargo es posible encontrarlas. Estas personas no tienen protección de ninguna clausura canónica y practican la soledad y el recogimiento de manera heroica. En el Evangelio de San Lucas encontramos un hermoso ejemplo: el de la profetisa Ana, viuda después de siete años de matrimonio, la cual se retiró al templo donde servía al Señor día y noche, en ayunos y oraciones 11. La Iglesia no desconoce tal forma privada de vida contemplativa a la que otorga, en principio, su aprobación.

La parte positiva del párrafo 2 de la Constitución Sponsa Christi define la vida contemplativa canónica como una profesión externa de vida religiosa que… está ordenada a la contemplación interior, de tal modo que toda la vida y toda la actividad puedan fácilmente y deban eficazmente estar penetradas por este intento. Entre las prescripciones de la disciplina religiosa, el texto enumera la clausura, los ejercicios de piedad, de oración, de mortificación, y, finalmente, los trabajos manuales, a los cuales deben dedicarse las religiosas. Sin embargo, estos puntos particulares no son citados sino como medios al servicio de una realidad esencial: la contemplación interior, Lo que se exige, en primer lugar, es que por la plegaria, la meditación, la contemplación, la religiosa se una a Dios; que todos sus pensamientos y sus acciones sean penetradas de su presencia, y ordenadas a su servicio. Si esto faltare, el alma de la vida contemplativa sería defectuosa, y ninguna prescripción canónica podría suplirla. Es cierto que la vida contemplativa no comprende tan sólo la contemplación, sino que incluye también otros elementos; pero la contemplación ocupa el primer lugar entre ellos; más aun la llena totalmente; no en el sentido de que no permita pensar ni hacer otra cosa, sino porque ella es, en último análisis, la que le da su significado, su valor, su orientación. La preponderancia de la meditación y de la contemplación de Dios y de las verdades divinas sobre los otros medios de perfección, sobre todas las prácticas, sobre todas las formas de organización y de reunión: he ahí lo que Nos queremos señalar y fomentar con toda Nuestra autoridad. Si vuestro ser no está anclado en Dios, si vuestro espíritu no se vuelve incesantemente hacia Él, como hacia un polo de atracción irresistible, se tendrá que decir de vuestra vida contemplativa aquello que San Pablo, en su primera Epístola a los Corintios, decía de ciertos cristianos, que apreciaban falsamente los dones espirituales y descuidaban el poner la caridad en primer lugar: Si no tengo caridad, no soy más que un bronce que suena, o una campana que retiñe… Si no tengo caridad, aquello no me sirve de nada 12. Sin duda alguna, una vida contemplativa sin verdadera contemplación, merecería que se dijese de ella: no sirve para nada.

Del mismo modo que el cuerpo humano provisto de todos sus órganos, pero privado de la alma, no es un hombre, así, todas las reglas y todos los ejercicios de una orden religiosa no constituyen la vida contemplativa si falta la contemplación, que es el principio vital.

Si comentarios teóricos como el que Nos acabamos de exponer, pueden contribuir a enriquecer vuestro conocimiento de la vida contemplativa, la práctica cotidiana de vuestra vocación os ofrece, por su parte, enseñanzas abundantes y variadas. A través de los siglos, santas mujeres han llegado, por la observancia fiel de sus reglas y constituciones –fueran Carmelitas, Cistercienses, Cartujas, Benedictinas, Clarisas, Dominicas o Ursulinas- a una inteligencia profunda de la naturaleza y de las exigencias de la vida contemplativa canónica. Desde la entrada en el claustro, las candidatas son instruidas en las reglas y usos propios de su Orden, y esta formación del espíritu y de la voluntad, comenzada en el noviciado, continúa durante toda la vida religiosa. Tal es el fin de las instrucciones y de la dirección espiritual que son dadas por las Superioras de la Orden, o por las sacerdotes, confesores, directores de almas, predicadores de retiros. Las religiosas que viven de una espiritualidad propia, reciben, la mayor parte del tiempo, dirección y consejo de sacerdotes pertenecientes a la rama masculina de la Orden y que poseen la misma espiritualidad.

Por lo demás, a través de los siglos, la Iglesia cultiva particularmente la Teología Mística, que se considera no solamente útil, sino necesaria en la dirección de las contemplativas; ella, en efecto, les da orientaciones seguras y rinde grandes servicios para desviar las ilusiones, y distinguir lo sobrenatural auténtico, de los estados patológicos. En este delicado terreno, también las mujeres han prestado señalados servicios a la teología y a los directores de almas. Baste mencionar aquí los escritos de la gran Teresa de Ávila, que, como se sabe, para superar las cuestiones difíciles de la vida contemplativa, prefería los avisos de un teólogo experimentado, a los de un místico, desprovisto de una ciencia teológica clara y segura.

Para profundizar por medio de la práctica cotidiana, en el sentido de la vida contemplativa, importa permanecer abierto a las enseñanzas recibidas, escucharlas con atención y con deseo de penetrarlas, cada una según su grado de formación anterior y su capacidad. Sería igualmente erróneo querer que se mire más alto o más bajo, pretender que se siga sólo un camino idéntico para todas, y exigir de todas los mismos esfuerzos. Las Superioras, responsables de la formación de sus súbditas, sabrán guardar un justo medio: no exigirán demasiado a las naturalezas simples, ni las constreñirán a sobrepasar sus límites de capacidad. Asimismo, no obligarán a una asiática o una africana a adoptar actitudes religiosas del todo semejantes a las que adopta naturalmente una europea. A una joven de esmerada educación y provista de extensa cultura, no se la deberá mantener en una forma de contemplación suficiente para quienes no tienen los mismos dones.

Se llega a veces a citar las invectivas de San Pablo contra la sabiduría del mundo, en su primera Carta a los Corintios, para detener el legítimo deseo de las monjas de lograr un grado de vida contemplativa conforme a sus aptitudes. Se les repiten las palabras del Apóstol: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado” (I Corintios 2, 23), o estas otras: “No he querido saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo y éste Crucificado” (I Corintios 2, 2). Mas esto es no entender la intención de San Pablo, que denuncia las vanas pretensiones de la ciencia humana. El deseo de poseer una formación espiritual adecuada, nada tiene de reprensible y en nada se opone al espíritu de humildad y renuncia que exige el sincero amor a la Cruz de Cristo.

Terminamos aquí, amadas hijas, la primera parte de nuestra exposición, e invocamos sobre vosotras las luces del Espíritu Santo, para que os ayude a comprender el esplendor de vuestra vocación y a vivirla plenamente. En prenda de estos favores, os otorgamos, de todo corazón nuestra Paternal Bendición Apostólica.

 

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