El contemplativo, reflejo de la misericordia del Padre (II)

El contemplativo,

reflejo de la misericordia del Padre

(Segunda parte)

R.P. José Giunta

Monasterio de Nuestra Señora del Socorro

  1. Práctica de la misericordia por los contemplativos
Hno. Rafael35
“…Nos referimos a aquellos que, por vocación, se han consagrado a Dios por medio de la oración, la penitencia y la reparación en los conventos y monasterios.”

Es obvio que al hablar de “contemplativos” no nos estamos refiriendo a aquellos que viven en el mundo llevando adelante distintas obras de misericordia, como son hospitales, escuelas, asilos de ancianos, atención a los pobres, etc., quienes pueden y deben ser verdaderos contemplativos en sus distintos apostolados.  Nos referimos a aquellos que, por vocación, se han consagrado a Dios por medio de la oración, la penitencia y la reparación en los conventos y monasterios.

La vida contemplativa, como no podría ser de otro modo, no está exenta de la práctica de las obras de misericordia. San Benito prescribe en el capítulo IV de su Regla algunas de ellas. En efecto, escribe el Padre del monacato occidental, hablando de los instrumentos de las buenas obras:

“Regalar a los pobres. Vestir al desnudo. Visitar a los enfermos.  Enterrar a los muertos. Socorrer al atribulado. Consolar al afligido.” [1]

Al referirse a los huéspedes del monasterio, señala:

“A todos los huéspedes que vienen al monasterio se les recibe como a Cristo, porque él dirá: fui forastero y me hospedasteis. A todos les darán el trato adecuado, sobre todo a los hermanos en la fe y a los extranjeros. Cuando se anuncie la llegada de un huésped acudan a su encuentro el superior y los hermanos con las mayores muestras de caridad… Póngase el máximo cuidado y atención en recibir a pobres y extranjeros, porque de modo especial en ellos se recibe a Cristo.”[2]

Sobre la atención a los enfermos, manda:

“Ante todo y por encima de todo se debe cuidar de los enfermos, para que de verdad se les sirva como a Cristo, porque él dijo: Estuve enfermo y me visitasteis, y: cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Pero recuerden también los enfermos que se les sirve en atención a Dios, y no angustien con sus caprichos a los hermanos que les sirven. No obstante, se les debe soportar con paciencia, porque en con ellos se adquiere una mayor recompensa.”[3]

Sobre la corrección fraterna:

“Si algún hermano recalcitrante, o desobediente, o soberbio, o murmurador, o infractor en algo de la santa regla y de los preceptos de los ancianos demostrara con ello una actitud despectiva, siguiendo el mandato del Señor, sea amonestado por sus ancianos por primera y segunda vez. Y, si no se corrigiere, se le reprenderá públicamente. Pero, si ni aún así se enmendare, incurrirá en excomunión, en el caso de que sea capaz de comprender el alcance de esta pena. Pero, si es un obstinado, se le aplicarán castigos corporales.”[4]

Y sobre la paciencia ante las faltas:

“Tolérense con suma paciencia sus flaquezas así físicas como morales.”[5]

Si en la realización de estas obras el monje no llega al ideal propuesto, “jamás desesperar de la misericordia de Dios[6] sino que debe abandonarse humilde y confiadamente en las manos de este Padre rico en misericordia.

Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresa del Niño Jesús, los santos Doctores del Carmelo, hablan de la misericordia de Dios para con ellos, y dan gran importancia a la práctica de la misma para con los demás.

Escribe Santa Teresa a sus hijas:

“Mas bien sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia; y ya que no puedo dejar de ser la que he sido, no tengo otro remedio sino llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya, cuyo hábito indignamente trayo y traéis vosotras.”[7]

Ella se sabe “misericordiada” por parte de Dios:

“Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir.”[8]

“Por donde claro se me representó el excesivo amor que Dios nos tiene en perdonar todo esto, cuando nos queremos tornar a El, y más conmigo que con naide, por muchas causas.”[9]

De allí que, al saberse objeto de esa misericordia divina, practica la misericordia con aquellos que no la entienden o la calumnian:

“… me parece cualquier cosa perdonara yo por que Vos me perdonárades a mí… que todos quedan cortos; aunque los que no saben la que soy, como Vos lo sabéis, piensan que me agravian. Ansí, Padre mío, que de balde me havéis de perdonar; aquí cabe bien vuestra misericordia. Bendito seáis Vos, que tan pobre me sufrís.”[10]

Ella, que había experimentado el perdón de Dios de modo tan particular, no puede entender al alma que no es capaz de perdonar:

“No puedo yo creer que alma que tan junto llega de la mesma misericordia, adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y quede allanada en quedar muy bien con quien la injurió”.[11]

San Juan de la Cruz escribe su Oración del Alma Enamorada como un canto a la misericordia infinita de Dios. Es claro que el alma enamorada no puede sino alabar la misericordia divina.

“¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase. Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué te tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.”[12]

Comentando la canción 31 del Cantico Espiritual afirma:

“… si él por su gran misericordia no nos mirara y amara primero,… y se abajara, ninguna presa hiciera en él el vuelo del cabello de nuestro bajo amor…”[13]

Y en Llama de amor viva agrega:

“Porque cuando uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale según su condición y propiedades; y así tu Esposo, estando en ti, como quien él es, te hace las mercedes;… siendo misericordioso, piadoso y clemente, sientes su misericordia y piedad y clemencia.”[14]

El experimentar la misericordia de Dios hizo de Juan de Yepes un insigne practicante de la misericordia con los demás.

“A nuestro Juan de Yepes, a lo largo de la vida –con ser hombre retraído, como si no mirase dentro de sí-, se le iban los ojos hacia toda necesidad que pidiese remedio… Tan embebido como andaba siempre en Dios, a la primera ocasión de hacer caridad se volcaba como si se desdoblase y fuese otro”[15]

“No puede ver tristes a sus frailes. Cuando lo está alguno, le llama, sale con él a la huerta  se lo lleva incluso al campo para distraerle y consolarle; ya no para hasta que logra trocar la tristeza en alegría.”[16]

“Sus correcciones van envueltas en espíritu de mansedumbre, in spiritu lenitatis…  Nadie le ha oído jamás una palabra fuerte ni le ha vista alterado al corregir. Sus súbditos, lejos de exacerbarse, reconocen su falta  quedaban decididos a enmendarse. Lejos de andar a la caza de un religioso que fala al silencia para descargar sobre él el peso de las leyes, la han oído toser por el claustro o hacer ruido con el gran rosario que llevaba pendiente de la correa, como un aviso para que los religiosos que estaban hablando fuera de tiempo y lugar se recojan antes de que les vea.

Si, a pesar de esto, sorprende en falta a alguno, le llama a solas y le reprende en particular, evitando que los demás lleguen a enterarse de la falta cometida.”[17]

La tercera Doctora del Carmelo, Santa Teresa de Lisieux, hizo de la misericordia su vocación, como lo hizo del amor:

“Comprendo, sin embargo, que no todas las almas se parezcan; tiene que haberlas de diferentes alcurnias, para honrar de manera especial cada una de las perfecciones divinas.

A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan radiantes de amor…”[18]

Todo el manuscrito A[19] es una larga meditación de la acción de la misericordia divina en su vida:

“sólo pretendo una cosa: comenzar a cantar lo que un día repetiré por toda la eternidad: “¡¡¡Las misericordias del Señor!!!”…”[20]

“He ahí el misterio de mi vocación, de mi vida entera, y, sobre todo, el misterio de los privilegios que Jesús ha querido dispensar a mi alma… El no llama a los que son dignos, sino a los que él quiere, o, como dice san Pablo: “Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de quien me plazca. No es, pues, cosa del que quiere o del que se afana, sino de Dios que es misericordioso” (Cta. a los Romanos, cap. IX, v. 15 y 16).”[21]

“me parece que el amor me penetra y me cerca, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella el menor rastro de pecado.”[22]

“[Jesús] quería hacer resplandecer en mí su misericordia. Porque yo era débil y pequeña, se abajaba hasta mí y me instruía en secreto en las cosas de su amor.”[23]

En el culmen del camino del amor, se ofrece como víctima al amor misericordioso de Dios. Escribe el día 9 de junio de 1895:

“A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío…”[24]

También ella, al saberse misericordiada de Dios, practica la misericordia con sus hermanas de religión:

“Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas. Cuando quiero hacer que crezca en mí ese amor, y sobre todo cuando el demonio intenta poner ante los ojos de mi alma los defectos de tal o cual hermana que me cae menos simpática, me apresuro a buscar sus virtudes y sus buenos deseos, pienso que si la he visto caer una vez, puede haber conseguido un gran número de victorias que oculta por humildad, y que incluso lo que a mí me parece una falta puede muy bien ser, debido a la recta intención, un acto de virtud. Y no me cuesta convencerme de ello, pues yo misma viví un día una experiencia que me demostró que no debemos juzgar a los demás.”[25]

“Entonces, para no ceder a la antipatía natural que experimentaba, me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en simples sentimientos, sino en obras, y me dediqué a portarme con esa hermana como lo hubiera hecho con la persona a quien más quiero. Cada vez que la encontraba, pedía a Dios por ella, ofreciéndole todas sus virtudes y sus méritos…

No me conformaba con rezar mucho por esa hermana que era para mí motivo de tanta lucha. Trataba de prestarle todos los servicios que podía; y cuando sentía la tentación de contestarle de manera desagradable, me limitaba a dirigirle la más encantadora de mis sonrisas y procuraba cambiar de conversación, pues, como dice la Imitación: Mejor es dejar a cada uno con su idea que pararse a contestar.

Con frecuencia también, fuera de la recreación (quiero decir durante las horas de trabajo), como tenía que mantener relaciones con esta hermana a causa del oficio, cuando mis combates interiores eran demasiado fuertes, huía como un desertor.

Como ella ignoraba por completo lo que yo sentía hacia su persona, nunca sospechó los motivos de mi conducta, y vive convencida de que su carácter me resultaba agradable.”[26]

“La verdad es que en el Carmelo una no encuentra enemigos, pero sí que hay simpatías. Se siente atracción por una hermana, mientras que ante otra darías un gran rodeo para evitar encontrarte con ella, y así, sin darse cuenta, se convierte en motivo de persecución. Pues bien, Jesús me dice que a esa hermana hay que amarla, que hay que rezar por ella, aun cuando su conducta me indujese a pensar que ella no me ama: «Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman». San Lucas, VI.

Y no basta con amar, hay que demostrarlo. Es natural que nos guste hacer un regalo a un amigo, y sobre todo que nos guste dar sorpresas. Pero eso no es caridad, pues también los pecadores lo hacen. Y Jesús nos dice también: «A todo el que te pide, dale, y al que se lleve lo tuyo no se lo reclames».”[27]

“Y ésta es la conclusión que yo saco: en la recreación y en la licencia, debo buscar la compañía de las hermanas que peor me caen y desempeñar con esas almas heridas el oficio de buen samaritano. Una palabra, una sonrisa amable bastan muchas veces para alegrar a un alma triste.”[28]

No hay duda pues, y no podría haberla, que el contemplativo debe practicar las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.

Si bien el monje no siempre tendrá la posibilidad de atender a los pobres que llegan a golpear la puerta del monasterio, o de servir a los huéspedes que se alojan en la hospedería (ya que sólo pueden hacerlo aquellos monjes designados por el Abad o por el Superior), tendrá la posibilidad de visitar y servir al hermano enfermo con caridad, solicitud y paciencia. Por otro lado, le será  siempre posible instruir al que no sabe, aconsejar al necesitado, corregir al que yerra, soportar los defectos ajenos, perdonar las ofensas recibidas, consolar al triste, y rezar por vivos y difuntos. Difícilmente transcurra un día en el monasterio sin tener ocasión de practicar alguna de estas obras espirituales de misericordia.

“La misericordia fluye espontáneamente de la caridad. Es ésta difusiva y tiende a comunicarse y beneficiar a todos de lo que posee. La vida del monasterio, mientras hace imposible su práctica en algunos de sus aspectos, deja en otros un amplio margen a su ejercicio. Sólo el Abad o aquellos a quienes él lo encomiende podrán satisfacer el anhelo de perdigarse con los pobres y desvalidos que llamen a la puerta del monasterio. No obstante, las diferencias naturales existentes entre los monjes siempre ofrecerán óptimas ocasiones para escanciar en el vaso exhausto de un hermano el vino de la alegría espiritual, el aceite suave de la misericordia, mostrándose asequible y generoso en su afecto hacia aquellos a quienes la naturaleza ha dotado escasamente, haciéndose presente en la soledad al que está enfermo: cumpliendo con respeto las últimas demostraciones de honor a los que abandonan la tierra; llevando al espíritu atribulado una palabra de consejo que contribuya a encontrar de nuevo la paz; sosteniendo al afligido con el bálsamo de una palabra buena,  reanimarlo con demostraciones de compresión que le llenen de consuelo. El monje no puede vivir desinteresado de sus hermanos. Es menester que de su pobreza y austeridad sepa sacar y atesorar las riquezas, si no materiales, al menos espirituales, para satisfacer toda necesidad.”[29]

Por otro lado, ya lo hemos mencionado, el monje que es objeto de la misericordia de otro debe saberse también actor de misericordia. Él es, al mismo tiempo, misericordiado y misericordiante, ya que recibe misericordia de los demás monjes y la practica con ellos.

  1. El monje del IVE

Nuestro Directorio de Vida Contemplativa se hace eco de estas enseñanzas sobre las prácticas de obras de misericordia. Hablando de la oración afirma:

“el monje en su oración pedirá no sólo por sí mismo, sino por todos los hombres, recordando permanentemente lo que enseña el Concilio Vaticano II: “…los institutos de vida contemplativa tienen una importancia particular en la conversión de las almas por sus oraciones, porque es Dios quien, por medio de la oración, envía obreros a la mies (cf. Mt. 9,38),  y abre las almas de los no cristianos para escuchar el Evangelio (cf. Act 16,14), y fecunda las palabras de salvación en sus corazones (cf. 1 Cor 3,7)”. Olvidarse de la dimensión apostólica de su consagración a sólo Dios, sería renunciar a la misma, porque en la raíz de su vocación está el pedir por toda la Iglesia.”[30]

Y más adelante:

“Todo monje del Instituto del Verbo Encarnado consagrará su oración y sacrificio por los  grandes temas e intenciones de la Iglesia, especialmente por aquellos dones que ningún mérito sino sólo la oración y la penitencia pueden obtener de Dios: la conversión de los pecadores -sobre todo de las almas consagradas-, las intenciones del Santo Padre, el acrecentamiento en cantidad y calidad de las vocaciones sacerdotales y religiosas y la perseverancia de todos los miembros de la Iglesia. Rezarán y ofrecerán penitencias, por las almas del Purgatorio, por el ecumenismo, por la vida de la Iglesia, por la promoción humana, y otros problemas que hacen a la realización del orden temporal según Dios y a la instauración del Reino de Dios en las almas.”[31]

También se establecen normas sobre las obras de misericordia:

“De acuerdo con la tradición monástica, atiéndase con especial solicitud a los pobres, los  enfermos, y a los desamparados, que manifiestan especialmente la Pasión de Cristo en sus miembros.”[32]

Y siguiendo la tradición benedictina, se nos manda socorrer a los necesitados y alojar a los visitantes:

“regalar a los pobres, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, enterrar a los muertos…. Estas actividades no implicarán obras de caridad organizadas o institucionalizadas, sino atención a las personas que espontáneamente asistan al monasterio.[33]

“A todos los huéspedes que llegan al monasterio recíbaseles como al mismo Cristo, pues Él ha de decir: huésped fui y me recibisteis. Y tribútese a todos el honor debido, en especial a nuestros hermanos en la fe y a los peregrinos.”[34]

Sobre la atención a los enfermos, se dice:

“Cuando en el monasterio haya enfermos se les tendrá en la estima que merecen, y serán una fuente de gracia para todos. Los miembros doloridos son los que exigen la primera y más delicada atención, y se los servirá con la conciencia de que es a Cristo en persona a quien se sirve, pues Él mismo quiso identificarse con ellos…  El que sirve a un enfermo lo hará con el mismo afán con que lo haría por Cristo, y si a cambio de sus delicadezas recibe en premio desatenciones y molestias, las recibirá con paciencia y considerará con gozo, ya que precisamente con eso aumenta el mérito.”[35]

A modo de conclusión

El contemplativo ha de ser misericordioso en sus acciones, en sus palabras, en su oración, en su penitencia. Toda su vida, en cualquier lugar o circunstancia,  debe reflejar la misericordia del Padre “rico en misericordia”.

Jesús mismo le reveló a Sor Faustina Kowalska el plan misericordioso a seguir:

Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte.

Te doy tres formas de ejercer misericordia: la primera, -la acción, la segunda -la palabra, la tercera – la oración. En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia Mí. De este modo el alma alaba y adora Mi Misericordia.[36]

El alma unida a su divino Esposo y Maestro no quiere otra cosa sino transformarse en El y ser reflejo de su misericordia. Admirablemente expresa Sor Faustina este modo de actuar misericordioso. He aquí sus palabras que constituyen todo un plan de vida para el cristiano, en general, y para el contemplativo, en particular:

“Deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo.

 Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla.

Ayúdame a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.

Ayúdame a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. (…)

Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo (…)[37]

San Juan afirma que “Dios es amor” (1Jn 4,8), y San Juan Pablo II nos dice que la misericordia es el segundo nombre del amor[38]. Por tanto, podemos decir que Dios es misericordia.[39] Dios es amor en sí mismo y cuando ese amor se vuelca en la creación, en la redención y en la santificación es misericordia. El amor del Padre que nos ha creado es misericordia; el amor del Hijo que nos ha redimido es misericordia; el amor del Espíritu Santo que nos ha santificado es misericordia. Dios que es el mismo Amor, es la misma Misericordia.

Jesús nos manda amarnos unos a otros como él nos ha amado (cf. Jn 13,24) y, al mismo tiempo, ser misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso (cf. Lc 6,36). Amor y misericordia son dos caras de la misma moneda; no pueden separarse, pues fueron inseparables en Dios. Nosotros, criaturas hechas a su imagen y semejanza (cf. Gen 1,26), hemos de reflejarlas en nuestro accionar cotidiano.[40]  Quien ama a Dios y al prójimo debe ser misericordioso; quien no es misericordioso, no ama ni al prójimo ni a Dios. Y quien no ama y no practica la misericordia, un juicio severo le espera, un juicio sin misericordia, como ya lo hemos indicado.[41]

Sólo nos resta elevar nuestra mirada y nuestro corazón a quien es Madre de la Misericordia Encarnada y Madre de misericordia, María Santísima. Ella que, como nadie, experimentó la misericordia divina por estar íntimamente asociada a la pasión de su divino Hijo,[42] y que la practicó como ninguna otra criatura lo ha hecho, nos conceda la gracia de poder nosotros ser instrumentos de misericordia y manifestar al mundo la novedad de la realidad divina: que Dios es Padre, rico en misericordia.

[1] SAN BENITO, Santa Regla, IV, 14-19.

[2] Ibidem, LIII, 1-3-15.

[3] Ibidem, XXXVI, 1-5.

[4] Ibidem XXIII, 1-5. Pueden verse sobre este tema de la corrección de las faltas los capítulos XXIII a XXVIII. El lenguaje usado por San Benito muestra cuán esencial era en su mente la práctica fiel de la obediencia a la Regla y de la caridad entre los hermanos.

[5] Ibidem, LXXII, 5.

[6] Ibidem, IV, 74.

[7] Moradas Terceras, 1,3, en SANTA TERESA DE JESUS, Obras Completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1986, 488.

[8] Vida, 19,15, Obras Completas, op. cit., 108. En ediciones anteriores de las Obras Completas editadas por la BAC, como las de 1962 y 1979, el texto citado aparece en Vida 19,17, página 77 y 89, respectivamente.

[9] Cuentas de Conciencia, 14,3, Obras Completas, op. cit., 600.

[10] Camino de Perfección, versión del Escorial, 63,2, Obras Completas, op. cit., 391.

[11] Camino de Perfección, versión de Valladolid, 36,12, Obras Completas, op. cit., 395.

[12] Dichos de luz y amor, 26, en S. JUAN DE LA CRUZ, Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1982, 67.

[13] Cantico Espiritual B, 31,8, Obras Completas, op. cit., 1107.

[14] Llama de amor viva, 3,6, Obras Completas, op. cit., 1269.

[15] EFREN DE LA MADRE DE DIOS-STEGGINK OTGER, Tiempo y vida de San Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1992, 104.

[16] CRISOGONO DE JESÚS, Vida de San Juan de la Cruz, en Vida y obras de San Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1955, 301.

[17] Ibidem, 292-293.

[18] Manuscrito A 83vº (en adelante Ms A), en TERESA DE LISIEUX, Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 2006, 245.

[19] Escrito por la Santa a pedido de la Madre Inés de Jesus (su hermana Paulina) entre enero de 1895 y enero de 1896.

[20] Ms A 2rº, Obras Completas, op. cit., 83.

[21] Ibidem, 84.

[22] Ms A 84rº, Obras Completas, op. cit., 247.

[23] Ms A 49rº, Obras Completas, op. cit.,  172.

[24] Oración 6: Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios, Obras Completas, op. cit., 759.

[25] Ms C 12vº-13rº, Obras Completas, op. cit., 288.

[26] Ms C 13vº-14rº, Obras Completas, op. cit., 290.

[27] Ms C 15vº, Obras Completas, op. cit., 292-293.

[28] Ms. C 28rº, Obras Completas, op. cit., 313.

[29] COLOMBAS GARCIA M., San Benito, su vida y su obra, BAC, Madrid 1968, 371.

[30] Directorio de Vida Contemplativa, 173. (En adelante DVC)

[31] Ibidem, 180.

[32] Ibidem, 187.

[33] DVC, 187. Cf. SAN BENITO, Santa Regla, IV, 14-17.

[34] DVC, 188. Cf. SAN BENITO, Santa Regla, LIII, 1-2.

[35] DVC, 39-40.

[36] SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, 742, en SANTA MARIA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, La Divina Misericordia en mi alma, Ediciones Levántate, Granada 2003, 305. (El resaltado está en el texto original). “Tú Mismo me mandas ejercitar los tres grados de la misericordia. El primero, la obra de misericordiosa, de cualquier tipo que sea. El segundo, la palabra de misericordia; si no puedo llevar a cabo una obra de misericordia, ayudaré con mis palabras. El tercero, la oración. Si no puedo mostrar misericordia por medio de obras o palabras, siempre puedo mostrarla por medio de la oración. Mi oración llega hasta donde físicamente no puedo llegar.” Diario, 163, op. cit., 109.

[37] Diario, 163, op. cit., 108-109.

[38] Cf. DM, 7.

[39] “Cuando nos damos cuenta que el amor de Dios por nosotros no cesa ante nuestro pecado ni se retracta ante nuestras ofensas, sino que se hace aún más atento y generoso; cuando nos damos cuenta que este amor causó la Pasión y Muerte de la Palabra hecha carne, quien consintió redimirnos al precio de su propia sangre, entonces exclamamos con gratitud: ‘Sí, el Señor es rico en misericordia’, y aún: ‘El Señor es misericordia’.” RP, 2.

[40] Considerando que amor y misericordia son inseparables y, aún más, convertibles entre sí, podríamos reemplazar la palabra amor por la palabra misericordia y sus derivados misericordiar y misericordiado, usados por el Papa, en el texto admirable de la Primera Carta de San Juan del capítulo 4, versículos 7-11. Quedaría del siguiente modo: “Queridos, misericordiémonos unos a otros, ya que la misericordia es de Dios, y todo el que misericordia [es decir -usada en su forma verbal- el que practica la misericordia con el prójimo] ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no misericordia [al prójimo] no ha conocido a Dios, porque Dios es Misericordia. En esto se manifestó la misericordia que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste la misericordia: no en que nosotros hayamos misericordiado a Dios, sino en que él nos misericordió y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos misericordió de esta manera, también nosotros debemos misericordiarnos unos a otros.”

[41]Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá Mi misericordia en el día del juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque su misericordia anticiparía Mi juicio.” SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, 1317, op. cit., 471-472. (El resaltado está en el texto original).

[42] Cf. DM, 9.

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