Las santidades sospechosas

Diferencias entre verdadera santidad y mera ilusión

 

P. Alfonso Torres, del libro “Los caminos de Dios”

Uno de los caminos por los que naufraga la santificación es el camino de la poesía. Soñar con que pueden acaecernos tales pruebas, soñar con que yo pueda lleva a cabo tal empresa, soñar con que yo me pueda encontrar en tales circunstancias…, ¡es tan fácil! Pero por ahí naufraga la santidad. Nos mecemos en estos ensueños poéticos, esperando que por ahí despunte para nosotros el sol de nuestra santificación, y entre tanto tenemos la santificación en nuestras manos, en la prosa cotidiana de nuestra vida, viéndolo todo en Dios y aprovechándolo todo según Dios, y nos descuidamos, la perdemos de vista para seguir soñando.

Uno de los mayores enemigos que tiene la santificación de las almas son las santidades hipotéticas. Las santidades hipotéticas, por su misma naturaleza, no suelen realizarse. Deja el alma escapar la realidad que tiene delante, en la cual se debería santificar, y se echa a soñar con situaciones irreales, creyendo alucinadamente que en ellas se santificaría.

La santidad no consiste en ciertas prácticas devotas que exteriormente se hagan, la santidad no está en una vida exterior muy ordenada; eso es superfluo; todo lo más, secundario; la santidad está en las virtudes verdaderas, ni siquiera está en los sentimientos, sino en la manera  como el alma reacciona cuando siente o no siente; si reacciona siempre según la virtud, según la perfección de las virtudes, entonces la santidad será verdadera, y la santidad verdadera tiene como características las grandes virtudes religiosas: la humildad, la pobreza, la perfecta abnegación, la completa obediencia, que es como la base y la piedra fundamental de la perfección; y sólo cuando esas virtudes llegan a ser virtudes puras con toda la perfección que el Evangelio les atribuye, entonces es cuando se está en justicia y santidad verdaderas.

Hay una gran diferencia entre el alma fervorosa, que se ha entregado de veras a Dios, y que ve y busca a Dios en todo, y las almas tibias, amigas de sí mismas. Las almas fervorosas tienen un instinto sobrenatural, una habilidad divina para encontrar a Dios en todo: en lo próspero y en lo adverso, en el amor y en el desamor de las creaturas, del que sacan el fruto de desapegarse de ellas; en las alegrías, que miran como migajas que les caen de la mesa del Padre Celestial, y en las lágrimas, porque saben unirlas con las de Jesús; en sus fervores, que son como un vuelo que las acerca a Dios, y en sus sequedades y desolaciones, que las unen con Jesús en el huerto de la agonía. Siempre encuentran a Dios, nada hay que las estorbe para unirse con Él; diríase que desafían a todas las creaturas, seguras de vencerlas. Así son las almas santas.

Todo lo contrario es la condición de las tibias. Hasta en las cosas santas encuentran tropiezos; donde hay la menor cosa, ellas sacan más, van mendigando el amor de las creaturas; su desamor las desilusiona y las llena de amargura, porque no buscan a Dios, sino que se buscan a sí mismas. Si tratan con Dios, no le buscan a Él, sino sus consuelos, y así por todas las sendas espirituales o temporales de la vida convierten en daño lo que debía serles provechoso.

 

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