Bienvenido a casa (2ª parte)

Los lazos espirituales

Por gracia de Dios ha llegado el momento en que puedo decir que, literalmente, la mitad de mi vida he sido religioso; y sinceramente estos 18 años de consagración han pasado volando (desde el noviciado hasta ahora), así como las experiencias, buenos consejos, buenos amigos, y gracias tras gracias y bendiciones que siempre saben estar presente y abrirse paso a través de las necesarias cruces -¡benditas cruces!-, en que ha de ser clavada la vida religiosa para poder -y sólo así-, dar frutos, pese a nuestras limitaciones, pese a nuestros defectos… bendito sea Dios para quien todas nuestras debilidades y miserias no le son impedimento si, confiados en sus manos paternales, “lo dejamos obrar”. Tenemos toda la vida para madurar, para crecer, para dejarnos moldear; pero como no sabemos cuándo llegará el momento de presentarnos ante nuestro Redentor, aquel mismo que por sus secretas razones nos ha elegido, es que debemos dedicarnos a trabajar y seguir arando lo mejor posible sin mirar jamás atrás: ¡que la Virgen nos alcance esta gracia!

A la luz de esta consideración fue que pude degustar de una manera muy especial el viaje para visitar a mi familia, donde no tan sólo constaté la intacta firmeza de los lazos de la carne con mi familia natural, la que Dios me regaló; sino también la de aquellos lazos espirituales que Dios mismo también se encarga de forjar y prolongar por el mundo entero a través de las misiones, y más y más en la medida en que éstas se sigan extendiendo, y me refiero a los lazos irrenunciables que se establecen entre todos nosotros, los religiosos de la familia del Verbo Encarnado, familia espiritual, familia sobrenatural, familia también elegida por Dios para nosotros…

“Bienvenido a casa”, me dijeron al recibirme en el noviciado de Chile, y también en “La Finca”, nuestro amado seminario y casa de formación durante nuestros primeros años, verdadero hogar en el que de golpe nos encontramos rodeados de un montón de nuevos hermanos (aunque esto ya desde el noviciado), unidos todos bajo el mismo ideal, Jesucristo; y bajo el mismo sendero hacia la santidad que debemos recorrer y aprovechar en miras a alcanzar esa meta con esfuerzo: el carisma, nuestro carisma…, “bienvenido a casa”, mismo saludo que me abrió las puertas en las demás casas religiosas por las que pasé: otros noviciados, otro seminario, conventos y monasterios tanto de los religiosos como de las religiosas, etc.; porque era mi familia, la de los lazos espirituales, familia unida también por las oraciones con las cuales nos ayudamos mutuamente y a las cuales constantemente nos encomendamos. “Padre, jamás había visto un monje de los nuestros”, me dijeron en algún lugar recibiéndome como a uno más de allí; “padre, ¿cómo está Séforis?”, me preguntaron en más de una oportunidad, personas que no conocía personalmente pero que nos acompañan con sus oraciones a la distancia y por las noticias y escritos que publicamos; “¿nos podría contar algo sobre su misión?, nos encanta recibir a los misioneros”, otra frase común que acompañó el itinerario. Y, si bien todo fue grandioso, cada lugar, cada charla de presentación, cada  santa Misa que allí podía celebrar, cada vez que fui a confesar, atender algunas consultas, etc., me gustaría hacer una mención especial de lo que fue “estar del otro lado de la mesa” después de haber podido visitar con indecible emoción el seminario donde fuimos preparando nuestras respectivas misiones con todo lo recibido de parte de Dios por medio de nuestros formadores y compañeros, verdaderos hermanos -reitero-, para continuar con esta base lo que se llama nuestra “formación permanente”, porque somos imperfectos y no hay que conformarse en la misión: hay que seguir rezando y cada vez más, seguir estudiando y aprendiendo para poder entregar más. Digo “del otro lado de la mesa”, porque tengo muy claro el recuerdo de cuando llegaba a visitar la Finca algún misionero y nosotros como seminaristas apenas nos enterábamos preguntábamos en qué misión estaba, cómo era estar en esas tierras, y el idioma y la cultura, etc.; y esperábamos sus “buenas noches” después del rezo de vísperas o alguna charla donde nos contara acerca de su misión, y si traía fotos ya se armaba la presentación normalmente después de la cena. Y entre lo que más claramente recuerdo, es cuando aparecía el misionero en el comedor para desayunar, donde “a los pocos segundos de sentarse a la mesa”, se veía rodeado del correspondiente grupo de seminaristas que comenzaba el curioso e infaltable interrogatorio acerca de dicha misión, con las típicas preguntas que todos nos hacíamos y que tanto nos entusiasmaban para discernir a dónde podríamos ofrecernos después a misionar, moviéndonos a disponernos desde ya para el futuro que Dios nos tuviera preparados.

El misionero sentado, sin poder terminar su desayuno hasta que tocara la campana para ir a las clases de los entusiastas seminaristas, es uno de mis mejores recuerdos luego de las Misas solemnes, las actividades comunitarias y hasta las mismas clases. Pero esta vez me tocó estar del otro lado de la mesa, como misionero, y cuando me senté y “de golpe me rodearon las negras vestimentas”, en vez de asustarme me sonreí, jajaja, al darme cuenta de que hace algunos años éramos nosotros los de las sotanas y las preguntas; esta vez era yo quien tenía algo para compartir: la gracia de contarles sobre Séforis y repetir tal vez los mismos consejos (caridad fraterna, generosidad, espíritu de renuncia, amor a la cruz, fidelidad, rezar sin cansarse para pedir la perseverancia, etc.), más lo que les pudiera servir de la experiencia personal. Qué dicha enorme la ver a estos jóvenes con ese fervor que ha de encender cada vez más el corazón del misionero conforme pasa el tiempo, templado por la madurez y la reflexión, pero especialmente por aquella íntima unión con Dios que debemos procurar como lo más importante en nuestras vidas.

Finalmente quisiera mencionar la gracia que fue -¡otra más!-, poder hacer una escala en Brasil para reencontrarme con algunos de mis compañeros de noviciado y ordenación sacerdotal, además de conocer varias de las casas que tenemos en ese país. Es cierto que sabemos desde el principio que tal vez sea difícil volver a encontrarnos con nuestros compañeros de curso, es decir, con aquellos con quienes comenzamos a caminar la senda de la consagración y con quienes tanto compartimos; fue por eso que aquel “bienvenido a casa” que me brindaron fue del todo especial, ya que no importaba que fuera otro lugar lejano de misión, ni que estuviera solamente de paso, pues era también mi familia religiosa la que me recibía. Y además de compartir especialmente con mis amigos y familia religiosa, me tocó estar nuevamente y varias veces del otro lado de la mesa.

Agradezco a la Sagrada Familia y a las oraciones de todos ustedes por esta hermosa oportunidad, a las familias que me ayudaron durante este viaje, familiares y amigos de nuestros religiosos; y les pido especiales oraciones por nuestros misioneros en todo el mundo, por los cuales los monjes rezamos de manera especial: los que están en las tierras más difíciles de misión, los que más sufren, los que más se sacrifican y se entregan con gran generosidad al servicio de Dios y de las almas, los que se desgastan por hacer el bien, etc.; y todo esto sobrellevado con aquella misteriosa y siempre fecunda alegría de la cruz, que sólo puede comprenderse a la luz de la fe, la esperanza y el sincero amor a Dios: “la mies es mucha, mas los obreros pocos. “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Jesucristo)

Con mi bendición, en Cristo y María:

P. Jason Jorquera Meneses.

En Facebook: https://www.facebook.com/m.seforis/posts/pfbid06FF3DBUj2QVn6ky2kVSwRMuPTv1QStCPTsp2tor9cMYsHf3zLvK2gpFQJA3Js2utl

Brasil, seminario mayor.
Con algunos de mis compañeros de curso del seminario, sacerdotes en Brasil.
Bachillerato humanista Alfredo Bufano, san Rafael
Monasterio san Miguel Arcángel, Brasil
Noviciado Marcelo Javier Morsella, Chile
Familia Fredes, familiares de dos religiosos, quienes me recibieron en Mendoza camino a san Rafael

San Rafael
“La Finca”, Seminario Mayor “María Madre del Verbo Encarnado”, san Rafael
Noviciado Brasil
Con Maira y Nancy, nazarenas que me recibieron y ayudaron durante la escala en Bogotá

Un comentario sobre “Bienvenido a casa (2ª parte)”

  1. Gracias Padre por el tiempo compartido con nuestros niños ! Los que somos parte del colegio, nos sentimos realmente felices al recibir la visita de nuestros misioneros. Dios los bendiga por el bien que nos hacen!!

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