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Perseverar en la oración es perseverar en el amor a Dios

Perseverar en el amor

     “Orad constantemente” (1 Ts 5, 17), “dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5, 20), “siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef6, 18).“No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar” (Evagrio Pontico, Capita practica ad Anatolium, 49). Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe, luminosas y vivificantes:

     Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros “todos los días” (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:

«Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina […], intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 6).

     Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida nuestra”, si nuestro corazón está lejos de él?

«Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil […]. Es imposible […] que el hombre […] que ora […] pueda pecar» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 5).

«Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente» (San Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera, pars 1, c. 1)).

      Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. “Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 16-17).

«Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el mandato: “Orad constantemente”» (Orígenes, De oratione, 12, 2).

Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2742-2745

La confianza filial en la oración

La confianza filial     

     La confianza filial se prueba en la tribulación, ella misma se prueba (cf. Rm 5, 3-5). La principal dificultad se refiere a la oración de petición, al suplicar por uno mismo o por otros. Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es escuchada o “eficaz”.

Queja por la oración no escuchada

     He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?

     ¿Estamos convencidos de que “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los “bienes convenientes”? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8), pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).

     “No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones” (St 4, 2-3; cf. todo el contexto de St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, “adúltero” (St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida. “¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros” (St 4,5)? Nuestro Dios está “celoso” de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:

«No pretendas conseguir inmediatamente lo que pides, como si lograrlo dependiera de ti, pues Él quiere concederte sus dones cunado perseveras en la oración» (Evagrio Pontico, De oratione, 34).

Él quiere «que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos» (San Agustín, Epistula 130, 8, 17).

Para que nuestra oración sea eficaz

     La revelación de la oración en la Economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres.

     En san Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición.

     La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?.

     Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y en favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.

Catecismo de la Iglesia Católica, nº2734-2741

Los anuncios de la Pasión (2ª parte)

Los anuncios de la Pasión (2ª parte)

R.P. Gustavo Pascual, monje IVE.

SEGUNDO: SE CUMPLIRÁ TODO LO QUE LOS PROFETAS ESCRIBIERON SOBRE EL HIJO DEL HOMBRE[1]

            Vamos a tomar el compendio de todo lo profetizado por Jesús en las tres predicciones de su Pasión para confrontarlo con lo que dijeron los profetas acerca de ellas.

             El Hijo del hombre, es decir, Jesús, va a sufrir en Jerusalén, cumpliendo allí todo lo que dijeron los profetas. Va a ser entregado a los sumos sacerdotes y escribas que lo reprobarán, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él, va a sufrir mucho, lo escupirán, lo insultarán, lo azotarán y le matarán crucificándolo y al tercer día resucitará.

 Va a sufrir en Jerusalén

 Entrada triunfal en Jerusalén (Mt 21, 1-11p)

            “Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá.» Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo. Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: « ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. « ¿Quién es éste?» decían. Y la gente decía: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.»”

 *          *          *

             “Se plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén, al oriente” (Za 14, 4).

            “Mirad que Yahveh hace oír hasta los confines de la tierra: «Decid a la hija de Sión: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, y su paga le precede” (Is 62, 11).

            “¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna” (Za 9, 9)

            “¡Bendito el que viene en el nombre de Yahveh! Desde la Casa de Yahveh os bendecimos.

Yahveh es Dios, él nos ilumina. ¡Cerrad la procesión, ramos en mano, hasta los cuernos del altar!” (Sal 118, 25-26).

            “« ¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido!” (Mt 23, 37p).

             Va a ser entregarlo a los sumos sacerdotes y escribas que lo reprobarán, lo condenarán a muerte.

 Consejo secreto del Sanedrín (Mt 26, 1-5p)

             “Y sucedió que, cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: «Ya sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado.»

         Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás; y resolvieron prender a Jesús con engaño y darle muerte. Decían sin embargo: «Durante la fiesta no, para que no haya alboroto en el pueblo»” (Mt 26, 1-5).

 *          *          *

           “¿Por qué se agitan las naciones, y los pueblos mascullan planes vanos? Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra Yahveh y contra su Ungido” (Sal 2, 1-2)

            “Escucho las calumnias de la turba, terror por todos lados, mientras se aúnan contra mí en conjura, tratando de quitarme la vida” (Sal 31, 14)

Juicio nocturno en casa de Caifás (Mt 26, 57-66p)

             “Los que prendieron a Jesús le llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro le iba siguiendo de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver el final. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra Jesús con ánimo de darle muerte, y no lo encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Al fin se presentaron dos, que dijeron: «Este dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios, y en tres días edificarlo.» Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: « ¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.» Dícele Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.» Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo: « ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?» Respondieron ellos diciendo: «Es reo de muerte»”.

 *          *          *

          Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca” (Is 53, 7).

           “No me entregues al ansia de mis adversarios, pues se han alzado contra mí falsos testigos, que respiran violencia” (Sal 27, 12).

            “Y los sacerdotes y profetas, dirigiéndose a los jefes y a todo el pueblo, dijeron: « ¡Sentencia de muerte para este hombre, por haber profetizado contra esta ciudad, como habéis oído con vuestros propios oídos!»” (Jr 26, 11).

Jesús delante del Sanedrín (Lc 22, 66-71p)

             “En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas, le hicieron venir a su Sanedrín y le dijeron: «Si tú eres el Cristo, dínoslo.» El respondió: «Si os lo digo, no me creeréis. Si os pregunto, no me responderéis. De ahora en adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios.» Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» Él les dijo: «Vosotros lo decís: Yo soy.» Dijeron ellos: « ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca?»”.

 Lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él.

 Entrega a Pilato (Mt 27, 2p)

            “Y después de atarle, le llevaron y le entregaron al procurador Pilato”.

 Jesús es coronado de espinas (Mt 27, 27-29.31p)

 
“Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: « ¡Salve, Rey de los judíos!» […] Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle”.

*          *          *

                       “Todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza” (Sal 22, 7)

            “Si tomo un sayal por vestido, para ellos me convierto en burla, cuento de los que están sentados a la puerta, y copla de los que beben licor fuerte” (Sal 69, 11-12).

                  “Me he hecho el insulto de ellos, me ven y menean su cabeza” (Sal 109, 25).

 Los criados se burlan de Jesús (Mt 26, 67-68; Mc 14, 65)

             “Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, diciendo: «Adivínanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?»”.

 *          *          *

             “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos” (Is 50, 6).

            “Así como se asombraron de él muchos – pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana” (Is 52, 14);

             “Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le golpeaban; y cubriéndole con un velo le preguntaban: « ¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?» Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas”. (Lc 22, 63-65)

            “Situándolos durante la espera nocturna, antes de la sesión del Sanedrín y no después de ella como en Mt y Mc, los ultrajes en Lc no son cosa de los sanedritas, sino de sus lacayos. Además, a diferencia también de Mt 26, 68; Mc 14, 65, Jesús tiene el rostro cubierto con un velo, de modo que los ultrajes resultan un juego de adivinación, muy conocido en el mundo antiguo y aun en todos los tiempos. Sobre estos detalles el relato de Lc sin duda más verosimilitud que los de Mt y Mc”[2].

 El manto de Herodes (Lc 23, 11)

            “Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato”.

            “Vestido de gala, como el que llevaban los príncipes. Herodes quiere mofarse de las pretensiones de Jesús a la realeza”[3].

 Jesús es entregado para la muerte (Mt 27, 29-31)

            “Y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: « ¡Salve, Rey de los judíos!»; y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle”.

 *          *          *

                       “Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza” (Sal 22, 7-8).

            “Si tomo un sayal por vestido, para ellos me convierto en burla, cuento de los que están sentados a la puerta, y copla de los que beben licor fuerte” (Sal 69, 11-12).

            “Me he hecho el insulto de ellos, me ven y menean su cabeza” (Sal 109, 25).

            “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos” (Is 50, 6).

 Va a sufrir mucho

 Getsemaní (Mt 26, 36-46p)

         “Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.» Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.» Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.» Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: « ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.» Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: «Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad.» Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Viene entonces donde los discípulos y les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos!, ¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca.»”.

 *          *          *

             “¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios: aún le alabaré, ¡salvación de mi rostro y mi Dios!” (Sal 42, 6)

            “¿No es para uno una mortal tristeza un compañero o amigo trocado en enemigo?” (Si 37, 2)

            “¡Despierta, despierta! ¡Levántate, Jerusalén! Tú, que has bebido de mano de Yahveh la copa de su ira. El cáliz del vértigo has bebido hasta vaciarlo. Así dice tu Señor Yahveh, tu Dios, defensor de tu pueblo. Mira que yo te quito de la mano la copa del vértigo, el cáliz de mi ira; ya no tendrás que seguir bebiéndolo” (Is 51, 17.22)

            “¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes” (Is 53, 1-12)

 Lo escupirán (Mt 27, 30p)

             “Y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza”.

 *          *          *

                      “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos” (Is 50, 6).

 Le insultarán (Mt 27, 27- 29p)

            “Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: « ¡Salve, Rey de los judíos!»”.

 Las gentes se ríen del crucificado (Mt 27, 39-44p)

             “Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»

Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo:

«A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: “Soy Hijo de Dios.”» De la misma manera le injuriaban también los salteadores crucificados con él”.

*          *          *

             “Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza” (Sal 22, 6-8)

            “Me he hecho el insulto de ellos, me ven y menean su cabeza” (Sal 109, 25).

            “Es para trocar su tierra en desolación, en eterna rechifla: todo el que pasare se asombrará de ella y meneará la cabeza” (Jr 18, 16).

            “Sobre ti baten palmas todos los que pasan de camino; silban y menean la cabeza sobre la hija de Jerusalén. « ¿Esa es la ciudad que llamaban la Hermosa, la alegría de toda la tierra?»” (Lm 2, 15).

            “Meneará su cabeza, batirá palmas, cuchicheará mucho y mudará de cara” (Si 12, 18).

            “Te avergonzará en sus festines, hasta despojarte dos, tres veces, y para terminar se burlará de ti. Después, si te ve, te dejará a un lado, y meneará la cabeza ante ti” (Si 13, 7).

            “Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las manos de sus enemigos. Sometámosle al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará” (Sb 2, 18-20)

 Lo azotarán

             “Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle” (Jn 19, 1)

            “Así que le castigaré y le soltaré” (Lc 23, 16)

            “Y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado” (Mc 15, 15)

 Le matarán crucificándole

 La crucifixión (Mc 15, 22-27p)

             “Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos.» Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda”.

 *          *          *

             “Veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre” (Sal 69, 22).

            “Dad bebidas fuertes al que va a perecer y vino al de alma amargada; que beba y olvide su miseria, y no se acuerde ya de su desgracia” (Pr 31, 6-7).

            “Puedo contar todos mis huesos; ellos me observan y me miran, repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica” (Sal 22, 18-19).

            “Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes” (Is 53, 12).

 Jesús muere (Mt 27, 50p)

             “Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu”.

 Y al tercer día resucitará 

Los ángeles anuncian la Resurrección (Lc 24, 3-8p)

             “Y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. “» Y ellas recordaron sus palabras”.

            “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” (Lc 24, 25-26)

 *          *          *

            “Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará” (Is 53, 11)

         “He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera” (Is 52, 13)

[1] Lc 18, 31

[2] Nota de la Biblia de Jerusalén (1998) a Lc 22, 63

[3] Jsalén a Lc 23, 11

Los anuncios de la Pasión (1ª parte)

Los anuncios de la Pasión (1ª parte)

R.P. Gustavo Pascual, monje IVE.

Introducción

En este trabajo vamos a estudiar primero los anuncios de la pasión en los sinópticos para ver luego en conjunto hasta donde conocían los apóstoles la Pasión y por otra parte conocer en detalle la profecía de Jesús sobre su Pasión en estos tres anuncios. En segundo lugar conociendo la profecía en su conjunto veremos los oráculos proféticos sobre ella.

PRIMERO: PREDICCIONES DE LA PASIÓN

 Primera predicción de la Pasión

 Mateo 16, 21

             “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día”.

Marcos 8, 31

             “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días”.

Lucas 9, 22

             “Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día»”.

            Mateo dice que desde entonces comenzó a manifestar a sus discípulos. ¿Desde cuándo? Desde la profesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Marcos y Lucas no hacen referencia a un momento particular de la vida de Cristo. Mateo dice que debía ir a Jerusalén, es decir, allí le iban a ocurrir las cosas que luego dice. Marcos y Lucas nada dicen en esta predicción sobre el lugar en que Cristo iba a padecer.

            ¿Quién iba a padecer?, Mateo no le da ningún nombre particular sino que es Jesús el que les está hablando. Marcos y Lucas dicen que al que le van a ocurrir esas cosas es al “Hijo del hombre”. ¿Qué cosas le van a ocurrir? Debe sufrir mucho, dicen los tres sinópticos. Marcos y Lucas agregan que va a ser reprobado. Lo van a matar. Y al tercer día va a resucitar. ¿Quiénes lo van a reprobar? Los ancianos, los sumos sacerdotes y los escriban dicen los tres sinópticos.  Agregamos algún dato más: “esta predicción debió de ser privada, a solos los apóstoles. El contexto así lo persuade. Mt 16, 21 habla de los discípulos. Y Mc 8, 34 dice que después llamó a la muchedumbre juntamente con los discípulos”[1]. Al norte de la Galilea, en el año 29 entre Mayo y Julio[2].

            Podemos concluir de esta primera predicción, la cual, ocurre después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, que Jesús, el Hijo del hombre, va a ir a Jerusalén y allí va a sufrir mucho, va a ser reprobado de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escriban, lo van a matar y al tercer día va a resucitar.

Segunda predicción de la Pasión

 Mt 17, 22-23

             “Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará.» Y se entristecieron mucho”.

Mc 9, 30-32

             “Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.» Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle”.

Lc 9, 44- 45

             “«Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.» Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto”.

            ¿Dónde ocurrió esta predicción? Mateo y Marcos dicen que iban caminando por Galilea probablemente en Daburiyeb, pequeña aldea ubicada a los pies del monte Tabor días después de la primera predicción[3]. Marcos dice: “saliendo de allí”, de la pequeña aldea donde había curado a un endemoniado epiléptico[4]. Marcos dice que entró en una casa y allí le preguntaron sus discípulos sobre el exorcismo. También puede que Marcos haga referencia que la predicción fue al salir de la casa.

            ¿Delante de quién la dijo? De sus discípulos, dice Marcos que agrega que no quería que nadie supiese que estaba allí para poderles enseñar. ¿A quién le van a ocurrir las cosas que predice? Al Hijo del hombre dicen los tres sinópticos. ¿Qué cosas le van a ocurrir? Será entregado en manos de hombres (Mt, Mc y Lc), le matarán y al tercer día resucitará (Mt y Mc). ¿Cuál fue la reacción de los discípulos? Tristeza dice Marcos. Los discípulos no entendían lo que les decía (Mc y Lc), les estaba velado de modo que no comprendían (Lc) y temían preguntarle sobre el asunto (Mc y Lc).

            Podemos concluir de esta predicción que fue dicha al pie del monte Tabor en Galilea ante sus discípulos, probablemente los apóstoles solamente. Les dijo que el Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, los matarán y al tercer día resucitará.            En esta predicción no dice en particular en manos de quien va a ser entregado sino sólo en manos de los hombres. Agrega a la primera la reacción de los discípulos. Primero la tristeza por lo que les decía. Además que no entendían lo que les decía y temían preguntarle.

Tercera predicción de la Pasión

 Mt 20, 17-19

                       “Cuando iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará»”.

Mc 10, 32-34

            “Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará»”.

Lc 18, 31-34

            “Tomando consigo a los Doce, les dijo: «Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron sobre el Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán, y al tercer día resucitará.» Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía”.

            ¿Dónde ocurre esta predicción? Camino a Jerusalén (Mt, Mc y Lc). Dice Leal: “La ida a Jericó la consideran los Sinópticos como ascensión a Jerusalén, porque de hecho el término del viaje era la capital, y Jericó iba a ser paso nada más.  El Señor viene de Efrén. No creemos que fuera directamente de Efrén a Betania, sino que de Efrén se dirigió a Jericó y de allí a Betania y Jerusalén. Tal vez ha dado vuelta para hacer tiempo. De hecho en Jerusalén ya hay peregrinos, y echan de menos a Jesús (Jn 11, 55-56)”[5].  ¿Cuándo ocurre? En Febrero del año 30 ya cercana su última Pascua[6].  ¿A quién hizo la predicción? A los doce dicen los tres sinópticos.

            ¿Quién va a ser entregado? El Hijo del hombre en los tres sinópticos.  ¿Qué le va a suceder? Será entregado a los sumos sacerdotes y escribas, le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, (Mt, Mc y Lc); lo escupirán (Mc, Lc), lo insultarán (Lc), lo azotarán (Mt, Mc y Lc) y le matarán (Mc y Lc) con muerte de cruz (Mt) y al tercer día resucitará (Mt, Mc y Lc). Lucas también agrega un dato interesante: se cumplirá lo profetizado acerca del Hijo del hombre.

            Si bien no dice explícitamente donde va a suceder esto, podemos entenderlo de las palabras “Mirad que subimos a Jerusalén” (Mt, Mc y Lc) “y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre” (Lc). Lucas agrega que nada comprendieron de esto, sus palabras les quedaban ocultas y no las entendían.

            Esta tercera predicción es más detallada pues agrega cosas más particulares sobre lo que van a hacer con el Hijo del hombre.

 Conclusión

             ¿Qué nos dicen en resumen las tres predicciones de la Pasión? Que el Hijo del hombre, es decir, Jesús, va a sufrir en Jerusalén, cumpliendo allí todo lo que dijeron los profetas. Va a ser entregado a los sumos sacerdotes y escribas que lo reprobarán, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él, va a sufrir mucho, lo escupirán, lo insultarán, lo azotarán y le matarán crucificándolo y al tercer día resucitará.

            Esta es la profecía que dijo Jesús ante sus discípulos en las tres predicciones desde Cesarea de Filipo a Jerusalén. Entre la confesión de Pedro y la última Pascua de su vida.  Sin embargo, a pesar de la claridad de la profecía y de los detalles de ella, los evangelistas dicen que los doce no entendían lo que les decía y temían preguntarle.

            Creo que los datos de la Pasión los entenderían mejor porque conocían casos de crucifixiones y por eso al decirles estas cosas se entristecieron. De todas maneras la crucifixión de Jesús chocaba con la concepción mesiánica que tenían. De hecho, después de la tercera predicción de la pasión se presenta la madre de los Zebedeo[7] para pedirle un puesto en su reino para sus hijos porque seguramente pensarían que sería conquistado al subir a Jerusalén. Además ante la ambición de los doce por ser ministros del reino Jesús les habla sobre el servicio como distintivo de los que pertenezcan al reino que va a instaurar[8]. Hasta Pedro en nombre de los doce después de su confesión quiso apartar a Jesús de su Pasión[9].

            No entendían nada sobre la resurrección pues era para ellos un término y un concepto totalmente nuevo, al menos, sobre una resurrección personal después de tres días de muerto. De hecho sabían de la resurrección final porque lo habían oído hablar de ella ante los saduceos[10] y también habían escuchado la conversación de Marta con Jesús[11]. En aquella conversación Jesús les dijo que Él era “la resurrección y la vida” y ellos vieron con gran asombro el poder de Jesús para resucitar a Lázaro pero nunca llegaron a entender, a mi modo de ver, la resurrección del mismo Jesús aunque la había profetizado. Sólo creyeron en ella después de haber estado con Él en su nueva vida de resucitado y sobre todo con perfección después de Pentecostés.

[1] Leal, Sinopsis Concordada de los Cuatro Evangelios, BAC Madrid 19612, 220

[2] Leal, Sinopsis Concordada de los Cuatro Evangelios…, Plano Gráfico del Ministerio público del Señor.

[3] Cf. Leal, Sinopsis Concordada de los Cuatro Evangelios…, 223

[4] Mc 9, 14-29p

[5] Leal, Sinopsis Concordada de los Cuatro Evangelios…, 249

[6] Leal, Sinopsis Concordada de los Cuatro Evangelios…, Plano Gráfico del Ministerio público del Señor.

[7] Mt 20, 20-28p

[8] Mt 20, 24-28p

[9] Mt 16, 22

[10] Lc 20, 27-39

[11] Jn 11, 24-25

La humilde vigilancia de la oración

Contra las dificultades y tentaciones en la oración

Frente a las dificultades de la oración

     La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de estas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquél al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa. Dedicarse a perseguir las distracciones es caer en sus redes; basta con volver a nuestro corazón: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).

     Mirado positivamente, el combate contra el ánimo posesivo y dominador es la vigilancia, la sobriedad del corazón. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al “hoy”. El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: “Dice de ti mi corazón: busca su rostro” (Sal 27, 8).

     Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la oración en la que el corazón está desprendido, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. “El grano de trigo, si […] muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).

Frente a las tentaciones en la oración

     La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente? Consideramos a Dios como asociado a la alianza con nosotros, pero nuestro corazón continúa en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).

     Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. “El espíritu […] está pronto pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Cuanto más alto es el punto desde el que alguien toma decisiones, tanto mayor es la dificultad. El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.

Catecismo de la Iglesia Católica, nº2729-2733

El combate de la oración 2ªparte

EL COMBATE DE LA ORACIÓN

2ª parte

Catecismo de la Iglesia católica nº2734-2745

III. La confianza filial

La confianza filial se prueba en la tribulación, ella misma se prueba (cf. Rm 5, 3-5). La principal dificultad se refiere a la oración de petición, al suplicar por uno mismo o por otros. Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es escuchada o “eficaz”.

Queja por la oración no escuchada

He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?

¿Estamos convencidos de que “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los “bienes convenientes”? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8), pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).

“No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones” (St 4, 2-3; cf. todo el contexto de St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, “adúltero” (St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida. “¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros” (St 4,5)? Nuestro Dios está “celoso” de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:

«No pretendas conseguir inmediatamente lo que pides, como si lograrlo dependiera de ti, pues Él quiere concederte sus dones cunado perseveras en la oración» (Evagrio Pontico, De oratione, 34).

Él quiere «que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos» (San Agustín, Epistula 130, 8, 17).

Para que nuestra oración sea eficaz

La revelación de la oración en la Economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres.

En san Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición.

La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?.

Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y en favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.

  1. Perseverar en el amor

“Orad constantemente” (1 Ts 5, 17), “dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5, 20), “siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef6, 18).“No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar” (Evagrio Pontico, Capita practica ad Anatolium, 49). Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe, luminosas y vivificantes:

Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros “todos los días” (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:

«Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina […], intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 6).

Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida nuestra”, si nuestro corazón está lejos de él?

«Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil […]. Es imposible […] que el hombre […] que ora […] pueda pecar» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 5).

«Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente» (San Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera, pars 1, c. 1)).

Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. “Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 16-17).

«Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el mandato: “Orad constantemente”» (Orígenes, De oratione, 12,

El combate de la oración (1ª parte)

EL COMBATE DE LA ORACIÓN

1ª parte

Catecismo de la Iglesia católica nº2725-2733

La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.

I. Obstáculos para la oración

En el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.

También tenemos que hacer frente a mentalidades de “este mundo” que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es “amor de la Belleza absoluta” [philocalía], y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).

Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos “muchos bienes” (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, difícil aceptación de la gratuidad de la oración, etc. La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.

II. La humilde vigilancia de la oración

Frente a las dificultades de la oración

La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de estas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquél al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa. Dedicarse a perseguir las distracciones es caer en sus redes; basta con volver a nuestro corazón: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).

Mirado positivamente, el combate contra el ánimo posesivo y dominador es la vigilancia, la sobriedad del corazón. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al “hoy”. El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: “Dice de ti mi corazón: busca su rostro” (Sal 27, 8).

Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la oración en la que el corazón está desprendido, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. “El grano de trigo, si […] muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).

Frente a las tentaciones en la oración

La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente? Consideramos a Dios como asociado a la alianza con nosotros, pero nuestro corazón continúa en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).

Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. “El espíritu […] está pronto pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Cuanto más alto es el punto desde el que alguien toma decisiones, tanto mayor es la dificultad. El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.

Instrumentos en las manos de Dios

INSTRUMENTOS

EN LAS MANOS DE DIOS

Extracto de “Medios divinos y medios humanos”.

San Alberto Hurtado

“Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien” San Alberto Hurtado

Para ser santo no se requiere pues sólo el ser instrumento de Dios, sino el ser instrumento dócil: el querer hacer la voluntad de Dios. La actividad humana se hace santa mientras está unida al querer divino. Lo único que impediría nuestra santificación en el obrar es la independencia del querer divino. Este sería el camino de la esterilidad, como el de la dependencia será el de santificación.

Supuesta la voluntad de Dios, todas las criaturas son igualmente aptas para llevarnos al mismo Dios: riqueza o pobreza, salud o enfermedad, acción o contemplación, evangelio, liturgia, prácticas ascéticas: lo que Dios quiera de nosotros. Entre las manos de Dios cualquiera acción puede ser instrumento de bien como el barro en manos de Cristo sirvió para curar al ciego.

Cualquiera de nuestras acciones por más material que parezca, con tal que sea una colaboración con Dios, hace crecer la vida divina en nuestras almas. ¿Hay un criterio para poder distinguir las acciones nuestras que son una colaboración con Dios de las que no lo son? Sí. La unión de nuestra voluntad con la de Dios. La voluntad de Dios es la llave de la santidad: aceptar esta voluntad, adherir a ella es santificarnos.

Pensar en Dios, meditar su palabra son ocupaciones excelentes pero no pueden considerarse como exclusivas, pues no menos excelente fue María Santísima cumpliendo sus deberes de madre, de esposa, haciendo los deberes domésticos de su casa. Esta tendencia establece un divorcio entre la religión y la vida y puede llegar hasta hacer despreciar el cumplimiento de los deberes de estado aun los más elementales. El miedo de la acción, la convicción que la actividad humana aleja de Dios arrojan estas almas en la mediocridad y en la rareza; no pocos se vuelven orgullosos y testarudos.

No es raro que estas personas ilusionadas no tengan sino desprecio por la cosas de este mundo. No consideran a Dios como causa de su obrar y como alma de sus operaciones sino como un fin al cual hay que tender y este fin situado más allá de lo creado se alcanza por una elevación intelectual que ellos creen mística. Se desinteresan éstos de los progresos terrestres y de las calamidades que pesan sobre la sociedad humana. Allí no está Dios. Dios está en el cielo. De aquí una concepción de la vida espiritual sentada alrededor de algunas virtudes pasivas y secretas que ellos entienden a su manera.

“Qué haría Cristo en mi lugar”

Toda esta concepción de la vida nace de un desconocimiento de la doctrina de la colaboración del hombre con Dios. Si Dios no actúa en este mundo sino que únicamente nos aguarda en el otro es evidente que es una locura detenerse a considerar esta vida mortal y preocuparse en algo de las cosas finitas que nos alejan del infinito. Pero al que considera esta vida como la obra amorosa de un padre que nos la ha dado para su gloria; que nos la ha dado hasta el punto de enviar a su Hijo único a esta tierra a revestirse de nuestra carne mortal y tomar nuestra sangre e incorporar en sí como en un resumen todas las realidades humanas: para el que esto piensa este mundo tiene un valor casi infinito. Este mundo sin embargo lo mira no como el estado definitivo de su acción, sino como la preparación para la consumación de su amor con el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Mientras tanto con su sacrificio de oraciones se une al Verbo Encarnado y agrega en lo que falta a la pasión de Cristo para salvar otras almas y dar gloria a Dios.

El que ha comprendido la espiritualidad de la colaboración toma en serio la lección de Jesucristo de ser misericordioso como el Padre Celestial es misericordioso, procura como el Padre Celestial dar a su vida la máxima fecundidad posible. El Padre Celestial comunica a sus creaturas sus riquezas con máxima generosidad. El verdadero cristiano, incluso el legítimo contemplativo, para semejar a su padre se esfuerza también por ser una fuente de bienes lo más abundante posible. Quiere colaborar con la mayor plenitud a la acción de Dios en El. Nunca cree que hace bastante. Nunca disminuye su esfuerzo. Nunca piensa que su misión está terminada. Tiene un celo más ardiente que la ambición de los grandes conquistadores. El trabajo no es para Él un dolor, un gasto vago de energías humanas, ni siquiera un puro medio de progreso cultural. Es más que algo humano. Es algo divino. Es el trabajo de Dios en el hombre y por el hombre. Por esto se gasta sin límites. Quisiera que los colaboradores no faltasen a Dios. Sabe que Dios está dispuesto a obrar mucho más de lo que lo hace, pero está encadenado por la inercia de los hombres que deberían colaborar con El. Como San Ignacio, piensa “que hay muy pocas personas, si es que hay algunas, que comprendan perfectamente cuánto estorbamos a Dios cuando Él quiere obrar en nosotros y todo lo que haría en nuestro favor si no lo estorbáramos”.

Frente al error que acabamos de señalar hay otro no menos grave que deriva también de una incomprensión de la espiritualidad de la colaboración. Hay personas, como se ve a diario que están de tal manera obsesionadas con el bien de las almas, la gloria de Dios, que olvidan casi completamente la causa invisible de este bien. Su celo es admirable. No tienen más que una idea: hacer avanzar el reino de Dios y combatir por el triunfo de la Iglesia; son leales y rectos en sus intenciones. Sin embargo no se santifican o se santifican muy poco; ganan partidarios a la Iglesia pero en realidad ni ellos se asemejan más a Cristo, ni hacen a nadie más semejante al Maestro. No colaboran con Dios, por tanto su acción es estéril.

Tienen un inmenso celo de la perfección de los otros pero poco celo de su propia perfección. Semejan al artista que preocupado de la función teatral que prepara no guarda tiempo para prepararse él mismo para ella. La realización de sus proyectos los absorbe en tal forma que no tienen tiempo ni fuerza ni gusto para pensar en su alma. Están devorados por la acción. A solas con Dios se aburren; están pensando en la acción que los aguarda y dan como excusa las necesidades del apostolado. Algunos para remediar a su mediocridad introducen en su vida algunos ejercicios de piedad pero su remedio es insuficiente y demasiado exterior a la misma actividad. Algunos llegan a extrañarse que se les pida otra cosa que una abnegación total en la acción. Desprecian secretamente la contemplación, la paz y el silencio.

El motivo de “la voluntad de Dios” es el lema para estar seguro de cumplir nuestra misión sobrenatural, mejor aún que el de la “gloria de Dios”, pues a veces el lema de la gloria de Dios encubre nuestra voluntad bajo pretextos especiosos. En resumen la gran ilusión de los activistas está en gastar demasiados esfuerzos en producir frutos y de hacer demasiado pocos esfuerzos por vivir en Cristo. De esta falta de vida en Cristo se sigue la esterilidad real de su apostolado ya que, como dijo Jesús, “sin mí no podéis nada”; y en cambio, el que cree en El hará las obras de Cristo y aún mayores; pero creer en Cristo es estar incorporado en El por una fe viva que supone la caridad. El sarmiento que no está incorporado a la vid no puede dar frutos, nosotros tampoco si no permanecemos en Cristo.

San Alberto Hurtado S.J.

El Hijo, Dios-Verbo – Catequesis de San Juan Pablo II

El Hijo, Dios-Verbo

(Comentario al Credo, IV Parte)

6.XI.85

El Hijo, Dios-Verbo 6.XI.85

1. La Iglesia basándose en el testimonio dado por Cristo, profesa y anuncia su fe en Dios-Hijo con las palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano: ‘Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre.’.

Esta es una verdad de fe anunciada por la palabra misma de Cristo, sellada con su sangre derramada en la cruz, ratificada por su resurrección, atestiguada por la enseñanza de los Apóstoles y transmitida por los escritos del Nuevo testamento.

Cristo afirma: ‘Antes de que Abrahán naciese, yo soy’ (Jn 8, 58). No dice: ‘Yo era’, sino ‘Yo soy’, es decir, desde siempre, en un eterno presente. El Apóstol Juan, en el prólogo de su Evangelio, escribe: ‘En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho’ (Jn 1, 1-3). Por lo tanto, ese ‘antes de Abrahán’, en el contexto de la polémica de Jesús con los herederos de la tradición de Israel, que apelaban a Abrahán, significa: ‘mucho antes de Abrahán’ y queda iluminado en las palabras del prólogo del cuarto Evangelio: ‘En el principio estaba en Dios’, es decir, en la eternidad que sólo es propia de Dios: en la eternidad común con el Padre y con el Espíritu Santo. Efectivamente, proclama el Símbolo ‘Quicumque’: ‘Y en esta Trinidad nada es antes o después, nada mayor o menor, sino que las tres Personas son entre sí coeternas y coiguales’.

2. Según el Evangelio de Juan, el Hijo-Verbo estaba en el principio en Dios, y el Verbo era Dios (Cfr. Jn 1, 2). El mismo concepto encontramos en la enseñanza apostólica. Efectivamente, leemos en la Carta a los hebreos que Dios ha constituido al Hijo ‘heredero de todo, por quien también hizo los siglos. Este Hijo. es irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas’ (Heb 1, 2-3). Y Pablo, en la Carta a los Colosenses, escribe: ‘El es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura’ (Col 1, 15).

Así, pues, según la enseñanza apostólica, el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre porque es el Dios-Verbo. En este Verbo y por medio de El todo ha sido hecho, ha sido creado el universo. Antes de la creación, antes del comienzo de ‘todas las cosas visibles e invisibles’, el Verbo tiene en común con el Padre el Ser eterno y la Vida divina, siendo ‘la irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia’ (Heb 1, 3). En este Principio sin principio el Verbo es el Hijo, porque es eternamente engendrado por el Padre. El Nuevo Testamento nos revela este misterio para nosotros incomprensible de un Dios que es Uno y Trino: he aquí que en la ónticamente absoluta unidad de su esencia, Dios es eternamente y sin principio el Padre que engendra al Verbo, y es el Hijo, engendrado como Verbo del Padre.

3. Esta eterna generación del Hijo es una verdad de fe proclamada y definida por la Iglesia muchas veces (no sólo en Nicea y en Constantinopla, sino también en otros Concilios, p.e., en el Concilio Lateranense IV, año 1215), escrutada y también explicada por los Padres y por los teólogos, naturalmente en cuanto la inescrutable Realidad de Dios puede ser captada con nuestros conceptos humanos, siempre inadecuados. Esta explicación la resume el catecismo del Concilio de Trento, que dictamina exactamente: . es tan grande la infinita fecundidad de Dios que, conociéndose a Sí mismo, engendra al Hijo idéntico e igual’.

Efectivamente, es cierto que esta eterna generación en Dios es de naturaleza absolutamente espiritual, porque ‘Dios es Espíritu’. Por analogía con el proceso gnoseológico de la mente humana, por el que el hombre, conociéndose a sí mismo, produce una imagen de sí mismo, una idea, un ‘concepto’, es decir, una ‘idea concebida’, que del latín verbum es llamada con frecuencia verbo interior, nosotros nos atrevemos a pensar en la generación del Hijo o ‘concepto’ eterno y Verbo interior de Dios. Dios, conoci éndose a Sí mismo, engendra al Verbo-Hijo, que es Dios como el Padre. En esta generación, Dios es al mismo tiempo Padre, como el que engendra, e Hijo, como el que es engendrado, en la suprema identidad de la Divinidad, que excluye una pluralidad de ‘Dioses’. El Verbo es el Hijo de la misma naturaleza que el Padre y es con El el Dios único de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento.

4. Esta exposición del misterio, para nosotros inescrutable, de la vida íntima de Dios se contiene en toda la tradición cristiana. Si la generación divina es verdad de fe, contenida directamente en la Revelación y definida por la Iglesia, podemos decir que la explicación que de ella dan los Padres y Doctores de la Iglesia, es una doctrina teológica bien fundada y segura.

Pero con ella no podemos pretender eliminar las oscuridades que envuelven, ante nuestra mente, al que ‘habita una luz inaccesible’ (1 Tim 6,16). Precisamente porque el entendimiento humano no es capaz de Comprender la esencia divina, no puede penetrar en el misterio de la vida íntima de Dios. Con una razón particular se puede aplicar aquí la frase: ‘Si lo comprendes, no es Dios’.

Sin embargo, la Revelación nos hace conocer los términos esenciales del misterio, nos da su enunciación y nos lo hace gustar muy por encima de toda comprensión intelectual, en espera y preparación de la visión celeste. Creemos, pues, que ‘El Verbo era Dios’ (Jn 1, 1), ‘se hizo carne y habitó entre nosotros’ (Jn 1, 14), y ‘a cuantos le recibieron, les dio potestad de venir a ser hijos de Dios’ (Jn 1, 12). Creemos en el Hijo ‘unigénito que está en el seno del padre’ (Jn 1, 18), y que, al dejar la tierra, prometió ‘prepararnos un lugar’ (Jn 14, 2) en la gloria de Dios, como hijos adoptivos y hermanos suyos (Cfr. Rom 8, 15; Gal 4, 5; Ef 1, 5).

Dios Hijo – Catequesis de San Juan Pablo II

Dios Hijo

(Comentario al Credo, IV Parte)

30.X.85

1. ‘Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso. Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre.’.

Con estas palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano, expresión sintética de los Concilios de Nicea y Constantinopla, que explicitaron la doctrina trinitaria de la Iglesia, profesamos la fe en el Hijo de Dios.

Nos acercamos así al misterio de Jesucristo, el cual también n hoy, lo mismo que en los siglos pasados, interpela e interroga a los hombres con sus palabras y con sus obras. Los cristianos, animados por la fe, le muestran amor y devoción. Pero tampoco faltan entre los no cristianos quienes sinceramente lo admiran.

Dónde está, pues, el secreto de la atracción que Jesús de Nazaret ejerce?. La búsqueda de la plena identidad de Jesucristo ha ocupado desde los orígenes el corazón y la inteligencia de la Iglesia, que lo proclama Hijo de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

2. Dios, que habló repetidamente ‘por medio de los profetas y últimamente. por medio del Hijo’, como dice la Carta a los Hebreos (1, 1-2), se reveló a Sí mismo como Padre de un Hijo eterno y consubstancial. Jesús a su vez, al revelar la paternidad de Dios, dio a conocer también su filiación divina. La paternidad y la filiación divina están en íntima correlación entre sí dentro del misterio de Dios uno y trino. ‘Efectivamente, una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una, igual la gloria, coeterna la majestad. El Hijo no es hecho, ni creado, sino engendrado por el Padre solo’ (Símb. Quicumque).

3. Jesús de Nazaret que exclama: ‘Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y se las revelaste a los pequeñuelos’, afirma también con solemnidad: ‘Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo’ (Mt 11, 25, 27).

El Hijo que vino al mundo para ‘revelar al Padre’ tal como El sólo lo conoce, se ha revelado simultáneamente a Sí mismo como Hijo, tal como es conocido sólo por el Padre. Esta revelación estaba sostenida por la conciencia con la que, ya en la adolescencia, Jesús hizo notar a María y a José ‘que debía ocuparse de las cosas de su Padre’ (Cfr. Lc 2, 49). Su palabra reveladora fue convalidada además por el testimonio del Padre, especialmente en circunstancias decisivas, como durante el bautismo en el Jordán, cuando los que estaban allí oyeron la voz misteriosa: ‘Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias’ (Mt 3, 17), o como durante la transfiguración en el monte (Cfr. Mc 9, 7, y paral).

4. La misión de Jesucristo de revelar al Padre, manifestándose a Sí mismo como Hijo, no carecía de dificultades. Efectivamente tenía que superar los obstáculos derivados de la mentalidad estrictamente monoteísta de los oyentes, que se habían formado por medio de la enseñanza del Antiguo Testamento, en la fidelidad a la Tradición, la cual se remontaba a Abrahán y a Moisés, y en la lucha contra el politeísmo. En los Evangelios, y especialmente en el de Juan, encontramos muchos indicios de esta dificultad que Jesucristo supo supera con habilidad, presentando con suma pedagogía estos signos de revelación a los que se dejaron abrir sus discípulos bien dispuestos.

Jesús hablaba a sus oyentes de modo claro e inequívoco: ‘El Padre, queme ha enviado, da testimonio de mí’. Y a la pregunta: ‘¿Dónde está tu Padre?’, respondía: ‘Ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais a mí conoceríais a mi Padre.’ ‘Yo hablo lo que he visto en el Padre.’. Luego a los oyentes que objetaban: ‘Nosotros tenemos por Padre a Dios.’, les rebatía: ‘Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios. es El que me ha enviado.’, . en verdad, en verdad os digo: Antes que Abrahán naciese, yo soy’ (Cfr. Jn 8, 12-59).

5. Cristo dice: ‘Yo soy’, igual que siglos antes, al pie del monte Horeb, había dicho Dios a Moisés, cuando le preguntaba el nombre; ‘Yo soy el que soy’ (Cfr. Ex 3, 14). Las palabras de Cristo: ‘Antes que Abrahán naciese, Yo Soy’, provocaron la reacción violenta de los oyentes que ‘buscaban. matarlo, porque de Cía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios’ (Jn 5, 18). En efecto, Jesús no se limitaba a decir: ‘Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también’ (Jn 5, 17), sino que incluso proclamaba: ‘Yo y el Padre somos una sola cosa’ (Jn 5, 64)

La tragedia se consuma y se pronuncia contra Jesús la sentencia de muerte.

Cristo, revelador del Padre y revelador de Sí mismo como Hijo del Padre, murió porque hasta el fin dio testimonio de la verdad sobre su filiación divina.

Con el corazón colmado de amor nosotros queremos repetirle también hoy con el Apóstol Pedro el testimonio de nuestra fe: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’ (Mt 16, 16).