“Padre Gustavo Nieto, Superior General del IVE, en Séforis… pero no vino solo”

“25 años de sacerdocio”

Queridos amigos:

Por gracia de Dios hemos recibido una gran visita en la casa de santa Ana. Un grupo de doce de nuestros sacerdotes misioneros de diversos lugares del mundo venidos junto con nuestro Superior General, quisieron celebrar aquí la santa Misa y pasar una velada familiar junto con nosotros, todo inmerso en un clima de completa gratitud, ya que luego de muchos años han coincidido todos ellos para festejar sus 25 años de sacerdocio con esta peregrinación a Tierra Santa.

Bien sabemos nosotros que la perseverancia, especialmente en la vocación, es una gracia que hay que pedir todos los días, y en esta oportunidad nos alegramos junto con nuestros misioneros que durante todos estos años han perseverado, desde sus lejanas y variadas tierras de misión, en esta súplica filial al servicio de Dios: bautizando, predicando, confesando, alentando, y llevando el mensaje de la Buena Nueva del Evangelio según múltiples las necesidades y circunstancias de cada misión, y según el Carisma del Instituto del Verbo Encarnado, nuestra gran familia religiosa.

Delicadezas de la Divina Providencia

Como Dios no se deja ganar en generosidad y a menudo nos sorprende, pues en esta ocasión volvió a hacerlo mediante la generosidad de los cristianos árabes amigos del Monasterio quienes, apenas se enteraron de esta importante visita, quisieron ellos también tomar parte de esta bienvenida, y regalaron para nuestros peregrinos una cena típica árabe, además de venir a saludar y estrechar la mano de nuestros misioneros, signo de respeto que acá es mucho más fuerte que en Occidente, y rendir honor mediante sus especiales saludos, y lo mismo quiso hacer uno de nuestros benefactores que, si bien no es cristiano, profesa un profundo respeto hacia los consagrados. Incluso una pequeña ofreció “un canto para los abunas”.

La velada con estas dos familias transcurrió en un clima sumamente agradable, incluyendo cantos y acciones de gracias, y a los dos días nuestros sacerdotes vinieron a celebrar la santa Misa y conocer bien todo el lugar, terminando con un desayudo todos juntos.

Agradecemos al Padre Gustavo Nieto y todos sus compañeros de ordenación sacerdotal; los encomendamos a ellos y a todos nuestros misioneros a sus oraciones, pidiendo especialmente por su perseverancia y santificación y la de todos los miembros de nuestra familia religiosa.

Con nuestra bendición, en Cristo y María:

Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,

“La casa de santa Ana”

Velada con las familias árabes

La corrección fraterna

Un acto de caridad

Si tu hermano llega a pecar,

vete y repréndele, a solas tú con él.

Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

Mt 18,15

 P. Jason Jorquera Meneses.

 

Cuando hablamos de corrección fraterna, estamos hablamos de una enseñanza-obligación puramente de caridad. Corregir al hermano que ha errado o incluso pecado, es parte de la “preocupación de la caridad” que a diferencia del egoísmo quiere el bien también para los demás, y esto nos ayuda a comprender que por qué hay personas que no corrigen cuando corresponde y de la manera que corresponde: porque no tienen verdadera -o al menos es muy poca- preocupación por el prójimo; y las consecuencias las podemos ver a diario especialmente en los hijos abandonados al capricho por la falta de verdadero interés en que sean virtuosos. Ahora bien, en la vida religiosa, la corrección caritativa ocupa un puesto fundamental en la ayuda mutua para adquirir las virtudes.

Nuestro Señor Jesucristo anuncia explícitamente el gran deseo de Dios en el Evangelio, es decir, aquella amorosa determinación que movió a la santísima Trinidad a venir en busca del hombre atrapado por el pecado ofreciéndole nuevamente la posibilidad del paraíso, cuando dijo: no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda ni uno solo de estos pequeños (Mt 18,14). Y a nosotros en cuanto sus discípulos, y en particular los consagrados, tenemos la obligación de amor de tomar parte en esta noble empresa, en este caso por medio de la corrección fraterna, que no busca otra cosa que sacar del error al que anda extraviado para que así pueda llegar al conocimiento de la verdad, porque la verdad es lo que hace libres, libres del pecado y capaces de caminar por los senderos de la luz de Dios; y nuestro Salvador nos lo presenta con total claridad: Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano (Mt 18, 15-17).

     Dice San Agustín: El Señor nos advierte que (…) debemos corregir con amor, no con deseo de hacer daño, sino con intención de [enmendar]; si no lo hacéis así, os hacéis peores que el que peca[1]. Porque el que peca deberá rendir cuantas a Dios de su pecado, pero el que se da cuenta de que un hermano está en el error y teniendo obligación de corregirlo prefiere callar, acarrea consigo la culpa de la falta de caridad con el prójimo buscando enseñarle la verdad y además la incertidumbre de que tal vez se hubiese retractado de su pecado si algún alma caritativa le hubiese corregido a tiempo y como corresponde.

Enseña el catecismo que “las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales”[2] y dice santo Tomás de Aquino que “las obras de misericordia son la prueba de la verdadera santidad[3]; y San Francisco de Asís escribía a sus religiosos: ayuden espiritualmente, como mejor puedan al que pecó, porque no son los sanos quienes necesitan de médico, sino los enfermos

¿Qué es la corrección fraterna?

Es la advertencia (con la palabra, con un gesto, etc.) hecha al prójimo culpable (especialmente si lo es por ignorancia o negligencia) por pura caridad, de hermano a hermano, para apartarle del pecado (o del error), sea sacándolo de él o evitando que lo cometa.

La corrección fraterna implica humildad para recibirla, y excluye la humillación por parte de quien la realiza. Es corrección caritativa, no condenatoria.

          Tanto por derecho natural como por derecho divino hay obligación grave de practicar la corrección fraterna.

          (a) Por derecho natural: porque si tenemos obligación de ayudar al prójimo en las necesidades corporales, con mayor motivo las tendremos en sus necesidades espirituales, ya que es la salvación del alma la que debemos procurar ante todo, y más importante aún que ayudar a aliviar el mal del cuerpo es contribuir a enderezar un alma que va por el camino torcido.

          (b) Por derecho divino: También la Sagrada Escritura nos menciona esta obligación. Ya el Antiguo Testamento encarece la obligación de corregir al prójimo que se aparta de la virtud: Corrige al amigo… Corrige al prójimo, antes de usar amenazas (Ecclo 19,13.17); El varón cuerdo y bien enseñado no murmura, cuando es corregido (Ecclo 10,28; cf. Prov 9,8). El mismo Jesucristo nos instruye acerca de la corrección fraterna: Si tu hermano ha pecado contra ti, ve y repréndelo a solas (Mt 18,15). Y san Pablo indica lo mismo: Reprende a los que pequen, en presencia de todos, a fin de que los demás sientan temor” (1Tim 5,20; cf. 2Tim 4,2).

Sujeto y condiciones de la corrección caritativa

Concretamente, se exige sólo a las personas que por su estado u oficio, están directamente encargadas de la formación de los demás: padres, educadores, maestros, autoridades. Para el resto de las personas, la obligación de ejercitar la corrección fraterna viene determinada por las siguientes condiciones:

1) Tener la seguridad moral de que el prójimo ha caído en un pecado, o bien que está en ocasión próxima de pecar.

2) Considerar que la corrección fraterna tiene una cierta posibilidad de ser eficaz; esta condición ha de entenderse en sentido amplio; o sea, que se dé aunque la eficacia no vaya a ser inmediata. Este requisito obliga, además, al que ha de hacer la corrección fraterna a poner los medios más adecuados para lograr la eficacia: p. ej., esperar el mejor momento para hacerla, prepararla con la oración y la mortificación, etc.

3) Que la corrección fraterna sea necesaria para que el prójimo se aparte del pecado, y que el pecador no pueda salir de su estado si alguien no le corrige.

4) Que la corrección fraterna sea moralmente posible, y no comporte una grave molestia para quien tiene que ejercitarla (S. Tomás, Sum. Th. 22 q33).

          La santidad no es egoísta, sino que busca siempre el beneficio de todos. Por lo tanto quien dice amar a Dios tiene la obligación de amar también a los demás sacándolos del error cuando éste amenaza la salvación del alma… por es una “obligación de amor”.

Para que la corrección sea verdadera debe ser:

  – Caritativa, buscando sólo el bien del corregido y extremando la dulzura y suavidad de la forma: “Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre[8]; y además porque nosotros mismo no estamos exentos de ser corregidos. Quien esté dominado por la ira, el desprecio o el egoísmo no está capacitado para corregir, sino que por el contrario debe antes corregirse él para poder ayudar a prójimo de manera eficaz. Es corrección de hermano a hermano, no de verdugo a culpable.

Paciente, aunque no se obtengan enseguida resultados positivos, hay que volver una y otra vez, hasta que suene la hora de Dios, como la gota de agua que lenta y perseverante horada la piedra; a veces incluso habrá que dejar de insistir, y tantas otras habrá que corregir una sola vez y dejar el resto en las manos de Dios, no sea que nuestra insistencia termine alejando al hermano de lo correcto por una imprudente reiteración.

Humilde, considerando siempre cómo lo haría Cristo en mi lugar, sin presunción ni altanería; el que corrige no lo hace poniéndose un manto de superioridad o arrogancia, sino de mansedumbre y comprensión: no viene a condenar sino a mover al hermano hacia la virtud.

Prudente, es decir, elegir el momento y la ocasión, difiriéndolo si el culpable está turbado o delante de otros, encomendándolo a otro si lo haría mejor, evitando en lo posible humillarlo; en definitiva, cuando todo el escenario está caritativamente preparado.

Discreta, no corregir todos los defectos, ni hacerla a cada momento y a propósito de todo: se quiere “conquistar para Dios” y no hostigar en detrimento de la salud espiritual. No hay que ser inquisidores de la vida ajena, evitando el celo indiscreto, porque no somos “la conciencia del prójimo” sino en hermano que quiere ayudar en un momento y ante una ocasión determinada y punto; de tal manera que, en lo posible, el corregido quiera ser ayudado nuevamente por mí.

Ordenada, “salvar la fama”, en lo posible siguiendo el orden del Evangelio: primero, en privado; luego, ante uno o dos testigos; y finalmente, ante la autoridad correspondiente. Si se duda de su efectividad, o el pecado afecta al bien común, puede y debe invertirse este orden.

Finalidad: acercar al hermano a la santidad

La corrección fraterna es una obra de misericordia espiritual que tiene sus fundamentos, como hemos dicho, en el amor de Cristo por las almas. Quien corrige busca la enmienda de algún hermano con la única finalidad de que se haga mejor, más santo, más grato a los ojos de Dios.

Hay que decir que quien realiza la corrección fraterna no debe olvidar nunca que él mismo no está exento de ser corregido pues todos tenemos flaquezas, debilidades, defectos, etc., y al corregir, lo que se pretende es ayudar a los demás a realizar este mismo trabajo de santificación. En otras palabras, la corrección fraterna es una especie de ayuda fraternal para el trabajo de educación de nuestros afectos y defectos, en miras a la consecución de la virtud. Lo que se busca es la enmienda, no la manifestación de la falta… por eso se la llama “fraterna”, porque ha de estar impregnada del amor de Cristo.

[1] San Agustín, sermones, 82,1,4

[2] Catecismo 2447

[3] Santo Tomás de Aquino, en Catena Aurea, vol. II, p. 15

[8] Ga 6, 1

“Fiesta de la exaltación de la santa Cruz y de nuestra Señora de los Dolores”

“Festejos en familia”

Queridos amigos:
Con gran alegría les queremos compartir estas dos celebraciones que pudimos realizar en un ambiente plenamente familiar, ya que en esta ocasión nos reunimos con nuestra familia religiosa que trabaja en Belén, Beit Jala y Beit-Sahur, lugares sumamente importantes dentro de la historia del cristianismo. A continuación, les contamos brevemente.

“Fiesta de la exaltación de la santa Cruz”

Para dicha celebración participamos de la santa Misa en el “Hogar Niño Dios” de Belén, que atienden nuestras hermanas asistidas y sacerdotes, a tan sólo unos metros de la Basílica de la Natividad. Para la ocasión vinieron algunos sacerdotes del Patriarcado Latino de Jerusalén y estuvieron también presentes los trabajadores y algunos de los voluntarios que ayudar en esta gran obra de caridad. La santa Misa fue presidida por el P. Iusuf Emad, misionero en gaza, y predicada por el P. Pablo De Santo, capellán de las hermanas del Hogar, quienes se encargaron de la liturgia y posteriores festejos en familia. Realmente ha sido una gracia enorme poder celebrar el día de “nuestro estandarte”: la santa Cruz de nuestro Señor Jesucristo, a tan pocos metros del lugar de su nacimiento.
Durante la santa Misa nuestras hermanas realizaron la renovación de sus votos religiosos, ya que ese día se celebra la “Virgen de Matará”, cuya cruz llevan nuestras religiosas como parte de su hábito.

“Nuestra Señora de los Dolores”

Al día siguiente celebramos temprano la santa Misa en Beit-Sahur, en el “Campo de los pastores”, lugar donde los pastores recibieron el anuncio de los ángeles sobre el nacimiento de Jesús, y desde donde fueron a verlo en el pesebre de Belén, a unos 30 o 40 minutos caminando. La santa Misa fue presidida por el P. Jason y predicada por el P. Néstor, y en ella participaron por supuesto nuestras religiosas que misionan cerca del lugar. Aquel día celebramos también el aniversario de votos perpetuos de varios de nuestros sacerdotes, y lo mismo el día anterior con las hermanas.
Posteriormente festejamos con un almuerzo en común en la casa Provincial de las hermanas, para luego retornar a nuestro Monasterio.

Damos gracias a Dios por las abundantes gracias recibidas, especialmente haber podido celebrar como familia religiosa con nuestros sacerdotes y hermanas que llevan a cabo su labor misionera con tanto esfuerzo por estas tierras santificadas por nuestro Señor Jesucristo mismo.
Nos encomendamos a sus oraciones pidiéndoles especialmente por los frutos de nuestras misiones en Medio Oriente, para que surjan santa vocaciones dispuestas a llevar el Evangelio donde sea y hasta las últimas consecuencias, como lo exige nuestra fe y amor a nuestro Señor.

Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia.

      

La Eucaristía: memorial de las maravillas de Dios

Catequesis sobre la Eucaristía

S.S. Juan Pablo II  

1. Entre los múltiples aspectos de la Eucaristía destaca el de “memorial”, que guarda relación con un tema bíblico de gran importancia. Por ejemplo, en el libro del Éxodo leemos: “Dios se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob” (Ex 2, 24). En cambio, en el Deuteronomio se dice: “Acuérdate del Señor, tu Dios” (Dt 8, 18). “Acuérdate bien de lo que el Señor, tu Dios, hizo…” (Dt 7, 18). En la Biblia el recuerdo de Dios y el recuerdo del hombre se entrecruzan y constituyen un componente fundamental de la vida del pueblo de Dios. Sin embargo, no se trata de la simple conmemoración de un pasado ya concluido, sino de un zikkarón, es decir, un “memorial”. Esto “no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres. En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales” (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1363). El memorial hace referencia a un vínculo de alianza que nunca desaparece: “El Señor se acuerda de nosotros y nos bendice” (Sal 115, 12).
Así pues, la fe bíblica implica el recuerdo eficaz de las obras maravillosas de salvación. Esas obras se profesan en el “Gran Hallel”, el Salmo 136, que, después de proclamar la creación y la salvación ofrecida a Israel en el Éxodo, concluye: “En nuestra humillación se acordó de nosotros, porque es eterna su misericordia. (…) Nos libró (…), dio alimento a todo viviente, porque es eterna su misericordia” (Sal 136, 23-25). En el evangelio encontramos palabras semejantes en labios de María y de Zacarías: “Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia (…). Se acordó de su santa alianza” (Lc 1, 54. 72).
2. En el Antiguo Testamento el “memorial” por excelencia de las obras de Dios en la historia era la liturgia pascual del Éxodo: cada vez que el pueblo de Israel celebraba la Pascua, Dios le ofrecía de modo eficaz el don de la libertad y de la salvación. Así pues, en el rito pascual se entrecruzaban los dos recuerdos, el divino y el humano, es decir, la gracia salvífica y la fe agradecida: “Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor (…). Y esto te servirá como señal en tu mano, y como recordatorio ante tus ojos, para que la ley del Señor esté en tu boca; porque con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto” (Ex 12, 14; 13, 9). En virtud de este acontecimiento, como afirmaba un filósofo judío, Israel será siempre “una comunidad basada en el recuerdo” (M. Buber).
3. El entrelazamiento del recuerdo de Dios con el del hombre también está en el centro de la Eucaristía, que es el “memorial” por excelencia de la Pascua cristiana. En efecto, la “anámnesis”, o sea, el acto de recordar es el corazón de la celebración: el sacrificio de Cristo, acontecimiento único, realizado …fÆpaj, es decir, “de una vez para siempre” (Hb 7, 27; 9, 12. 26; 10, 12), difunde su presencia salvífica en el tiempo y en el espacio de la historia humana. Eso se expresa en el imperativo final que san Lucas y san Pablo refieren en la narración de la última Cena: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío (…). Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío” (1 Co 11, 24-25, cf. Lc 22, 19). El pasado del “cuerpo entregado por nosotros” en la cruz se presenta vivo en el hoy y, como declara san Pablo, se abre al futuro de la redención final: “Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Co 11, 26). Por consiguiente, la Eucaristía es memorial de la muerte de Cristo, pero también es presencia de su sacrificio y anticipación de su venida gloriosa. Es el sacramento de la continua cercanía salvadora del Señor resucitado en la historia. Así se comprende la exhortación de san Pablo a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, descendiente de David, resucitado de entre los muertos” (2 Tm 2, 8). Este recuerdo vive y actúa de modo especial en la Eucaristía.
4. El evangelista san Juan nos explica el sentido profundo del “recuerdo” de las palabras y de los acontecimientos de Cristo. Frente al gesto de Jesús que expulsa del templo a los mercaderes y anuncia que será destruido y reconstruido en tres días, anota: “Cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús” (Jn 2, 22). Esta memoria que engendra y alimenta la fe es obra del Espíritu Santo, “que el Padre mandará en nombre” de Cristo: “él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26). Por consiguiente, hay un recuerdo eficaz: el interior, que lleva a la comprensión de la palabra de Dios, y el sacramental, que se realiza en la Eucaristía. Son las dos realidades de salvación que san Lucas unió en el espléndido relato de los discípulos de Emaús, marcado por la explicación de las Escrituras y por el “partir del pan” (cf. Lc 24, 13-35).
5. “Recordar” es, por tanto, “volver a llevar al corazón” en la memoria y en el afecto, pero es también celebrar una presencia. “Sólo la Eucaristía, verdadero memorial del misterio pascual de Cristo, es capaz de mantener vivo en nosotros el recuerdo de su amor. De ahí que la Iglesia vigile su celebración; ya que si la divina eficacia de esta vigilancia continua y dulcísima no la fomentara; si no sintiera la fuerza penetrante de la mirada del Esposo fija sobre ella, fácilmente la misma Iglesia se haría olvidadiza, insensible, infiel” (carta apostólica Patres Ecclesiae, III: Enchiridion Vaticanum 7, 33; L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 15). Esta exhortación a la vigilancia hace que nuestras liturgias eucarísticas estén abiertas a la venida plena del Señor, a la aparición de la Jerusalén celestial. En la Eucaristía el cristiano alimenta la esperanza del encuentro definitivo con su Señor.

Audiencia General, 4 de octubre, 2000

El hombre: imagen de Dios

Catecismo de la Iglesia Católica 355-361

EL HOMBRE

“Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios” (I); en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material (II); es creado “hombre y mujer” (III); Dios lo estableció en la amistad con él (IV).

“A imagen de Dios”

De todas las criaturas visibles sólo el hombre es “capaz de conocer y amar a su Creador” (GS 12,3); es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:

«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno» (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina providenza, 13).

Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.

Dios creó todo para el hombre (cf. GS 12,1; 24,3; 39,1), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación:

«¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre subiera hasta él y se sentara a su derecha» (San Juan Crisóstomo, Sermones in Genesim, 2,1: PG 54, 587D – 588A).

“Realmente, el el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22,1):

«San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo […] El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir […] El segundo Adán es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como él mismo afirma: “Yo soy el primero y yo soy el último”». (San Pedro Crisólogo, Sermones, 117: PL 52, 520B).

Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios “creó […] de un solo principio, todo el linaje humano” (Hch 17,26; cf. Tb 8,6):

«Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios […]; en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; […] en la unidad de su Redención realizada para todos por Cristo (Pío XII, Enc. Summi Pontificatus, 3; cf. Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 1).

“Esta ley de solidaridad humana y de caridad (ibíd.), sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos.

María reina

22 de agosto

 

Celebramos hoy la memoria litúrgica de Santa María Reina (Reina de todo lo creado) por ser Madre de Jesús, Rey del Universo.

Esta fiesta fue instituida por el Papa Pío XII, en 1955 para venerar a María como Reina igual que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le corresponde no sólo por naturaleza sino también por mérito el título de Reina Madre.

La virgen María ha sido elevada sobre la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su divino Hijo. Está sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.

Como sabemos, todo hijo ha sido hecho a imagen de sus padres; toma de ellos sus rasgos, sus gustos, algunos gestos, a veces la manera de pensar, de discernir, etc. En María, en cambio, se da algo exclusivo: en ella se da el único caso en que la madre ha sido hecha de tal manera para tal Hijo, o mejor dicho, en vez de ser el hijo según la madre, María ha sido tal madre según su Hijo, que es también el Hijo de Dios.

María, desde toda la eternidad jugó un papel fundamental en la historia de la redención de todo el universo: fue elegida para ser Madre de Dios y ella, sin dudar un momento, aceptó con alegría. Por esta razón, alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede comparar ni en virtud ni en méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y de la Tierra.
Según San Luis María, la virgen tiene el título, además, de reina de los corazones:

Y dice… María es la Reina del cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por naturaleza y por conquista. Ahora bien, así como el reino de Jesucristo consiste principalmente en el corazón o interior del hombre, según estas palabras: “El reino de Dios está en medio de ustedes”, del mismo modo, el reino de la Virgen María está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma. Ella es glorificada sobre todo en las almas juntamente con su Hijo más que en todas las creaturas visibles, de modo que podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones.

Para que María reine verdaderamente en nuestros corazones, junto con su Hijo, debemos hacernos esclavos de amor de ella, pues esta es la única esclavitud que libera al alma pues quien se hace esclavo de amor de María es conducido por ella misma hacia su Hijo. El devoto sincero de la santísima Virgen vive amándola con su vida. Ama a María, pero no por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable por sí misma. Por esto el verdadero devoto la ama y la sirve con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.
La Iglesia la proclama Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes. Es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y amor los ángeles y todos los santos.

Esta fiesta se celebra, no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos del mundo una verdad capaz de traer remedio a sus males.
María está sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo. Tiene, entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la que más cerca está de Él.
A ella le pedimos que nos conceda un corazón como el suyo, humilde y casto, para que su Hijo pueda entrar a morar en él.

P. Jason Jorquera M.

El rumbo de la vida

Meditación escrita en un viaje en barco

San Alberto Hurtado

Padre Hurtado celebrando la santa Misa durante su viaje en barco

Un regalo de mi Padre Dios ha sido un viaje de 30 días en barco de Nueva York a Valparaíso, y mayor regalo porque en buque chileno. Por generosidad del bondadoso Capitán tenía una mesa en el puente de mando, al lado del timonel, donde me iba a trabajar tranquilo con luz, aire, vista hermosa… La única distracción eran las voces de orden con relación al rumbo del viaje. Y allí aprendí que el timonel, como me decía el Capitán, lleva nuestras vidas en sus manos porque lleva el rumbo del buque. El rumbo en la navegación es lo más importante. Un piloto lo constata permanentemente, lo sigue paso a paso por sobre la carta, lo controla tomando el ángulo de sol y horizonte, se inquieta en los días nublados porque no ha podido verificarlo, se escribe en una pizarra frente al timonel, se le dan órdenes que, para cerciorarse que las ha entendido, debe repetirlas cada una. “A babor, a estribor, un poquito a babor, así como va…”. Son voces de orden que aprendí y no olvidaré.

Algunas veces al día el piloto sube al púlpito de la cabina del timonel a verificar el rumbo por otro procedimiento. Tiene también allí otro instrumento de verificación: la rosa en el compás magistral que verifica el rumbo de la nave en compás de gobierno. Cuando un timonel entrega el timón al que lo reemplaza tiene obligación de indicarle el rumbo, además de tenerlo escrito en la pizarra: “178, 178″ llevamos, a la altura de Antofagasta…”. La corredera: otro instrumento preciso para medir lo recorrido y poder así controlar la exactitud de la posición del buque, frente al rumbo recorrido.

Cada vez que subía al puente y veía el trabajo del timonel no podía menos de hacer una meditación fundamental, la más fundamental de todas, la que marca el rumbo de la vida.

En Nueva York multitud de buques, de toda especie. ¿Qué es lo que los diferencia más fundamentalmente? El rumbo que van a tomar. El mismo Illapel en Valparaíso tenía rumbo Nueva York o Río de Janeiro; en Nueva York tenía rumbo Liverpool o Valparaíso.

Apreciar la necesidad de tomar en serio el rumbo. En un barco al Piloto que se descuida se le despide sin remisión, porque juega con algo demasiado sagrado. Y en la vida ¿cuidamos de nuestro rumbo?

Hay quienes tienen rumbo a Moscú, para otros su rumbo es Berlín; para otros rumbo al Banco, rumbo al prostíbulo; para los santos el rumbo es Cristo, y por Cristo al Padre Dios. ¿Cuál es tu rumbo? ¡Problema macizo! Cada año, más aún, cada día deberíamos verificarlo. Los Jesuitas tenemos obligación de señalarlo cada mañana, y de dos rectificaciones cada día….

Si fuera necesario detenerse aún más en esta idea, yo ruego a cada ejercitante que le dé la máxima importancia, porque acertar en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es simplemente fallar.

Barco magnífico: Queen Elizabeth, 70.000 toneladas (un Illapel cargado son 8.000 toneladas). Si me tiento por su hermosura y me subo en él sin cuidarme de su rumbo, corro el pequeño riesgo que en lugar de llegar a Valparaíso, ¡¡llegue a Manila!! Y en lugar de estar con ustedes vea caras filipinas.

Cuántos van sin rumbo y pierden sus vidas… las gastan miserablemente, las “gaspillent”, las dilapidan sin sentido alguno, sin bien para nadie, sin alegría para ellos y al cabo de algún tiempo sienten la tragedia de vivir sin sentido. Algunos toman rumbo a tiempo, otros naufragan en alta mar, o mueren por falta de víveres, extraviados, ¡o van a estrellarse en una costa solitaria!

El trágico problema de la falta de rumbo, tal vez el más trágico problema de la vida. El que pierde más vidas, el responsable de mayores fracasos. La tragedia del barco en la costa del Brasil.

Luego la otra tragedia, tal vez la nuestra, es no tomar en serio el rumbo. La geografía me da el punto y la línea de viaje; la experiencia marina me señala los escollos; lo sé y sin embargo lanzo el buque por caminos que no son los señalados; ¡veo los escollos y obro como si no existieran! Yo pienso que si los escollos morales fueran físicos, y la conducta de nosotros fuera un buque de fierro, por más sólido que haya sido construido, no quedaría sino restos de naufragios.

Si la fe nos da el rumbo y la experiencia nos muestra los escollos, tomémoslos en serio. Mantener el timón. Clavar el timón, y como a cada momento, las olas y las corrientes desvían, rectificar, rectificar a cada instante, de día y de noche… ¡No las costas atractivas, sino el rumbo señalado! Pedir a Dios la gracia grande: ser hombres de rumbo.

1º punto. Mi rumbo. Puerto de partida. Es el primer elemento básico para fijarlo. Y aquí clavar mi alma en el hecho básico: Dios y yo. El primer hecho macizo de toda filosofía, de todo sistema de vida. En el fondo este es el pensamiento que califica todos los sistemas que dividen el mundo: Materialismo ateo, totalitarismo, comunismo, materialismo craso, socialismo auténtico, behaviorismo en psicología.

Posición tomada: No hay Dios; punto de partida: Vengo de la materia.

Agnosticismo: No sé de dónde vengo.

Filosofía religiosa: Vengo de Dios.

Filosofía religiosa al 50%: Vengo de Dios, sí… pero…

Filosofía del santo: Vengo de Dios, sí, de Él. Todo de Él. Nada más cierto, y sobre este hecho voy a edificar mi vida, sobre este primer dato voy a fijar mi rumbo.

No somos materialistas, ni agnósticos, pero nuestro problema está en la mezcla de agnosticismo en la teoría, de imprecisión en la práctica.

Y aquí como siempre: ¿Este hecho es así? ¿Es un hecho? Porque la religión se funda sobre hechos, no sobre teorías. El hecho de mi ser que postula un ser necesario, el hecho de mi espíritu que postula un espíritu.

Ateos no los hay… La idea de Dios, no sólo no la niega nadie, sino que la acepta positivamente la inmensa mayoría. Encuesta en l’École de Sciences… Se defienden de no negarlo, luchan por Él. En EE.UU., a pesar de tanta gente sin confesión religiosa a Dios no lo niega nadie. Pero aquí está la diferencia: nadie lo niega pero unos prescinden de Él y otros toman en serio el hecho hallado.

Yo descubro que Dios es… y es Causa Primera de todo cuanto existe y ha sido hecho sin Él: ex nihilo sui et subjecto… definición del Vaticano. Autor de todo: visible e invisible, no existiría un pensamiento sin Él. Luego, es dueño de todo cuanto existe. Nuestro Señor.

Nuestro Padre. Su hijo. Apuntes.

Tomar en serio estas verdades: Que sirvan para fundar mi vida, para darme rumbo. Uno es cristiano tanto cuanto saca las consecuencias de las verdades que acepta. De aquí también esa actitud, no de orgullo, pero sí de valentía, de serenidad y de confianza, que nos da nuestra fe: No nos fundamos en una cavilación sino en una maciza verdad.

2º punto. El puerto de término. Es el otro punto que fija el rumbo. ¿Valparaíso o Liverpool? De Nueva York salía junto a nosotros Liberty, portaaviones… ¿A dónde se dirigen? Desde la Universidad de Chile o desde la fábrica ¿a dónde? El término de mi vida es Él! (apuntes ).

Dios: Señor… Mi Padre: Soy su hijo. Soy para Él.

Bondad (Apuntes).

Belleza.

Amor… Amor de Padre que todo me lo da. El mismo pensamiento de Grandmaison: Todo es vuestro.

3º punto. El camino: Tengo los dos puntos, los dos puertos. ¿Por dónde he de enderezar mi barco? Al puerto de término, por un camino que es la voluntad de Dios.

La realización en concreto de lo que Dios quiere. He aquí la gran sabiduría. Todo el trabajo de la vida sabia consiste en esto: En conocer la voluntad de mi Señor y Padre. Trabajar en conocerla, trabajo serio, obra de toda la vida, de cada día, de cada mañana, qué quieres Señor de mí, de los Ejercicios muy en especial. Trabajar en realizarla, en servirle en cada momento. Esta es mi gran misión, mayor que hacer milagros.

Sobre cada uno una voluntad especial que uno ha de tratar de descubrir, pero sobre todo una voluntad general:

a) La santificación. Dios nos quiere santos. Ésta es la voluntad de Dios: no mediocres, sino santos. Esta es la flor que le interesa recoger en el mundo: Aspirar ese perfume de la creación. No le interesa el mundo por el mundo. El mundo por el hombre y el hombre para que lo conozca, ame, sirva.

El hombre constituido rey no por su cuerpo, pequeño e indefenso, el más indefenso de los animales… cuando el hombre comienza a poder servirse de él, ¡han muerto ya muchos!. Es rey por su espíritu. Inteligencia: la facultad de conocerlo a Él… la tendencia de la inteligencia a Dios (argumento de Maréchal )… al ser ilimitado. La inteligencia puede ser definida como la facultad de tender a Dios. En Él se completa y se perfecciona. ¡Alabarlo!, ¡de aquí alabanzas, doxologías! Amarlo. Como un hijo al Padre. Servirlo. ¡A sus órdenes! Adoración: de rodillas. Servirlo. Colaborar con Él. Porque he aquí una de las grandezas del hombre: puede hacer algo por su Dios. Le da la grandeza de ayudarlo. Lo toma en serio. Dios, el padre que asocia a su hijo a su trabajo; más aún, confía su trabajo a su hijo: depende de su hijo, se entrega a su hijo. Su obra, la más grande de sus obras, la que vino a realizar el Hijo de Dios, entregada a sus hijos de aquí… para que la completen. Dios creó hombres y de nosotros depende la salud, la prosperidad, el bienestar, la instrucción, la vida y la muerte de esas creaturas. Jesucristo, Hijo de Dios, vino a revelarnos una doctrina y de nosotros depende que esa doctrina sea conocida y en gran parte que sea aceptada, si sabemos ser testigos incorruptos de ella. Jesucristo vino a redimirnos y de nosotros depende que la redención se aplique a cada alma. Él dejó los sacramentos; de nosotros depende que se administren… Fundó una Iglesia y nos dejó el plan y los materiales de construcción: hasta calculada la resistencia de los materiales. El Arquitecto para dirigir las obras lo envió del cielo: el Espíritu Santo; pero de nosotros depende que la Iglesia se construya. Si nos declaramos en huelga, habrá países en que no se construirá, habrá épocas que no alcanzarán a gozar de ella. Somos colaboradores reales de Dios y su obra está entregada en nuestras manos.

¿Cuál es el Camino de mi vida? La voluntad de Dios: santificarme, colaborar con Dios, realizar su obra. ¿Habrá algo más grande, más digno, más hermoso, más capaz de entusiasmar?

¡¡Llegar al Puerto!!

Y para llegar al puerto no hay más que este camino que conduzca… ¡¡Los otros a otros puertos, que no son el mío!! Y aquí está todo el problema de la vida. Llegar al puerto que es el fin de mi existencia. El que acierta, acierta; y el que aquí no llega es un gran errado, sea un Rostchild, un Hitler, un Napoleón, un afortunado en amor, si aquí no acierta, su vida nada vale; si aquí acierta: feliz por siempre jamás. ¡¡Amén!!

Conclusión: ¿Qué es la vida? La breve vida de hoy, una sombra; flor de heno, que hoy es y mañana no (cf. Is 40,7-8); amapola de verano… Breve viaje del que ya hemos recorrido una buena parte.

¿De dónde? ¡Lo sé! ¿Lo sé? ¿Me doy cuenta?

¿Hacia dónde? ¡Qué grande!

¿Camino? Enfrentar el rumbo: El gran rumbo.

El pequeño rumbo de mi barco… Enfrente rumbo. El timón firme en mi mano y cuando arrecien los vientos: Rumbo a Dios; y cuando me llamen de la costa; rumbo a Dios; y cuando me canse, ¡¡rumbo a Dios!!

¿Solo? No. ¡Con todos los tripulantes que Cristo ha querido encargarme de conducir, alimentar y alegrar! ¡Qué grande es mi vida! Qué plena de sentido. Con muchos rumbos al cielo. Darles a los hombres lo más precioso que hay: Dios; y dar a Dios lo que más ama, aquello por lo cual dio su Hijo: los hombres.

Señor, ayúdame a sostener el timón siempre al cielo, y si me voy a soltar, clávame en mi rumbo, por tu Madre Santísima, Estrella de los mares, Dulce Virgen María.

La Eucaristía: sacrificio de alabanza

Catequesis sobre la Eucaristía 


Audiencia General, S.S. Juan Pablo II
11 de octubre, 2000

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1. “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”. Con esta proclamación de alabanza a la Trinidad se concluye en toda celebración eucarística la plegaria del Canon. En efecto, la Eucaristía es el perfecto “sacrificio de alabanza”, la glorificación más elevada que sube de la tierra al cielo, “la fuente y cima de toda la vida cristiana, en la que los hijos de Dios ofrecen al Padre la víctima divina y a sí mismos con ella” (cf. Lumen gentium, 11). En el Nuevo Testamento la carta a los Hebreos nos enseña que la liturgia cristiana es ofrecida por un “sumo sacerdote santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos”, que ha realizado de una vez para siempre un único sacrificio “ofreciéndose a sí mismo” (cf. Hb 7, 26-27). “Por medio de él -dice la carta-, ofrecemos a Dios sin cesar un sacrificio de alabanza” (Hb 13, 15). Así queremos evocar brevemente los temas del sacrificio y de la alabanza, que confluyen en la Eucaristía, sacrificium laudis.

2. En la Eucaristía se actualiza, ante todo, el sacrificio de Cristo. Jesús está realmente presente bajo las especies del pan y del vino, como él mismo nos asegura: “Esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre” (Mt 26, 26. 28). Pero el Cristo presente en la Eucaristía es el Cristo ya glorificado, que en el Viernes santo se ofreció a sí mismo en la cruz. Es lo que subrayan las palabras que pronunció sobre el cáliz del vino: “Esta es mi sangre de la Alianza, derramada por muchos” (Mt 26, 28; cf. Mc 14, 24; Lc 22, 20). Si se analizan estas palabras a la luz de su filigrana bíblica, afloran dos referencias significativas. La primera es la expresión “sangre derramada”, que, como atestigua el lenguaje bíblico (cf. Gn 9, 6), es sinónimo de muerte violenta. La segunda consiste en la precisión “por muchos”, que alude a los destinatarios de esa sangre derramada. Esta alusión nos remite a un texto fundamental para la relectura cristiana de las Escrituras, el cuarto canto de Isaías: con su sacrificio, “entregándose a la muerte”, el Siervo del Señor “llevó el pecado de muchos” (Is 53, 12; cf. Hb 9, 28; 1 P 2, 24).

3. Esa misma dimensión sacrificial y redentora de la Eucaristía se halla expresada en las palabras de Jesús sobre el pan en la última Cena, tal como las refiere la tradición de san Lucas y san Pablo: “Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros” (Lc 22, 19; cf. 1 Co 11, 24). También en este caso se hace una referencia a la entrega sacrificial del Siervo del Señor según el pasaje ya evocado de Isaías: “Se entregó a la muerte (…), llevó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53, 12). “La Eucaristía es, por encima de todo, un sacrificio: sacrificio de la Redención y al mismo tiempo sacrificio de la nueva alianza, como creemos y como claramente profesan también las Iglesias orientales: “El sacrificio actual -afirmó hace siglos la Iglesia griega (en el Sínodo Constantinopolitano contra Soterico, celebrado en los años 1156-1157)- es como aquel que un día ofreció el unigénito Verbo de Dios encarnado, es ofrecido, hoy como entonces, por él, siendo el mismo y único sacrificio”” (carta apostólica Dominicae Coenae, 9).

4. La Eucaristía, sacrificio de la nueva alianza, se presenta como desarrollo y cumplimiento de la alianza celebrada en el Sinaí cuando Moisés derramó la mitad de la sangre de las víctimas sacrificiales sobre el altar, símbolo de Dios, y la otra mitad sobre la asamblea de los hijos de Israel (cf. Ex 24, 5-8). Esta “sangre de la alianza” unía íntimamente a Dios y al hombre con un vínculo de solidaridad. Con la Eucaristía la intimidad se hace total, el abrazo entre Dios y el hombre alcanza su cima. Es la realización de la “nueva alianza” que había predicho Jeremías (cf. Jr 31, 31-34): un pacto en el espíritu y en el corazón, que la carta a los Hebreos exalta precisamente partiendo del oráculo del profeta, refiriéndolo al sacrificio único y definitivo de Cristo (cf. Hb 10, 14-17).

5. Al llegar a este punto, podemos ilustrar otra afirmación: la Eucaristía es un sacrificio de alabanza. Esencialmente orientado a la comunión plena entre Dios y el hombre, “el sacrificio eucarístico es la fuente y la cima de todo el culto de la Iglesia y de toda la vida cristiana. En este sacrificio de acción de gracias, de propiciación, de impetración y de alabanza los fieles participan con mayor plenitud cuando no sólo ofrecen al Padre con todo su corazón, en unión con el sacerdote, la sagrada víctima y, en ella, se ofrecen a sí mismos, sino que también reciben la misma víctima en el sacramento” (Sagrada Congregación de Ritos, Eucharisticum Mysterium, 3).

Como dice el término mismo en su etimología griega, la Eucaristía es “acción de gracias”; en ella el Hijo de Dios une a sí mismo a la humanidad redimida en un cántico de acción de gracias y de alabanza. Recordemos que la palabra hebrea todah, traducida por “alabanza”, significa también “acción de gracias”. El sacrificio de alabanza era un sacrificio de acción de gracias (cf. Sal 50, 14. 23). En la última Cena, para instituir la Eucaristía, Jesús dio gracias a su Padre (cf. Mt 26, 26-27 y paralelos); este es el origen del nombre de ese sacramento.

6. “En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo” (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1359). Uniéndose al sacrificio de Cristo, la Iglesia en la Eucaristía da voz a la alabanza de la creación entera. A eso debe corresponder el compromiso de cada fiel de ofrecer su existencia, su “cuerpo” -como dice san Pablo- “como una víctima viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12, 1), en una comunión plena con Cristo. De este modo una sola vida une a Dios y al hombre, a Cristo crucificado y resucitado por todos y al discípulo llamado a entregarse totalmente a él.

Esta íntima comunión de amor es lo que canta el poeta francés Paul Claudel, el cual pone en labios de Cristo estas palabras: “Ven conmigo, a donde yo estoy, en ti mismo, y te daré la clave de la existencia. Donde yo estoy, está eternamente el secreto de tu origen (…). ¿Dónde están tus manos, que no estén las mías? ¿Y tus pies, que no estén clavados en la misma cruz? ¡Yo he muerto y he resucitado una vez para siempre! Estamos muy cerca el uno del otro (…). ¿Cómo puedes separarte de mí sin arrancarme el corazón?” (La Messe là-bas).

(L’Osservatore Romano – 13 de octubre)

Solemnidad de San Joaquín y santa 2018 en Séforis

Desde la casa de santa Ana

 

Queridos amigos:

Bien sabemos nosotros los creyentes que la Divina Providencia no descansa. Dios siempre está trabajando y derramando sus bendiciones sobre nosotros, aun cuando a veces no le prestemos mucha atención a todas sus gracias, o al menos no de inmediato, sin embargo, en todo momento Él se está preocupando por nosotros y ofreciéndonos sus abundantes beneficios.

Pero también es cierto que son muchas las gracias que se nos manifiestan de manera notable y que vale la pena compartir. Pues bien, de estas gracias -como siempre- no estuvimos exentos este año, y es así que los queremos hacer partícipes de nuestra alegría por los beneficios recibidos para la celebración de este año.

Preparativos

Todos los años, para la celebración, ponemos un pequeño techo al lado izquierdo de la basílica, donde desgraciadamente no entran todas las personas que asisten, obligando a los demás a buscar la sombra para participar mejor de la santa Misa. Este año, por primera vez, pudimos cubrir prácticamente toda la ruina con grandes “media sombras”, haciendo así no sólo que el lugar quedase más fresco, sino que además el altar para la santa Misa quedó al centro de todo, con los restos de la casa de santa Ana atrás y todos los feligreses sentados. Pero antes de esto recordemos todo el trabajo de limpieza y orden del lugar, para el cual la Divina Providencia nos envió con gran generosidad las manos que nos hacían falta, en atención al día de sus abuelos terrenos, por lo cual queremos resaltar de manera especial las manos de cinco jóvenes voluntarios españoles, quienes durante su peregrinación, al enterarse de la fiesta y de que éramos sólo dos monjes ofrecieron en seguida su ayuda, gracias a la cual se pudo techar, limpiar y ordenar de manera notable. Después vinieron también nuestras hermanas a cooperar con la preparación, con lo cual terminamos de formar el “equipo de trabajo” de este año, importantísimo para nosotros también por algunas innovaciones, como el ya mencionado techo, una sencilla reja para resaltar más aún los restos de los que fue (según nos enseña la tradición y antigua peregrinación a este santo lugar), la casa de santa Ana, y la petición de una veneración especial de la gran roca que nos ha quedado como gran reliquia, más sillas para que todos pudieran participar cómodamente, etc.

“El gran día”

 Ya dijimos que por vez primera todo pudo estar techado, y cómo llegaron providencialmente más manos voluntarias; pues bien, la ayuda continuo cuando llegaron nuestras religiosas a ayudarnos con la liturgia y últimos detalles del lugar. Ya para la ceremonia tuvimos el altar al centro, 14 sacerdotes concelebrantes venidos de distintas parroquias de Nazaret junto con los frailes de la Custodia de Tierra Santa y hasta un matrimonio cristiano que amablemente se ofreció a dirigir los cantos trayendo ellos mismos el órgano, parlantes y micrófonos. Las “Hijas de santa Ana” (religiosas italianas vecinas, a quienes celebramos la santa Misa) nos prestaron la imagen de santa Ana junto con una reliquia; luego pusimos el cuadro de santa Ana con la Virgen niña que está en nuestra capilla y gracias a Dios la Ruina de la Basílica se vio notablemente embellecida, dejando también muy contentos a los feligreses que participaron de la celebración.

“Un regalo especial”

Como les contamos en la crónica anterior, habíamos hecho una petición especial de veneración de la roca al centro de la basílica, la gran reliquia de la casa de santa Ana, la cual fue solemnemente aprobada por los padres franciscanos y llevada a cabo antes de la bendición final: se rezó una oración especial, luego pasamos a la roca donde se leyó el Evangelio para luego incensar la roca y bendecirla con cantos. Finalmente se dio la bendición a todos los feligreses y después de la santa Misa pudimos participar de un sencillo festejo con nuestra familia religiosa presente en la solemnidad.

Damos gracias a Dios por todos sus beneficios, por las manos que nos envió y por las muchas oraciones de ustedes por esta celebración que Él atendió paternalmente y de manera tan notable.

Nos encomendamos como siempre a sus oraciones y comprometemos las nuestras por sus intenciones.

Con nuestra bendición, en Cristo y María:

Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,

Séforis, Tierra Santa.

P. Jason Jorquera M.

P. Néstor Andrada

Adorar a Dios en espíritu y en verdad

Los verdaderos adoradores

“Pero llega la hora (ya estamos en ella)

en que los verdaderos adoradores

adorarán al Padre

en espíritu y en verdad”

 

P. Jason Jorquera M.

El afamado escritor Chesterton, convertido al catolicismo, escribía las siguientes palabras en su libro titulado “El hombre eterno: “La naturaleza no se llama Isis ni busca a Osiris; pero reclama desesperadamente lo sobrenatural;… Abatiéndose se eleva; con las manos juntas es libre; prosternado es grande. Liberadlo de su culto y lo encadenaréis; prohibidle arrodillarse y lo rebajaréis. El hombre que no puede rezar lleva una mordaza… El individuo que ejecuta los gestos de la adoración y del sacrificio, que derrama la libación o levanta la espada, no ignora que ejecuta un acto viril y magnánimo y vive uno de los momentos para los cuales ha nacido[1]

Sabemos que el hombre es la creatura más noble del universo creado, “la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma[2]; las demás criaturas han sido creadas para el hombre, para que le ayuden a alcanzar su fin, pero el hombre es el único llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida íntima de Dios.

 “¿Qué cosa, o quién -pregunta Santa Catalina-, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno[3]; y más en concreto podemos decir junto con san Ignacio, que El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima[4]; es decir, que el hombre a diferencia de los seres irracionales, y a semejanza de los ángeles, posee una capacidad especial que surge de su misma naturaleza, y específicamente de su alma (inteligencia y voluntad) y esta es la capacidad de rendirle a Dios un culto exclusivo que se llama adoración. El hombre es capaz de darle a Dios el culto que se merece. El hombre es capaz de Dios y lo debe adorar.

Si prestamos atención a la historia del pueblo elegido, cuando Dios quiso sacarlos de Egipto y dispuso todo para hacerlo, debemos notar cuáles fueron las intenciones del mismo Dios para con ellos. Generalmente nos quedamos con la idea de la tierra prometida, de la liberación y conquista de un lugar terreno. Sin embargo, si nos adentramos en los textos de la escritura podemos notar que Dios le dice a Moisés que debe guiar a su pueblo y sacarlo de Egipto  para que vaya al desierto a rendirle culto, es decir, para que lo puedan adorar: “Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte.”  Es decir que el pueblo elegido debe ser liberado y debe heredar una tierra, pero la finalidad de esta liberación, que con Jesucristo se manifestará ya más claramente como la liberación del pecado, es la de rendir culto al Dios viviente, o sea, la de adorarlo; porque sólo a Dios se adora.

La adoración se define como el acto de reverenciar con sumo honor y respeto a Dios por ser divino y honrarlo con el culto religioso que le es debido. Distinto de la veneración que es respetar en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o recuerda. De aquí deducimos dos cosas:

1º que a los protestantes que dicen que adoramos imágenes los podemos refutar diciéndoles que simplemente busquen en un diccionario lo que es adorar y lo que es venerar.

2º la confirmación de que sólo a Dios se lo debe adorar

Toda la historia del pueblo elegido, tanto en el antiguo como en el nuevo Testamento, gira en torno al culto de adoración que se le debe brindar al Dios verdadero.

Cuando la samaritana reconoce a Jesús como profeta[5], lo primero que hace es hablarle acerca del lugar de adoración. Recordemos que los judíos con los samaritanos no tenían trato, al punto de que un samaritano no podía beber agua en un vaso de un judío y viceversa, por eso se sorprende tanto la samaritana de que Jesús le hable y encima le pida de beber; y como sabemos, la salvación obrada por Jesucristo es universal, se ofrece a todos y por lo tanto no se queda en resentimientos absurdos.

Pero volvamos al  mensaje: el hombre debe rendir adoración al Dios verdadero y Jesucristo en el centro del diálogo con la samaritana podríamos decir que rompe toda restricción y así extiende el culto a Dios a todos los hombres de buena voluntad, porque a todos quiere hacer parte de su iglesia: Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.

 Y aquí llegamos al centro del mensaje de Jesucristo, en el que se nos habla de los verdaderos adoradores, para distinguirlos de los falsos, como los fariseos. Comentando este versículo dice el cardenal Gomá que estas palabras de Jesús son la condenación de la manera de practicar la religión y el culto que tienen muchos cristianos, es decir, que Jesús nos advierte. Por lo tanto debemos evitar dos errores:

1º)   El error de los fariseos: que creían que por cumplir una serie de ritos externos ya estaban salvados. Este es el error de los cristianos que piensan que porque no matan ni roban y van a misa y se confiesan una vez al año ya tienen el cielo comprado. Podríamos decir que son los que practican su fe, pero no viven la fe. Estos son los que se olvidan que cuando uno está afuera de la iglesia sigue siendo católico, en la casa, en el trabajo, en la calle, etc. éstos son los católicos que dejan mal a la iglesia.

Tal vez muchos de nosotros hayamos escuchado alguna vez decir: “este va siempre a misa pero después, es peleador, habla mal de los demás, es rencoroso”, etc.; eso no justifica ciertamente a alguien para que se aleje de la iglesia, pero lo toman muchos de fe débil o mediocre como excusa para alejarse. En definitiva este es el error de los que escandalizan con su doble vida: cumpliendo exteriormente con el culto, pero viviendo después sin querer parecerse a Cristo en su corazón, evocando la actitud del publicano de la parábola, que se golpeaba el pecho diciendo todo lo que cumplía, pero dice Jesús que éste no bajó a su casa justificado.

) El error de los que se llenan de devociones pensando que mientras más oraciones y devociones tenga más se me asegura el cielo: no estamos diciendo que eso esté mal, ¡de ninguna manera!, de hecho hay devociones que nos las reveló el mismo Dios o la Virgen como el Sagrado Corazón, el Inmaculado Corazón, el escapulario, el rezo del santo Rosario, etc., sino que aquí estamos hablando de los que ponen su fe en esas devociones y no en Dios. En otras palabras, los que las ven como un fin y no como un medio para unirse más a Dios. Hay que ser devoto, hay que aprovechar la ayuda inmensa que nos brinda la devoción a algún santo, algunas oraciones, pero siempre pidiendo la gracia de que nos ayuden a crecer en las virtudes y siempre que nos permitan cumplir bien nuestro deber de estado.

¿Qué significa, entonces, adorar “en Espíritu y en verdad”?

 En la religión católica, la verdadera adoración que Dios nos pide y que Él se merece, es la que supone una vida informada toda en el sentir de Cristo en su Iglesia. Es el cumplimiento de nuestras obligaciones para con Dios, el prójimo y nosotros mismos, lo cual se realiza cuando dejamos que Cristo habite en nosotros y realizamos todos nuestros actos conscientes de que  en todos ellos podemos darle gloria a Dios. El cardenal Gomá, que citábamos arriba, tiene una expresión muy linda, cuando  dice que es una manera de vivir que nos hace difundir a nuestro alrededor el buen olor de Cristo, lo cual se logra cuando aprendemos a adaptar todos nuestros actos a lo que se llama “el sentido de Cristo”; es lo que san Alberto Hurtado se preguntaba antes de cualquier obra: ¿qué haría Cristo en mi lugar?, y ¿cómo lo haría?

Desde que vino Jesucristo a la tierra todos nosotros hemos sido llamados  a adorar a Dios en Espíritu y en verdad, porque todos nosotros somos parte de su Iglesia y por lo tanto a todos nosotros se nos ofrecen constantemente las gracias necesarias para rendir a Dios el culto que se merece.

Para adorar a Dios en Espíritu y en vedad Dios nos ha dejado un culto riquísimo en su iglesia: por ejemplo la administración y recepción de los sacramentos; si uno presta atención a los ritos son un verdadero tesoro espiritual, nos enseñan a rezar, a comprender mejor el plan de salvación, a unirnos más a Dios; miremos las procesiones a la Virgen y a los santos, o la elección del vicario de Cristo, la adoración al Santísimo Sacramento, las noches heroicas, los tiempos litúrgicos, las solemnidades, etc. y principalmente la santa Misa, en que se nos ofrece el mismo Dios a quien debemos adorar; y aquí está lo central que debemos comprender, que todo esto sólo lo aprovechamos cuando se prolonga y se hace carne en nuestras vidas.

Adorar a Dios en espíritu y en verdad significa que nuestra vida sea consecuente con la fe que profesamos, es decir, que seamos consecuentes con Jesucristo y con sus principios.

El verdadero adorador es el que se rige por los principios del Evangelio; quien adora a Dios “en espíritu y en verdad” es el que ha decidido hacerlo todo por desterrar de su vida el pecado mortal; es el que va contra la corriente del espíritu mundano porque posee el espíritu de Dios; es el que se convierte en sal de la tierra y luz del mundo, el que lucha por causa de la justicia, el pacífico, el limpio de corazón, el perseguido por el nombre de Cristo, etc., en definitiva los verdaderos adoradores son aquellas almas que aprovechan los medios que Dios nos ha dejado, que defienden y viven su doctrina y que de esta manera han llegado a abrazar el espíritu de las bienaventuranzas…

Decía san Hilario: Cuando [Jesús] enseñó que Dios-espíritu debe ser adorado en espíritu, manifestó la libertad y la ciencia, como también la infinidad de los que habrían de adorarle, según aquellas palabras del Apóstol: “Donde está el espíritu de Dios, allí está la libertad“; por eso los verdaderos adoradores son, en definitiva, los que le rinden a Dios el culto que se merece libres de las ataduras del pecado.

Que María santísima, la primera en adorar a Dios encarnado en su purísimo vientre, nos conceda la gracia aprender a rendirle culto a Dios con nuestra vida en consonancia con los principios del Evangelio y así le adoremos realmente en espíritu y en verdad.

[1] Chesterton, El hombre eterno, 1548 y 1533.

[2] GS 12; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 356.

[3] Santa Catalina de Siena, Dialoghi, 4, 13.

[4] E.E. nº 23, Principio y fundamento

[5] Cf. Jn 4, 5-42

Monjes contemplativos del Instituto del Verbo Encarnado