Señor mío y Dios mío, mira a tu pequeño servidor que te dirige esta sencilla plegaria apelando a tus mismas palabras para cumplir su inmerecido ministerio: Pedid y se os dará, buscad y hallareis, llamad y se os abrirá[1]… es así , mi buen Padre, que te pido misericordia, que busco tu gloria y llamo a las puertas de tu bondad infinita para implorar tu gracia en favor del plan divino de redención trazado desde la eternidad, rogando en mi indigencia, en mi debilidad y mis limitaciones, que seas Tú mismo el gran conquistador de las almas que me has encomendado.
Señor mío, escucha mis plegarias y bendice mi sacerdocio con una vida de virtud; concédeme olvidarme por completo de mí; que mi única preocupación sea extender tu reinado y llevar almas hacia ti. Moldéame, Señor, en la cruz de tu Hijo para que pueda asemejarme a Él dando la vida por mis ovejas, que en realidad son tuyas, puesto que todo es tuyo[2].
Dios, Padre Todopoderoso, Autor de la vida y la resurrección, te pido por los hijos que me has concedido la gracia de engendrar por el bautismo, que crezca junto con ellos la fe y la gracia, que aprendan a caminar el sendero de la virtud y que no olviden jamás que tienen por Padre al mismo Dios-Creador del cielo.
Concédeme, Señor, te pido, un verdadero espíritu de padre: que aprenda a gastarme y desgastarme por mis hijos, que mi alma esté siempre en vela para socorrer las necesidades del espíritu que aquejan a los pobres pecadores, que eduque primero con el ejemplo y aprenda a morir a cada instante de mi vida con tal de salvar la de los hijos que quieras encomendarme; que los cuide y los proteja mientras caminan hacia Ti por los caminos de tu providencia divina…
Te suplico, Padre eterno, por todos aquellos que han recibido y recibirán de mis frágiles manos aquel divino y santo cuerpo de tu Hijo Jesucristo junto con su sangre, para que aquel manjar de ángeles fortalezca sus almas y acreciente la vida divina que, sembrada en el bautismo, comienza allí a germinar como vástago precioso que exige eternidad.
Te ruego, Padre bondadoso, por mis penitentes; por todos aquellos que vendrán a mi humilde confesionario con sus pecados, miserias y dolores, para que vean no mi rostro sino el tuyo, para que se acusen con sinceridad y contrición, y pueda yo ser aquella caña por la cual fluya copiosa tu misericordia y tu perdón. Señor, que los conforte como un padre, que los instruya como un maestro, que los juzgue con buen discernimiento, que sepa darles los remedios que requieren sus flaquezas; pero sobre todo que se abracen a tu clemencia y desprecien inexorablemente el pecado, confiando absolutamente en aquel perdón divino que ofreces continuamente a los pecadores, al punto de haberlo revestido con la sangre de tu Hijo.
Te suplico, Dios Todopoderoso, Señor de los corazones y fuente de toda virtud, por aquellas almas que han de nutrirse de tus palabras salidas de estos indignos labios: que no pronuncie mi boca más que tu mensaje de salvación; que no enseñe más que la verdad recibida, conservada y transmitida por la santa madre Iglesia, tu cuerpo místico y mi esposa; que este siervo tuyo pueda contribuir en tu obra de disipar las tinieblas del error, de hacer brillar tu luz admirable sobre la tierra en penumbra y de ser una lámpara más de aquellas que no se ocultan bajo el celemín[3] sino que se ponen en lo alto para llevar tu resplandor a donde quiera que vayan.
Otórgame, Señor, un corazón de carne para comprender y consolar el sufrimiento de las almas que conquistaste con la cruz y muerte de tu propio Hijo; dame un corazón de piedra que resista los embates del mundo, del demonio y de mi propia carne; concédeme, mejor, un corazón de espíritu, para poder adentrarme en las verdades eternas y abrazar con ardiente amor tus sagrados misterios y extraer de ellos la preciosa dulzura que mi ministerio exige derramar sobre los demás impregnándome yo primero de ella, pues nadie da lo que no tiene y no es posible invitar a los corazones de los hombres a que te amen si antes no me dejo consumir de celo por tu gloria[4].
Dios omnipotente, concédeme fortaleza en mi debilidad, paciencia en la adversidad, auxilio en la tentación, luz en la oscuridad, confianza en la tribulación y total entrega en mi peregrinar.
Convierte mi vida, Señor, en un continuo ofertorio y que toda ella gire en torno al santo sacrificio del altar, que toda ella se ofrezca en la sagrada patena y sea elevada con ella juntamente hacia las alturas que busca insaciablemente mi alma en esta tierra con la esperanza de llegar algún día a tu presencia en la eternidad sin las manos vacías, sino habiendo fructificado el maravilloso talento, la dádiva preciosa y don celestial del sagrado sacerdocio que por tu sola e infinita misericordia he recibido y que pongo en las manos de la santísima Virgen María, la tierna Señora de los cielos, bajo segura custodia.
Que te ame, Señor, y que te amen; que mi sacerdocio lleve la impronta de tu amor abrasador por las almas; que no anteponga nada a Ti y que sólo te busque a ti en cada alma que venga hacia mí ansiando poder hallarte y nutrirse de tus dones.
Lleva, Señor, mi ministerio al puerto seguro de la salvación, bendícelo y santifícalo, Dios Padre Todopoderoso, y no me permitas, te lo ruego, ser infiel a tu llamado.
“Tuyo es el poder y la gloria por siempre Señor”[5]… tu pequeño servidor te pide, con la sencillez de un niño, que “no abandones la obra de tus manos”[6]
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
P. Jason Jorquera Meneses, IVE.
[1] Mt 7,7
[2] Cfr. 1Cro 29:11 Tuya, oh Yahvé, es la grandeza, la fuerza, la magnificencia, el esplendor y la majestad; pues tuyo es cuánto hay en el cielo y en la tierra. Tuyo, oh Yahvé, es el reino; tú te levantas por encima de todo.
[3] Cfr. Lc 11,33 “Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor“.
[4] Cfr. Sal 69,10 “pues el celo por tu Casa me devora, y si te insultan sufro el insulto”.
[5] Misal Romano, del rito de la comunión.
[6] Sal 137, 8