Audiencias de san Juan Pablo II

Acerca de Dios

Un Dios escondido

Dios eterno

 

Un Dios “escondido” 28.08.85

qpcd3wj9acx_tfflv4nnlujta89jepgxkxjt7oll0prpqz-rhoj0gjactiuilyirdqe0882cthpw7jnpwhsrnjc1-fuw1. El Dios de nuestra fe, el que de modo misterioso reveló su nombre a Moisés al pie del monte Horeb, afirmando ´Yo soy el que soy´, con relación al mundo es completamente transcendente. El . es real y esencialmente distinto del mundo. e inefablemente elevado sobre todas las cosas, que son y pueden ser concebidas fuera de El´: ´est re et essentia a mundo distinctus, et super omnia, quae praeter ipsum sunt et concipi possum ineffabiliter excelsus´ (Cons.Dei Filius, I, 1-4). Así enseña el Concilio Vaticano I, profesando la fe perenne de la Iglesia
. Efectivamente, aun cuando la existencia de Dios es concebible y demostrable y aun cuando su esencia se puede conocer de algún modo en el espejo de la creación, como ha enseñado el mismo Concilio, ningún signo, ninguna imagen creada puede desvelar al conocimiento humano la Esencia de Dios como tal. Sobrepasa todo lo que existe en el mundo creado y todo lo que la mente humana puede pensar: Dios es el ´ineffabiliter excelsus´.

2. A la pregunta: ¿quién es Dios?, si se refiere a la Esencia de Dios, no podemos responder con una ´definición´ en el sentido estricto del término. La esencia de Dios -es decir, la divinidad- está fuera de todas las categorías de género y especie, que nosotros utilizamos para nuestras definiciones, y, por lo mismo, la Esencia divina no puede ´encerrarse´ en definición alguna. Si en nuestro pensar sobre Dios con las categorías del ´ser´, hacemos uso de la analogía del ser, con esto ponemos de relieve mucho más la ´no-semejanza ´que la semejanza, mucho más la incomparabilidad que la comparabilidad de Dios con las criaturas (como recordó también el Conc. Lateranense IV, el año 1215). Esta afirmación vale para todas las criaturas, tanto las del mundo visible, como para las de orden espiritual, y también para el hombre, en cuanto creado ´a imagen y semejanza´ de Dios (Cfr. Gen 1, 26).
Así, pues, la cognoscibilidad de Dios por medio de las criaturas no remueve su esencial ´incomprensibilidad´. Dios es ´incomprensible´, como ha proclamado el Concilio Vaticano I. El entendimiento humano, aun cuando posea cierto concepto de Dios, y aunque haya sido elevado de manera significativa mediante la revelación de la Antigua y de la Nueva Alianza a un conocimiento más completo y profundo de su misterio, no puede comprender a Dios de modo adecuado y exhaustivo. Sigue siendo inefable e inescrutable para la mente creada. ´Las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios´, proclama el Apóstol Pablo (1 Cor 2, 11).

3. En el mundo moderno el pensamiento científico se ha orientado sobre todo hacia lo ´visible´ y de algún modo ´mensurable´ a la luz de la experiencia de los sentidos y con los instrumentos de observación e investigación, hoy día disponibles. En un mundo de metodologías positivistas y de aplicaciones tecnológicas, está ´incomprensibilidad´ de Dios es aún más advertida por muchos, especialmente en el ámbito de la cultura occidental. Han surgido así condiciones especiales para la expansión de actitudes agnósticas o incluso ateas, debidas a las premisas del pensamiento común a muchos hombres de hoy. Algunos juzgan que esta situación intelectual puede favorecer, a su modo, la convicción, que pertenece también a la tradición religiosa, podría decirse, universal, y que el cristianismo ha acentuado bajo ciertos aspectos, que Dios es incomprensible. Y sería un homenaje a la infinita, transcendente realidad de Dios, que no se puede catalogar entre las cosas de nuestra común experiencia y conocimiento.

4. Sí, verdaderamente, el Dios que se ha revelado a Sí mismo a los hombres, se ha manifestado como El que es incomprensible, inescrutable, inefable. ´¿Podrías tú descubrir el misterio de Dios?. ¿Llegarás a la perfección del Omnipotente?. Es más alto que los cielos. ¿Qué harás?. Es más profundo que el ´seol´. ¿Qué entenderás?´, se dice en el libro de Job (11, 7-8).
Leemos en el libro del Éxodo un suceso que pone de relieve de modo significativo esta verdad. Moisés pide a Dios ´Muéstrame tu gloria´. El Señor responde: ´Haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciar ante ti mi nombre (esto ya había ocurrido en la teofanía al pie del monte Horeb), pero mi faz no podrás verla, porque no puede hombre verla y vivir´ (Ex 33, 18-20).
El profeta Isaías, por su parte, confiesa: ´En verdad tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, Salvador´ (Is 45, 15).

5. Ese Dios, que al revelarse, habló por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo, sigue siendo un ´Dios escondido´. Escribe el apóstol Juan al comienzo de su Evangelio: ´A Dios nadie lo vio jamás. Dios unigénito, que está en el seno del Padre, se le ha dado a conocer´ (Jn 1, 18). Por medio del Hijo, el Dios de la revelación se ha acercado de manera única a la humanidad. El concepto de Dios que el hombre adquiere mediante la fe, alcanza su culmen en esta cercanía. Sin embargo, aun cuando Dios se ha hecho todavía más cercano al hombre con la encarnación, continúa siendo, en su Esencia, el Dios escondido. ´No que alguno -leemos en el mismo Evangelio de Juan- haya visto al Padre, sino sólo el que está en Dios se ha visto al Padre´ (Jn 6, 46).
Así, pues, Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, sigue siendo para él en esta vida un misterio inescrutable. Este es el misterio de la fe. El primer artículo del símbolo ´creo en Dios´ expresa la primera y fundamental verdad de la fe, que es al mismo tiempo, el primer y fundamental misterio de la fe. Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, continúa siendo para el entendimiento humano Alguien que simultáneamente es conocido e incomprensible. El hombre durante su vida terrena entra en contacto con el Dios de la revelación en la ´oscuridad de la fe´. Esto se explica en todo un filón clásico y moderno de la teología que insiste sobre la inefabilidad de Dios y encuentra una confirmación particularmente profunda -y a veces dolorosa- en la experiencia de los grandes místicos. Pero precisamente esta ´oscuridad de la fe´ -como afirma San Juan de la Cruz- es la luz que inefablemente conduce a Dios.
Este Dios es, según las palabras de San Pablo, ´el Rey de reyes y Señor de señores,/ el único inmortal,/ que habita en una luz inaccesible,/ a quien ningún hombre vio,/ ni podrá ver´ (1 Tim 6, 15-16).
La oscuridad de la fe acompaña indefectiblemente la peregrinación terrena del espíritu humano hacia Dios, con la espera de abrirse a la luz de la gloría sólo en la vida futura, en la eternidad. ´Ahora vemos por un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara´ (1 Cor 13, 12).
´In lumine tuo videbimus lumen´. ´Tu luz nos hace ver la luz´ (Sal 35, 10).

Dios eterno 4.09.85

1. La Iglesia profesa incesantemente la fe expresada en el primer artículo de los más antiguos símbolos cristianos: ´Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del Cielo y de la tierra´. En estas palabras se refleja de modo conciso y sintético, el testimonio que el Dios de nuestra fe, el Dios vivo y verdadero de la Revelación, ha dado de sí mismo, según la Carta a los Hebreos, hablando ´por medio de los profetas´, y últimamente ´por medio del Hijo´ (Heb 1, 1-2). La Iglesia saliendo al encuentro de las cambiantes exigencias de los tiempos, profundiza la verdad sobre Dios, como lo atestiguan los diversos Concilios. Quiero hacer referencia aquí al Concilio Vaticano Y, cuya enseñanza fue dictada por la necesidad de oponerse, de una parte, a los errores del panteísmo del siglo XIX, y de otra, a los del materialismo, que entonces comenzaba a afirmarse.

2. El Concilio Vaticano I enseña: ´La santa Iglesia cree y confiesa que existe un sólo Dios vivo y verdadero, creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, incomprensible, infinito por inteligencia, voluntad y toda perfección; el cual, siendo una única substancia espiritual, totalmente simple e inmutable, debe ser predicado real y esencialmente distinto del mundo, felicísimo en sí y por sí, e inefablemente elevado sobre toda las cosas, que hay fuera de El y puedan ser concebidas´ (Cons. Dei Filius).

3. Es fácil advertir en el texto conciliar parte de los mismos antiguos símbolos de fe que también rezamos: ´creo en Dios. omnipotente, creador del cielo y de la tierra´, pero desarrolla esta formulación fundamental según la doctrina contenida en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia. Gracias al desarrollo realizado por el Vaticano I, los ´atributos´ de Dios se enumeran de forma más completa que la de los antiguos símbolos.
Por ´atributos´ entendemos las propiedades del ´Ser´ divino que se manifiestan en la Revelación, como también en la mejor reflexión filosófica (Cfr. p.e. S. Th. I qq. 3 ss.). La Sagrada Escritura describe a Dios utilizando diversos adjetivos. Se trata de expresiones del lenguaje humano, que se manifiesta muy limitado, sobre todo cuando se trata de expresar la realidad totalmente transcendente que es Dios en sí mismo.

4. El pasaje del Concilio Vaticano I antes citado confirma la imposibilidad de expresar a Dios de modo adecuado. Es incomprensible e inefable. Sin embargo, la fe de la Iglesia y su enseñanza sobre Dios, aun conservando la convicción de su ´incomprensibilidad´ e ´inefabilidad´, no se contenta, como hace la llamada teología apofática, con limitarse a constataciones de carácter negativo, sosteniendo que el lenguaje humano, y, por tanto, también elteológico, puede expresar exclusivamente, o casi, sólo lo que Dios o es, al carecer de expresiones adecuadas para explicar lo que El es.

5. Así el Vaticano I no se limita a afirmaciones que hablan de Dios según la ´vía negativa´, sino que se pronuncia también según la ´vía afirmativa´. Por ejemplo, enseña que este Dios esencialmente distinto del mundo (´a mundo distinctus re et es essentia´), es un Dios Eterno. Esta verdad está expresada en la Sagrada Escritura en varios pasajes y de modos diversos. Así, por ejemplo, leemos en el libro del Sirácida: ´El que vive eternamente creó juntamente todas las cosas´ (18, 1), y en el libro del Profeta Daniel: ´El es el Dios vivo, y eternamente subsistente´ (6, 27).
Parecidas son las palabras del Salmo 101, de las que se hace eco la Carta a los Hebreos: ´al principio cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Ellos perecerán, Tú permaneces, se gastarán como ropa, serán como un vestido que se muda. Tú, en cambio, eres siempre el mismo, tus años no se acabarán´ (Sal 101, 26-28). Algunos siglos más tarde el autor de la Carta a los Hebreos volverá a tomar las palabras del citado Salmo: ´Tú, Señor, al principio, fundaste la tierra, y los cielos son obras de tus manos. Ellos perecerán, y como un manto los envolverás, y como un vestido se mudarán; pero Tú permaneces el mismo, y tus años no se acabarán´ (1, 10-12).
La eternidad es aquí el elemento que distingue esencialmente a Dios del mundo. Mientras que éste está sujeto a cambios y pasa, Dios permanece por encima del devenir del mundo: El es necesario e inmutable: ´Tú permaneces el mismo´.
Consciente de la fe en este Dios eterno, San Pablo escribe: ´Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén´ (1 Tim 1, 17). La misma verdad tiene en la Apocalipsis aún otra expresión: ´Yo soy el alfa y el omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso´ (1, 8).

6. En estos datos de la revelación halla expresión también la convicción racional a la que se llega cuando se piensa que Dios es el Ser subsistente, y, por lo tanto, necesario, y, por lo mismo, eterno, ya que no puede tener ni principio ni fin, ni sucesión de momentos en el Acto único e infinito de su existencia. La recta razón y la revelación encuentran una admirable coincidencia sobre este punto. Siendo Dios absoluta plenitud de ser (ipsum Ens per se Subsistens) su eternidad ´grabada en la terminología del ser´ debe entenderse como ´posesión indivisible, perfecta y simultánea de una vida sin fin´ y, por lo mismo, como un atributo del ser absolutamente ´por encima del tiempo´.
La eternidad de Dios no corre con el tiempo del mundo creado, ´no corresponde a El´; no lo ´precede´ o lo ´prolonga´ hasta el infinito; sino que está más allá de él y por encima de él. La eternidad, con todo el misterio de Dios, comprende en cierto sentido ´desde más allá´ y ´por encima´ de todo lo que está ´desde dentro´ sujeto al tiempo, al cambio, a lo contingente. Viene a la mente las palabras de San Pablo en el Areópago de Atenas; ´en El. vivimos y nos movemos y existimos´ (Hech 17, 28). Decimos ´desde el exterior´ para afirmar con esta expresión metafórica la transcendencia de Dios sobre las cosas y de la eternidad sobre el tiempo, aun sabiendo y afirmando una vez más que Dios es el Ser que es interior a ser mismo de las cosas, y, por tanto, también al tiempo que pasa como un sucederse de elementos, cada uno de los cuales no está fuera de su abrazo eterno.
El texto del Vaticano I expresa la fe de la Iglesia en el Dios vivo, verdadero y eterno. Es eterno porque es la absoluta plenitud de ser que, como indican claramente los textos bíblicos citados, no puede entenderse como una suma de fragmentos o de ´partículas´ del ser que cambian con el tiempo. La absoluta plenitud del ser sólo puede entenderse como eternidad, es decir, como total e indivisible posesión de ese ser que es la vida misma de Dios. En este sentido Dios es eterno: un ´Nunc´, un ´Ahora´, subsistente e inmutable, cuyo modo de ser se distingue esencialmente del de las criaturas, que son seres ´contingentes´.

7. Así, pues, el Dios vivo que se nos ha revelado a sí mismo, es el Dios eterno. Más correctamente decimos que Dios es la eternidad misma. La perfecta simplicidad del Ser divino (´Omnino simplex´) exige esta forma de expresión.
Cuando en nuestro lenguaje humano decimos; ´Dios es eterno´, indicamos un atributo del ser divino. Y, puesto, que todo atributo no se distingue concretamente de la esencia misma de Dios (mientras que los atributos humanos se distinguen del hombre que los posee), al decir: ´Dios es eterno´, queremos afirmar: ´Dios es la eternidad´.
Esta eternidad para nosotros, sujetos al espacio y al tiempo, es incomprensible como la divina Esencia; pero ella nos hace percibir, incluso bajo este aspecto, la infinita grandeza y majestad del Ser divino, a la vez que nos colma de alegría el pensamiento de que este Ser Eternidad comprende todo lo que es creado y contingente, incluso nuestro pequeño ser, cada uno de nuestros actos, cada momento de nuestra vida.
´En El vivimos, nos movemos y existimos´.

San Alberto Hurtado

Una espiritualidad sana

San Alberto Hurtado S.J.

París, en noviembre de 1947.

FPH104
San Alberto Hurtado

Los que se preocupan de la vida espiritual no son muchos; y, desgraciadamente, entre ésos no todos van por buen camino. ¡Cuántos, durante decenas de años, hacen meditación y lectura sin sacar gran provecho! ¡Cuántos más preocupados de seguir un método que el Espíritu Santo! ¡Cuántos quieren imitar literalmente tal o tal santo, rehacer sus prácticas, renovar sus oraciones! ¡Cuántos aspiran a estados extraordinarios, a lo maravilloso, a las gracias sensibles! ¡Cuántos olvidan que forman parte de una humanidad adolorida y se fabrican una espiritualidad egoísta que no se acuerda de sus hermanos! ¡Cuántos leen y releen los manuales, o buscan recetas, sin conocer el Evangelio, sin acordarse de San Pablo!

Para otros, la vida espiritual se confunde con los ejercicios de piedad: lectura espiritual, oración, exámenes. La vida activa viene a ser un pegote que se le agrega, pero no una prolongación, ni una preparación de su vida interior. Las preocupaciones de su vida ordinaria, las dificultades que tienen que vencer, su deber de estado, son echados fuera de la oración: les parece indigno mezclar Dios a esas banalidades.

Así llegan a forjarse una vida espiritual complicada y artificial. En lugar de buscar a Dios en las circunstancias en que nos ha puesto, en las necesidades profundas de mi persona, en las circunstancias de mi ambiente temporal y local, preferimos actuar como hombres universales o abstractos. Dios y la vida real no aparecen jamás en el mismo campo de pensamiento y de amor. Pelean para mantener en sí una sentimentalidad afectiva de orientación divina, para mantener, con esfuerzo, la mirada fija en Dios, para sublimarse intensamente; o bien se contentan con las fórmulas azucaradas de libros llamados de piedad. Esto hace pensar en el pensamiento de Pascal: el hombre no es ni ángel ni bestia, pero el que quiere hacer el ángel, obra como bestia.

Cosa más grave: Sacerdotes, hombres de estudio, que trabajan materias sobrenaturales, predicadores que preparan su predicación de mañana… no tendrán ni siquiera la idea de introducir estas materias en su vida de oración.

Seglares que dirigen obras de acción se prohibirán pensar en estas materias durante su oración. Hombres que pasan su vida sobre las miserias del prójimo, para socorrerla, apartarán el recuerdo de sus pobres mientras asisten a la misa. Apóstoles abrumados de responsabilidades con miras al Reino de Dios, considerarán casi una falta el verse acompañados por sus preocupaciones y sus inquietudes.

Como si toda nuestra vida no debiera ir orientada hacia Dios, como si pensar en todas las cosas por Dios, no fuera ya pensar en Dios; o como si pudiéramos liberarnos a nuestro arbitrio de las solicitudes que Dios mismo nos ha puesto. Es tan fácil, en cambio, tan indispensable, elevarse a Dios, perderse en Él, partiendo de nuestra miseria, de nuestros fracasos, de nuestros grandes deseos. ¿Por qué, pues, echarlos de nosotros, en lugar de servirnos de ellos como de un trampolín? Con sencillez, pues, arrojar el puente de la fe, de la esperanza, del amor, entre nuestra alma y Dios.

Una espiritualidad sana da a los métodos espirituales su importancia relativa, pero no la exagerada que algunos le atribuyen. Una espiritualidad sana es la que se acomoda a las individualidades, y respeta las personalidades. Se adapta a los temperamentos, a las educaciones, culturas, experiencias, medios, estados, circunstancias, generosidades… Toma a cada uno como él es, en plena vida humana, en plena tentación, en pleno trabajo, en pleno deber. El Espíritu que sopla siempre, sin que se sepa de dónde viene ni a donde va (cf Jn 3, 8), se sirve de cada uno para sus fines divinos, pero respetando el desarrollo personal en la construcción de la gran obra colectiva que es la Iglesia. Todos sirven en esta marcha de la humanidad hacia Dios; todos encuentran trabajo en la construcción de la Iglesia; el trabajo de cada uno, el querido por Dios, será el que a cada uno se revelará por las circunstancias en que Dios lo colocará y la luz que a él dará en cada momento.

La única espiritualidad que nos conviene es la que nos introduce en el plan divino, según mis dimensiones, para realizar ese plan en obediencia total.

Todo método demasiado rígido, toda dirección demasiado definitiva, toda sustitución de la letra al espíritu, todo olvido de nuestras realidades individuales, no consiguen sino disminuir el ímpetu de nuestra marcha hacia Dios… En todo camino espiritual recto, está siempre al principio el don de sí mismo (Principio y Fundamento y Contemplación para alcanzar amor)… Antes que toda práctica, que todo método, que todo ejercicio, se impone un ofrecimiento generoso y universal de todo nuestro ser, de nuestro haber y poseer… En este ofrecimiento pleno, acto del espíritu y de la voluntad, que nos lleva en la fe y en el amor al contacto con Dios, reside el secreto de todo progreso.

Audiencias de san Juan Pablo II

Acerca de Dios

¿Quién es Dios?

Dios, “El que es”

 

¿Quién es Dios? 31.07.85

0505.3-11. Al pronunciar las palabras ´Creo en Dios´, expresamos ante todo la convicción de que Dios existe. Este es un tema que hemos tratado ya en las catequesis del ciclo anterior, referentes al significado de la palabra ´creo´. Según la enseñanza de la Iglesia la verdad sobre la existencia de Dios es accesible también a la sola razón humana, si está libre de prejuicios, como testimonian los pasajes del libro de la Sabiduría (13, 1-9) y de la Carta a los Romanos (1, 19-20) citados anteriormente. Nos hablan del conocimiento de Dios como creador (o Causa primera). Esta verdad aparece también en otras páginas de la Sagrada Escritura. El Dios invisible se hace en cierto sentido ´visible´ a través de sus obras.
´Los cielos pregonan la gloria de Dios,/ y el firmamento anuncia las obras de sus manos./ El día transmite el mensaje al día,/ y la noche a la noche pasa la noticia´ (Sal 18, 2-3).
Este himno cósmico de exaltación de las criaturas es un canto de alabanza a Dios como creador. He aquí algún otro texto:
´Cuántas son tus obras, oh Yahvéh!/ “Todas las hiciste con sabiduría!/Está llena la tierra de tu riqueza´ (Sal 103, 24).
´El con su poder ha hecho la tierra,/ con su sabiduría cimentó el orbe/ y con su inteligencia tendió los cielos./ Embrutecióse el hombre sin conocimiento´ (Jer 10, 12-14).
´Todo lo hace El apropiado a su tiempo. Conocí que cuanto hace Dios es permanente y nada se le puede añadir, nada quitar´ (Qoh 3, 11-14).

2. Son sólo algunos pasajes en los que los autores inspirados expresan la verdad religiosa sobre Dios-Creador, utilizando la imagen del mundo a ellos contemporánea. Es ciertamente una imagen pre-científica, pero religiosamente verdadera y poéticamente exquisita. La imagen de que dispone el hombre de nuestro tiempo, gracias al desarrollo de la cosmología filosófica y científica, es incomparablemente más significativa y eficaz para quien procede con espíritu libre de prejuicios.
Las maravillas que las diversas ciencias específicas nos desvelan sobre el hombre y el mundo, sobre el microcosmo y el macrocosmos, sobre la estructura interna de la materia y sobre las profundidades de la psique humana son tales que confirman las palabras de los autores sagrados, induciendo a reconocer la existencia de una Inteligencia suprema creadora y ordenadora del universo.

3. Las palabras ´creo en Dios´ se refieren ante todo a aquel que se ha revelado a Sí mismo. Dios que se revela es Aquel que existe: en efecto, puede revelarse a Sí mismo sólo Uno que existe realmente. Del problema de la existencia de Dios la Revelación se ocupa en cierto sentido marginalmente y de modo indirecto. Y tampoco en el Símbolo de la fe la existencia de Dios se presenta como un interrogante o un problema en sí mismo. Como hemos dicho ya, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio afirman la posibilidad de un conocimiento seguro de Dios mediante la sola razón. Indirectamente tal afirmación encierra el postulado de que el conocimiento de la existencia de Dios mediante la fe -que expresamos con las palabras ´creo en Dios´-, tiene un carácter racional, que la razón puede profundizar. ´Credo, ut intelligam´ como también ´intelligo, ut credam´: éste es el camino de la fe a la teología.

4. Cuando decimos ´creo en Dios´, nuestras palabras tienen un carácter preciso de ´confesión´. Confesando respondemos a Dios que se ha revelado a Sí mismo. Confesando nos hacemos partícipes de la verdad que Dios ha revelado y la expresamos como contenido de nuestra convicción. Aquel que se revela a Sí mismo no sólo nos hace posible conocer que El existe, sino que nos permite también conocer Quién es El. Así, la autorrevelación de Dios nos lleva al interrogante sobre la Esencia de Dios: ¿Quién es Dios?.

5. Hagamos referencia aquí al acontecimiento bíblico narrado en el libro del Éxodo (3, 1-14). Moisés que apacentaba la grey en las cercanías del monte Horeb advierte un fenómeno extraordinario. ´Veía Moisés que la zarza ardía y que no se consumía´ (Ex 3, 2). Se acercó y Dios ´le llamó de en medio de la zarza: “Moisés!. “Moisés!, él respondió: Heme aquí. Yahvéh le dijo: ´No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa´; y añadió: ´Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, pues temía mirar a Dios´ (Ex 3, 4-6).
El acontecimiento descrito en el libro del Éxodo se define una ´teofanía´, es decir, una manifestación de Dios en un signo extraordinario y se muestra, entre todas las teofanías del Antiguo Testamento, especialmente sugestiva como signo de la presencia de Dios. La teofanía no es una revelación directa de Dios, sino sólo la manifestación de una presencia particular suya. En nuestro caso esta presencia se hace conocer tanto mediante las palabras pronunciadas desde el interior de la zarza ardiendo, como mediante la misma zarza que arde sin consumirse.

6. Dios revela a Moisés la misión que pretende confiarle: debe liberar a los israelitas de la esclavitud egipcia y llevarlos a la tierra Prometida. Dios le promete también su poderosa ayuda en el cumplimiento de esta misión: ´Yo estaré contigo´. Entonces Moisés se dirige a Dios: ´Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padres me envía a vosotros, y me pregunta cual es su nombre, ¿Qué voy a responderles?´. Dijo Dios a Moisés: ´Yo soy el que soy´. Después dijo: ´Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros´ (Ex 3, 12-14).
Así, pues, el Dios de nuestra fe -el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob- revela su nombre. Dice así: ´Yo soy el que soy´. Según la tradición de Israel, el nombre expresa la esencia.
La Sagrada Escritura da a Dios diversos ´nombres´; entre estos: ´Señor´ (p.ej. Sab 1, 1), ´Amor´ (1 Jn 4, 16), ´Misericordioso´ (p.e. Sal 85, 15), ´Fiel´(1 Cor 1, 9), ´Santo´ (Is 6, 3). Pero el nombre que Moisés oyó procedente de lo profundo de la zarza ardiente constituye casi la raíz de todos los demás. El que es dice la esencia misma de Dios que es el Ser por sí mismo, el Ser subsistente como precisan los teólogos y los filósofos. Ante El no podemos sino postrarnos y adorar.

Dios, “el que es” 7.08.85

1. ´Creemos que este Dios único absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al igual que en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor. El es el que es, como lo ha revelado a Moisés; y El es Amor, como el Apóstol Juan nos lo enseña; de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma Realidad divina de Aquel que ha querido darse a conocer a nosotros y que habitando en una luz inaccesible está en Sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada´ (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios).

2. Estas palabras expresan de manera más extensa que los antiguos Símbolos, aunque también de forma concisa y sintética, aquella verdad sobre Dios que la Iglesia profesa ya al comienzo del Símbolo: ´Creo en Dios´: es del Dios que se ha revelado a Sí mismo, el Dios de nuestra fe. Su nombre: ´Yo soy el que soy´, revelado a Moisés, resuena, pues, todavía en el Símbolo de la fe de hoy. Pablo VI une este Nombre -el nombre ´Ser´- con el nombre ´Amor´ (según el ejemplo de la primera Carta de San Juan). Estos dos nombres expresan del modo más esencial la verdad sobre Dios. Tendremos que volver de nuevo a esto cuando, al interrogarnos sobre la Esencia de Dios, tratemos de responder a la pregunta: quién es Dios.

3. Pablo VI hace referencia al Nombre de Dios ´Yo soy el que soy´, que se halla en el libro del Éxodo. Siguiendo la tradición doctrinal y teológica de muchos siglos, ve en él la revelación de Dios como ´Ser´: el Ser subsistente, que expresa la Esencia de Dios en el lenguaje de la filosofía del ser (ontología o metafísica) utilizada por Santo Tomás de Aquino. Hay que añadir que la interpretación estrictamente lingüística de las palabras ´Yo soy el que soy´, muestran también otros significados posibles, a los cuales aludiremos más adelante. Las palabras de Pablo VI ponen suficientemente de relieve que la Iglesia, al responder al interrogante: ¿Quién es Dios?, sigue, a partir del ser (ens a se), en la línea de una tradición patrística y teológica plurisecular. No se ve de qué otro modo se podría formular una respuesta sostenible y accesible.

4. La palabra con la que Dios mismo se revela expresándose en la ´terminología del ser´, indica un acercamiento especial entre el lenguaje de la revelación y el lenguaje del conocimiento humano de la realidad, que ya desde la antigüedad se calificaba como ´filosofía primera´. El lenguaje de esta filosofía permite acercarse de algún modo al Nombre de Dios como ´Ser´. Y, sin embargo -como observa uno de los más distinguidos representantes de la escuela tomista en nuestro tiempo, haciendo eco al mismo Santo Tomás de Aquino (Cfr. C.G. I, 14; 30)-, incluso utilizando este lenguaje podemos, al máximo, ´silabear´ este Nombre revelado, que expresa la Esencia de Dios (Cfr. E. Gilson, El Tomismo). En efecto, “el lenguaje humano no basta para expresar de modo adecuado y exhaustivo ´Quien es´ Dios!, “nuestros conceptos y nuestras palabras respecto de Dios sirven más para decir lo que El no es, que lo que es! (Cfr. S. Th. I, q.12, a.12 s).

5. ´Yo soy el que soy´. El Dios que responde a Moisés con estas palabras es también ´el Creador del cielo y de la tierra´. Anticipando aquí por un momento lo que diremos en las catequesis sucesivas a propósito de la verdad revelada sobre la creación, es oportuno notar que, según la interpretación común, las palabra ´crear´ significa ´llamar al ser del no-ser´, es decir, de la ´nada´. Ser creado significa no poseer en sí mismo la fuente, la razón de la existencia, sino recibirla ´de Otro´. Esto se expresa sintéticamente en latín con la frase ´ens ab alio´. El que crea -el Creador- posee en cambio la existencia en sí y por sí mismo (´ens a se´).
El ser pertenece a su substancia: su esencia es el ser. El es el Ser subsistente (Es se subsistens). Precisamente por esto no puede no existir, es el ser ´necesario´. A diferencia de Dios, que es el ´ser necesario´, los entes que reciben la existencia de El, es decir, las criaturas, pueden no existir: el ser no constituye su esencia; son entes ´contingentes´.

6. Estas consideraciones respecto a la verdad revelada sobre la creación del mundo, ayudan a comprender a Dios como el ´Ser´. Permiten también vincular este ´Ser´ con la respuesta que recibió Moisés a la pregunta sobre el Nombre de Dios: ´Yo soy el que soy´. A la luz de estas reflexiones adquieren plena transparencia también las palabras solemnes que oyó Santa Catalina de Siena: ´Tú eres lo que no es, Yo soy El que Es´. Esta es la Esencia de Dios, el Nombre de Dios, leído en profundidad en la fe inspirada por su auto-revelación, confirmado a la luz de la verdad radical contenida en el concepto de creación. Sería oportuno cuando nos referimos a Dios escribir con letra mayúscula aquel ´soy´, el que ´es´, reservando la minúscula a las criaturas. Ello sería además un signo de un modo correcto de reflexionar sobre Dios según las categorías del ´ser´.
En cuanto ´ipsum Ens per se Subsistens´ -es decir, absoluta plenitud de Ser y por tanto de toda perfección- Dios es completamente transcendente respecto del mundo. Con su esencia, con su divinidad El ´sobrepasa´ y ´supera´ infinitamente todo lo que es creado: tanto cada criatura incluso la más perfecta como el conjunto de la creación: los seres visibles y los invisibles.
Se comprende así que el Dios de nuestra fe, EL QUE ES, es el Dios de infinita majestad. Esta majestad es la gloria del Ser divino, la gloria del Nombre de Dios, muchas veces celebrada en la Sagrada Escritura:
´Yahvéh, Señor, nuestro, “cuán magnífico es tu nombre/ en toda la tierra!´ (Sal 8, 2)
´Tú eres grande y obras maravillas/ tú eres el solo Dios´ (Sal 85, 10).
´No hay semejante a ti, oh Yahvéh.´ (Jer 10, 6).
Ante el Dios de la inmensa gloria no podemos más que doblar las rodillas en actitud de humilde y gozosa adoración repitiendo con la liturgia en el canto del Te Deum: ´Pleni sunt coeli et terra maiestatis gloriae tuae. Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia: Patrem inmensae maistatis´: ´Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria. A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad´.

 

Signos de vocación monástica

Para ayudar a discernir…

P. Pablo Di Césare, Monje del IVE

 

8714415_1454367522.1811Nosotros no podemos poner otra condición para aceptar a una persona que pida el ingreso a la Vida Contemplativa dentro de nuestra Familia Religiosa, distinto al que ponían los Santos. San Benito dice en la Santa Regla, “si verdaderamente quiere a Dios” (cf. SR 58,7) Desear a Dios. Dios ha puesto ese deseo en su alma. Y al cual una vez visto y conocido se quiere corresponder, como dice San Gregorio: “Cuando se ha visto a quien se ama, se enciende más ese amor”
Pero no nos engañemos, desde el principio debemos saber que para ver a Dios es necesario morir, como respondió Santa Teresa a su tío interrogada del por qué había huido con su primo, para morir en manos de los moros. (Cf. Libro de la Vida, 1,5) Morir al pecado, al mundo y a los deseos de la carne, morir al hombre viejo, para llegar a descubrir a Dios en todas las cosas, y amar en Dios todas las cosas.
Para alcanzar este fin, los monjes del Verbo Encarnado tomamos el camino más excelente y rápido, a saber, la profesión de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia y para mejor imitar al Verbo que se ofrece al Padre silencioso y escondido, en el seno de María: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocausto y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo- pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios tu voluntad! (Heb 10, 5-7 hacemos un cuarto voto de esclavitud de amor a María Santísima, para entregarle a Ella toda nuestra vida, pasada, presente y futura. (Cf. Directorio de Vida Contemplativa n° 3)
El modelo de consagración a Dios, no puede ser otro que el mismo Jesucristo, en el misterio de su Encarnación que llevó a su plenitud en la Cruz. De ahí que los monjes del Verbo Encarnado consagrarán sus vidas no solo a contemplar sino a vivir el misterio del Verbo Encarnado por medio de la práctica de las virtudes del anonadamiento, la humildad, la pobreza, la obediencia, sacrificio, amor oblativo, la penitencia reparadora, estará dispuesto a pasar por todas las purificaciones y conversiones que Dios le tenga preparada, hasta alcanzar la medida de Cristo. Y a la vez, se dedicará a practicar en todo lo que haga, las virtudes de la trascendencia, la fe, la esperanza y la caridad que lo unirán directamente con Dios. De este modo recordará a los hombres, no palabras, sino con su vida, la primacía del amor a Dios. ( cf. DVC n° 12)
Estarán dispuesto a vivir en sus vidas el misterio Pascual de Cristo, que es muerte y Resurrección
Llegados a este punto, en el interior de algún lector, puede haberse suscitado cierto movimiento o alguna moción, alguna inquietud. ¿Estaré yo llamado a este estilo de vida? Para ayudar a discernir la vocación, intentaré del mejor modo posible indicar algunos de los signos de vocación contemplativa dentro de nuestra Familia Religiosa del Verbo Encarnado.
Me imagino delante un joven haciéndome esta pregunta. ¿Estaré yo llamado a este estilo de vida? Un tanto nervioso, como cuando se espera la respuesta para dar un paso hacia algo grande. Cierto temor y a la vez un deseo que Dios le esté pidiendo, que imite un aspecto de la vida que su Hijo llevó al hacerse hombre. Es normal que haya temor y nervios, ansias. Es que realmente se está en un momento crucial de la vida, del cual puede depender la salvación eterna del alma y la de muchas otras, mi felicidad temporal y eterna, y la felicidad de muchos que Dios encomienda a mi cuidado. Se está ante algo grande, muy grande. Es la experiencia muy íntima de Dios que quiere tomar parte en mi vida de un modo especial. Me quiere para Él con exclusividad… ¿Puede ser que Dios pida que toda mi vida se la entregue totalmente y exclusivamente a Él? ¿Por qué a mí? Pienso que los caminos de Dios son tan diversos a los nuestros, y Dios llama a quien quiere, cómo quiere, cuándo quiere y del modo que quiere. “Los llamó para que estuvieran con Él”…dice san Marcos en su Evangelio… (Mc 3,14) ¿Estaré yo entre esos que Él llamó y llama y seguirá llamando a lo largo de la historia?
Me llama para que lo imite a Él. Toda vocación es seguimiento de Cristo, para reproducir en el tiempo un aspecto de la vida que Él llevó al hacerse hombre. En el caso de los contemplativos, estamos llamados a imitar los años de la vida oculta de Jesús, y los momentos en los que Él se retiraba al monte a orar a solas.
Creo que el primer signo es la convicción interna de que Dios me llama a estar con Él, en un trato íntimo, exclusivo y profundo. Dice nuestra Regla: “El seguimiento de Cristo en la vida monástica encierra: un deseo ardiente de conócelo y amarlo en la oración, de practicar virtudes heroicas para asemejarse más Él, que todo lo ha hecho bien (Mc 7,37) y un amor entrañable a las almas por quienes Cristo derramó su sangre” (DVC. n° 9)
La idea de Dios y su relación con Él en la soledad, apartado del mundo, “Venid vosotros a un lugar desierto” (Cf. Mc 6,31) toman una fuerza irresistible en mi vida, aun en medio de las ocupaciones diarias. Hay un deseo de alabarlo, bendecirlo, glorificarlo, darle gracias, por medio de la oración, la penitencia reparadora. Hay un deseo intenso de reparar las ofensas que se le realizan a su Hijo con los pecados que cometemos los hombres. Me doy cuenta que quiero estar entre esos consoladores que Dios busca y no encuentra. “Busqué quien me consolara y no los hallé”. (Sal 69,20) Consolar a Jesús, era el deseo del Beato Francisco Marto, vidente de Fátima.
Su finalidad será vivir sólo para Dios: éste es el enérgico resumen que proclama todo el deseo Dios puso en el corazón de cada monje. No ya sólo vivir en presencia de Dios sino para solo Dios, sin más intención que Dios, “porque es más precioso delante de él y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas” (San Juan de la Cruz, Cántico, 29,1)
En este sentido nuestro Fundador el p. Carlos Miguel Buela, decía en octubre de 1988, palabras que quedaron grabadas en nuestra Regla. “Por tanto que todos los actos de su vida suban al Señor en suave olor de santidad, quemándose como el incienso en adoración al solo Santo, en acción de gracias por tanto bien recibido, “en todo amando y reconociendo” (Cf. DVC, n° 10
Ayudar a los hombres de un modo misterioso pero no menos fecundo por medio de la oración. Poniéndome en la brecha: “Busqué entre ellos alguno que levantara un muro y se pusiera en pie en la brecha delante de mí a favor de la tierra, para que yo no la destruyera, pero no lo hallé” (Ez 22,30). Los monjes de nuestra Familia Religiosa estarán en la vanguardia de la obra misionera del Instituto, y guardianes de su espíritu. (DVC n°12)
Es cierto que cada vocación es una obra de arte de Dios, y son tan variados los modos que Él tiene para llamar… pero creo que en todos la idea de fondo es: Dios sólo en mi vida. Yo sólo para Dios.
Todo lo que he dicho, se debe hacer personal, lo debo ver proyectado en mi vida personal, saber que Dios quiere eso para mí aquí y ahora y por eso lo quiero yo. No se trata de traer a Dios a mi voluntad o capricho, sino adherir mi voluntad a la de Dios.
“Él nos amó primero” (I Jn 4,19). En la vocación a la vida contemplativa hay como siempre, un amor que nos precede. El amor de Dios. Al que yo, de algún modo quiero corresponder. Amor con amor se paga. Esto explica las renuncias y privaciones que implica la vida contemplativa, silencio, oración, penitencia, ayuno, vigilias. Esto explica el morir cada día a uno mismo, condición puesta por nuestro Señor para todo aquel que quiera ser su discípulo. “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue la cruz cada día y después venga y me siga”. Como vemos la renuncia a todo lo que impida el seguimiento de Cristo, está al inicio de toda vocación. Por eso, quien no esté dispuesto a morir a sí mismo, no puede ser discípulo de Cristo, y que ni siquiera intente entrar a nuestros monasterios.
Esta renuncia a todo, sólo puede exigirla Quien nos amó hasta el extremo, tomando la forma de siervo, pasando por uno de tantos, entregándose a la muerte y muerte de Cruz. Experimentamos el amor de Dios que nos amó hasta entregando a su único Hijo, y el amor de Cristo, que nos amó hasta el extremo entregando su vida por nosotros en la Cruz.
Es signo de vocación contemplativa para nuestro Instituto el amor a la Eucaristía, prolongación del misterio de la Encarnación, y a su vez, origen y culmen de toda la actividad apostólica de la Iglesia. De este modo, los monjes del Instituto del Verbo Encarnado, colaboramos en la obra de la Evangelización de la cultura, fin específico de nuestra Familia Religiosa.

 

Audiencias de san Juan Pablo II

Acerca de Dios

Los hombres y Dios

El Dios de nuestra Fe

 

Los hombres de ciencia y Dios 17.07.85

JPIIsonriendo1. Es opinión bastante difundida que los hombres de ciencia son generalmente agnósticos y que la ciencia aleja de Dios. ¿Qué hay de verdad en esta opinión?
Los extraordinarios progresos realizados por la ciencia, particularmente en los últimos dos siglos, han inducido a veces a creer que la ciencia sea capaz de dar respuesta por si sola a todos los interrogantes del hombre y de resolver todos los problemas. Algunos han deducido de ello que ya no habría ninguna necesidad de Dios. La confianza en la ciencia habría suplantado a la fe.
Entre ciencia y fe -se ha dicho- es necesario hacer una elección: o se cree en una o se abraza la otra. Quien persigue el esfuerzo de la investigación científica, no tiene ya necesidad de Dios; y viceversa, quien quiere creer en Dios, no puede ser un científico serio, porque entre ciencia y fe hay un contraste irreducible.

2. El Concilio Vaticano II ha expresado una condición bien diversa. En la Constitución Gaudium et Spes se afirma: ´La investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetraren los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser´ (Gaudium et Spes, 36).
De hecho se puede observar que siempre han existido y existen todavía eminentes hombres de ciencia, que en el contexto de su humana experiencia han creído positiva y benéficamente en Dios. Una encuesta de hace cincuenta años, realizada con 398 científicos entre los más ilustres, puso de relieve que sólo 16 se declararon no creyentes, 15 agnósticos y 367 creyentes (cfr. A.Ey mieu, la part des croyants dans les progres de la science, 6ª ed., Perrin,1935, pág. 274).

3. Todavía más interesante y proficuo es darse cuenta de por qué muchos científicos de ayer y de hoy ven no sólo conciliable, sino felizmente integrante la investigación científica rigurosamente realizada con el sincero y gozoso reconocimiento de la existencia de Dios.
De las consideraciones que acompañan a menudo como un diario espiritual su empeño científico, sería fácil ver el entrecruzamiento de dos elementos: el primero es cómo la misma investigación, en lo grande y en lo pequeño, realizada con extremo rigor, deja siempre espacio a ulteriores preguntas en un proceso sin fin, que descubre en la realidad una inmensidad, una armonía, una finalidad inexplicable en términos de casualidad o mediante los solos recursos científicos. A ello se añade la insuprimible petición de sentido, de más alta racionalidad, más aún, de algo o de Alguien capaz de satisfacer necesidades interiores, que el mismo refinado progreso científico, lejos de suprimir, acrecienta.

4. Mirándolo bien, el paso a la afirmación religiosa no viene por si en fuerza del método científico experimental, sino en fuerza de principios filosóficos elementales, cuales el de causalidad, finalidad, razón suficiente, que un científico, como hombre, ejercita en el contacto diario con la vida y con la realidad que estudia. Más aún, la condición de centinela del mundo moderno, que entrevé el primero la enorme complejidad y al mismo tiempo la maravillosa armonía de la realidad, hace del científico un testigo privilegiado de la plausibilidad del dato religioso, un hombre capaz de mostrar cómo la admisión de la trascendencia, lejos de dañar la autonomía y los fines de la investigación, la estimula por el contrario a superarse continuamente, en una experiencia de autotranscendencia relativa del misterio humano.
Si luego se considera que hoy los dilatados horizontes de la investigación, sobre todo en lo que se refiere a las fuentes mismas de la vida, plantean interrogantes inquietantes acerca del uso recto de las conquistas científicas, no nos sorprende que cada vez con mayor frecuencia se manifieste en los científicos la petición de criterios morales seguros, capaces de sustraer al hombre de todo arbitrio. ¿Y quien, sino Dios, podrá fundar un orden moral en el que la dignidad del hombre, de todo hombre, sea tutelada y promovida de manera estable?
Ciertamente la religión cristiana, si no puede considerar razonables ciertas confesiones de ateísmo o de agnosticismo en nombre de la ciencia, sin embargo, es igualmente firme el no acoger afirmaciones sobre Dios que provengan de formas no rigurosamente atentas a los procesos racionales.

5. A este punto seria muy hermoso hacer escuchar de algún modo las razones por las que no pocos científicos afirman positivamente la existencia de Dios y ver qué relación personal con Dios, con el hombre y con los grandes problemas y valores supremos de la vida los sostienen. Cómo a menudo el silencio, la meditación, la imaginación creadora, el sereno despego de las cosas, el sentido social del descubrimiento, la pureza de corazón son poderosos factores que les abren un mundo de significados que no pueden ser desatendidos por quienquiera que proceda con igual lealtad y amor hacia la verdad.
Baste aquí la referencia a un científico italiano, Enrico Medi, desaparecido hace pocos años. En su intervención en el Congreso Catequístico Internacional de Roma en 1971, afirmaba: ´Cuando digo a un joven: mira, allí hay una estrella nueva, una galaxia, una estrella de neutrones, a cien millones de años luz de lejanía. Y, sin embargo, los protones, los electrones, los neutrones, los mesones que hay allí son idénticos a los que están en este micrófono. La identidad excluye la probabilidad. Lo que es idéntico no es probable. Por tanto, hay una causa, fuera del espacio, fuera del tiempo, dueña del ser, que ha dado al ser, ser así. Y esto es Dios.
´El ser, hablo científicamente, que ha dado a las cosas la causa de ser idénticas a mil millones de años-luz de distancia, existe. Y partículas idénticas en el universo tenemos 10 elevadas a la 85ª potencia… ¿Queremos entonces acoger el canto de las galaxias? Si yo fuera Francisco de Asís proclamaría: “Oh galaxias de los cielos inmensos, alabad a mi Dios porque es omnipotente y bueno! “Oh átomos, protones, electrones! “Oh canto de los pájaros, rumor de las hojas, silbar del viento, cantad a través de las manos del hombre y como plegaria, el himno que llega hasta Dios!´ (Atti del II Congreso Catechistico Internazionale, Roma, 20-25 septiembre de 1971, Roma, Studium, 1972, págs. 449-450).

El Dios de nuestra fe 24.07.85

1. En las catequesis del ciclo anterior he tratado de explicar qué significa la frase ´Yo creo´; que quiere decir ´creer como cristiano´. En el ciclo que ahora comenzamos deseo concentrar la catequesis sobre el primer artículo de la fe: ´Creo en Dios´ o, más plenamente: ´Creo en Dios Padre todopoderoso, creador.´. Así suena esta primera y fundamental verdad de la fe en el Símbolo Apostólico. Y casi id idénticamente en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano: ´Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador.´. Así el tema de las catequesis de este ciclo será Dios: el Dios de nuestra fe. Y puesto que la fe es la respuesta a la Revelación, el tema de las catequesis siguientes será ese Dios, que se ha dado a conocer al hombre, al cual ´se ha revelado a Sí mismo y ha manifestado el misterio de su voluntad´ (Cfr. Dei Verbum , 2).

2. De este Dios trata el primer artículo del ´Credo´. De el hablan indirectamente todos los artículos sucesivos de los Símbolos de la fe. En efecto, están todos unidos de modo orgánico a la primera y fundamental verdad sobre Dios, que es la fuente de la que derivan. Dios es ´el Alfa y el Omega´ (Ap 1, 8): El es también el comienzo y el término de nuestra fe. Efectivamente, podemos decir que todas las verdades sucesivas enunciadas en el ´Credo´ nos permiten conocer cada vez más plenamente al Dios de nuestra fe, del que habla el artículo primero: Nos hacen conocer mejor quién n es Dios en Sí mismo y en su vida íntima. En efecto, al conocer sus obras -la obra de la creación y de la redención-, al conocer todo su plan de salvación respecto del hombre, nos adentramos cada vez más profundamente en la verdad de Dios, tal como se revela en la Antigua y la Nueva Alianza. Se trata de una revelación progresiva, cuyo contenido ha sido formulado sintéticamente en los Símbolos de la fe. Al ir desplegándose los artículos de los Símbolos adquiere plenitud de significado la verdad expresada en las primeras palabras: ´Creo en Dios´. Naturalmente, dentro de los límites en los que el misterio de Dios es accesible a nosotros mediante la Revelación.

3. El Dios de nuestra fe. Aquel que profesamos en el ´Credo´, es el Dios de Abrahán, nuestro Padre en la fe (Cfr. Rom 4,12-16). Es ´el Dios de Isaac y el Dios de Jacob´ (Mc 12, 26), es decir, de Israel, el Dios de Moisés, y finalmente y sobre todo es ´Dios, Padre de Jesucristo´ (Rom 15, 6) Esto afirmamos cuando decimos ´Creo en Dios Padre.´. Es el único e idéntico Dios, del que nos dice la Carta a los Hebreos que ´muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo.´ (1, 1-2). El, que es la fuente de la palabra que describe su progresiva auto-manifestación en la historia, se revela plenamente en el Verbo Encarnado, Hijo eterno del Padre. En este hijo -Jesucristo- el Dios de nuestra fe se confirma definitivamente como Padre. Como tal lo reconoce y glorifica Jesús que reza: ´Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra.´ (Mt 11, 25), enseñando claramente también a nosotros a descubrir en este Dios, Señor del cielo y de la tierra, a ´nuestro´ Padre (Mt 6, 9).

4. Así, el Dios de la Revelación, ´Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo´ (Rom 15, 6) se pone frente a nuestra fe como un Dios personal, como un ´Yo´ divino inescrutable ante nuestros ´yo´ humanos, ante cada uno y ante todos. Es un ´Yo´ inescrutable, sí, en su profundo misterio, pero que se ha ´abierto´ a nosotros en la Revelación, de manera que podemos dirigirnos a El como al santísimo ´Tú´ divino. Cada uno de nosotros es capaz de hacerlo porque nuestro Dios, que abraza en Sí y supera y transciende de modo infinito todo lo que existe, está muy cercano a todos, y más aún, íntimo a nuestro más íntimo ser: ´Interior intimo meo´, como escribe San Agustín (Confesiones III, VI,11).

5. Este Dios, el Dios de nuestra fe, Dios y Padre de Jesucristo, Dios y Padre nuestro, es al mismo tiempo el ´Señor del cielo y de la tierra´, como Jesús mismo lo invocó (Mt 11, 25). En efecto, El es el creador.
Cuando el Apóstol Pablo de Tarso se presenta ante los atenienses en el areópago, proclama: ´Atenienses,. al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto (Las estatuas de los dioses venerados en la religión de la antigua Grecia), he hallado un altar en el cual está escrito: ´al Dios desconocido´ Pues ese que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ese, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano de hombres, ni por las manos humanas es servido, como si necesitase algo, siendo El mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. El ., fijó las estaciones y los confines de las tierras por ellos habitables, para que busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen, que no está lejos de cada uno de nosotros, porque en El vivimos, nos movemos y existimos.´ (Hech 17, 23-28).
Con estas palabras Pablo de Tarso, el Apóstol de Jesucristo, anuncia en el Areópago de Atenas la primera y fundamental verdad de la fe cristiana. Es la verdad que también nosotros confesamos con las palabras: ´Creo en Dios (en un solo Dios), Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra´. Este Dios -el Dios de la Revelación- hoy como entonces sigue siendo para muchos ´un Dios desconocido´. Es aquel Dios que muchos hoy como entonces ´buscan a tientas´ (Hech 17, 27). El es el Dios inescrutable e inefable. Pero es Aquel que todo lo comprende; en ´El vivimos, nos movemos y existimos´ (Hech 17, 28). A este Dios trataremos de acercarnos gradualmente en los próximos encuentros.

Educación de la voluntad

La educación de La voluntad

 Mons. Tihamér Tóth

Los sentimientos, la imaginación, el temperamento ejercen gran influencia sobre la voluntad. No los dominamos por completo; por lo tanto, respecto a ellos la voluntad del hombre no goza de plena libertad. Has podido verlo por propia experiencia. Una mañana te despiertas con sentimientos tristes, abatidos; otro día, en cambio, saltarías continuamente de alegría; pero en vano buscarías la causa de tu tristeza primera, de tu alegría presente; tú mismo no

sabrías decir cuál sea. Lo mismo sucede con la fantasía. Un día, sin motivo especial, revive el recuerdo de acontecimientos lejanos en tu memoria; o bien, pensamientos imposibles, imágenes engañadoras se pintan en tu cabeza. ¿De dónde proceden? ¿Por qué precisamente en este momento penetran en tu mente? No sabrías decirlo. Y, ¡de cuántas desgracias es causa la imaginación humana! Pinta dificultades enormes, obstáculos invencibles ante nuestro trabajo, sólo para quitarnos el ánimo. Al tener que tapar una muela, no es la operación la mayor molestia, sino la media hora que tienes que esperar en la antesala del dentista, mientras que tu fantasía va atormentándose con las imágenes aumentadas del sufrimiento futuro.

Pues bien. Aunque no seamos completamente dueños de nuestros sentimientos y de nuestra fantasía, hemos de extender también el dominio de la voluntad y en lo posible a estos terrenos. Sé dueño de tus sentimientos y toma las riendas de tu imaginación. ¿Te has despertado de mal humor? Es igual. Esfuérzate por sonreír, canta con alegría, y ya habrás vencido en parte tus sentimientos.

¿Tienes que resolver un problema de álgebra? Tu fantasía sale con cuadros aterradores: ¡Qué terriblemente difícil es este problema! ¡Cuánto tendrás que sudar! Tú en cambio, di para tus adentros: “No es verdad. Amiguita, fantasía mía, tú me engañas. No eres tan terrible como pereces. Cuanto mayor sea la dificultad, tanto más quiero emprender el trabajo”.

Como ves, la educación de la voluntad no es sino una labor sistemática para la conquista de todas aquellas potencias espirituales: entendimiento, sentidos, memoria, imaginación, que influyen en la función de la voluntad. Por lo tanto, no basta para la educación de la voluntad que la ejercitemos, que la robustezcamos, sino que nuestro propósito principal debe ser poner con la mayor perfección posible, esta voluntad firme al servicio de elevados fines espirituales: es decir, tenemos que subordinarla por completo al dominio del alma.

Quien quiere tener carácter firme, debe esforzarse por dominar lo más posible sus sentimientos. Muchos crímenes, discordias, pensamientos de envidia, alegrías del mal ajeno, ofensas precipitadas, riñas sinnúmero, no tienen siempre por causa una voluntad depravada, sino una voluntad débil, no ejercitada en mandar, sin desmayos, a los sentimientos vehementes. Podemos vencer, por ejemplo, un leve mal humor sin ningún esfuerzo especial; y no obstante, cuántos hombres sufren por este leve mal humor, porque tienen pereza de hacer un pequeño esfuerzo.

La educación adecuada de los sentimientos es a la par, educación de la voluntad. Los sentimientos influyen en el espíritu, no sólo para movernos a querer, sino aun para querer de buen grado y con perseverancia. Y, ¿quién no ve que las obras buenas brotan con más lozanía al calor del corazón que a la fría luz del intelecto?

Por este motivo, debes cuidar también la educación de tus sentimientos: la voluntad que funciona sin sentimientos puede convertir al hombre con gran facilidad en una máquina de voluntad, sin corazón, egoísta, testaruda, lo cual es otra caricatura del “joven de carácter”.

El hombre prudente no se esfuerza tan sólo por vencer sus sentimientos desagradables y compensarlos con alegría, sino que hace cuanto está en su mano por conservar siempre la tranquilidad del alma.

Cuerpo y alma están en íntima dependencia. Si estás abatido y una tristeza sin causa se apodera de tu alma, intenta sonreír, frota con alegría tus manos, y verás que tu tristeza empieza a desaparecer. Por otra parte, si un dolor físico te tortura, ocúpate en pensamientos agradables, y llegarás a olvidar en parte tu dolor.

De cualquier desgracia que te sucediese, procura sacar algún provecho espiritual. Deficiendo discamus, “aprendamos de las propias deficiencias”. ¿Te han robado tu billetera en el bus? No pierdas la cordura, sino procura recordar cuándo estabas distraído y medita qué cuidado debes tener en adelante. ¿Te pisa alguien el pie? No saltes enfadado, sino di para tus adentros: “A costa de este dolor compraré un poco de dominio de mí mismo”.

Seguir siempre dueño de los propios sentimientos sin dejarse arrastrar por ellos, es el grado más alto de la perfección espiritual.

 Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”

Audiencias de san Juan Pablo II

Acerca de Dios

Creo en Dios

Pruebas de la existencia de Dios

Creo en Dios 3.07.85

001. Nuestras catequesis llegan hoy al gran misterio de nuestra fe, el primer artículo de nuestro Credo: Creo en Dios. Hablar de Dios significa afrontar un tema sublime y sin límites, misterioso y atractivo. Pero aquí en el umbral, como quien se prepara a un largo y fascinante viaje de descubrimiento tal permanece siempre un genuino razonamiento sobre Dios, sentimos la necesidad de tomar por anticipado la dirección justa de marcha, preparando nuestro espíritu a la comprensión de verdades tan altas y decisivas.
A este fin considero necesario responder enseguida a algunas preguntas, la primera de las cuales es: ¿Por qué hablar hoy de Dios?.

2. En la escuela de Job, que confesó humildemente: ´He hablado a la ligera. Pondré mano a mi boca´ (40, 4), percibimos con fuerza que precisamente la fuente de nuestras supremas certezas de creyentes, el misterio de Dios, es antes todavía la fuente fecunda de nuestras más profundas preguntas: ¿Quién es Dios?. ¿Podemos conocerlo verdaderamente en nuestra condición humana?. ¿Quiénes somos nosotros, criaturas, ante Dios?.
Con las preguntas nacen siempre muchas y a veces tormentosas dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo?. ¿Por qué el impío triunfa y el justo viene pisoteado?. ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar nuestra libertad y responsabilidad?.
Son preguntas y dificultades que se entrelazan con las expectaciones y las aspiraciones de las que los hombres de la Biblia, en los Salmos en particular, se han hecho portavoces universales; ´Como anhela la cierva las corrientes de las aguas, así te anhela mi alma, “oh Dios!. Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo ir y ver la faz de Dios?´ (Sal 41, 2-3): De Dios se espera la salvación, la liberación del mal, la felicidad y también, con espléndido impulso de confianza, el poder estar junto a El, ´habitar en su casa´(Cfr. Sal 83, 2 ss). He aquí, pues, que nosotros hablamos de Dios porque es una necesidad del hombre que no se puede suprimir.

3. La segunda pregunta es cómo hablar de Dios, cómo hablar de El rectamente. Incluso entre los cristianos, muchos poseen una imagen deformada de Dios. Es obligado preguntarse si se ha hecho un justo camino de investigación, sacando la verdad de fuentes genuinas y con una actitud adecuada. Aquí creo necesario citar ante todo, como primera actitud, la honestidad de la inteligencia, es decir, el permanecer abiertos a aquellos signos de verdad que Dios mismo ha dejado de Sí en el mundo y en nuestra historia.
Hay ciertamente el camino de la sana razón (y tendremos tiempo de considerar que puede el hombre conocer de Dios con sus fuerzas). Pero aquí me urge decir que a la razón, más allá de sus recursos naturales, Dios mismo le ofrece de Sí una espléndida documentación: la que con lenguaje de la fe se llama ´Revelación´. El creyente, y todo hombre de buena voluntad que busquen el rostro de Dios, tiene a su disposición ante todo el tesoro inmenso de la Sagrada Escritura, verdadero diario de Dios en las relaciones con su pueblo, que tiene en el centro el insuperable revelador de Dios, Jesucristo: ´El que me ha visto a mí ha visto al Padre´ (Jn 14, 9). Jesús, por su parte, ha confiado su testimonio a la Iglesia, que desde siempre, con la ayuda del Espíritu Santo, lo ha hecho objeto de apasionado estudio, de progresiva profundización e incluso de valiente defensa frente a errores y deformaciones. La documentación genuina de Dios pasa, pues, a través de la Tradición viviente, de la que la que todos los Concilios son testimonios fundamentales: desde el Niceno y el Constantinopolitano, al Tridentino, Vaticano I y VaticanoII.
Tendremos cuidado en remitirnos a estas genuinas fuentes de verdad.
La catequesis saca además sus contenidos sobre Dios también de la doble experiencia eclesial: la fe rezada, la liturgia, cuyas formulaciones son un continuo e incansable hablar de Dios hablando con El; y la fe vivida por parte de los cristianos, de los santos en particular, que han tenido la gracia de una profunda comunión con Dios. Así, pues, no estamos destinados sólo a hacer preguntas sobre Dios, para luego perdernos en una selva de respuestas hipotéticas o bien demasiado abstractas. Dios mismo ha venido a nuestro encuentro con una riqueza orgánica de indicaciones seguras. La Iglesia sabe que posee, por la gracia de Dios mismo, en su patrimonio de doctrina y vida, la dirección justa para hablar con respecto a la verdad de El. Y nunca como hoy siente el empeño de ofrecer con lealtad y amor a los hombres la respuesta esencial, que esperan.

4. Es lo que pretendo hacer en estos encuentros. ¿Pero cómo?. Hay diversas maneras de hacer catequesis, y su legitimidad depende en definitiva de la fidelidad respecto a la fe integral de la Iglesia. He considerado oportuno escoger el camino que, mientas hace referencia directamente a la Sagrada Escritura, hace referencia también a los Símbolos de la Fe, en la comprensión profunda que ha dado de ella el pensamiento cristiano a lo largo de veinte siglos de reflexión.
Es mi propósito, al proclamar la verdad sobre Dios, invitaros a todos a reconocer la validez del camino histórico-positivo y del camino ofrecido por la reflexión doctrinal elaborada en los grandes Concilios y en el Magisterio ordinario de la Iglesia. De este modo, sin disminuir para nada la riqueza de los datos bíblicos, se podrán ilustrar verdades de fe o próximas a la fe o de todas las formas teológicamente fundadas que, por haber sido expresadas en lenguaje dogmático-especulativo, corren el riesgo de ser menos percibidas y apreciadas por muchos hombres de hoy, con no ligero empobrecimiento del conocimiento de Aquel que es misterio insondable de luz.

Pruebas de la existencia de Dios 10.08.85

1. Cuando nos preguntamos: ´¿Por qué creemos en Dios?´, la primera respuesta es la de nuestra fe: Dios se ha revelado a la humanidad, entrando en contacto con los hombres. La suprema revelación de Dios se nos ha dado en Jesucristo, Dios encarnado. Creemos en Dios porque Dios se ha hecho descubrir por nosotros como el Ser Supremo, el gran ´Existente´.
Sin embargo esta fe en un Dios que se revela, encuentra también un apoyo en los razonamientos de nuestra inteligencia. Cuando reflexionamos, constatamos que no faltan las pruebas de la existencia de Dios. Estas han sido elaboradas por pensadores bajo forma de demostraciones filosóficas, de acuerdo con la concatenación de una lógica rigurosa. Pero pueden revestir también una forma más sencilla y, como tales, son accesibles a todo hombre que trata de comprender lo que significa el mundo que le rodea.

2. Cuando se habla de pruebas de la existencia de Dios, debemos subrayar que no se trata de pruebas de orden científico experimental. Las pruebas científicas, en el sentido moderno de la palabra, valen sólo para las cosas perceptibles por los sentidos, puesto que sólo sobre éstas pueden ejercitarse los instrumentos de investigación y de verificación de que se sirve la ciencia. Querer una prueba científica de Dios, significaría rebajar a Dios al rango de los seres de nuestro mundo, y por tanto equivocarse ya metodológicamente sobre aquello que Dios es. La ciencia debe reconocer sus límites e impotencia para alcanzar la existencia de Dios: ella no puede ni afirmar ni negar esta existencia.
De ello, sin embargo, no debe sacarse la conclusión que los científicos son incapaces de encontrar, en sus estudios científicos, razones válidas para admitir la existencia de Dios. Si la ciencia como tal no puede alcanzar a Dios, el científico, que posee una inteligencia cuyo objeto no está limitado a las cosas sensibles, puede descubrir en el mundo las razones para afirmar la existencia de un Ser que lo supera. Muchos científicos han hecho y hacen este descubrimiento.
Aquel que, con espíritu abierto, reflexiona en lo que está implicado en la existencia del universo, no puede por menos de plantearse el problema del inicio. Instintivamente cuando somos testigos de ciertos acontecimientos, nos preguntamos cuáles son las causas. ¿Cómo no hacer la misma pregunta para el conjunto de los seres y de los fenómenos que descubrimos en el mundo?.

3. Una hipótesis científica como la de la expansión del universo hace aparecer más claramente el problema: si el universo se halla en continua expansión, no se debería remontar en el tiempo hasta lo que se podría llamar ´momento inicial´, aquel en el que comenzó la expansión?. Pero, sea cual fuere la teoría adoptada sobre el origen del mundo, la cuestión más fundamental no puede eludirse. Este universo en constante movimiento postula la existencia de una Causa que, dándole el ser, le ha comunicado ese movimiento y sigue alimentándolo. Sin tal Causa Suprema, el mundo y todo el movimiento existente en él permanecerían ´inexplicados´ e ´inexplicables´, y nuestra inteligencia no podría estar satisfecha. El espíritu humano puede percibir una respuesta a sus interrogantes sólo admitiendo un Ser que ha creado el mundo con todo su dinamismo, y que sigue conservándolo en la existencia.

4. La necesidad de remontarse a una Causa suprema se impone todavía más cuando se considera la organización perfecta que la ciencia no deja de descubrir en la estructura de la materia. Cuando la inteligencia humana se aplica con tanta fatiga a determinar la constitución y las modalidades de acción de las partículas materiales, ¿no es inducida, tal vez, a buscar el origen de una Inteligencia superior, que ha concebido todo?. Frente a las maravillas de lo que se puede llamar el mundo inmensamente pequeño del átomo, y el mundo inmensamente grande del cosmos, el espíritu del hombre se siente totalmente superado en sus posibilidades de creación e incluso de imaginación, y comprende que una obra de tal calidad y de tales proporciones requiere un Creador, cuya sabiduría transcienda toda medida, cuya potencia sea infinita.

5. Todas las observaciones concernientes al desarrollo de la vida llevan a una conclusión análoga. La evolución de los seres vivientes, de los cuales la ciencia trata de determinar las etapas, y discernir el mecanismo, presenta una finalidad interna que suscita la admiración. Esta finalidad que orienta a los seres en una dirección, de la que no son dueños ni responsables, obliga a suponer un Espíritu que es su inventor, el Creador.
La historia de la humanidad y la vida de toda persona humana manifiestan una finalidad todavía más impresionante. Ciertamente el hombre no puede explicarse a sí mismo el sentido de todo lo que le sucede, y por tanto debe reconocer que no es dueño de su propio destino. No sólo no se ha hecho él a sí mismo, sino que no tiene ni siquiera el poder de dominar el curso de los acontecimientos ni el desarrollo de su existencia. Sin embargo, está convencido de tener un destino y trata de descubrir cómo lo ha recibido, cómo está inscrito en su ser. En ciertos momentos puede discernir más fácilmente una finalidad secreta, que se transparenta de un conjunto de circunstancias o de acontecimientos. Así, está llevado a afirmar la soberanía de Aquel que le ha creado y que dirige su vida presente.

6. Finalmente, entre las cualidades de este mundo que impulsan a mirar hacia lo alto está la belleza. Ella se manifiesta en las multiformes maravillas de la naturaleza; se traduce en innumerables obras de arte, literatura, música, pintura, artes plásticas. Se hace apreciar también en la conducta moral: hay tantos buenos sentimientos, tantos gestos estupendos. El hombre es consciente de ´recibir´ toda esta belleza, aunque con su acción concurre a su manifestación. El la descubre y la admira plenamente sólo cuando reconoce su fuente, la belleza transcendente de Dios.

7. A todas estas ´indicaciones´ sobre la existencia de Dios creador, algunos oponen la fuerza del caso o de mecanismos propios de la materia. Hablar de Caso para un universo que presenta una organización tan compleja de elementos y una finalidad en la vida tan maravillosa, significa renunciar a la búsqueda de una explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello equivale a querer admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la inteligencia humana que renunciaría a pensar, a buscar una solución a sus problemas.
En conclusión, una infinidad de indicios empuja al hombre, que se esfuerza por comprender el universo en que vive, a orientar su mirada al Creador. Las pruebas de la existencia de Dios son múltiples y convergentes. Ellas contribuyen a mostrar que la fe no mortifica la inteligencia humana, sino que la estimula a reflexionar y le permite comprender mejor todos los ´porqués´ que plantea la observación de lo real.

Lectio Divina

Práctica de la Lectio Divina para principiantes

 Lic. José A. Marcone, I.V.E.

 Definición de Lectio Divina

 9b2c4b44fb86522964124ed80d03c5e8_XLLa Lectio Divina es un diálogo con Dios tomando como punto de partida y como argumento de este diálogo la Palabra de Dios escrita, que es la Biblia, también llamada Sagrada Escritura o Escritura Divina. Por eso también puede definirse como una lectura orante de la Biblia.

 Es muy importante estar convencidos que si bien el título que lleva esta acción es de ‘lectura’ (lectio), se trata de una lectura en la que se entabla una relación dialogal, un diálogo: “En realidad, no sería preciso que los padres y otros maestros espirituales aconsejaran asociar la oración a la lectura. Cuando la lectio divina se practica como enseña la tradición, es decir, cuando la «lectura divina» es verdaderamente «lectura divina» y no mera «lectura espiritual» ni está dominada por preocupaciones intelectuales o utilitarias; cuando la lectio es atención a Dios y contacto personal e íntimo con su Palabra, la oración brota espontánea e irresistiblemente. Esmás, la oración forma parte de la lectio. En efecto, a Dios no se le lee como se lee un autor cualquiera. Se ha insistido mucho en que leer es ponerse en íntima comunicación con el autor, y es cierto. Para leer bien, para que un autor nos comunique de verdad su pensamiento y conteste a nuestras interrogaciones, es preciso-que consideremos que estamos conversando con él. Claro que esto es una ficción, porque ni el autor nos conoce ni está presente, y por tanto no puede responder a nuestras preguntas sino en cuanto las respuestas están ya escritas en su texto. Con la Biblia es diferente. Dios, que está presente en ella, es un Dios vivo, un Dios que no sólo habló sino que habla, que me habla. Por eso, «lectura de Dios» equivale a «conversación con Dios»”[1].

 También podemos definirla de la siguiente manera: “La Lectio Divina es una lec­tura personal de la palabra de Dios, mediante la cual nos esforzamos por asimilar su substancia; una lectura que se hace en la fe, en espíritu de oración, creyendo en la presencia actual de Dios que nos habla en el texto sagrado, mientras nos esforzamos por estar nosotros mismos presen­tes, en espíritu de obediencia y de completa entrega tanto a las promesas como a las exigen­cias divinas”[2].

 “Si se mantiene el concepto auténtico de «lectura divina» se mantendrá ipso facto la neta distinción entre ella y el estudio. Esto no implica, claro es, ningún desprecio para el estudio. Una vida espiritual profunda requiere, por lo general, una buena formación intelectual, teológica, en quienes son capaces, y tienen oportunidad de adquirirla. Dom Ambrose Southey, como de ordinario, acierta plenamente cuando escribe: «La lectio divina se refiere a un tipo de conocimiento especial; el estudio, a un conocimiento más conceptual. Como es natural, no hay que reaccionar exageradamente contra la insistencia actual sobre la inteligencia de Occidente, cayendo en un anti-intelectualismo. No; ambos conocimientos van a la par. Son complementarios, y no mutuamente exclusivos»”[3]

 “La convicción fundamental de fe que guía este modo de acercarse a la Sagrada Escritura es la expresada, entre otros, por Adalgero: “cuando oramos, nosotros hablamos con Dios; cuando leemos (lectio) Dios habla con nosotros”. También San Jerónimo decía: “oras, hablas con el Esposo; lees, Él te habla a ti”[4].

“La lectio es una lectura desinteresada. Se lee por leer. Se penetra en la lectura como si se entrara en la sala de audiencia de Dios, de Jesucristo. Lo que interesa es estar con Dios, con Jesús; escuchar su voz para responderle primero, en la misma lectio, con palabras y luego, a lo largo de la vida, con obras. Pero todo esto no significa que el hombre no recoja otros frutos de su diálogo con Dios, además de la gran merced de haber sido recibido en audiencia.

“Muchos y muy sabrosos son los frutos de la lectio divina. Según san Benito, nos conduce a la perfección; según san Bernardo, nos infunde sabiduría; según san Ferreolo, engendra el fervor espiritual; según Bernardo Ayglier, disipa la ceguera de la mente, alumbra el entendimiento, sana la debilidad del espíritu, sacia el hambre del alma, engendra la compunción de corazón187. Resumiendo los frutos de la «lectura de Dios» entre los monjes antiguos, se ha escrito: «La lectio divina era el paraíso del monje, el lugar de sus deleites espirituales. Ella le consolaba en sus pruebas, le purificaba de sus pasiones, le mantenía fervoroso en el servicio divino y le procuraba las lágrimas de la compunción, la voz de su oración y el alimento de su contemplación»”[5]

 La Lectio Divina bien hecha provoca en el alma una profunda consolación. Alcuino decía: “Como la luz alegra los ojos, así la lectura de la Biblia el corazón”[6]. “La «lectura de Dios»—no se insistirá nunca bastante en ello—es una lectura gustosa y gustada, paladeada. Es saborear al Verbo, sabo­rear a Dios, en el Espíritu Santo, que vivifica la letra y suscita en el lector un gusto secreto para que se ponga en armonía con lo leído y responda con su oración y toda su vida a la Palabra del Padre. Es una experiencia de Dios, pues en ella se verifica una comunicación de vida, una parti­cipación, una comunión”[7]

Hacer la Lectio Divina trae grandes provechos. “Dietrich Bonhoffer tiene a este propó­sito unas líneas preciosas: «Si fuera yo quien tuviera que determinar dónde hallar a Dios, encon­traría siempre a un Dios que está de acuerdo con mi manera de ser. Pero si es Dios quien esta­blece el lugar de encuentro, en tal caso no será un lugar para halagar a la humana naturaleza, un lugar conforme a mi gusto. Este lugar es la cruz de Cristo, y todo aquel que quiera hallarlo debe acudir al pie de la cruz, como lo exige el Sermón de la Montaña. Esto no complace en nada a nuestra naturaleza, sino que le es enteramente contrario. Pero tal es el mensaje bíblico, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. Y quisiera haceros una confidencia personal: desde que considero la Biblia como el lugar de encuentro con Dios, ‘el lugar que Dios me ofrece para encontrarlo’, todos los días voy de maravilla en maravilla.

“La leo mañana y tarde, y con frecuencia, a lo largo del día, medito un texto que he escogido para la semana y procuro sumergirme en él profundamente para poder entender de verdad lo que en él nos dice. Estoy convencido de que sin esto no podría vivir verdaderamente y ciertamente ya no podría creer…»”[8]

Preparación remota

Como preparación remota para poder hacer la Lectio Divina sólo hace falta:

  1. a) Saber que la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios viva, y tener firme fe en esa verdad. Esto significa que se trata de una “convicción de que la Biblia es un libro actualmente vivo y operante. Bajo las fórmulas, está la presencia misteriosa de Dios que me interpela. Escu­chando sus palabras “es como si viese su propia boca”. Por tanto, Dios inspira siempre al que la lee con fe. La palabra “es fecundada milagrosamente por el Espíritu”, que continúa animándola con su soplo y asegura su juventud perenne. No sólo transmite un mensaje, una doctrina, sino que además es una presencia, es alguien (de aquí que la consideremos un modo de contemplación). Es el acto con que Dios me busca, se revela a mí y exige que me comprometa con Él. De ahí que se diga que la lectura de la Sagrada Escritura tiene una eficacia salvífica: en ella “se bebe la salvación”[9].

Pero es necesario, como decíamos recién, que no basta con creer que Dios ha hablado. “Dios ha hablado; Dios habla; Dios mehabla. Se dirige a mí, personalmente, aquí y ahora. Así pensaban los monjes antiguos, profesionales de la «lectura divina». Estaban convencidos de que cada uno de los vocablos contenidos en la Escritura es una palabra que Dios dirige a cada uno de los lectores para su salvación y santificación: siendo la Biblia «ciencia de salvación», creían sin la menor vacilación que todo tiene en ella un valor personal, actual, para la vida pre­sente y con vistas a la vida eterna.

“Dios dirige a cada uno de sus lectores un mensaje personal y único. Este mensaje personal está contenido en e! gran mensaje universal, enderezado a la comunidad de los hombres. San Gregorio lo ha explicado. Dios —viene a decir— nos lo ha dicho todo. Ha hablado una vez, y es suficiente. No hay que esperar otra revelación. Dios no responde al corazón de cada uno por revelaciones privadas porque ha preparado una palabra que puede solucionar todos los proble­mas. En la Palabra de su Escritura, en efecto, si sabemos buscar, encontraremos respuesta a cada una de nuestras necesidades… Para poner un solo ejemplo: si estamos afligidos por un sufrimiento cualquiera o por una enfermedad corporal, encontramos alivio al conocer sus causas ocultas. Como a cada una de nuestras pruebas no se nos responde en particular, recurrimos a la Sagrada Escritura. Allí encontramos que Pablo, tentado por la fragilidad de la carne, oye esta respuesta: ‘Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la flaqueza’ 81. Dios ha recogido en la Escritura Santa todo lo que puede suceder a cada uno y nos ha dado por modelo los ejemplos de los que nos precedieron»82. Admirable lección sobre la actualidad de la Palabra de Dios.

“Claro que Dios no se ha quedado aprisionado en la Biblia. Dios es un Dios vivo que habla «ora por la Escritura, ora por una inspiración secreta». Pero la norma de toda «inspiración secre­ta» es la Biblia. «Se cae fácilmente en el error si no se sabe confrontar lo que se ha recogido en la contemplación secreta con la eminente verdad de la Escritura Santa». Hasta aquí san Gregorio Magno”[10].

 Esta actitud de fe intensa en la Biblia en cuanto verdadera palabra de Dios implica también la entrega total del creyente, del lector y del orante al texto bíblico. “Los maestros de la espiritualidad cristiana, especialmente los Padres, pueden y deben iniciar­nos en esta lectura espiritual de la Biblia. Pero todos los libros del mundo son incapaces de formarnos en esta sabrosa ciencia si no ponemos de nuestra parte una generosidad total. Casiano lo subraya con gran energía. Si no nos entregamos con alma y cuerpo a la Palabra de Dios, ésta nunca se entregará plenamente a nosotros. La Sagrada Escritura tiene una gracia especial: sus vocablos, además de su sentido literal, poseen una profunda resonancia espiritual, que el hombre sólo puede descubrir gracias a cierta connaturalidad. El hombre, cuanto más haya progresado en el trabajo de purificarse de sus vicios y pecados y en la adquisición de las virtudes cristianas, tanto más percibirá este sentido hondo y escondido. Sólo el hombre espiritual puede gustar el sentido espiritual.128

San Gregorio Magno observa por su parte que si la Biblia resulta en parte fácil, en parte difícil, esto se debe a que ha sido escrita para todos, tanto para los fuertes como para los débiles; ejercita a los primeros por sus oscuridades y se muestra indulgente con los segundos gracias a su simplicidad. Se pone al alcance de cada lector. «Si buscas en las palabras de Dios algo elevado, estas palabras santas se elevan contigo y suben contigo a las alturas». Como el maná en el desier­to, la Escritura se adapta al gusto de cada uno; conviene a todos y, permaneciendo fiel a sí mis­ma, condesciende con las posibilidades de los que la utilizan” [11]

  1. b) Tener deseos de conversión; tener deseos de llevar una vida santa. No es posible extraer frutos del diálogo que se establece con Dios en la Lectio Divina si no hay un decidido propósito de cambiar nuestra conducta moral diaria. Incluso más, los frutos de la oración serán muy escasos si no aspiro un perfeccionamiento continuo  en la virtud de la caridad. La Lectio Divina hecha a modo de ejercicio puramente intelectual y animado sólo por la curiosidad del contenido de la Biblia trae frutos escasísimos, por no decir nulos[12].

Preparación próxima

Como preparación próxima solamente hace falta una cosa: ponerse en la presencia de Dios. Lograr el recogimiento interior “que haga confluir en la escucha todas las energías del ser” [13]. Invocar al Espíritu Santo.

Breve descripción de lo que es la Lectio Divina

Usaremos para esta breve descripción un texto de Benedicto XVI: “Quisiera recordar aquí brevemente cuáles son los pasos fundamentales: se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? Sin este momento, se corre el riesgo de que el texto se convierta sólo en un pretexto para no salir nunca de nuestros pensamientos. Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice el texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también comunitariamente, debe dejarse interpelar y examinar, pues no se trata ya de considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente. Se llega sucesivamente al momento de la oración (oratio), que supone la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La oración como petición, intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que la Palabra nos cambia. Por último, lalectio divina concluye con la contemplación (contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? (…) Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad” [14].

Resumamos lo dicho por Benedicto XVI. La Lectio Divina consta de cuatro pasos. Los expresamos en sus nombres latinos porque son nombres técnicos que es necesario recordar.

  1. Lectio: es la lectura de la Palabra de Dios.
  2. Meditatio: es la meditación de lo leído en el texto bíblico.
  3. Oratio: es la oración que brota del que lee la Biblia como respuesta a la Palabra de Dios.
  4. Contemplatio: es la contemplación o admiración que surge de entrar en contacto con la Palabra de Dios. Esta contemplación implica también el tomar decisiones para cambiar aquellas cosas que haya que cambiar en nuestra propia vida.[15]

Junto con el Papa Benedicto XVI podemos agregar un quinto paso, la actio, es decir la acción que sigue a la oración, el llevar a la acción lo que se ha rezado, el llevar a la vida lo que se ha considerado en la oración.

“La actio consiste en poner en práctica el fruto de todos los otros aspectos descriptos en los pasos anteriores. (…) La actio se refiere sobre todo a la elección de la vocación y al modo de llevar adelante mi vocación”[16]. En este breve escrito sobre la Lectio Divina no nos vamos a extender sobre la actio dado que queremos concentrarnos en el acto mismo de oración, constituido por los cuatro primeros pasos: lectio, meditatio, oratio y contemplatio, mientras que la actio dice relación a una acción que viene a ser una consecuencia de la oración, importantísima sin duda, pero que ya entra en el aspecto conductual o moral del sujeto orante. De ninguna manera queremos quitar importancia a la consecuencia moral de la oración que es la actio, es decir, la puesta en práctica de lo que se ha tratado en el trato íntimo con Dios, sino solo poder enseñar lo esencial de la Lectio Divina que, por otra parte, si se hace bien, de ella la actio brotará sola y espontáneamente.

Una tarea ardua y penosa

No hay que imaginarse que hacer la lectio divina implica pocos esfuerzos. Dice García Colombás: “La Biblia es «el libro de los buscadores de Dios»; la «lectura divina», una tarea propia de los buscadores de Dios. Ahora bien, buscar supone siempre algún esfuerzo. Aunque reposada y apacible, la lectio divina requiere a menudo una notable, una perseverante aplicación.

“Hay que desechar de una vez para siempre la idea de que la lectio consiste o puede consistir en una especie de «pasatiempo espiritual», una leve recreación piadosa. (…)

“La lectio, fundamentalmente, representa el ejercicio del «hombre interior»; un ejercicio que requiere, sin excusa posible, la total atención, la enérgica aplicación de las potencias del alma: la memoria, el entendimiento, la afectividad. Implica la lectio una gran firmeza de ánimo para escrutar, captar y comprender, en el sentido más pleno del vocablo, la Palabra de Dios. Hay que aplicarse a ello (…) con perseverante esfuerzo.

“Ahora bien, el cansancio, el sueño, la desgana, el tedio, la pereza son realidades demasiado humanas para que no afecten, al menos de vez en cuando, al lector de la Escritura. (…). Mucho más a menudo, sin duda, el individuo está poco dispuesto a leer, sobre todo con la atención y la total dedicación propias de la lectio divina. Casiano nos pinta una pequeña escena que debía repetirse con cierta frecuencia en la prosaica realidad cotidiana del desierto cuando escribe: «Tal vez deseo dar fir­meza a mí corazón forzándome a leer la Escritura; pero un dolor de cabeza me lo impide, y hacia las nueve de la mañana me he dormido con la cabeza sobre el libro». Otras veces, el alma se siente como sumergida en el letal sopor de la akedía, y la lectura causa aversión y dis­gusto. Perseverar en ella, cueste lo que cueste, supone una voluntad casi heroica. En la senten­cia de la Regla de San Benito: «Lectiones sanctas libenter audire» (“Hay que aplicarse con gusto a la lectura de las Sagradas Escrituras”), el adverbio libenter(con gusto) se refiere a la repugnancia que ciertos espíritus sentían por la lectura. San Benito reprime severamente tales negligencias.

“A estas dificultades de tipo más bien subjetivo se añaden otras de carácter objetivo, derivadas de la naturaleza misma de la Escritura. Porque, no nos engañemos, la lectura de la Biblia es una lectura austera en muchísimas de sus páginas. Por varias razones. Una de ellas son sus oscurida­des, las dificultades de interpretarla correctamente. Incluso el Evangelio las presenta”[17] .

Otro de los peligros que hace de la Lectio Divina una tarea ardua y penosa es “«el querer conseguir resultados inmediatos». Vivimos en la sociedad de consumo, en la que «todo está organizado para producir lo más posible en el menor tiempo». Esto engendra una «mentalidad utilitarista», y por eso «nos es difícil el dedicarnos a algo que no esté orientado a resultados inmediatos»”[18].

“Otro enemigo acaso más temible y poderoso es el ritmo trepidante, desenfrenado, de la vida moderna, al que difícilmente podemos sustraernos: no hay tiempo; las ocupaciones apremiantes nos absorben, y, si hallamos unos momentos para la lectio, sentimos demasiado a menudo un real vacío interior”[19]

Una pequeña observación sobre el tiempo y el lugar

Mi opinión personal es que no puede hacerse la Lectio Divina  de otro modo que en el espíritu de la sentencia de Nuestro Señor Jesucristo: “Tú, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,6). A mi modo de ver la soledad es condición indispensable para hacer la lectura de Dios, como la llama García Colombás[20]. Esta soledad puede entenderse de diversas maneras: puede ser la soledad exacta de la que habla Jesucristo, es decir, la propia habitación; puede ser la soledad que a veces nos regala la naturaleza, un bosque, una montaña, etc.; puede ser la soledad de una Iglesia con la compañía del Santísimo Sacramento que se encuentra en el sagrario, aun cuando en la misma Iglesia haya otros fieles que adoran en silencio e incluso, pienso yo, puede ser la soledad que nos proporciona un viaje de un tiempo de cierta duración en medios públicos, cuando se tiene mucha gente al lado pero uno puede abstraerse en la lectura de la Biblia y en la realización de los pasos subsiguientes. Nos convertimos por un momento en ermitaños urbanos.

También puede hacerse la Lectio Divina de manera grupal. Conozco parroquias donde el sacerdote explica un trozo de la Sagrada Escritura y luego cada oyente se retira a la soledad de la Iglesia a realizar por su propia cuenta los pasos propios de la Lectio Divina. Este es un medio óptimo, ya que se tiene una explicación de un especialista en la Biblia que favorece mucho la lectio y los demás pasos. Además, el hecho de haberse comprometido a concurrir a un lugar y a un horario determinado ayuda mucho a la voluntad para que el ejercicio de la Lectio Divina se haga efectivamente.

Pero debe quedar absolutamente claro que la Lectio Divina puede ser hecha por cualquier cristiano que sepa leer, que tenga fe en que la Biblia es Palabra de Dios y que tenga verdaderos deseos de convertirse, es decir, de cumplir cada vez mejor los mandamientos de Dios.

Descripción más detallada de cada paso de la Lectio Divina o Lectura orante de la Biblia

1) Lectio: consiste en la lectura de un trozo unitario de la Sagrada Escritura. Esta lectura implica la comprensión del texto, al menos en su sentido general.

“La Lectio es el primer paso, por el cual se lee con la convicción de que Dios está hablando. No es la lectura de un libro, sino la escucha de alguien. Es “escuchar la voz de Dios hoy”. Se trata de leer un pasaje de la Sagrada Escritura, que debe ser ni demasiado largo ni excesivamente corto. Es necesario que el texto elegido tenga cierta unidad y que haya en él un concepto clave que unifique los demás elementos. Para esto puede servir mucho seguir los textos que ofrece la liturgia de la Misa de cada día que están seleccionados ya con ese criterio”[21].

Éste es un trabajo objetivo, es decir, se trabaja sobre el texto sagrado, que tiene un mensaje objetivo. Nuestra labor en la lectioconsiste en descubrir y desentrañar ese mensaje objetivo.

Esta actividad debe responder a la pregunta: ¿Cuál es el mensaje, cuál es el contenido de este texto de la Biblia?

Para llevar a cabo este primer paso (lectio) lo ideal es lo siguiente:

Hacer, con anterioridad, un estudio del texto que se va a utilizar en la Lectio Divina[22].

Luego, ya en la Lectio Divina misma:

  1. Tener solamente el texto de la Sagrada Escritura, teniendo en la memoria todo lo que se ha estudiado.
  2. Si no es posible manejarse solamente con la memoria, entonces hacer un resumen o un esquema de lo que se ha estudiado y tenerlo al lado del texto de la Sagrada Escritura.
  3. Si tampoco le es útil el resumen o esquema, tener junto al libro de la Biblia los apuntes completos que se han tomado del estudio.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta lo siguiente. Hay distintos niveles para hacer el primer paso, la lectio. El primer nivel, indispensable, es la simple lectura de un trozo unitario. ‘Simple lectura’ significa leer varias veces el texto. Leer con paciencia y atención varias veces el texto propuesto. Esto debe hacerse hasta que se hayan encontrado ideas y temas suficientes para ser procesados y reflexionados en la meditatio. En este primer nivel, al alcance de todo cristiano que simplemente sepa leer, no hace falta un conocimiento científico de la Biblia. Bastan sólo dos cosas: saber leer y tener fe en que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios.

Un segundo nivel para hacer el primer paso de la Lectio Divina, la lectio, es la lectura previa de algunos comentarios al trozo propuesto de la Sagrada Escritura. En esta lectura previa de algunos comentarios tienen preeminencia los textos de los Santos Padres. Luego los comentarios de Santo Tomás de Aquino a la Sagrada Escritura. Luego la de los santos en general. Finalmente, comentarios de la Sagrada Escritura modernos y de sana doctrina.

“La Lectio consiste en una repetida lectura de un paso de la Escritura con el fin de comprender el significado que el autor originario trataba de comunicar a sus lectores y auditores. Es necesario leer varias veces el texto. En la Lectio tratamos de captar el trozo en su contexto original histórico, geográfico, cultural. ¿Cuál era el motivo religioso que el autor tenía en mente? ¿Cuándo lo escribió? ¿Dónde? ¿En qué circunstancias? ¿Cómo ha sido recibido este mensaje por los destinatarios originales? Para este aspecto de la Lectio los comentadores pueden ser de gran ayuda (…). Pero es crucial el elemento religioso. En efecto, él trasciende las circunscriptas condiciones originarias en las cuales el texto ha visto la luz y por lo tanto este elemento religioso tiene una validez universal y duradera. La relectura continuada puede ayudarnos a comprender este elemento religioso”[23]

Un tercer nivel para hacer la Lectio es la investigación científica del trozo propuesto. Para esto es necesario leer no sólo comentarios a la Sagrada Escritura, sino estudios exegéticos. Para esto se requiere tener un cierto hábito y una cierta destreza que se adquiere con el estudio y la dedicación especial a la Sagrada Escritura. De esta manera uno puede captar con más profundidad y exactitud el sentido literal del texto de la Biblia, y de allí descubrir el sentido dogmático, el sentido moral y el sentido escatológico, que son los sentidos espirituales de la Sagrada Escritura.

Mientras más alto sea el nivel de la lectio al que podamos acceder, más profunda, más fructuosa y más gozosa será la Lectio Divina. Pero es necesario saber que aun cuando nos mantengamos en el primer nivel, la Lectio Divina despliega todo su poder y potencialidad, haciendo tocar al creyente la Palabra viva de Dios. La distinción de estos niveles debe ser un acicate para hacer crecer nuestros conocimientos sobre las Sagradas Escritura, pero la ausencia de la posibilidad de acceder a los dos niveles superiores no debe desalentar a nadie, sino convencerse que un lectura simple, bien intencionada y perseverante de la Biblia es suficiente para proporcionar la materia necesaria para realizar la Lectio Divina. “Orígenes, uno de los maestros en este modo de leer la Biblia, sostiene que entender las Escrituras requiere, más incluso que el estudio, la intimidad con Cristo y la oración” [24].

Es por eso que no hace falta para hacer la Lectio Divina tener una comprensión total del texto, con un estudio demasiado profundo. La Sagrada Escritura es un mar lleno de perlas y el que la lee o la medita puede concentrarse en alguna de esas perlas. Así por ejemplo, se da el caso de que algunos encuentran saciedad en algún versículo o incluso palabra, cuyo significado investigan en la lectio y que sirve muy bien para meditar y hacer la oratio y la contemplatio.

De todas maneras me parece conveniente que se lea numerosas veces el texto sobre el cual se hace la Lectio Divina, de tal manera de tener la comprensión general más exacta posible. Una vez que se hace eso entonces sí podemos detenernos en un versículo o una palabra que nos ha llamado la atención.

Una misma lectio (primer paso) puede servir para varias Lectio Divina. De la misma manera que los rumiantes traen a la boca varias veces el mismo alimento, así, se puede hacer la meditatio y el resto con el pan de la Palabra ya masticado en una lectio.

2) Meditatio: estando siempre en la presencia de Dios, reflexionar en nuestro interior y con nuestra inteligencia sobre lo que se ha leído y comprendido.

Reflexionar significa pasar de una verdad conocida a otra verdad que esté relacionada de algún modo con la primera, y todo esto usando como instrumento nuestra propia razón, nuestra propia capacidad de raciocinio, sin olvidar que estamos en presencia de Dios.

De este modo se van encontrando nuevas verdades y nuevas relaciones entre las verdades. También se van encontrando nuevas aplicaciones de estas verdades a mi vida personal, al contexto en el que se sitúa mi vida personal y al “aquí y ahora” de los tiempos que nos toca vivir.

Estas reflexiones deben suscitar en mí afectos de la voluntad que impriman con más fuerza en mi alma las verdades descubiertas. Nuestro corazón debe encenderse al reflexionar sobre la verdad divina aplicada a mi vida.

Es necesario advertir que en estas nuevas verdades que he descubierto, en las nuevas relaciones que he visto y en los afectos que han nacido en mi corazón está la voz de Dios. En efecto, si bien en la meditatio uso libremente de mis facultades intelectuales y volitivas, sin embargo, lo específico de este paso es la actitud de escucha de mi alma a todo lo que Dios quiera decirme y que toque de cerca mi vida personal, en la situación concreta en que me encuentre. Dios tiene muchas cosas que decirme y sólo espera que nosotros nos dispongamos a escucharlo. La meditatio es esa disposición del alma que usa de todas sus facultades intelectuales y volitivas para poder captar lo que Dios le dice … al modo de Dios.

Esta actividad debe responder a la pregunta: ¿Qué me dice Dios a mí, en mi situación actual, a través de este texto de la Biblia?

“La meditatio consiste en una reflexión sobre el objeto último del texto – el elemento religioso originario del autor humano y divino- que trasciende las limitaciones temporales y espaciales de la situación original del texto. La meditatio trata de reconocer lo que el texto me dice a mí hoy. (…) Las preguntas que la meditatio me provoca son las siguientes: ¿Cuál es la relevancia para el hoy del elemento religioso que el autor, humano y divino, expresa en el texto? ¿En qué modo soy provocado por este elemento religioso que es comunicado a través del texto?”[25]

3) Oratio: “es la plegaria que brota del corazón al toque de la divina palabra” [26]. En este paso los conceptos asimilados en lalectio y la meditatio se convierten en plegaria. “Dios habla, nosotros escuchamos y acogemos, y respondemos a Dios y le hablamos. El texto puede suscitar varios tipos de oración: alabanza, profesión de fe, acción de gracias, adoración, petición de perdón y de ayuda” (Card. Scherer).

“La oratio consiste en la oración que viene de la meditatio. Es un espontánea reacción del corazón en respuesta al texto”[27]

Los modos en que nuestra oración puede subir hacia Dios son: petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.

Se pueden usar los mismos textos de la Sagrada Escritura, cuando ayudan para este fin, por ejemplo, los Salmos.

Esta actividad debe responder a la pregunta: ¿Qué me hace decirle a Dios este texto?

Si se hacen bien la Lectio y la Meditatio, la Oratio aparece casi como una exigencia del espíritu, nace sola, sin forzarla[28].

Cuando en la meditatio, la Palabra me hace una reprensión, sola hace nacer en la oratio una oración de súplica de perdón. Cuando en la meditatio, la Palabra me llena de gozo o me alienta, nace espontáneamente en la oratio una oración de acción de gracias.

Una de las preguntas importantes para pasar de la meditatio a la oratio es: ¿qué sentimientos ha generado en mí la meditatio? Puede ser que haya sentido sentimientos de culpa, ante un trozo de la Escritura que denuncia un pecado mío o una carencia moral o intelectual. Un ejemplo. En Mc.1,16-20 se dice que los hombres llamados se ligan a Jesús como discípulos y, por lo tanto, Jesús también se compromete a ligarse a ellos como maestro. La misma cercanía que Jesús pide que los discípulos tengan con Él, la tiene Él con ellos en cuanto Maestro. Él también se compromete a estar muy cerca del que lo sigue, del que va detrás de él. Y por esta razón la vocación también es un don, porque es el llamado a una vida íntima con Jesús. Al hacer yo la meditatio me doy cuenta que no he considerado suficientemente la vocación como un don. Siento una carencia. Ese es el sentimiento que generó en mí la meditatio. Por lo tanto, en la oratio elevaré al Señor un pedido de perdón por mi falta de agradecimiento, agradeceré el don de la vocación y le pediré que crezca en mí la concepción de la vocación como un don y que crezca, por lo tanto, el agradecimiento por ese don.

El paso que se da entre la meditatio y la oratio es el mismo movimiento que sucede cuando alguien viene navegando en cayac por un rápido montañés y de golpe llega a un gran remanso. Allí cesa la actividad de la razón y se encuentra cara a cara con Dios para hablarle y decirle todo aquello que la lectio y la meditatio le han hecho decirle a Dios. Y luego con la contemplatio viene una calma mayor aun.

La imagen del cayac que viene por un rápido de la montaña está tomada del hecho que en la lectio y en la meditatio el creyente investiga diligentemente en el texto, va y viene, de una palabra a otra, luego vuelve a la misma palabra, anota, etc. En cambio en laoratio se acabó toda actividad de investigación. Ahora es el momento de encontrarse con Dios. Y la contemplatio es el momento de compenetrarse con Dios: hacer que Dios penetre en nosotros y que nosotros penetremos en Dios.

De acuerdo a esto la Lectio Divina es un proceso de interiorización siempre mayor. De la lectio a la meditatio, de la meditatio a laoratio y de la oratio a la contemplatio hay una flecha que indica el interior del corazón del hombre, donde habita Dios. Por lo tanto el movimiento es del exterior del hombre a lo más interior. Pero como Dios mora en lo más interior del hombre este mismo movimiento es también de una interiorización en Dios; es decir, es un movimiento que va de lo más exterior de Dios a lo más interior de Dios. Por eso podemos decir que hay como una progresión de mayor intimidad con Dios de la lectio a la contemplatio.

4) Contemplatio: como último paso de la Lectio Divina debemos abandonarnos totalmente en los brazos de Dios. Esta actividad de la Lectio en realidad no es una actividad sino más bien una cesación de toda actividad. La mejor imagen que nos puede dar a entender lo que es la contemplatio es aquella que nos presenta el salmo: “Señor, yo estoy callado y tranquilo, / como un niño recién amamantado / que está en brazos de su madre. / ¡Soy como un niño / recién amamantado!” (Sal.130,2). El bebé de brazos que ha sido recién amamantado por la madre se siente absolutamente seguro, pleno y feliz; no tiene necesidad de más nada; no tiene necesidad de decir nada para expresar su felicidad.

Otra imagen que nos puede ayudar a comprender lo que es la contemplatio es la de aquel que mora dentro del templo de Dios. Como cuando estamos en un templo y la realidad sagrada nos rodea por todos lados y nos sentimos como sumergidos en ese ambiente sagrado, así debemos morar y permanecer en el misterio de Dios durante la contemplatio. Así como la nube llenó el Templo de Jerusalén (cf. 2Crón 7,1-3), así también durante la contemplatio debe rodearnos el misterio de Dios, debemos introducirnos en Dios, morar en Él, morar en la Palabra. Dejar que la Palabra nos penetre y nos ‘empape’.

Otra imagen que puede ayudarnos es la de aquel que toma sol. Debemos estar en la Contemplatio como aquel que plácidamente recibe los rayos benéficos del sol. Debemos estar en silencio y sin esfuerzo alguno recibiendo la acción del “Sol que nace de lo alto” (Lc.1,78), que es la Palabra.

La contemplatio debe hacerse sobre Dios mismo y no sobre las verdades de Dios. El objeto de nuestra contemplación no pueden ser los conceptos acerca de Dios que hemos encontrado en la meditatio, sino  Dios mismo. Así por ejemplo, no puede ser objeto de la contemplatio el concepto de bondad de Dios, sino el Dios bueno, cuyo concepto de bondad he encontrado en la meditatio. La contemplatio tiene un gran carácter de adoración y esa es una de las razones por las que tiene por objeto a Dios mismo.

“La contemplatio consiste en la adoración, en la alabanza y en el silencio delante de Dios que se está comunicando conmigo. Es un tentativo de estar delante de Dios omnipotente teniendo expuesto nuestro corazón. (…) La contemplatio confiere a todo el proceso de lectura de un texto el aspecto del deleitarse en el comprender”[29].

“Contemplar es un acto más simple que la oración, pero muy rico; a él pertenecen sentimientos como el estupor, la admiración, el reconoci­miento, la adoración, la confesión de las grandezas de Dios, la alabanza”[30].

Si quisiéramos resumir la contemplatio en una sola palabra, esa palabra sería ‘estupor’. Puede ayudarnos el saber la definición de ‘estupor’ según el Diccionario de la Real Academia Española: “Estupor. Asombro, pasmo. Disminución de la actividad de las funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro o de indiferencia”. Y la definición de ‘pasmo’: “Pasmo. Admiración y asombro extremados, que dejan como en suspenso la razón y el discurso”. Según esto, debemos ponernos ante la Palabra, ante su grandeza y su belleza, con un corazón lleno de asombro y admiración, dejando como en suspenso la razón y el discurso.

“Entre los antiguos esta última etapa de la Lectio Divina expresa una experiencia religiosa que se parece mucho al éxtasis” [31].

“Quédate impresionado, fascinado, en silencio, en calma. Déjate animar por el ardor de la Palabra, como quien recibe el calor del sol” (P. Irure).

 Otro de los modos de hacer la  contemplatio es contemplar al Espíritu Santo, que es el que engendra la Escritura. Contemplarlo y entrar en contacto con Él.

 Toda la LD es un proceso que parte de la palabra de Dios escrita y debe llegar a la Palabra, el Verbo. Así, la contemplatio se convierte en una contemplación de la Palabra. De la palabra a la Palabra.

La contemplatio es como la flor y la coronación de toda la Lectio Divina [32].

Si fuera posible, anotar las luces y las gracias que Dios me ha concedido, y los propósitos que he formado.

La Lectio Divina, un proceso unitario

La Lectio Divina puede compararse al proceso de alimentación de los animales rumiantes. Éstos, una vez que ya han ingerido los alimentos, los vuelven a llevar a la boca para volver a masticarlos y poder así extraerle toda la sustancia. Así también nosotros masticamos el pan de la Palabra cuando hacemos el primer paso, la lectio; rumiamos el alimento de la Palabra cuando hacemos la meditatio; y lo asimilamos, lo hacemos parte de nosotros mismos, con la oratio y la contemplatio. “La lectio presenta un manjar sólido, la meditatio lo mastica,… la oratio lo saborea,… la contemplatio es el sabor mismo”[33].

“El Evangelio es el libro de la vida del Señor y está escrito para que se convierta en el libro de nuestra vida. No sólo hay que leerlo, sino interiorizarlo. Cada Palabra es Espíritu y vida, y está esperando un corazón hambriento para entrar en él” (M. Delbrel).

“La LD es un modo de leer la Sagrada Escritura que implica varios aspectos, que no deben ser considerados como fases netamente separable, sino puntos de vista de un solo acto que es al mismo tiempo simple y complejo: simple, porque fundamentalmente es un tentativo de responder  a la Palabra de Dios con todo el corazón; complejo, porque fundamentalmente es un tentativo de responder a la Palabra de Dios con todo nuestro corazón” [34]

Otro modo en que pueden definirse los pasos de la Lectio Divina es:

  1. Comprensión de la Palabra de Dios (lectio)
  2. Escucha de lo que la Palabra de Dios me dice a mí (meditatio)
  3. Reacción espiritual y orante a la escucha (oratio)
  4. Gozo sapiencial de toda la realidad aprehendida en los tres pasos anteriores, es decir, gozo sapiencial del mismo Dios (contemplatio)

Si bien la Lectio Divina es un proceso unitario, sin embargo podemos distinguir, sin destruir su unidad, dos binomios: la lectio y lameditatio constituyen el primer binomio; la oratio y la contemplatio constituyen el segundo binomio. En otras palabras, podemos organizar la Lectio Divina en dos grupos: el primero conformado por lectio y la meditatio; el segundo conformado por la oratio y lacontemplatio.

  1. Lectio
  2. Meditatio

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  1. Oratio
  2. Contemplatio

En el primer binomio o grupo predomina más la acción de la razón discursiva. En el segundo predomina la razón contemplativa. En el primero predomina más la reflexión; en el segundo predomina la contemplación. En el primer binomio predomina la conversación con uno mismo (siempre en la presencia de Dios). En el segundo binomio predomina la conversación con Dios.

Otra característica del primer binomio es que la lectio y la meditatio se compenetran mutuamente. A medida que uno va haciendo la lectio es imposible no meditar sobre lo que se está leyendo, es decir, es imposible que no se haga meditatio mientras se hace la lectio. Espontáneamente el espíritu humano en una verdad descubierta de la Sagrada Escritura percibe si esa verdad lo toca personalmente o no. Y ese percibir que lo toca personalmente pertenece a la meditatio[35].

“No debemos considerar la lectura, la meditación, y la oración como grados sucesivos, sino como tres ramales de una misma cuerda. Sus grados o peldaños no se suceden uno después de otro: son elementos que coexisten pacíficamente. Y no sólo coexisten sino que se interfieren y presentan características tan semejantes que con frecuencia, es muy difícil distinguirlos entre sí” [36].

Otro aspecto que resalta la unidad de la LD es el siguiente: como la LD se trata verdaderamente de rumiar, es lógico que estando haciendo la oratio o la contemplatio, quiera volverse a la meditatio y a la lectio, para cotejar lo que estamos hablando con Dios con la norma objetiva de lo que hemos estudiado y meditado. Esta vuelta a la meditatio y a la lectio cuando ya se está en las dos etapas posteriores (que son de relación directa con Dios) también tiene el objetivo de recrear el motivo por el cual nos habíamos sentido inclinados a hablar a Dios, y recrear el tema original que motivó la conversación con Dios en la oratio y la contemplatio.

En la meditatio hay una  mayor introspección y, por lo tanto, una relación del yo consigo mismo, siempre en la presencia de Dios. La oratio es el paso del tú a tú con Dios; se habla en intimidad con Dios. Y la contemplatio es el momento del abrazo con Dios. Dos personas que se quieren mucho hablan confidencialmente y en intimidad un cierto tiempo, hasta que esa conversación se hace tan íntima que provoca un abrazo de unión, que sella de una manera afectiva todo lo que se ha estado hablando. Esa es la relación que hay entre la oratio y la contemplatio.

Diferencia entre la Lectio Divina y la meditación clásica

Una de las preguntas que puede brotar en aquel que se dispone a ejercitar la Lectio Divina es: ¿qué diferencia hay entre la meditación que hago todos los días y la Lectio Divina? Trataremos de dar a esta pregunta una respuesta lo más concreta posible.

En primer lugar debemos decir que meditación clásica (también llamada ‘oración mental’) y Lectio Divina son de naturaleza distinta y, por lo tanto, son esencialmente distintas.

Esta distinción esencial entre una y otra consiste fundamentalmente en el objeto sobre el cual se aplica el alma para hacer oración. En la meditación clásica u oración mental la mente se aplica a un texto escrito por un teólogo o un autor espiritual. En laLectio Divina el alma se aplica a la Palabra de Dios escrita que es la Biblia, y que ha sido escrita por un hagiógrafo con Inspiración Bíblica. Ambas, meditación clásica y Lectio Divina, coinciden en que ambas ‘trabajarán’ sobre verdades reveladas por Dios, pero hay una diferencia esencial entre tomar esas verdades de un texto humano de tomarlas de un texto divino, como es la Biblia. El que hace la Lectio Divina entra en contacto directo con la Palabra viva.

De esta distinción fundamental brota la dificultad y el gran desafío que comporta la Lectio Divina. En la meditación clásica lalectio de la Lectio Divina se ofrece ya hecha, de manera que no hace falta más que leer lo que es presentado en el libro que se usa para meditar, para comprender el sentido. En cambio, Lectio Divina implica un trabajo personal en buscar las verdades reveladas directamente del texto sagrado. Hacer la Lectio Divina es arrojarse a un océano inmenso y lleno de riquezas, pero que requiere la ausencia de temor al mar. En la meditación clásica otro, el autor, ha hecho la lectio por nosotros.

Otra distinción muy importante está en el hecho que en la meditación clásica se destina el mayor tiempo de ella a lo que en laLectio Divina es la Meditatio, es decir, el pasar de una verdad conocida a una verdad desconocida por el método de la reflexión discursiva, dándole a la conversación directa y formal con Dios un espacio pequeño, al final de la meditación en el coloquio. En cambio, en la Lectio Divina, la meditatio ocupa un espacio menor, el mínimo indispensable para que abra al orante a la conversación con Dios, para que incite al orante a hablar con Dios, para que invite al que ora a decirle a Dios lo que tiene en su corazón, todo esto en la oratio. Y luego, de este dirigirse a Dios con la oratio, se abre a la compenetración con Dios en lacontemplatio.

Otra diferencia muy importante está en el método en que se desarrolla una y otra. El método en la Lectio Divina es mucho más simple y más unitario. El método en la meditación clásica implica pasos distintos (materia, composición de lugar, historia, petición, reflexión, coloquio, propósitos).

Otra diferencia importante consiste en que la Lectio Divina implica una confrontación mucho más franca con la vida concreta del hombre. Esto se hace en la meditatio. En cambio, en la meditación clásica, si bien no puede estar desprovista de propósitos concretos, se va de verdad en verdad sin que tenga una parte particular en la cual hacer la confrontación de la verdad contemplada con la vida concreta del que medita.

Otra diferencia entre meditación clásica y LD es que la misma meditación de la LD es distinta de la meditación clásica. Y esto es así porque es muy distinto meditar sobre una verdad abstracta (aun cuando sea un dogma) que meditar sobre una palabra o una frase de la SE, que evoca, no solamente una verdad abstracta sino un grupo de existentes concretos. Por eso en la LD la meditación será siempre un movimiento de desentrañar el sentido de las palabras, mientras que en la meditación clásica se trata de relacionar verdades ya conocidas y comprendidas por el solo hecho de comprender sus términos.

Podemos decir, entonces, de acuerdo a lo dicho recién, que la LD es más existencial y más integral, hace implicar en la oración a todas las potencias y posibilidades del hombre. La meditación clásica, en cambio, es más abstracta e involucra sobre todo la razón del que reza.

De esto no podemos concluir que la Lectio Divina sea más importante que la meditación clásica. Simplemente afirmamos que se diferencian esencialmente. Aún más, en todo aquel que se encuentra en un estado de perfección (sacerdocio, vida religiosa), no debe faltar ni la meditación clásica u oración mental, ni la Lectio Divina.

Conclusión

Debemos, entonces, animarnos a hacer la Lectio Divina. Dice Benedicto XVI: “Orígenes, uno de los maestros en este modo de leer la Biblia, sostiene que entender las Escrituras requiere, más incluso que el estudio, la intimidad con Cristo y la oración. En efecto, está convencido de que la vía privilegiada para conocer a Dios es el amor, y que no se da una auténtica scientia Christi sin enamorarse de Él. En la Carta a Gregorio, el gran teólogo alejandrino recomienda: «Dedícate a la lectio de las divinas Escrituras; aplícate a esto con perseverancia. Esfuérzate en la lectio con la intención de creer y de agradar a Dios. Si durante la lectio te encuentras ante una puerta cerrada, llama y te abrirá el guardián, del que Jesús ha dicho: “El guardián se la abrirá”. Aplicándote así a la lectio divina, busca con lealtad y confianza inquebrantable en Dios el sentido de las divinas Escrituras, que se encierra en ellas con abundancia. Pero no has de contentarte con llamar y buscar. Para comprender las cosas de Dios te es absolutamente necesaria la oratio. Precisamente para exhortarnos a ella, el Salvador no solamente nos ha dicho: “Buscad y hallaréis”, “llamad y se os abrirá”, sino que ha añadido: “Pedid y recibiréis”»

 “ (…)

 “La lectio divina, que es verdaderamente «capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente»” [37].

Recordemos, como lo hace Benedicto XVI, que media hora de lectura de la Biblia trae aparejada, con las condiciones necesarias, el don de la indulgencia plenaria [38].

Terminemos con una mención a la Virgen María, tomada de Benedicto XVI: “Encontramos sintetizadas y resumidas estas fases de manera sublime en la figura de la Madre de Dios. Modelo para todos los fieles de acogida dócil de la divina Palabra, Ella «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51). Sabía encontrar el lazo profundo que une en el gran designio de Dios acontecimientos, acciones y detalles aparentemente desunidos” [39].

Dos apéndices interesantes

Presentamos dos textos de García Colombás sobre dos complementos de la Lectio Divina y que algunos los consideran como dos pasos más dentro del mismo proceso de la Lectio Divina.

Uno de ellas, la collatio, ciertamente que es un elemento que completa la Lectio Divina, pero que no necesariamente forma parte de su estructura esencial.

La otra, la eructatio, es una consecuencia de la Lectio Divina, la cual, hecha con asiduidad y seriedad, crea en la persona que la practica aquella disposición de la que habla Jesucristo: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34)[40].

He aquí los textos.

Collatio

“La lectio divina hecha en privado, encuentra un complemento frecuente, por lo menos según los textos monásticos antiguos y medievales, en la collatio. La palabra es expresiva. Viene de confero, en el sentido de «confrontar» y también de «contribuir».

“¿En qué consistía la collatio? En un coloquio de tipo estrictamente espiritual, en el que se po­nían en común las experiencias individuales obtenidas al contacto de la Palabra de Dios. En dicho coloquio cada participante era libre de exponer lo que el texto sagrado, leído y saboreado en la intimidad del diálogo con Dios, le había sugerido: ideas, sentimientos, propósitos…; lo que redun­daba en edificación y enriquecimiento de todos. Con frecuencia el fin que pretendían los partici­pantes en el coloquio no era otro que ayudarse mutuamente a resolver los problemas que el texto bíblico planteaba: qué significaba tal o cual vocablo, cómo debía interpretarse determinado pasaje… Y siempre con un propósito práctico: amoldar mejor la propia vida a la Palabra de Dios.

“(…) En el suplemento sobre san Orsiesio a una vida de san Pacomio leemos: «Desde los principios, acostumbraban todos los días por la tarde, después del trabajo y la refección, sentarse juntos y discutir sobre las Escrituras».

“El interés y provecho de tales conferencias espirituales para los que tomaban parte en ellas es patente. Compartir las experiencias personales al contacto con la Escritura, contrastarlas con las de otros monjes, no podía menos de constituir un estímulo poderosísimo para seguir adelante por el camino del ascetismo y en la práctica asidua de la «lectura de Dios»”[41].

Eructatio

“La palabra eructatio, tan desagradable para la sensibilidad moderna, es el sustantivo del verbo eructare, «eructar». Pertenece, pues, a la terminología de la comida y la digestión. Eructa el que está harto, ahíto, repleto de alimento. Probablemente, sugirió el uso de este término el principio del salmo 44 en versión de la Vulgata: «Eructavit cor meum verbum bonum», que hoy traduci­mos mucho más finamente: «Me brota del corazón un poema bello».O acaso el versículo 7 del salmo 144: «Memoriam abundantiae suavitatis tuae eructabunt», que hoy suena así en nuestros templos: «Difunden la memoria de tu inmensa bondad». Hay que notar que no son infieles estas traducciones al texto original, puesto que eructare significa también «proferir», «expresar», y se usa sobre todo para hablar del lenguaje inspirado de los profetas.

“¿Qué querían significar los autores espirituales al utilizar este vocablo, símbolo bíblico del entusiasmo y del amor? Simplemente, que toda nuestra conversación, todos nuestros escritos, no deberían ser otra cosa que una efusión, un rebosar, de la superabundancia e intensidad de los pensamientos y afectos que la lectio divina, la meditatio, la frecuentación asidua, personal e íntima de la Palabra de Dios, han ido engendrando y acumulando en nuestro espíritu.

“El abad Hiperiquio decía: «Que el monje desborde de palabras de bondad; que de su boca broten las palabras del Altísimo».  Y, según san Juan Crisóstomo, los solitarios de Siria reco­gían en la lectura de los libros sagrados «la miel de sus oraciones y de su conversación». Son pensamientos hermosos y verdaderos. La Palabra de Dios escrita nos proporciona «las palabras del Altísimo», «la miel»—es decir, lo mejor—que podemos devolver al mismo Dios, después de apropiárnosla, en la oración, y compartir con los hermanos en nuestro trato con ellos. Una miel que fluye espontáneamente de los labios y del corazón, sin premeditación, sin esfuerzo, sin dar­nos siquiera cuenta de ello. Que todo esto no es una pura imaginación, nos lo prueba una multi­tud de escritos debido a hombres y mujeres que, en realidad, no son otra cosa que un desborda­miento, una comunicación irreprimible, una efusión irrestañable, de lo mejor que había en su alma; y que todo ello era efecto de la lectio divina, de la meditatio, nos lo prueban irrebatible­mente las continuas citas, reminiscencias, imágenes, expresiones y vocablos procedentes de la Escritura que forman la trama de tales escritos[42].

“En resumen, podría decirse que la lectio divina, en que se gusta la Palabra de Dios, en que uno se maravilla al contacto y comunión con esta Palabra, sólo es posible en el espacio interior del corazón, caja de resonancia en que los ecos dan vida a una meditación, un continuo revolver de la verdad y la vida que se nos revelan y comunican. Como María conservaba y revolvía en su corazón todas las palabras pronunciadas a propósito de su Hijo 221, el lector fiel de la Escritura no deja de ejercitarse en lameditatio para profundizar la Palabra de Dios, para apropiársela y con­vertirla en sustancia de su propio ser. Y luego la comunica naturalmente a los hermanos, la comparte, como canta la liturgia de la Iglesia en las fiestas de sus doctores: «La boca del justo expone la sabiduría, su lengua explica el derecho, porque lleva en el corazón la ley de su Dios». Lo que exponen sus labios lo ha meditado largamente, lo ha vivido en su interior.

“A propósito de la predicación de san Agustín ha escrito F. van der Meer: «Apenas toca él los textos, éstos se abren como flores al sol de la mañana. Y cuando los textos lo tocan a él, seconvierten en fuentes de agua que salta hasta la vida eterna. Entonces, de los más recónditos pasajes de la Escritura brota de sus labios agua viva ». Ésta es la eructatio de que hablan los antiguos”[43].

Un tercer apéndice interesante

Con otra frase tomada de García Colombás afirmamos la siguiente verdad, que es también un complemento para el ejercicio de la Lectio Divina: para San Benito las obras de los Santos Padres eran también objeto de la Lectio Divina.

He aquí el breve texto de García Colombás: “Dice la Regla de San Benito en el capítulo 73 y último: «El que tenga prisa por llegar a una perfección de vida, tiene a su disposición las enseñanzas de los Santos Padres, que, si se ponen en práctica, llevan al hombre a la perfección. Porque ¿hay alguna página o palabra inspirada por Dios en el Antiguo o en el Nuevo Testamento que no sea una norma rectísima para la vida del hombre? ¿O es que hay algún libro de los Santos Padres católicos que no nos repitan constante­mente que vayamos por el camino recto hacia el Creador? Ahí están las Colaciones de los Pa­dres, sus Instituciones y Vidas, y también la Regla de nuestro Padre san Basilio. ¿Qué otra cosa son sino medios para llegar a la virtud de los monjes, obedientes y de la vida santa?» (Regla, 72,2-6)

“San Benito recomienda aquí, evidentemente, tres clases de lecturas: la Biblia, los Padres católicos y los Padres monásticos. No dice que se lean las obras de los Padres durante el tiempo destinado a la lectio, pero es evidente que, en particular, o se leían entonces, o no se leían, pues no quedaba otro tiempo disponible durante la jornada, ni en los días laborables ni en los domin­gos y fiestas. Las obras de los Padres, por consiguiente, eran objeto de la lectio divina, según san Benito”[44].

Y unas páginas más adelante vuelve a repetir: Además de la Sagrada Escritura, “para saber lo que se puede y lo que no se debe leer en la lectio divina, la Regla de San Benito nos proporciona un criterio precioso: sólo se deben leer obras de los «Santos Padres católicos» (Regla, 73,4)”[45]

(Contacto: [email protected])

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[1] Colombás, G., La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina, BAC, Madrid, 2004, p. 29-30. Ya casi al final de su trabajo, este mismo autor tiene una página hermosísima acerca del “Concepto de lectio divina” (ese es el subtítulo). En ella hace como un resumen de lo dicho en todo el libro en palabras que no tienen desperdicio (Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 64). Lo mismo puede decirse del colofón con el que termina el librlo (p. 69)

[2] Bouyer, L., Parola, Chiesa e Sacramenti nel Protestantesimo e nel Cattolice­simo, Brescia, 1962, p. 17, citado en Fuentes, M.,Rezar con la Biblia, Colección Bíblica. Como una breve introducción a la necesidad y al provecho de la lectura de la Biblia aconsejamos leer este breve y profundo opúsculo del P. Fuentes.

[3] Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 67-68.

[4] Fuentes, M., Rezar con la Biblia, Colección Bíblica.

[5] Colombás, G., La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina, BAC, Madrid, 2004, p. 47.

[6] Citado en Fuentes, M., Rezar con la Biblia, Colección Bíblica.

[7] Colombás, G., La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina, BAC, Madrid, 2004, p. 25.

[8] Colombás, G., La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina, BAC, Madrid, 2004, p. 20-21.

[9] Fuentes, M., Rezar con la Biblia, Colección Bíblica. Otro texto que aclara esta verdad es el siguiente: “La característica primera y fundamental de la lectio divina es la fe que la anima. Sin una fe viva, radical, en que Dios ha escrito la Biblia, en que el autor último, principal y verdadero de la Escritura es el propio Dios, ¿cómo sería posible «leer a Dios»?

“Pero no basta estar persuadido de que Dios ha escrito, de que Dios ha hablado. Es preciso hacer un acto de fe en que Dios sigue hablando. No se leen sus palabras como se leen las de un autor de otros tiempos. Dios no está muerto. Es el «Dios vivo». Su palabra está viva. «La Pala­bra de Dios es viva y enérgica», dice la Carta a los Hebreos (Heb 4,12). Sin creer firmemente que «abrir la Biblia es encontrar a Dios», que «en los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amoro­samente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos», que «Cristo está presente en su palabra», la verdadera «lectura de Dios» resulta completamente imposible” (Colombás, G., La lectura de Dios…).

[10] Colombás, G., La lectura de Dios…

[11] Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 31.

[12] “Otra de las disposiciones fundamentales para acercarnos a Dios que nos espera en la Escritura son la sencillez, el desprendimiento, la docilidad, la entrega. (…)

“El desprendimiento debe liberarnos, como dice A. Southey, del «deseo ansioso de los resulta­dos». Pues no se debe «ir a la búsqueda de sentimientos, de ‘experiencias’, de ideas bonitas para comunicar a los demás… La lectio es una labor de larga duración, que lleva a una profundiza­ción incesante, pero normalmente imperceptible, de nuestra intimidad con Dios» 166.

“En el simposio cisterciense sobre la lectio divina ya citado se notó con insistencia que solemos acudir a la Biblia para ver qué podemos sacar de ella, no para ver lo que ella puede sacar de nosotros… Esto, naturalmente, es de la mayor importancia. Para que la «lectura de Dios» sea auténtica, es preciso acercarse a ella con espíritu de entrega, de perfecta disponibilidad a lo que el Señor va a pedirnos. «La lectio es una verdadera ascesis. No se queda en un nivel teórico, sino que, como la misma Palabra de Dios, es una espada de doble filo, que llega a las profundi­dades más íntimas y requiere una respuesta personal. (…)

“Esta disposición fundamental de escudriñar las Escrituras para cumplir y poner por obra la voluntad del Señor que en ella se mani­fiesta, esta actitud generosa del corazón abre a los sencillos y menos preparados el sentido de los preceptos divinos que ignoran por negligencia espíritus mejor dotados. «El ojo del amor ilumina las tinieblas de su rudeza… Llegan así a las cumbres del entendimiento, porque no dejan de cumplir lo que han comprendido, hasta las cosas más pequeñas»” (Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 40-41)

[13] Fuentes, M., Rezar con la Biblia, Colección Bíblica

[14] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica post-Sinodal Verbum Domini, nº 87.

[15] La letra t de cada  palabra debe pronunciarse como la letra c castellana cuando está delante de una i o un e; es decir: debe leerse: leccio, meditacio, oracio  y contemplacio.

[16] Swetnam, J., La Lectio Divina, 1999, p. 2

[17] Colombás, G., La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina, BAC, Madrid, 2004, p. 35-36.

[18] Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 66.

[19] Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 67.

[20] “La «lectura divina» sólo puede florecer y fructificar en un clima hecho de recogimiento, de paz, de oración. Hay que restaurar ese clima si se quiere restaurar la lectio. Porque «nadie puede penetrar el sentido del Evangelio si no ha descansado como Juan, en íntimo coloquio, sobre el pecho de Jesús», como dice Orígenes . ¿Y quién puede desmentirle?” (Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 67)

[21] Fuentes, M., Rezar con la Biblia, Colección Bíblica, San Rafael.

[22] “Pedro el Grande, zar de todas las Rusias, dio este decreto: «Los monjes no sólo lean las Sa­gradas Escrituras, sino que las entiendan» De nada, en efecto, sirve leer la Biblia si no se la entiende. La lectura de la Palabra de Dios nunca fue considerada por la Iglesia como un rito mágico.

“Unas páginas de la Biblia son claras; otras, oscuras. Considerada globalmente, la Escritura resulta más bien oscura que clara. No es fácil, muchas veces, entender perfectamente lo que quiere decir. La transmisión del texto ha sido a menudo defectuosa; la lengua hebrea, como toda lengua, ha ido evolucionando a través de los siglos; la forma de expresarse de autores tan remo­tos y tan personales como san Pablo dista mucho de la nuestra… Descubrir el significado preciso de ciertos vocablos, de ciertos pasajes, no sólo del Antiguo Testamento, sino también del Nue­vo, presupone un esfuerzo, un estudio.

“Es un esfuerzo y un estudio del que el lector de la Escritura no puede prescindir, según nos advierten los maestros de la lectio divina. Esto no significa, naturalmente, que todo lector de la Biblia tenga que ser maestro consumado en exégesis; pero sí que hay que utilizar los trabajos de los maestros en exégesis. Recordemos los sudores de un Orígenes, de un san Jerónimo, para llegar a poseer un texto correcto de la Escritura y penetrar su verdadero sentido. Ante todo, su sentido literal, al que debe ajustarse la «lectura divina». Nada debe quedar borroso, vago, impre­ciso, en cuanto sea posible. La filología, las ciencias naturales, todo el saber humano debe po­nerse en juego para descubrir el sentido histórico de la Palabra de Dios escrita” (Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 30-31).

 [23] Swetnam, J., La Lectio Divina, 1999, p. 1

[24] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica post-Sinodal Verbum Domini, nº 86.

[25] Swetnam, J.. La Lectio Divina, 1999, p. 1

[26] Fuentes, M., Rezar con la Biblia, Colección Bíblica.

[27] Swetnam, J.. La Lectio Divina, 1999, p. 2

[28] “No olvidemos nunca que la lectio divina es a la vez lectura y oración. Cuando san Jerónimo escribía a santa Eustoquia: «Cuando oras, hablas a tu Esposo; cuando lees, él te habla a ti», no quería significar que debe terminarse primero la lectura para dedicarse luego a la oración. Leer y orar—lo hemos visto— eran para los antiguos dos actividades espiri­tuales que se compaginaban, que debían compaginarse en la lectio divina. Y es perfectamente claro que los antiguos y los medievales no conocieron otro método de oración que la «lectura divina» y que oraban habitualmente teniendo el texto sagrado ante los ojos o, al menos, en la memoria” (Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 65)

[29] Swetnam, J., La Lectio Divina, 1999, p. 2.

[30] Fuentes, M., Rezar con la Biblia, Colección Bíblica

[31] Fuentes, M., Rezar con la Biblia, Colección Bíblica.

[32] Existe un libro italiano que divide la Lectio Divina en, fundamentalmente, tres partes: Lectura, Interpretación y Actualización. Entendemos que la Lectura y la Interpretación corresponden a lo que en la Lectio Divina tradicional se señala por Lectio, mientras que la Actualización corresponde a la Meditatio; cf. Stock, K., Vangelo secondo Marco, Edizioni Messaggero Padova, Collanna Dabar – Logos – Parola, Lectio divina popolare, Padova, 2002, 225 pp. (ver documento de Word aparte).

[33] Guigo II, gran prior de la Cartuja, Scala claustralium, sive de modo orandi. VPL 184,476, citado en Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 54

[34] Swetnam, J., La Lectio Divina, 1999, p. 1.

[35]

[36] Dicesare, P., Lectio Divina, trabajo no publicado todavía.

[37] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica post-Sinodal Verbum Domini, nº 86.87.

[38] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica post-Sinodal Verbum Domini, nº 87, nota 298.

[39] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica post-Sinodal Verbum Domini, nº 87.

[40] En esta cita Jesucristo se refiere a los fariseos, para hacer resaltar las palabras malas que salen de un corazón malo. Sería laeructatio en su sentido más desagradable. También puede citarse como una eructatio mal aplicada aquella que lleva a una conversación trozos bíblicos para aplicarlos humorísticamente a situaciones concretas.

[41] Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 55.

[42] Nota nuestra: de esta manera se explica cómo era posible que Jesucristo citara constantemente el AT. Y también explica cómo era posible que muchos de los cánticos del NT (Benedictus, Magnificat, etc.) estén tan llenos de reminiscencias bíblicas

[43] Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 55-56.

[44] Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 58.

[45] Colombás, G., La lectura de Dios…, p. 65.

Audiencias de San Juan Pablo II

Fe y revelación

Antiguo Testamento

Nuevo Testamento

 

El Antiguo Testamento 8.05.85

jpii-avion1. La Sagrada Escritura, como es sabido, se compone de dos grandes colecciones de libros: el Antiguo y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento, redactado todo él antes de la venida de Cristo, es una colección de 46 libros de carácter diverso. Los enumeraremos aquí, agrupándolos de manera que se distinga, al menos genéricamente, la índole de cada uno de ellos.

2. El primer grupo que encontramos es el llamado ´Pentateuco´, formado por: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Casi como prolongación del Pentateuco se encuentra el Libro de Josué y, luego, el de los Jueces. El conciso Libro de Rut constituye, en cierto modo, la introducción al grupo siguiente de carácter histórico, compuesto por los dos Libros de Samuel y por los dos Libros de los Reyes. Entre estos libros deben incluirse los dos de las Crónicas, el Libro de Esdras y el de Nehemías, que se refieren al período de la historia de Israel posterior a la cautividad de Babilonia.
El Libro de Tobías, el de Judit y el de Ester, aunque se refieren a la historia de la nación elegida, tienen carácter de narración alegórica y moral, más bien que de historia verdadera y propia. En cambio, los dos Libros de los Macabeos tienen carácter histórico (de crónica).

3. Los llamados ´Libros didácticos´ forman un propio grupo, en el cual se incluyen obras de diverso carácter. Pertenecen a él: el Libro de Job, los Salmos, y el Cantar de los Cantares, e igualmente algunas obras de carácter sapiencial-educativo: el Libro de los Proverbios, el de Qohelet (es decir, el Eclesiastés), el Libro de la Sabiduría y la Sabiduría de Sirácida (esto es, el Eclesiástico).

4. Finalmente, el último grupo de escritos del Antiguo Testamento está formado por los ´Libros proféticos´. Se distinguen los cuatro llamados Profetas ´mayores´: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. Al Libro de Jeremías se añaden las lamentaciones y el Libro de Baruc. Luego vienen los llamados Profetas ´menores´: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Naún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.

5. A excepción de los primeros capítulos del Génesis, que tratan del origen del mundo y de la humanidad, los libros del Antiguo Testamento, comenzando por la llamada de Abrahán, se refieren a una nación que ha sido elegida por Dios. He aquí lo que leemos en la Constitución Dei Verbum: ´Deseando Dios con su gran amor preparar la salvación de toda la humanidad, escogió a un pueblo particular a quien confiar sus promesas. Hizo primero una alianza con Abrahán; después, por medio de Moisés, la hizo con el pueblo de Israel, y así se fue revelando a su pueblo, con obras y palabras, como el único Dios vivo y verdadero. De este modo Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los Profetas, y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones. La economía de la salvación anunciada, contada y explicada por los escritores sagrados, se encuentra, hecha palabra de Dios, en los libros del antiguo Testamento; por eso dichos libros, divinamente inspirados, conservan para siempre su valor.´ (n.15).

6. La Constitución conciliar indica luego lo que ha sido la finalidad principal de la economía de la salvación en el Antiguo Testamento: ´Preparar´, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor del universo y del reino mesiánico (Cfr. n.15).
Al mismo tiempo, los libros del Antiguo Testamento, según la condición del género humano antes de Cristo, ´muestran a todos el conocimiento de Dios y del hombre y de que modo Dios, justo y misericordioso, trata a los hombres. Estos libros, aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina´ (n.15). En ellos se expresa ´un vivo sentido de Dios´, ´una sabiduría salvadora acerca del hombre´ y, finalmente, ´encierra tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra salvación´ (n.15). Y por esto, también los libros del Antiguo Testamento deben ser recibidos por los cristianos con devoción.

7. La Constitución conciliar explica así la relación entre el Antiguo y Nuevo Testamento: ´Dios es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo que el Antiguo encubriera el Nuevo, y el Nuevo descubriera el Antiguo´ (según las palabras de San Agustín: ´Novum in Vetere latet, Vetus in Novo patet.´). ´Pues, aunque Cristo estableció con su Sangre la Nueva Alianza, los libros íntegros del Antiguo Testamento, incorporados a la predicación evangélica, alcanzan y muestran su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento y a su vez lo iluminan y lo explican´ (n.16).
Como veis, el Concilio nos ofrece una doctrina precisa y clara, suficiente para nuestra catequesis. Ella nos permite dar un nuevo paso en la determinación del significado de nuestra fe. ´Creer de modo cristiano´ significa sacar, según el espíritu que hemos dicho, la luz de la Revelación también de los Libros de la Antigua Alianza.

El Nuevo Testamento 22.05.85

1. El Nuevo Testamento tiene dimensiones menores que el Antiguo. Bajo el aspecto de la redacción histórica, los libros que lo componen están escritos en un espacio de tiempo más breve que los de la Antigua Alianza. Está compuesto por veintisiete libros, algunos muy breves.
En primer lugar tenemos los cuatro Evangelios: según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Luego sigue el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuyo autor es también Lucas. El grupo mayor está constituido por las Cartas Apostólicas, de las cuales las más numerosas son las Cartas de San Pablo: una a los Romanos, dos a los Corintios, una a los Gálatas, una a los Efesios, una a los Filipenses, una a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a Timoteo, una a Tito y una a Filemón. El llamado ´corpus paulinus´ termina con la Carta a los Hebreos, escrita en el ámbito de influencia de Pablo. Siguen: la Carta de Santiago, dos Cartas de San Pedro, tres Cartas de San Juan y la Carta de San Judas. El último libro del Nuevo Testamento es el Apocalipsis de San Juan.

2. Con relación a estos libros se expresa así la Constitución Dei Verbum: ´Todos saben que entre los escritos del Nuevo Testamento sobresalen los Evangelios, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador. La Iglesia siempre y en todas partes ha mantenido y mantiene que los cuatro Evangelios son de origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Jesucristo, después ellos mismos con otros de su generación lo escribieron por inspiración del Espíritu Santo y nos lo entregaron como fundamento de nuestra fe: el Evangelio cuádruple, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan´ (n.18).

3. La Constitución conciliar pone de relieve de modo especial la historicidad de los cuatro Evangelios. Dice que la Iglesia ´afirma su historicidad sin dudar´, manteniendo con constancia que ´los cuatro .Evangelios. transmiten fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos, hasta el día de la Ascensión´ (n.19).
Si se trata del modo como nacieron los cuatro Evangelios, la Constitución conciliar los vincula ante todo con la enseñanza apostólica, que comenzó con la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Leemos así: ´Los Apóstoles, después de la Ascensión del Señor, comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban los acontecimientos gloriosos de Cristo e iluminados por la enseñanza del Espíritu Santo´ (n.19). Estos ´acontecimientos gloriosos´ están constituidos principalmente por la resurrección del Señor y la venida del Espíritu Sano. Se comprende que, a la luz de la resurrección, los Apóstoles creyeron definitivamente en Cristo. La resurrección proyectó a luz fundamental sobre su muerte en la cruz, y también sobre todo lo que había hecho y proclamado antes de su pasión. Luego, el día de Pentecostés sucedió que los Apóstoles fueron ´iluminados por el Espíritu de verdad´.

4. De la enseñanza apostólica oral se pasó a la redacción de los Evangelios, respecto a lo cual se expresa así la Constitución conciliar: . los autores sagrados compusieron los cuatro Evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús. Sacándolos de su memoria o del testimonio de los ´que asistieron desde el principio y fueron testigos de la palabra, lo escribieron para que conozcamos la verdad de lo que nos enseñaban´ (n.19).
Este conciso párrafo del Concilio refleja y sintetiza brevemente toda la riqueza de las investigaciones y estudios de los escrituristas no han cesado de dedicar a la cuestión del origen de los cuatro Evangelios. Para nuestra catequesis es suficiente este resumen.

5. En cuanto a los restantes libros de Nuevo Testamento, la Constitución conciliar Dei Verbum se pronuncia del modo siguiente: . Estos libros, según el sabio plan de Dios, confirman la realidad de Cristo, van explicando su doctrina auténtica, proclaman la fuerza salvadora de la obra de Cristo, cuentan los comienzos y la difusión de la Iglesia, predicen su consumación gloriosa´ (n.20). Se trata de una breve y sintética presentación de contenido de esos libros, independientemente de cuestiones cronológicas, que ahora nos interesan menos. sólo recordaremos que los estudiosos fijan para su composición la segunda mitad del siglo I.
Lo que más cuenta para nosotros es la presencia del Señor Jesús y de su Espíritu en los autores del Nuevo Testamento, que son, por lo mismo, medios a través de los cuales Dios nos introduce en la novedad revelada. ´El Señor asistió a sus Apóstoles, como lo había prometido, y les envió el Espíritu Santo, que los fuera introduciendo en la plenitud de la verdad´ (n.20). Los libros del Nuevo Testamento nos introducen precisamente en el camino que lleva a la plenitud de la verdad de la divina Revelación.

6. Y tenemos aquí otra conclusión para una concepción más completa de la fe. Creer de modo cristiano significa aceptar la auto-revelación de Dios en Jesucristo, que constituye el contenido esencial del Nuevo Testamento.
Nos dice el Concilio: ´Cuando llegó la plenitud de los tiempos, la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia y de verdad. Cristo estableció en la tierra el reino de Dios, se manifestó a Si mismo y a su Padre con obras y palabras. Llevó a cabo su obra muriendo, resucitando y enviando al Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae todos hacia Sí, pues es el único que posee palabras de vida eterna´ (n.17).
´De esto dan testimonio divino y perenne los escritos del Nuevo Testamento´ (n.17).
Y por lo mismo constituyen un particular apoyo para nuestra fe.

Audiencias de san Juan Pablo II

Fe y revelación

Sagrada Tradición y Sagrada Escritura

Sagrada Escritura: inspiración e interpretación

Sagrada Tradición y Sagrada Escritura 24.04.85

JP II y la biblia1. ¿Donde podemos encontrar lo que Dios ha revelado para adherirnos a ello con nuestra fe convencida y libre?. Hay un ´sagrado depósito´, del que la Iglesia toma comunicándonos sus contenidos.
Como dice el Concilio Vaticano II: ´Esta Sagrada Tradición con la Sagrada Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en el que la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara a cara, como El es´ (Dei Verbum , 7).
Con estas palabras la Constitución conciliar sintetiza el problema de la transmisión de la Revelación Divina, importante para la fe de todo cristiano. Nuestro ´credo´, que debe preparar al hombre sobre la tierra a ver a Dios cara a cara en la eternidad, depende en cada etapa de la historia, de la fiel inviolable transmisión de esta auto-revelación de Dios, que en Jesucristo ha alcanzado su ápice y su plenitud.

2. Cristo mandó ´a los Apóstoles predicar a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda verdad salvadoras y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos´ (n.7). Ellos ejecutaron la misión que les fue confiada ante todo mediante la predicación oral, y al mismo tiempo algunos de ellos ´pusieron por escrito el mensaje de salvación inspirados por el Espíritu Santo´ (n. 7). Esto hicieron también algunos del círculo de los Apóstoles (Marcos, Lucas).
Así se formó la transmisión de la Revelación divina en la primera generación de cristianos: ´Para que este Evangelio se conservara siempre vivo e integro en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, dejándoles su función en el magisterio (S. Ireneo)´ (n.7).

3. Como se ve, según el Concilio, en la transmisión de la divina Revelación en la Iglesia se sostienen recíprocamente y se completan la Tradición y la Sagrada Escritura, con las cuales las nuevas generaciones de los discípulos y de los testigos de Jesucristo alimentan su fe, por que ´lo que los Apóstoles transmitieron . comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios´ (n.8).
´Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras y de las instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian re pasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios´ (n.8).
Pero en esta tensión hacia la plenitud de la verdad divina la Iglesia bebe constantemente en el único ´depósito´ originario, constituido por la Tradición apostólica y la Sagrada Escritura, las cuales ´manan de una misma fuente divina, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin´ (n.9).

4. A este propósito conviene precisar y subrayar, también de acuerdo con el Concilio, que . La Iglesia no saca exclusivamente de la Sagrada Escritura la certeza de todo lo revelado´ (n.9). Esta Escritura ´es la Palabra de Dios en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo´. Pero ´la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, la transmite íntegra a los sucesores, para que ellos, iluminados por el Espíritu de verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación´ (n.9). ´La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon íntegro de los Libros Sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos´ (n.8).
´La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus Pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica.´ (n.10). Por ello ambas, la Tradición y la Sagrada Escritura, deben estar rodeadas de la misma veneración y del mismo respeto religioso.

5. Aquí nace el problema de la interpretación auténtica de la Palabra de Dios, escrita o transmitida por la Tradición. Esta función ha sido encomendada ´únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo´ (n.10). Este Magisterio ´no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído´(n.10).

6. He aquí, pues, una nueva característica de la fe: creer de modo cristiano significa también: aceptar la verdad revelada por Dios, tal como la enseña la Iglesia. Pero al mismo tiempo el Concilio Vaticano II recuerda que ´ la totalidad de los fieles. no pueden equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando desde los obispos hasta los últimos fieles laicos prestan su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los santos, penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida guiado en todo por el sagrado Magisterio´ (LumenGentium, 12).

7. La Tradición, la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia y el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo de Dios forman ese proceso vivificante en el que la divina Revelación se transmite a las nuevas generaciones. ´Así Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando con la esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo´ (Dei Verbum, 8).
Creer de modo cristiano significa aceptar ser introducidos y conducidos por el Espíritu a la plenitud de la verdad de modo consciente y voluntario.

Sagrada Escritura: inspiración e interpretación 1.05.85

1. Repetimos hoy una vez más las hermosas palabras de la Constitución conciliar Dei Verbum ; ´ Así Dios, que habló en otros tiempos.´ (n.8).
Digamos, de nuevo que significa ´creer´.
Creer de modo cristiano significa precisamente: ser introducidos por el Espíritu Santo en la verdad plena de la divina Revelación. Quiere decir: ser una comunidad de fieles abiertos a la Palabra del Evangelio de Cristo. Una y otra cosa son posibles en cada generación, porque la viva transmisión de la divina Revelación, contenida en la Tradición y la Sagrada Escritura, perdura integra en la Iglesia, gracias al servicio especial del Magisterio, en armonía con el sentido sobrenatural del Pueblo de Dios.

2. Para completar esta concepción del vínculo entre nuestro ´credo´ católico y su fuente, es importante también la doctrina sobre la inspiración de la Sagrada Escritura y de su interpretación auténtica. Al presentar esta doctrina seguimos (como en las catequesis anteriores) ante todo la Constitución Dei Verbum.
Dice el Concilio: ´La Santa Madre Iglesia fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, que escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia´ (n.11).
Dios -como Autor invisible y transcendente- ´se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo. como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería´ (n.11). Con este fin el Espíritu Santo actuaba en ellos y por medio de ellos (Cfr. n.11).

3. Dado este origen, se debe reconocer ´que los libros de la Sagrada Escritura enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para la salvación nuestra´ (n.11). Lo confirman las palabras de San Pablo en la Carta a Timoteo: ´Toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena´ (2 Tim. 3, 16-17).
La Constitución sobre la divina revelación, siguiendo a San Juan Crisóstomo, manifiesta admiración por la particular ´condescendencia´, que es como un ´inclinarse´ de la eterna Sabiduría. ´La Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del Eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres´ (n.13).

4. De la verdad sobre la divina inspiración de la Sagrada Escritura se deriva lógicamente algunas normas que se refieren a su interpretación. La Constitución Dei Verbum las resume brevemente:
El primer principio es que ´porque Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano, el intérprete de la Sagrada Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras´ (n.12).
Con esta finalidad -y éste es el segundo punto- es necesario tener en cuenta, entre otras cosas, ´los géneros literarios´. ´Pues la verdad se presenta y enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios´ (n.12). El sentido de lo que el autor expresa depende precisamente de estos géneros literarios, que se deben tener, pues, en cuenta sobre el fondo de todas las circunstancias de una poca precisa y de una determinada cultura.
Y, por esto, tenemos el tercer principio para una recta interpretación de la Sagrada Escritura: ´Para comprender exactamente lo que el autor sagrado propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los habituales y originarios modos de pensar, de expresarse, de narrar que se usaban en el tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces solían emplearse en la conversación ordinaria´ (n.12).

5. Estas indicaciones bastantes detalladas, que se dan para la interpretación de carácter histórico-literario, exigen una relación profunda con las premisas de la doctrina sobre la divina inspiración de la Sagrada Escritura. ´La escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita´ (n.12). Por esto, ´hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe´ (n.12).
Por ´analogía de la fe´ entendemos la cohesión de cada una de las verdades de fe entre sí y con el plan total de la Revelación y la plenitud de la divina economía encerrada en él.

6. La misión de los exegetas, es decir, de los investigadores que estudian con métodos idóneos la Sagrada Escritura, es contribuir, según dichos principios, ´para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia´ (n.12). Puesto que la Iglesia tiene ´el mandato y el ministerio divino de Conservar e interpretar la Palabra de Dios´, todo lo que se refiere ´al modo de interpretar la Escritura, queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia´ (n.12).
Esta norma es importante para precisar la relación recíproca entre exégesis (y la teología) y el Magisterio de la Iglesia. Es una norma que está en relación muy íntima con lo que hemos dicho anteriormente a propósito de la transmisión de la divina Revelación. Hay que poner de relieve una vez más que el Magisterio utiliza el trabajo de los teólogos-exegetas y, al mismo tiempo, vigila oportunamente sobre los resultados de sus estudios. Efectivamente, el Magisterio está llamado a custodiar la verdad plena, contenida en la divina Revelación.

7. Creer de modo cristiano significa, pues, adherirse a esta verdad gozando de la garantía de verdad que por institución de Cristo mismo se le ha dado a la Iglesia. Esto vale para todos los creyentes: y, por tanto -en su justo nivel y en el grado adecuado-, también para los teólogos y exegetas. Para todos se revela en este campo la misericordiosa providencia de Dios, que ha querido concedernos no sólo el don de su auto-revelación, sino también la garantía de su fiel conservación, interpretación y explicación, confiándola a la Iglesia.

Monjes contemplativos del Instituto del Verbo Encarnado